"Adonde por lo menos, cuando oprima
nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
"Blanda le sea", al derramarla encima".
Fernández de Andrada: Epístola Moral
LOS pasos de mi abuelo eran muy lentos.
Me enseñaba los nombres de los astros y las constelaciones:
Osa Mayor, Menor, Orión, El Arquero,
Venus siempre brillante.
El negro terciopelo del campo de Sevilla en mitad de la noche
y un anciano y un niño cogidos de la mano.
¿Qué pensaba aquel viejo de la vida?
Andan mis hijas junto a mí.
Hablan de sus deseos y memorias.
Absorto en mis problemas
quizá les hablo para no escucharlas.
Rito que se renueva, a veces las escucho
y contesto como el anciano
con palabras pausadas de un oculto sentido.
Qué importan las palabras; lo que importa es el tono
y atender a quien pone su vida en nuestras manos.
Mi padre, un pobre hombre,
por pequeñas cuestiones acosado,
hubo de solventarlas para darme la vida,
y yo lo despreciaba.
Su muerte fue tan gris como sus días.
Disipados los sueños, destruida la fe,
quizá tú únicamente, padre mío,
rodees, sabiendo, con tus brazos mis hombros.
Blanda nos sea.
Esa mujer fue dulce
y siempre creyó en mí –era mi madre–.
Cantaba por las tardes con una voz suave.
A la hora de la siesta
se dormía a sus pies el aire del verano.
Murió gritando, la razón perdida.
Perdida la esperanza, quebrada ya la fe,
permanecen los nombres de los astros y las constelaciones.
Un anciano y un niño cogidos de la mano.
Fernando Ortiz (Vieja amiga. Madrid, Trieste, 1984)
Fernando Ortiz, Vieja amiga. Trieste, Madrid, 1984. Cubierta: Triana, fragmento de una pintura de Joaquín Sáenz. Tela editorial y sobrecubierta. |
Un patio. En su soledad
RépondreSupprimerse oye de la luz el roce.
Arriba, la claridad;
abajo, el íntimo goce.
Albahacas, gitanillas,
plantas y flores sencillas
pintan y aroman la cal.
Una alta torre y un río,
un revuelto caserío.
Y la Epístola moral.
Fernando Ortiz: Postdata, 1999
Una edición, la de Trieste, preciosa...!!!
RépondreSupprimerLas ediciones de Trieste eran preciosas, sí, yo tengo un par de libros de Trieste y me encantan. Por ponerles un defecto, creo que eran libros demasiado pequeños. Pero la tipografía y la elección de las cubiertas eran casi insuperables.
SupprimerAl muy enemigo de la muerte don Elías Canetti se le ocurrió pensar en “Una mujer que sonríe a todo el mundo, que lleva su sonrisa a la más grande de las confusiones, que ni en la mayor penuria abandona su sonrisa, que sonríe en el lecho de muerte y muere sonriendo para agradar a todos los que la ven muerta. Sonríe en el ataúd y bajo la tierra”.
RépondreSupprimer“Murió gritando, la razón perdida”, la madre de Fernando Ortiz. Tras el horror de la muerte, qué blanda siempre la tierra. Ah los abuelos y los niños y las madres y los padres pero sobre todo las madres. De Viva Sevilla, nada. Vivan los Fernandos y las Fernandas de Utrera, Noruega o Sudán del Sur. Frente al “Qué bonita Sevilla sin sevillanos” de algunos, encabezados al parecer por Luis Cernuda, vivan los sevillanos, y todos los demás, “nunc et in hora…”
Hay a veces cierta costumbre de adjudicar a LC la paternidad de algún comentario más o menos ácido, como se le adjudican a Wilde ingeniosidades que nunca dijo. Entre sus "Doce poetas que pudieron existir" (y que en realidad son catorce), Antonio Machado incluye a "Abel Infanzón, 1825-1867", y un poema supuestamente suyo cuyos cuatro últimos versos copio: "Sevilla y su verde orilla, / sin toreros ni gitanos, / Sevilla sin sevillanos, / ¡oh maravilla!".
SupprimerEl magnolio de la ciencia en el jardín sevillano de Luis Cernuda ("Ocnos", 1942). Por los viejos callejones del barrio de Santa Cruz. Persignándome pido perdón y copio.
Supprimer“EL MAGNOLIO
Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego, tras una cancela, iba sesgada a perderse en el dédalo de otras callejas y plazoletas que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle sólo había una puertecilla siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas, hacia el cielo de un ardiente azul.
En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía trepar, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con su ramas el inmenso magnolio. Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos nevados de sus flores.
Aquel magnolio fue siempre para mí algo más que una hermosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida. Aunque a veces la deseara de otro modo, más libre, más en la corriente de los seres y de las cosas, yo sabía que era precisamente aquel apartado vivir del árbol, aquel florecer sin testigos, quienes daban a la hermosura tan alta calidad. Su propio ardor lo consumía, y brotaba en la soledad unas puras flores, como sacrificio inaceptado ante el altar de un dios.”
Espero que Fernando esté en compañía de esa vieja amiga y se les vea caminando como un niño y un anciano.
RépondreSupprimerDos días antes de su muerte escribía sobre el paraíso en su blog:
RépondreSupprimer"Las huríes, si no en mi jardín, estaban ya a su lado, en las suaves colinas del Paraíso."
http://fernandortizreflexiones.blogspot.fr/
Acabo de leer el texto de FO "Las colinas del paraíso" y es hermosísimo. Gracias por la referencia.
SupprimerLas imágenes están muy dentro de las palabras , pienso que perder la esperanza es tan habitual que ya no tiene la importancia que tenia y se ha quedado en una frase hecha , es muy buen poema sin más . .
RépondreSupprimerMe sorprendieron mucho los libros cartoneros ( hechos en Bengala ) que ha editado la poeta Violeta Medina ( desconozco su obra ) donde un alucinante
continente forma un perfomance con el contenido y los poemas
adquieren textura . Interesados mirar en Google .
Es tanta la belleza con la que nos acurrucamos en este rincón - pequeño araíso - de palabras y tiempos. Descansa en paz, querido paisano.
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