10 mai 2012

Café solo y completo

HACE unos días la periodista Ana Marcos le envió a uno estas cuatro preguntas cuyas respuestas formarían parte del reportaje que estaba escribiendo para El País a propósito del libro de los cafés que acaba de publicar Antonio Bonet Correa. El reportaje salió ayer, pero, como suele suceder, las respuestas aparecieron muy resumidas, cuando no desaparecieron directamente en combate.
Pero como un almanaque como este permite restituirlas en toda su extensión, tal y como se las enviamos a nuestra amiga Ana Marcos, ajena sin duda al zafarrancho de la redacción, aquí van juntas, preguntas suyas y respuestas de uno, en tanto se publica el artículo que he escrito para el Magazine sobre este mismo asunto.

¿Participas o has participado en alguna tertulia literaria? Cuáles, cuándo.
Hace mas de treinta años, y durante tres o cuatro, cada semana y a veces dos días por semana. Nos reuníamos en el viejo Café Lyon, de la calle Alcalá. Era un lugar destartalado, de techos altos y sucios, muy tranquilo, idóneo para tertulia. Al lado de la nuestra tenía la suya don Julio Caro Baroja, muy graciosa, porque se pasaban la mitad del tiempo todos enfadados, cada uno medio dándose la espalda, sin mirarse y sin hablarse. El Lyon casi siempre estaba vacío y casi siempre íbamos los mismos. Pocos. A la nuestra, Eugenio Gallego, Chuli y Joaquín Puig, Soledad Puértolas, Ferlosio, García Gual, un funcionario del que no recuerdo el nombre, encantador, una mujer muy guapa, morena, trágica, con ojeras modernistas, a la que en cuatro años nadie oyó una sola palabra, un novelista bohemio que vivía en una pensión de la calle Piamonte, mudo también, y yo, el más joven. Tenía veintisiete años. A veces aparecían otros, pero ese era el núcleo. Se hablaba de todo, Grecia, palabras raras como lígrimo, asuntos del momento. Era una tertulia animada, donde solían respetarse ciertas normas: para decirlo en palabras de Ferlosio, nos ocupábamos de las cosas, no de medirnos con los demás. No sé por qué dejamos de reunirnos. Seguramente al final nos teníamos bastante vistos y, sobre todo, oídos, y sobrevino el desánimo. Casi veinte años después, Soledad Puértolas, José Luis Pardo, Manolo Borrás y yo empezamos a citarnos una vez por semana. Lo llamábamos tertulia también, pero gastamos todas nuestras energías en ir de un lado para otro buscando un café o un pub en el que se pudiera estar, sin música, sin ruido y sin humazo. No lo encontramos, y al cabo de uno o dos años de dar tumbos por Madrid, lo dejamos también.
¿Qué diferencias hay entre las tertulias que se organizaban antes en los cafés y en la actualidad?, ¿a qué se deben los cambios?
Cuando las casas eran frías e inhóspitas, es natural que la gente corriera a reunirse en un café buscando otra temperatura física y moral. El lema entonces era: “Como fuera de casa en ninguna parte”. Ahora la tertulia se la ha llevado cada cual a su casa, la vida moderna ha complicado las cosas y la gente está en las redes sociales, se escriben correos casi instantáneos y se puede incluso insultar y sacar la mala baba española sin tener que dar la cara. Sin duda para muchos, estas serán grandes ventajas. Pero una tertulia bien avenida y ordenada, con exigencias intelectuales, que huya del cotilleo, de la murmuración y del resentimiento, es insuperable, lo más humano que podemos concebir.
¿Cómo ha cambiado el perfil del ‘tertuliano’?
Me sobrepasa esta pregunta. Como si me hubieran preguntado en qué ha cambiado el hombre de hoy respecto del hombre del siglo XIX. Creo que el tertuliano antiguo no tenía problemas de tiempo. Me tocó poner un prólogo hace años al Pombo de Gómez de la Serna y dije que aquellos años fueron felices porque pudieron hacer de la pérdida de tiempo una de las bellas artes.
¿Las librerías cafés son las herederas de estos espacios?
No lo sé. Si hay que entrar en un café o en una taberna, se entra. Ahora, buscarlos uno, hoy día, no. Y prefiero leer en casa, en silencio. No es uno un hombre de cafés ni de bares ni de leer por gusto en medio del ruido. Es probable que no volviera a una tertulia, porque la vida le ha acabado haciendo a uno persona de café solo y completo, pero recuerdo con nostalgia aquella tertulia del Lyon.

Debemos estas instantáneas de cafés de los años 20/30 a Carlos García Alix, que las obtuvo en sus reiteradas pesquisas en los archivos, cuando trabajaba en El honor de las injurias, una gran lección de historia.  Me permito llamar la atención sobre las dos primeras, otra lección de lo mismo.

6 commentaires:

  1. Manuel Cañedo Gago10 mai 2012 à 01:51

    Aquellos viejos cafés tertulianos: La Granja del Henar, Lion d´Or, Lisboa, Gijón, Levante, Pombo..., a propósito de los cuales dejó escrito Gómez de la Serna: "El Café es el Consejo de Estado de los hombres que nadie va a consultar y que dirían la palabra definitiva sobre cada asunto". Y también: "Unamuno llegó a ser tan humano que comprendió el Café, y Ramón y Cajal siempre, aun dentro de su alcurnia excepcional, no dejó de ir al Café hasta su muerte".

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  2. Conclusiones a su asiento de hoy:
    ---El reportaje de Ana Marcos, lamentabilísimo.
    ---No acierto a entender como pudo vd. mantener tanto tiempo una tertulia con la asistencia de Soledad Puértolas.(Nada personal, pura opinión literaria).
    ---Tres certeras y bellas afirmaciones:"Una tertulia ordenada es insuperable, lo mas humano que podamos concebir". ",,,aquellos años fueron felices porque pudieron hacer de la pérdida de tiempo una de las bellas artes"." Prefiero leer en casa, en silencio".

    Sobre las dos fotos que llama la atención, me traen a la memoria una más reciente de hace unos cuantos años del ínclito Javier Arenas, "limpiandose" en el Palace. No volvió a ganar una elección,

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  3. En el Suizo de Granada, hoy pervive un Hageen lo que sea. Es cierto que hay otras herramientas de comunicación que resultan rápidas, sencillas y eficaces, pero una café, una copa y el contacto casi orgánico con las plaabras es algo que no puede igualarse. Saludos

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  4. Este café tiene algo de talanquera
    y de vagón de tercera.
    No hay mucho tabaco y se hace mucho humo...
    Francisco Vighi

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  5. Era otra cultura, había más generosidad y el cafe o el bar del barrio era la segunda casa.
    Saludos

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  6. ¡Qué curioso!Ha leído uno mucho a Ferlosio, por supuesto a quien nos da su secritura y cobijo en este almanaque y algo a Pardo y ahora estoy leyendo un ensayo de Soledad Puértolas.Esto último me descalificará a ojos del anónimo al que le extraña que fuese compañia literaria apropiada de don Andrés.
    Javier

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