SE trataba de poner en relación dos obras, una de la BNacional, y otra de diversos museos españoles. La solicitud partió de JMBonet, comisario de esta iniciativa y la noticia de todo ello mejor verla en este enlance. El primero de los tres textos con los que uno ha contibuido es este:
La colección en la que leo desde hace muchos años los artículos de Fígaro y El pobrecito hablador es la que publicó Repullés en cinco tomos en Madrid entre 1835 y 1837, en vida de su autor, Mariano José de Larra. Son tomos pequeños, en octavo menor. Para quien no esté familiarizado con la capa de los libros, le diremos que ese octavo equivale a algo muy pequeño. Caben esos libritos en una mano y en el bolsillo de la levita. Sé que esta palabra, levita, nombra algo que desapareció hace mucho de la faz de la tierra, pero mientras exista la palabra, existirá esa prenda que, junto con el sombrero de copa, nos trae el perfume exhausto del romanticismo.
Me gusta leer a Larra en libros que él vio, que acaso pasaron por sus manos, sugestionarme con mis propias ensoñaciones. La letra en la que estos están compuestos es muy pequeña, a compás del tamaño de la página. Proliferaron en el romanticismo los tipos de imprenta liliputiense, se diría que necesitaban equilibrar su exaltación desaforada con esa clase de letras que son a la tipografía lo que las violetas a la naturaleza, algo secreto. Decía que la letra en la que están compuestos esos tomitos es pequeña, pero los tipos son claros, la tinta negra y apretada y la impresión tan neta que se lee en ellos con agrado, sin esfuerzo.
A Larra se le lee siempre sin esfuerzo, porque su tono es el de las confidencias. Unos volúmenes en octavo como estos son lo más cercano que podremos encontrar a una confidencia, a una violeta, a algo secreto. El gran hallazgo de Larra no ha sido, como a veces hemos creído, su gran capacidad de observación, la denuncia de los vicios nacionales, la caracterización de los tipos de la época y sus costumbres. Ni siquiera su visión sombría del ser español, esa que, como uno de los calotipos que vendrían poco después, parece haber quedado fijada para siempre en su cubeta literaria por el ácido de su suicidio. El hallazgo de Larra fue el tono. El tono literario, el tono moral, del que está excluido el suicidio. El suyo, cómo expresarlo, fue un descuido. Jugando, diríamos, con la vida, y a la vida la carga el diablo. Se le fue la mano, sólo eso. Nada hay en la obra de Larra lo bastante significativo como para pensar antes de que se suicidara que era un suicida, por lo mismo que nadie pensaba que a Joselito le iba a matar un toro, porque nada en su toreo, clásico y apolíneo, lo exponía al peligro. Todo en la obra de Larra nos habla de un hombre que ama sobre todas las cosas, como Cervantes, la realidad. Y lo hace con un humor no siempre cáustico. Darse el apodo de El pobrecito hablador es una muestra de su talante simpático. Tampoco nadie que ame la vida como él la amó, levanta un falso testimonio contra ella, y el suicidio es siempre un falso testimonio. Pero a Larra se le complicaron un poco las cosas y empezó a verlo todo negro, y en un descuido se quitó la vida, la suya y la que nos daba en sus artículos. En uno de los últimos, célebre por el desenlace que le esperaba agazapado, el titulado “El día de difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio”, Larra nos habla de Madrid. Lo recorre para nosotros, nos lleva por diferentes calles y plazas, nos pone ante muchos de sus monumentos y edificios notables, para concluir que “el cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio”, bajo una lápida en la que leeremos un epitafio que se haría no menos célebre: “Aquí yace media España. Murió de la otra media”. No reconocemos a Larra en este artículo, en el que también se le fue la mano, como tampoco reconocemos en él Madrid. El Madrid de Larra podríamos hallarlo, por ejemplo, mucho mejor, en esa maqueta tan fascinante como risueña de León Gil de Palacio. Nos hace pensar en Madrid como algo que cabe igualmente en nuestra mano, como si lo hubiese no ya reducido de su tamaño natural a esa manejable escala, sino plegado. Como el pliego de un libro en octavo, como la carta que se guardara en el bolsillo de la levita. ¿La carta del suicida para el juez? Desde luego que no. Bien al contrario.
Se diría que más que una maqueta de la ciudad, se tratara de un espejo, el espejo por el que vamos nosotros paseando ese otro espejo famoso del que habló Stendhal. Sé que cada vez que se ponen juntos dos espejos, acabamos un poco mareados por la fuga de imágenes, por la mise en abîme. Vale la pena ahora detenernos en esto. Ten un poco de paciencia. Esta maqueta de Madrid, acaso por la honestidad del cartógrafo-artesano, es, como también Larra, una exaltación de la realidad. Nos abismamos en ella reconociendo lo que aún está en pie, nostalgiándonos con todo aquello que no logró sobrevivir a la piqueta. Pero al fin y al cabo reconociendo que en ese Madrid del XIX cabe aún, como por milagro, algo de nuestro Madrid del XXI. De modo que nos resulta fácil descubrirnos a nosotros mismos en ese Madrid liliputiense. Pero tampoco nos resulta difícil descubrir a Larra paseando por esas calles en miniatura, de aquí para allá, en sus cazcaleos innumerables, arriba, abajo, a un lado y otro, fatigando sus suertes y amoríos, con el espejo en la mano, el famoso espejo de sus artículos. Y llegados a este punto se produce el pequeño milagro: y del mismo modo que algo de nuestro Madrid está aún en aquel Madrid de la maqueta, reconocemos algo, y aun mucho de nosotros, en el corazón de Larra. Se diría que nos lleva consigo a todas partes, que nos pasea y nos muestra, festivo, despreocupado, irónico, sarcástico, sentimental, soñador, desengañado, idealista una vida, la suya, que no es en esencia muy diferente de la nuestra, la de ahora mismo, en idéntico punto que la suya en lo tocante a ilusiones y desengaños.
Este viaje, del tomito en octavo de Fígaro al Madrid en octavo de León Gil de Palacio, es un viaje sentimental. Leer a Larra es volver a Larra, inagotable. Mirar la maqueta de León Gil de Palacio es no acabar nunca de mirar. Una y otra obra parecen haberse concebido con el espíritu del niño. El Madrid de Larra, en la edición de Repullés, cabe en el bolsillo de la levita. El Madrid de Gil de Palacio tiene la escala de los juegos. El de Larra acabó, por un descuido, en juego trágico. El de Gil sigue siendo un juego feliz. Pero los dos fueron un día el mismo juego.
[Publicado en el catálogo de la exposición Otras miradas, que puede verse ahora en Madrid]
[Publicado en el catálogo de la exposición Otras miradas, que puede verse ahora en Madrid]
" “el cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio”, bajo una lápida en la que leeremos un epitafio que se haría no menos célebre: “Aquí yace media España. Murió de la otra media”"
RépondreSupprimerLa recurrencia es esta; acabo de traducir este conjunto de letras conexas que seguidamente expongo; de la muy noble y muy leal lengua de allá tras las montañas y veo la misma prevalencia (y todo es relativo; pero dependiente) de sistema de referencia, de lo que no se puede separar ni aunque insecto clamoroso mas poco sea y más su gran entorno:
Un día azul de estío
Un día azul de estío en que todo reposa,
El niño que yo era y la vieja sirvienta,
Vimos, sobre el heno de ola que impacienta,
Batir sus alas una enorme mariposa.
Y adelantándome con mil precauciones,
posé bruscamente sobre esa flor de vida
Mi sombrero, sin que quedara herida,
Y la llevé en una caja a mis rincones.
Pero mi corazón se ciñó de indecible tristeza
Cuando mostré el insecto a mis padres. ¿Qué era?
¿Cómo reconocerla? ¡Ay! Ya no era el rielo
De antes... ¡O hermanos de canto!
Ya no tenía en torno a sus alas el campo
Por lo que la creí tan grande como el cielo.
(Francis Jammes, Traducción de Robín García)
Suele decirse que ese texto de Larra (“Aquí yace media España. Murió de la otra media”) es el arranque de las dos Españas, tan presentes luego en Machado ("...una de las dos Españas ha de helarte el corazón") y tan visibles en la guerra civil del 36. A mí esa falsa dualidad me resulta enojosa. También en las últimas décadas hemos asistido a una ficticia e interesada bipolarización Derecha-Izquierda, omnipresente también en la prensa (viendo el periódico que alguien lleva bajo el brazo puede saberse el partido político al que vota), en las emisoras de radio (Cope versus Ser), en los canales de televisión (con pseudotertulias monolíticas como Intereconomía y canales autonómicos que son la voz de su amo -Telemadrid o Canal Nou versus Canal Sur-). A mí, dado que todo esto me resulta molesto, nunca se me ha ocurrido votar a un partido del duopolio. Tampoco compro periódicos de tendencia. Por el contrario, me gusta lo transversal, lo centrista, todo aquello que impida catalogar a los ciudadanos como de una de las dos Españas (que no son tales).
RépondreSupprimerAITOR SUÁREZ
(zumo-de-poesia.blogspot.com)
Hola Aitor: Muy interesante lo que planteas.¿ Te puedo preguntar por la ralidad política en el País Vasco?¿Dirías que en Euskad también se plantean dos Euskadis?Yo creo que sí, desgraciadamnte, en el sentido de que ha habido por parte de los nacionalistas ascos excesiva condescendencia al lado máas radical. ¿Cómo lo ves?Un saludo.
SupprimerMikeldi
escribir entonces en Larra no es sólo llorar, es también sonreír, inquirir, recelar, es... vivir.
RépondreSupprimersaludos blogueros
Mikeldi, a pesar de mi nombre no soy vasco. En general, el nacionalismo no me va mucho. Yo soy partidario del internacionalismo y la mundialización. O sea, la supresión de fronteras, que además acabaría con el flagelo de las guerras. Creo que hablar hoy de soberanía es un "soberano" error.
RépondreSupprimerEn el País Vasco no ha habido libertad de hecho. La gente tenía miedo (sigue teniéndolo) a hablar libremente y a criticar a Eta en público. Gracias a Internet esto se ha atenuado y en realidad creo que ello ha influido decisivamente en el final del terrorismo.
Los jóvenes de Euskadi deberían dedicar su energía a causas que sí valen la pena, como la lucha contra la pobreza y la búsqueda de la justicia mundial. Es una pena que hayan dedicado tanta energía a una causa como la del nacionalismo, que en mi opinión no tiene lógica.
Un saludo.
Gracias, Aitor. Bastante de acuerdo con lo que dices. Muy bueno ese juego de palabras de soberanía y "soberano" error.Y sí, para mí hay cosas más importantes que el nacionalismo. Creo que Andrés ha tratado alguna vez el tema con acierto. Te tengo que leer el blog.
SupprimerUn saludo