4 janvier 2014

Las rosas nunca llegan tarde

LAS rosas nunca llegan tarde.
* * *
No hay rosa pequeña, no hay rosa fea, no hay rosa muerta.
* * *
Rosea, que algo queda.
* * *
"La rosa no cansa" ("Mamá Pura" a JRJ).

Las Viñas, 24 de diciembre de 2013

20 commentaires:

  1. La fuerza de la rosa . El Valladolid jugará hoy contra el Betis con una indumentaria rosa , importante hecho solidario de los jugadores en la Lucha contra el Cáncer de Mama . Me tira más el Betis pero en este caso voy con los pucelanos .

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  2. "La rosa es sin porqué, florece porque florece.
    No se presta atención a sí misma, no se pregunta si alguien la ve".
    (Angelus Silesius. El peregrino querubínico. Libro I, 289).

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    1. [“La tejedora de risas”: así tituló ayer Ana (8 años) su último cuento. “Lo has leído, no te lo has inventado”, suelen enfadarla sus abuelos. En un par de buscadores aparecen tejedoras de sueños, destinos, palabras o muertes, pero ahora mismo, ninguna de risas. “Die Rose”: como sabe, Borges cedió a Angelus Silesius, en su alemán, el resumen y conclusión de una conferencia sobre la poesía.]

      « (...) Una curiosa metáfora de un poeta hindú, que no sé si puedo apreciar del todo, dice: “El Himalaya, esas altas montañas del Himalaya (cuyas cumbres son, según Kipling, las rodillas de otras montañas), el Himalaya es la risa de Shiva”. Las altas montañas son la risa de un dios, de un dios terrible. La metáfora es, en todo caso, asombrosa.

      Tengo para mí que la belleza es una sensación física, algo que sentimos con todo el cuerpo. No es el resultado de un juicio, no llegamos a ella por medio de reglas; sentimos la belleza o no la sentimos.

      Voy a concluir con un alto verso del poeta que en el siglo diecisiete tomó el nombre extrañamente poético, real, de Angelus Silesius. Viene a ser el resumen de todo cuanto he dicho esta noche, salvo que yo lo he dicho por medio de razonamientos o de simulados razonamientos: lo diré primero en español y después en alemán, para que lo oigan ustedes:

      “La rosa sin porqué florece porque florece.”

      Die Rose ist ohne warum; sie blühet weil sie blühet. »

      [ Sin un porqué,
      toda rosa florece
      porque florece.

      Mejor, tradúzcase al japonés con sus trazos e ilustraciones.]

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    2. “Hacerse un nombre”, repiten jefes y padres. Caramba, no siempre. Alguna vez, contra vanidad, buen anonimato. El nombre de la rosa, el de su autor y los porqués, importan mucho menos que la rosa. Que de vez en cuando resucite sin testigos a nadie hace daño. (El cuento estará en la red. Para mis clases nocturnas de instituto, yo lo mecanografié hace ya tiempo. Vaya, pues, aquí la rosa).

      Jorge Luis Borges
      LA ROSA DE PARACELSO
      De Quincey: "Writings", XIII, 345

      En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.

      El maestro fue el primero que habló.

      ―Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente ―dijo no sin cierta pompa―. No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?

      ―Mi nombre es lo de menos ―replicó el otro―. Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.

      Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio la vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa le inquietó.

      Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:

      ―Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.

      ―El oro no me importa ―respondió el otro―. Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.

      Paracelso dijo con lentitud:

      ―El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.

      El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:

      ―Pero, ¿hay una meta?

      Paracelso se rió.

      ―Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que “hay” un camino.

      Hubo un silencio, y dijo el otro:

      ―Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.

      ―¿Cuándo? ―dijo con inquietud Paracelso.

      ―Ahora mismo ―dijo con brusca decisión el discípulo.

      Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.

      El muchacho elevó en el aire la rosa.

      ―Es fama ―dijo― que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.

      ―Eres muy crédulo ―dijo el maestro―. No he menester de la credulidad; exijo la fe.

      El otro insistió.

      ―Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.

      Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.

      ―Eres crédulo ―dijo―. ¿Dices que soy capaz de destruirla?

      ―Nadie es incapaz de destruirla ―dijo el discípulo.

      ―Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?

      ―No estamos en el Paraíso ―dijo tercamente el muchacho―; aquí, bajo la luna, todo es mortal. (…)

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    3. (…) Paracelso se había puesto en pie.

      ―¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?

      ―Una rosa puede quemarse ―dijo con desafío el discípulo.

      ―Aún queda fuego en la chimenea ―dijo Paracelso―. Si arrojamos esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.

      ―¿Una palabra? ―dijo con extrañeza el discípulo―. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques.

      ―En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.

      ―No me atrevo a preguntar cuáles son ―dijo el otro con astucia o con humildad.

      ―Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.

      El discípulo dijo con frialdad:

      ―Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.

      Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:

      ―Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.

      El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:

      ―Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?

      El otro replicó tembloroso:

      ―Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.

      Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.

      Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:

      ―Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.

      El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.

      Se arrodilló, y le dijo:

      ―He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.

      Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?

      Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.

      Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.

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  3. Las flores demuestran que, en general, los insectos y los humanos tenemos gustos estéticos muy similares. Quién iba a decirlo: nos gustan los mismos olores y colores que a las abejas y otros invertebrados. Porque (siento decirlo) las flores tienen pétalos y perfume para atraer a los insectos, que son sus “fecundadores” oficiales. Los humanos les importamos una higa (lo que quiera que sea eso).

    Otra cosa llamativa es que las flores tienen nombres (casi tan bonitos como ellas: jazmín, amapola, lirio, azahar, alhelí, azucena…, a menudo de origen árabe), pero luego resulta que los frutos en que se convierten no tienen nombre. Sí: al no ser frutos comestibles, carecen de palabra. De las que he nombrado el único fruto con nombre es el del azahar. Claro, la naranja (porque se come).

    Hace poco leí que el fruto del rosal es comestible y que en algunos países se usa para cocinar, siendo una estimable fuente de vitamina C. Tal vez el Sr. Trapiello, que –como Antonio Machado- sabe de campo tanto o más que de literatura, nos pueda dar más datos.

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  4. Oh rosa, contradicción pura
    Placer de no ser sueño de nadie...

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  5. Charles Bukowski4 janvier 2014 à 18:21

    EL AMANTE DE LAS FLORES
    En las montañas de Valkeri
    entre los pavorreales que se pavonean
    encntré una flor
    tan grande como mi cabeza
    y cuando me estiré para olerla

    Perdí el lóbulo de la oreja
    parte de la nariz
    un ojo
    y la mitad de la cajetilla decigarrillos

    regresé al siguiente dia
    con la intención de cortar
    aquella maldita cosa
    pero la encontré tan hermosa
    que en cambio maté
    a un pavorreal

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  6. La belleza no sabe de sí, no tiene conciencia, por estar graciosamente fuera del tiempo y a la vez en su mismo núcleo: La belleza es el agujero negro de la eternidad.

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  7. Rosa Díez por llegar tarde tuvo que fundar UPy D. Unión de Perdidos y Despistados.

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  8. NOSOTROS seres humanos,
    retorciéndonos entre
    las flores que se abren. ( ISSA )

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  9. Silvio SALVATICO4 janvier 2014 à 19:39

    Me ha gustado esto de Paracelso , creo que Borges da en el clavo ya que cuando aparece la forma el espíritu se desvanece y cuando el espíritu se desvanece aparece la forma y eso es el arte ; claro que para no tener un duro a veces opina uno como si supiera mucho y no es así .
    Muy bonita la foto .

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  10. Lo suyo, excelente. Sus seguidores, unos pelmas. Usan su blog para leerse a sí mismos. No publique esto, por favor. Hágalos felices, que piensen que los demás entramos aquí también para leerlos a ellos.

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    1. Seguro que será indulgente con esta pequeña indiscreción. No todos son como usted dice, por suerte algunos son como usted. Gracias por lo demás.

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    2. Debí decir sus (auto)comentaristas en vez de "sus seguidores". La indiscreción no hará mella. No se irán ni con lejía. Ande van a ir que más los lean... Gracias a usted.

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    3. Pero qué trolero es usted, don Anónimo. Sí, por sus radicales piropos en tan opuestos sentidos, el gran seguidor de todas las pelotas parecía usted y no los lectores o autolectores y demás... colaboradores.

      Anónimos o Jerónimos nuestros, dueños de nuestras felicidades: leer no puede ser sino leer y leerse a la vez.

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    4. … leer, como escribir, no puede ser sino leer y leerse a la vez. (“Ni con lejía”).

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  11. Lo que no sabe el anónimo es que sin comentarios Don Andrés igual dejaba de escribir a diario tal como han hecho otros muchos , con el mayor respeto me parece raro que alguien lea a quien le produce enfado y se coja estos cabreos que le van a enfermar y encima se critique a espaldas y de anónimo sin que eso le produzca remordimientos de conciencia . Vivimos en una sociedad en la que se critica sin hacer nada constructivo , esto es malo pero yo no lo se hacer mejor y por vanidad lo descalifico .
    Le ha hecho usted feliz don Andrés , él no esperaba otra cosa , no somos nuevos que sabemos lo que queremos .
    Saludos a los lectores ya que siendo muchos solo protesta uno ( algo lógico ) y sois gente generosa .

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  12. DonAnónimoVanidosoTroleroPerdonavidas5 janvier 2014 à 17:54

    Con la conciencia contrita pido disculpas por mis ofensas, no vaya a ser que don Andrés sin sus sabias aportaciones se hunda en un mar de luto y decida, en un arrebato de desolación sin precedentes, cerrar el blog. Tras ese lamentable suceso, sus incondicionales ya sólo podríamos seguirlo en la prensa, las revistas, los suplementos dominicales, los diarios, las novelas, los poemarios, las conferencias, las entrevistas... Me meso los cabellos sólo de imaginarlo.

    Por cierto, ¿se han dado cuenta de que hay un post nuevo donde explayarse?

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