LA Residencia de Estudiantes acaba de publicar de una manera ejemplar, como es norma en aquella casa, el segundo volumen de las cartas de Juan Ramón Jiménez, en el que el lector encontrará más de doscientas inéditas, del medio millar que ha logrado reunir, anotándolas con asombrosa minucia, Alfonso Alegre Heitzmann. Este trabajo pone a Alegre Heitzmann al lado de Guerrero Ruiz, Palau de Nemes, Sánchez Romeralo, Garfias, Campoamor o Expósito, el escogido grupo de estudiosos que le han dedicado su mucha ciencia y paciencia a quien como Juan Ramón dejó una obra laberíntica y tuvo una personalidad compleja y una vida difícil, porque fue el poeta difícil por antonomasia. No quiere decirse aquí que JRJ es un poeta al que sea difícil leer y comprender. Al contrario, es un poeta tan cercano y natural que la labor de leerlo es siempre lo que dijo él, un trabajo gustoso. Nos referimos a que su naturaleza y la rectitud de su proceder en los asuntos literarios y humanos le complicó mucho la vida y las relaciones con sus contemporáneos, que se confundieron a menudo con él, tomándolo por el que no era, y que, en todo caso, resultaron ser tantas veces personas bastante más retorcidas e interesadas que él, y desde luego, con harto menos talento.
Como esta no es una reseña erudita, dejemos de lado las razones técnicas que hacen de la edición de estas cartas algo único. Lo verá quien las lea. Pues de lo que se trata ahora es de que usted, que me está leyendo a mí, corra acto seguido a ese epistolario, y descubra en él mil pequeñas y grandes cosas, utilísimas para conducirse en la vida y hacer de ella algo noble y limpio, quiero decir vivo en el sentido poético ejemplar que le daba Unamuno a esta palabra.
En primer lugar le sorprenderá la manera en que se relacionó JRJ con su familia, con su madre y sus hermanos. Nada más lejos de la imagen del señorito egoísta, neurótico y ocioso que sus enemigos se empeñaron en circular durante medio siglo. Descubrirá a un hijo cariñoso y protector para con una madre que vive sola en el pueblo, entre estrecheces económicas endémicas, y a la que no puede visitar tanto como querría, a veces también por falta de dinero; alguien que se ocupa de los muchos y no siempre pequeños problemas de una familia que vive con decoro su necesidad y a la que el poeta socorre como puede, mandándoles quincenal o mensualmente unos duros que con frecuencia proceden de la casa de empeños. Durante mucho tiempo se presentó a JR como el poeta de la torre de marfil. Ni torre ni marfil; dígalo, si no, su destartalado hermano Eustaquio, de quien JR arrastra infructuosamente durante años por los anticuarios de Madrid diversos muebles y un tibor del que el poeta está hasta el copete, mientras le confiesa que no puede enviarle más dinero porque los libros “ya no se venden bien”. Dígalo, igualmente, su propia mujer, Zenobia, la gran Zenobia, también trabajadora en un país en el que sólo trabajaban las mujeres pobres, las mujeres públicas y, como ella, las mujeres libres.
El lector de este epistolario, hallará, claro, cartas importantes a otros escritores. Algunas son conocidas, porque ya forman parte de la historia literaria del país, principalmente las que apuntalan las polémicas con los poetas del 27. Se habían acercado estos a él, lo habían saqueado y le habían apuñalado por la espalda con chistecitos y suciedades. Otro cualquiera los habría mandado a freír puñetas, síntesis perfecta de hacer puñetas y freír espárragos. Pero incluso en los insultos y la gracia de decirlos, dones que JR tuvo como pocos, fue un hombre generoso y les concedió una importancia que sin duda ni tenían ni merecían. Especialmente divertidas, a pesar de su crueldad, o precisamente por ello, las dirigidas al algo zascandil Guillermo de Torre, cuyo prolijo libro Literaturas europeas de vanguardia califica como una “especie de Guía de ferrocarriles de estaciones abolidas o inexistentes”. Importantísimas también son las escritas, pero no enviadas, a algunos otros, desconocidas hasta hoy. Feroz, por ejemplo, la que leemos a Ortega y Gasset: lo acusa abiertamente de ser un intelectual venal que ha fundado Revista de Occidente para orquestar sus bombos. O la que escribe a su “suyísimo” Antonio Machado, uno de los contados amigos con los que se tutea; más que una carta parece JR estar enviándole los padrinos: “Te agradezco mucho el ejemplar de lujo que me mandas de tus Nuevas canciones, avalorado por los manuscritos de las poesías olvidadas de imprimir en él y tu dedicatoria, pero razones superiores me obligan a no cometer la farsa de aceptarlo y te lo devuelvo, rogándote que me dispenses. Tu antiguo amigo, JRJ”. ¿A qué razones superiores se refería? ¿Qué edición de lujo es esa, que no conocemos? Probablemente JR no la enviara nunca, pero jamás tampoco dejó de reconocer, allí donde tuvo oportunidad de decirlo y hasta que murió, la altísima estima en que tenía al poeta sevillano, una admiración sólo compartida por él con la que sentía también por Unamuno. O la que le envía a la viuda de un escritor, Icaza, que le solicita un elogio de su marido y a quien con enorme tacto le dice que su marido no habría aprobado que dijese de él, muerto, lo que no dijo en vida.
Todas, pues, tienen su pequeño, gran valor. En todas aprende uno algo. En unas, las escritas a su familia o a los niños (bellísima la que envía a una Isabelita García Lorca de doce años), le vemos más humano que nunca, ni envidioso ni envidiado, ni a la defensiva ni atacante; y en otras, las literarias en general, nos asombra su exigencia de ser justo en todo, en la obra y en la vida. Que lo exigiera a otros, le hizo sumamente antipático a muchos. Se lo dijo él mismo a Díez-Canedo en 1921. Qué lejos estaba entonces de pensar que ese vaticinio acabaría cumpliéndose fatalmente: “¡Y con este “delirio de perfección”, según Alfonso Reyes… ¡acabaré en un manicomio!”. Sólo que a uno, incluso loco, le parece JRJ el más cuerdo de los hombres. Y, como solía decir su amigo, el también “difícil” Ramón Gaya: “Yo lo encontraba simpatiquísimo”. Basta leer estas cartas para verlo.
[Publicado en El País, Babelia, el 16 de junio de 2012]
Carta de JR a Miguel Pérez Ferrero escrita en la anteportada de su libro Poesía el 20 de oct. 1936 e incluida en el volumen que se comenta. |
Leí "Las armas y las letras" y me empapé de (aparte la posición que tomaron los literatos ante el terremoto de la Guerra Civil, que es el objeto del libro) múltiples detalles de la intra (o infra) historia de la literatura española de esos años. Gracias a ese y otros libros, sabemos que Lorca profesó clara enemistad e incluso menosprecio a Hernández, y ahora leemos lo que JRJ escribió de Machado. Todo esto está bien saberlo y es sin duda interesante, pero yo prefiero leer los poemas (las obras literarias en general) olvidándome, en lo posible, de todas esas circunstancias o interioridades que con el tiempo quedarán reducidas -a fin de cuentas- a escaramuzas biográficas, a una especie de chismes o cotilleos relativos a los autores. Lo que finalmente queda es la obra, independientemente de que su autor fuese guapo o feo, simpático o antipático.
RépondreSupprimerAITOR SUÁREZ
...traigo
RépondreSupprimerecos
de
la
tarde
callada
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
HEMEROFLEXIA
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE BAILANDO CON LOBOS, THE ARTIST, TITANIC SIÉNTEME DE CRIADAS Y SEÑORAS, FLOR DE PASCUA ENEMIGOS PUBLICOS HÁLITO DESAYUNO CON DIAMANTES TIFÓN PULP FICTION, ESTALLIDO MAMMA MIA,JEAN EYRE , TOQUE DE CANELA, STAR WARS,
José
Ramón...
Ahora bien, debo añadir que no todo el mundo actúa con los parámetros que dejé indicados en mi comentario anterior. Tengo una amiga que, a raíz de enterarse de que Neruda había abandonado a una hija enferma de corta edad, dejó radicalmente de leer a este poeta, que hasta entonces le gustaba.
RépondreSupprimerTodo esto da para un buen debate, ¿verdd?
AITOR SUÁREZ
Pues yo creo que tu amiga hizo bien en no seguir leyendo a Neruda. Un desalmado, como la propia palabra dice, carece de alma, que es lo único que se requiere para escribir poesía, además de talento para escribir poesía, claro.
RépondreSupprimerYo solo escucho o leo cosas buenas de JRJ, no solo en el aspecto literario sino ético . Voy a leer ese epistolario , es un género del que apenas he leído nada y según lo pinta parece un libro muy interesante .
RépondreSupprimerChao
Un poco pesadito el de zumo de poesía, ¿no?
RépondreSupprimerJuan Ramón Jiménez es el maestro. Y, efectivamente, basta leerlo, tanto en verso como en prosa, para darse cuenta de ello. Pero ya hay ediciones anteriores de sus cartas y una no es tan friki como para comprar también la de la residencia de estudiantes.
Las mermadas ediciones anteriores de las cartas son lo realmente "friki", y decir que su antiguo editor, el limitadísimo Garfias, que hizo buenamente tanto -o tan poco- como sus limitaciones le permitieron, fue un gran juanramonista, más "friki" aún...
RépondreSupprimerGarfias hizo lo que pudo y como pudo en unos años difíciles, en los que todo era hostilidad en torno a JRJ. El interés por este era muy limitado en las editoriales españolas, que probablemente se habrían negado a publicar un tomo como el que ahora se comenta, y la edición de Leyenda, que preparó Sánchez Romeralo en 1978, se saldó tres o cuatro años después en el Corte Inglés. La memoria es estupenda para estas ocasiones. Conocimos por primera vez textos de JR, hasta entonces inéditos, en sus ediciones. Cuando él trabajaba desinteresadamente en JR la casi totalidad de los filólogos y poetas españoles estaban estudiando qué sé yo, a Jorge Guillen por ejemplo, como Gil de Biedma o peor todavía, a Vicente Aleixandre. Habían conseguido que JRJ fuese la irrisión de ese mundillo.
RépondreSupprimerEso dije: "buenamente" y "limitaciones", y no por eso es un gran estudioso de JR, sino un buenamente limitado estudioso de JR. Sánchez Romeralo es otro cantar.
RépondreSupprimerLa hostilidad es lo que suele haber en torno a quien destaca en cualquier ámbito. Eso lo sabe el señor que escribe en este blog, todos los que lo hayan experimentado en sí mismos y los agudos observadores, que no son cortos de miras. Hay otros, en cambio, que no son más que topos con soberbia intelectual. ¡Pobre Juan Ramón! (¿Se refería, cuando dijo "a la minoría, siempre", a los ilimitadísimos y cultísimos que andan siempre irritadísimos por tanto preocuparse en mostrar su ilimitadísima erudición?). Puede que yo no sea nada, que sea lo mismo que una mierda, pero al menos sé que nuestro saber y capacidad tiene sus límites.
RépondreSupprimerPase rozándome otra de cuchillos desde Sevilla. Y que siga amargándose, si así lo desea, el antipático lanzador sin puntería, allá en la islita que se hundirá con él encima y sin mí, que no pienso visitarla.