SE cumplen este 2014 los cien años de la publicación de Platero y yo, y en breve aparecerán unos cuantos libros capitales de JRJ (entre ellos Vida, el proyecto autobiográfico de JR que se quedó inacabado, como tantos de sus libros, y el primer tomo de la esperada biografía del ya probado y excelente biógrafo juanramoniano Antonio Campoamor González). Con estos motivos de fondo la revista Mercurio me pidió un escrito sobre JR, "un estado de la cuestión para profanos"; es este. Pido disculpas a quienes le hayan leído a uno esas mismas ideas otras veces, y les resulten reiterativas.
* * *
Hemos conocido en estos últimos cuarenta años
algunos cambios significativos en la historia de la literatura española y en la
apreciación de ciertos escritores. Digámoslo ya: si se transplantara a un lector
de hace cuatro décadas a las librerías de hoy, o a un seguidor de los suplementos y
revistas literarios de entonces a los de ahora, quedaría asombrado, haciéndose
cruces del sic transit gloria mundi y demás contingencias. En pleno
delirio por la poesía de Vicente Aleixandre, cuyo premio Nobel nos resultó a
algunos tan exótico como el de Echegaray, ciertos poetas y críticos eminentes
de entonces no tenían rebozo alguno en tildar a Antonio Machado de poeta “para
maestros de escuela” y a Juan Ramón de poeta “de casino de pueblo”. Por suerte
para Unamuno, de este ni siquiera se acordaron. Hablamos de los tres más
grandes poetas del siglo XX en español, comparables a Lope, San Juan de la Cruz
o Quevedo. Y no decían tales gracietas porque fuesen más bravos que nadie, sino
porque se sentían impunes: la sociedad los secundaba, y lo soltaban, eso y más,
como aquello tan chistoso de que tenían que llevarse de nuevo a Solschenitzin
al gulag porque se estaba poniendo muy pesado precisamente denunciado el gulag.
En el terreno de la prosa las cosas no estaban mejor. Sólo Valle-Inclán, un
carlista dannunziano de circulación restringida, parecía haber sobrevivido a la
liquidación por derribo. Baroja, Azorín, una vez más Unamuno, d’Ors, Pérez de
Ayala o Gómez de la Serna, fosilizados en los libros de texto como antiguallas,
no tenían apenas implantación social ni el prestigio que expendían los
mandarines, cuando no estaban estigmatizados por haber elegido el bando
equivocado en la guerra civil. Tanto es así que algunos llegaron a pensar que
estos autores eran franquistas sólo por figurar en los libros de texto que se
estudiaban entonces en España.
Desde luego que a Juan Ramón no lo “descubrimos”
nosotros, los happy few que entonces empezábamos a escribir y a buscar para la literatura
española otro canon menos espumoso acaso, pero más cercano y cordial. A Juan
Ramón se le estudiaba, se le leía, se le editaba, por supuesto. ¿Dónde,
quiénes, cómo? ¿Dónde? En la universidad, por profesores, como Sánchez Romeralo
o Eugenio Florit, a quienes no importó en absoluto ocuparse de un autor
“desprestigiado” en el “cogollito”, por usar este término tan querido de madame
Verdurin: ingente, cursi, neurótico, hipocondríaco, atacado día sí y día
también por la crítica artillada y prestigiosa de los “profesores poetas” desde
todos las cotas eminentes del hispanismo mundial: Salinas, Guillén, Alonso,
Cernuda y la chusma universitaria enrolada en sus armadas (léase chusma en su
acepción náutica, por favor). ¿Quiénes? Los amantes de la poesía, pocas gentes
anónimas a quienes no importaron tampoco las burlas que se circulaban sobre Platero y yo (uno de los libros
más hermosos de nuestra literatura), poetas que habían de leerlo en secreto,
con gusto y devotamente, en sus rincones provincianos (Córdoba, por ejemplo, o
Málaga o Sevilla) y acaso otros que años después, cuando rolaron los vientos,
se apresuraron a confesar que se habían destetado poéticamente en las páginas
de la Segunda Antología, tras haber pasado la tarde en la calle Velintonia. ¿Cómo?
Quienes buscaban hace cuarenta años los libros de JRJ apenas tenían
dificultades si lo hacían en las librerías de viejo. Se encontraban aún muchos
de ellos en sus ediciones originales, cuidadas por el propio poeta, a un precio
no sólo razonable, sino asequible al bolsillo de un joven en paro, como lo era
uno entonces. Que se encontraran en la edición original era importante,
imprescindible diríamos para comprender cabalmente aquello que había dicho el
propio JR, “en edición diferente los libros dicen cosa distinta”, ya que tanto
empeño había puesto él en la renovación tipográfica española como en la
renovación poética. ¿Y en las librerías de nuevo? Muy poca cosa o mucho, según
se mire. En todas ellas existían estos tres libros, dormidos en sus anaqueles: Platero,
y yo, la
Tercera antolojía poética (en la que trabajaron Zenobia y Eugenio Florit durante años,
hasta la muerte de Zenobia) y las Obras completas de la editorial Aguilar,
publicadas al rebufo del Nobel, y sólo por esta circunstancia (y es un decir lo
de completas: sólo figuraban en ellas y de manera acrítica los libros editados
en vida de su autor, y en una edición tan estrafalaria –guaflex azul turquesa y
“papel fumadero”, como él llamaba al papel Biblia–, que se diría hecha a
propósito contra JRJ). Había algunos libros más, desde luego (todos aquellos de
prosa, ensayos y cartas editados en Aguilar también por otro de los “leales”, a
quien tanto debemos los lectores de JRJ, Francisco Garfias, y las reediciones
que se habían venido haciendo en la editorial argentina Losada de los títulos
más significativos, por no hablar, claro, de la ejemplar dedicación de los
herederos del poeta, con Francisco Hernández-Pinzón y su hija Carmen,
combatidos y cuestionados a menudo principalmente por aquellos a los que ni
siquiera interesaba JRJ, luchando contra viento y marea para mantener vivos su
recuerdo y su legado), pero en esos anaqueles siguieron todos esos libros
muchos años, hasta desparecer de ellos poco a poco bien entrados los noventa
del siglo pasado, al tiempo que se iba produciendo eso que se ha dado en llamar
“cambio de tendencia”, quiero decir, un giro paulatino y evidente en la
consideración ética y estética de Juan Ramón. Pero lo cierto es que ningún
lector interesado de verdad en JRJ había dejado nunca de tener a mano
suficientes libros suyos como para seguir leyéndolo y estimándolo en lo que es.
Sólo hubiera tenido que pasarse por una librería de nuevo o de viejo, alargar
la mano, pasar por caja y llevarse a casa alguna de las obras cumbre de la
poesía española de todos los tiempos, quiere decirse aquí que quien no lo leyó
hasta Lírica de una Atlántida –la mayor parte de cuyos textos se habían venido
publicando con anterioridad, por cierto– no fue porque fuese difícil acceder al
poeta, sino porque tenía la cabeza puesta en otras cosas o en otras partes, en
Velintonia, por ejemplo, o abismada en peliagudas hermenéuticas de ciertas
místicas, siempre tan rediticias.
¿Qué sucedió para que cambiaran las cosas, cómo pasó
JRJ de ser considerado un “poeta de casino de pueblo” a serlo como uno de los
grandes poetas de todos los tiempos?
Aunque él mismo lo había vislumbrado (“Cada vez que
se levante en España una minoría, volverán la cabeza a mí como al sol”),
influyó mucho por un lado el descrédito de las poéticas de la vanguardia,
vistas hoy la mayor parte de ellas como juegos bastante párvulos, y por otro el
descrédito político de esas mismas vanguardias, tanto en su versión negra, azul
o roja, como corresponsables de los totalitarismos del siglo XX. Y al menos uno
percibió algo en lo que JR, que tantas veces había sido ridiculizado como un
marfilópata hiperestésico, venía insistiendo también desde los años treinta,
antes de ese exilio de más de veinte años en el que murió: no es posible la
estética sin una ética que la sostenga, el poeta es uno vistiendo, escribiendo,
componiendo sus libros, relacionándose con unos y con otros, viviendo en
sociedad en definitiva: la poesía exige de cada uno de nosotros una conducta
noble, recta, sin engaños, sin trapacerías, siempre del lado de quienes más
necesitan de nosotros y de nuestros desvelos… Baste acercarse a su libro Guerra
en España
para corroborarlo. El poeta hace mejor el mundo descubriendo, mediante su
escritura, lo mejor suyo. Esas ansias de perfección y de belleza son en él una
fatalidad, algo a lo que no podrá sustraerse. Y descubrir lo mejor del mundo es
en sí mismo hacer un mundo mejor, más habitable, recto y noble. He ahí resumida
toda su filosofía poética. La rosa, la mujer, la obra, las ciudades, los
viajes, los amigos, los maestros, el dolor, la dicha sólo son instrumentos de
conocimiento y de vida que nos conducirán a un mundo en el que la gente no hará
obras poéticas ni mucho menos esteticistas. El poeta, y quien le acompañe en
ese viaje, habrá dejado entonces de hacer poesía para ser poesía viva,
transformando el mundo en algo mejor que esto que conocemos. La poesía es, sí,
sólo un camino hacia la plenitud vital y poética.
La tarea ingente que se propuso tenía por fuerza que
quedar incompleta. La abordó desde infinidad de flancos: poemas, ensayos,
aforismos, prosas, retratos, clases, conferencias… En todos ellos percibimos el
mismo impulso: vivir hacia adentro, en la atención extrema y permanente, desde
que uno se levanta hasta que se acuesta, contribuye como pocas cosas al
mejoramiento de lo de afuera. Lo demás, el precio que pagó por ello, es sólo
anécdota: es cierto que se volvió loco de sí mismo (estuvo enfermo toda su vida
de males reales e imaginarios), y que fue exigente consigo tanto como con los
demás (intransigente sólo con la estupidez o la malevolencia o la calumnia, sus
famosas “malas pulgas”), pero hay en toda su obra una tensión inaudita en
alguien que escribió tantísimo y que corrigió de manera neurótica mucho más,
dándole tarea de sobra a los filólogos de los próximos mil años. Aunque a todos
aquellos que quieran acercarse a su obra en este tiempo que tan distraídos nos
trae y nos lleva, podrían bastarles, sí, esos tres o cuatro libros que
durmieron durante décadas en los estantes de las librerías españolas: Platero
y yo, su
Tercera antolojía, Españoles de tres mundos y una selección de sus aforismos
(los suyos están a la altura de los mejores, de Lichtenberg a Nietzsche).
Volvemos a estar como entonces, como hace cuarenta años, pero de qué modo tan
distinto.
El tiempo irá dejando a un lado las anécdotas que
rodearon su vida y que le hicieron objeto de todo tipo de leyendas, burlas y
puyas, y nos lo presentará tal cual fue: un hombre cabal, refinado y sensual
como un príncipe árabe (él mismo bromeaba a propósito de su barba nazarí y su
sensibilidad oriental) y austero como un cuáquero (no en vano fue siempre un
hombre de la Institución Libre de Enseñanza, parco en el comer y el vestir,
fiel amante de su mujer (a quien “adoró como a la mujer más completa del mundo,
y no pudo hacerla feliz”, diría al final de su vida sumido en la depresión, sin
ser exacto del todo: la hizo feliz como él podía hacerla feliz), disciplinado,
trabajador, franco en el trato, amante de los niños y preocupado por su
instrucción, principalmente la de los más pobres). La posteridad, sí, nos lo
presentará como el poeta completo, único, extraordinario que buscó en la tierra
firme de la belleza el sentido de la vida, el legítimo sentido de la vida que
la vida nos desbarata de continuo con sus crueles galernas. Y tenerlo con
nosotros siempre, con su vida tan desdichada como decente y su obra feliz, es,
tal y como decía Leopardi, un consuelo, pero también un ejemplo y una deuda que
afortunadamente jamás podremos saldar porque nos mantendrá a su lado.
Es la bondad que trasmite , un hombre al que Hannah Arendt puso como ejemplo de la grandeza de los hombres buenos en las peores situaciones . Luego sus poemas están escritos de forma inigualable , llevo poco tiempo leyendo poesía pero Bukowsky se me parece mucho a Juan Ramon en el fondo la poesía es como el " duende flamenco " y tienes que nacer para ello , todos los grandes poetas llegan mucho al corazón y son necesarios por eso resucitan y esa magia es una aportación de Internet y de los escritores que nos inducen a conocer a los maestros . Juan Ramón hace afición y con Cervantes y Valle Inclán son ahora los españoles de más prestigio.
RépondreSupprimerCon Juan Ramón uno siente la plenitud de la vida, de cada instante. Es el fervor y la calma unidos. Es un poeta que se basta a sí mismo. Cada vez que se lee un poema siempre es diferente en un matiz, en un recodo que pasó desapercibido en la primera lectura, nos abre de nuevo ventanas a sensaciones nunca antes percibidas. Algo cercano en su lejanía. Inabarcable, por eso siempre sugerente y novedoso.
RépondreSupprimerHace usted una síntesis magistral. Quizás se repita en algún punto, sí, pero con este tema debiera usted hacer lo mismo que Bach con las Variaciones Goldberg, modular y remodular en una embriaguez rapsódica, en una fuga incontenible -que diría JRJ-, hasta que se enteren las mismísimas piedras. Queda aún mucho tópico y, sobre todo, mucho joven que necesita que le abran esa puerta hacia lo que verdaderamente vale la pena. Usted sabe. Usted puede.
RépondreSupprimer[Folio de otro siglo, válido en este también. En dos comentarios.]
RépondreSupprimerJUAN RAMÓN JIMÉNEZ, “Ideolojía (1897-1957)”. Anthropos, Barcelona 1990.
En la dedicatoria del ejemplar de sus “Poesías” que tuvo la bondad de enviarme, hace años, don Miguel de Unamuno, el maestro me dice: poeta, esto es, “creador y contemplativo”.
Eso creo que es el poeta y eso creo que soy yo.
***
Cada vez me afirmo más en mi idea: no puedo hacer nada mejor en el mundo, ni en mi vida, que cultivar con mi poesía escrita los sentimientos delicados de los demás, tan necesarios en nuestro “fuerte” mundo de hoy.
***
A veces, siento vergüenza de ciertas poesías mías como una mujer recatada de sus más íntimas desnudeces.
***
En los momentos de mayor emoción me es imposible escribir nada; lo que me pone la lira en la mano es la nostaljia de la emoción.
***
La crítica [...] me importa a mí tan poco, como a la naturaleza deben importarle las leyes honradas que le hacen un físico o un químico.
***
Temed que los viejos alaben vuestra obra. Es el comienzo de la decadencia.
***
Antes, mi afán al estudiar era “saber”, hoy es “aprender”.
***
Yo quiero parar, clavar los ojos en las cosas, verlas a ellas; pero las traspaso sin querer, son sólo un cristal para mí, les veo lo de detrás ¡ay! a través de ellas.
***
Soy como un pájaro enjaulado.
Mi destino es mirar el cielo azul, comer y cantar. El porvenir no debe preocuparme. La cosa es bien sencilla: el día en que no tenga qué comer, me moriré de hambre.
***
Soy humilde entre los serios, orgulloso entre los vanidosos.
***
Los demás piensan y sienten algunas veces; yo siento y pienso siempre. Ésta es la razón de mi dolencia.
***
Lo que espero no lo sé. Sí sé que esperándolo solamente no se consigue nada. Pero yo no puedo hacer otra cosa que esperarlo.
***
Tengo necesidad de hacer como si fueran definitivos hasta los actos más triviales y pasajeros de la vida diaria.
***
¡Qué tristeza esta de morir sin haber visto todos los paisajes, sin haber leído todos los libros!
***
¡Qué tristeza tan amarga esta de irse dando cuenta de que las personas que lo rodean a uno, con quienes uno debiera vivir, son frívolas, vulgares, convexas, chabacanas! ¡Oh, qué malestar!
***
Mi corazón es como esas ramas movidas por el huracán donde hay una algarabía de pájaros. El viento se lleva la música a donde quiere.
***
A mí la belleza me hace llorar.
***
Estoy arrepentido de haber cultivado tanto mi espíritu: el arte en mí, ha tomado caracteres enfermizos, de idea fija.
***
Me dicen: ¿Por qué no sales a la vida? Te dará nuevas emociones... –¡Bah! Estoy creando un nuevo universo.
***
Me dicen algunos: “Por qué no escribe” usted cosas menos tristes... ¡Pero... si yo no soy “escritor”...!
***
No hay que hablar de fraternidad. Todo es lucha y lo seguirá siendo siempre. Lucha entre cada parte del mundo; dentro de cada parte, entre las naciones; en la nación, entre las rejiones; en la rejión, entre cada provincia; en la provincia, entre cada pueblo; en el pueblo, entre cada familia, en la familia entre cada individuo; en el individuo entre cada él.
Soy como una fuerza débil de la naturaleza, como la verbena que vive bajo el peso de la roca.
RépondreSupprimer***
Soy un mártir del perenne proyecto fujitivo.
***
Quisiera que me dejaran “ser lo que soy”.
***
Un día no es un día de la vida, sino una vida. Y no sirve, y es necio hacer propósitos para la vida de otro día.
***
Mientras tengamos la suerte de estar arriba, tapemos la tierra toda (el oscuro abajo) con flores, con luz, con alma.
***
Todos ¡qué prisa! Yo, con mi paso.
***
Martilleaba el hierro, y el hierro daba rosas ¡de fuego!
***
¡Se duelen muchos de ser pobres, y no han tocado siquiera los tesoros de su espíritu!
***
Una sola cosa no necesitamos aprender: rezar.
***
La fuerza y la tristeza hacen la melancolía; la debilidad y la tristeza hacen la desesperación.
***
¡Qué felicidad esta de poder pensar tranquilamente en que no somos felices!
***
Más vale no tener una cosa y saber sentirla que tenerla y no saberla vivir.
***
El poderoso nunca agradece el sacrificio; el humilde siempre lo supera.
***
El cuarto mandamiento de la Ley de Dios podría ser reemplazado con ventaja por este otro: Que los padres y las madres procuren merecer ser honrados por sus hijos.
***
Creo que la alegría no es más que la elevación sobre un descenso.
***
Qué bello es poder hablar de una pena cuando se tiene la seguridad de que va pasando.
***
En cada hombre están latentes todas las ideas como todos los microbios. Así, cuando leemos las de otros, inmediatamente nos parecen nuestras y naturales.
***
Cuánta cosa innecesaria hay que hacer para lo necesario.
***
Dice Don Juan: Todas las mujeres; Taine: Todos los libros. Me parecen muy parciales los dos. Yo me conformo con este equilibrio “estable”: Todas las mujeres y todos los libros.
***
En el libro en que yo empecé a estudiar alemán, recuerdo que el autor había puesto al frente de su prólogo esta cita:
“El que aprende una nueva lengua, adquiere una nueva alma”.
***
“ANTEROS”. ¿La cima (que es la sima) de mi antipatía? Una misa de campaña, en una plaza de toros, cosa frecuente en España.
¡El cura, el militar, el torero... y el público de ellos tres!
***
No siento nunca tristeza mayor que después de haber hablado mucho.
***
¡Señor, que se me olvide hablar!
***
Lo que más indigna a los charlatanes es un ejemplo silencioso y noble.
***
El verdadero talento es asceta, como la verdadera virtud; se nutre de la soledad y el silencio.
Los vellos de punta de tanta belleza. Desde mi visión, es miserable leer un texto desde la miopía deformante del prejuicio. Se puede admirar el anhelo incesante de perfección de Juan Ramón, el verbo flamígero de Alberti (en muchos de sus poemas), el incorformismo preñado de dolor de Cernuda o el clasicismo de Unamuno, por citar a autores que nombra, sin la presencia constante de la ideología. Gracias AT. El Criticón Lector.
RépondreSupprimer"ciertos poetas y críticos eminentes de entonces no tenían rebozo alguno en tildar a Antonio Machado de poeta “para maestros de escuela” y a Juan Ramón de poeta “de casino de pueblo”."
RépondreSupprimerDe muestra, un botón:
"Siempre sospechamos que Juan Ramón Jiménez había sido un espantoso cursi, pero sólo tras leer los retratos que de él hace Cansinos se da uno cuenta de hasta qué punto el padre del burro Platero es un personaje desmesuradamente hinchado. Igual sucede con Ramón Gómez de la Serna...
(Félix de Azúa en 1983)
"sus aforismos (los suyos están a la altura de los mejores, de Lichtenberg a Nietzsche)".
Exacto. JRJ es, con Gracián, el mejor aforista español.
"sus famosas “malas pulgas”..."
"Su asombro lo llevaba a veces al rencor. [...] Por su rencor se igualaba con Góngora, el brillador. Sus sarcasmos tenían algo de la honda de David, entrando con su cancioncilla y sus cordeles en el corralón de la pesadez. El reverso de su éxtasis era la lucidez en el rencor. «Hablo a todos los que me han hecho mudo». Su rencor nacía de ese paredón de la mudez, la propia por obligado asedio; la ajena, por negación de la gracia."
(J. Lezama Lima)
"La esencia última del carácter de una persona de esta importancia es muy difícil de precisar. Tú subrayas su franciscanismo, sus tonos delicados, en fin, la cosa que había en él de devoto de la infancia... Pero había también lo protervo, lo demoníaco, lo encendido en cólera y reacciones dementísimas que eran también uno de los centros de su alma. Entre estos dos polos de amor y de odio se movía apasionadamente la personalidad de Juan Ramón. Yo, en efecto, lo conocí mucho. Yo tenía entonces veintipico de años y me mostró una gran simpatía; inolvidable en mis recuerdos."
(J. Lezama Lima)
"Jaime Benítez, rector de la Universidad de Puerto Rico, me cuenta los penosos detalles de la muerte de Juan Ramón, de la de Zenobia. De cómo la noche del fallecimiento de ésta quiso llevarse al gran hombre y de cómo se negó:
-¿Conoce a algún campesino andaluz que abandone el cuerpo de su mujer la noche de su muerte?
Veló, deshecho."
(Max Aub. Diarios)
"Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida."
(J.R. Jiménez)
Muy grande , lo lees y te impresiona . He leído alguna carta de Juan Ramon y me gustan más que las de Kafka a Malena aunque se marcan un rollo similar . No sabia de la existencia de esa obra en prosa , estoy interesado en ella y seguro que supone otro aldabonazo a la leyenda de JRJ ; tardará pero con el tiempo será considerado un autor al nivel de Kafka o Borges , sus huella son imborrables y marcan el camino de la dignidad ..
RépondreSupprimerAl señor tan divertido que dice "llevo poco tiempo leyendo poesía pero Bukowsky se me parece mucho a Juan Ramon", yo solo me atrevería a aconsejarle con el máximo respeto que persevere en su afición y lea un poquito más.
RépondreSupprimerEspero que, de ese modo, dispondrá de más de un término de comparación -o, al menos, ¡no tan disparatado!-; se abstendrá de decir lo primero que le pase por las mientes y de poner a JRJ en una compañía como esa...
David Fdez.
¿Qué JRJ llegará a ser un autor al nivel de Kafka y Borges? Ay... Es como decir que Mozart estará algún día al nivel de Michael Jackson... ¿Y qué tienen que ver esos literatos con un Poeta?
RépondreSupprimerAlgunos textos de JRJ sobre la muerte. (Lo que caracteriza a un poeta es que logra decir con palabras cosas que, en puridad, son imposibles de decir con palabras.) Ahí van los textos:
RépondreSupprimer¿Qué le pasa a una música que deja de sonar; qué a una brisa que deja de acariciar; y qué a una luz que se apaga? ¿Qué males les suceden? ¿Les pasa mal alguno? Muerte, di, ¿y qué eres tú sino silencio, calma y sombra?
...
¡ Crearme, recrearme, vaciarme, hasta que el que se vaya muerto, de mí, un día a la tierra no sea yo. Burlar honradamente, plenamente, con voluntad abierta, el crimen, y dejarle este pelele negro de mi cuerpo, por mí !
...
¿Por qué este espanto de la muerte? ¿No morí ya niño, no morí adolescente, no morí joven?
.........
¡ Hermana de la vida, hermana de mi amor: la vida; bella lo mismo que ella; pobre hermana, tan triste, sin nadie que te quiera !
.........
…y hundirse, con la frente descompuesta, en el oscuro “nunca” hondo.
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Madre que nos espera, como madre final, con un abrazo inmensamente abierto, que ha de cerrarse un día, breve y duro, en nuestra espalda para siempre.
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¡ Adiós, adiós ¡ ¡ Qué grato el irse, cuando se queda uno en todo !
(Por otro lado, hoy en ZdeP publicamos un poema de Andrés Trapiello.)
Es de suponer que un escritor como Azúa no utilice el termino hinchado sino inflado o insuflado y me jugaría algo que se trata de una errata y lo que quiere decir es " desmesuradamente henchido " puesto que tanto Platero como Ramon ocuparon un lugar ampliamente vacío y desolado .
RépondreSupprimerRegalen libros por Reyes
. Que le podría yo decir con el máximo respeto : que sus criticas son muy provechosas , cariñosas y de una escritura alegre y desenfadada , vamos que aquí tiene un amigo , virtual pero amigo . Gracias por sus consejos y poner los puntos sobre las íes , reconozco que poner en el mismo plato a JRJ y a Buk. es una herejía y pido disculpas por ello , no repetiré jamás esa comparación aunque decir que alguien se te parece a otro no es verdad ni mentira sino un parecer . No por mucho leer libros se aprende a escribir y eso lo tiene que reconocer usted , el que no tiene gracia escribiendo es como el que no tiene mano cocinando .
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