ANDABA indeciso pensando si mandarle o no un correo a Iñaki Uriarte. Tenía que agradecerle el que me hubiese enviado dedicado su último Diarios. Aprovechando, quería también preguntarle por una cita que atribuje a Goya y que expresa, según él, todo lo que querría hacer como escritor: “Mi pincel no debe ver más de lo que yo veo”. Pero al no tener confianza ninguna con Uriarte, a quien no conozco, el correo quedó en una frase de cortesía como la que le escribí hace unos meses con ocasión del envío del tomo anterior, y que figura en la solapa de este, con las de Vila-Matas, Muñoz Molina, García Martín y Gracia.
No obstante, intrigado por esa cita de Goya, la consulta se evacuó hacia nuestro amigo Jaime García Máiquez, poeta y restaurador en el Museo del Prado. Su respuesta fue esta: “Querido A.: la frase que a ti te interesaba no se la conoce por aquí. El conservador (J.M.M.) que ha estado revisando las cartas de Zapater estos dos últimos años dice que no es de ahí, y la conservadora Jefe de Goya no la ha oído en la vida. En Google aparece citada por Viola, el pintor abstracto”. J. me confiesa que, sea de Goya o de cualquiera, tampoco podía estar en mayor desacuerdo: el alma invisible de las cosas se manifiesta a menudo a través del pincel, a sus espaldas y a las del artista. El pincel no es ciego, por lo mismo que las palabras ven lo suyo por su cuenta.
Pasados unos días ya se había olvidado uno de la cita, incluso de los correos, cuando mi buzón electrónico recibió uno de Miriam.
Vivimos M. y yo en una casa vieja que seguro no es tan buena como la de Uriarte, pero sí larga y estrecha, como un tranvía, lo que propicia un gran número de correos internos que nos ahorran hartas idas y venidas. Este de M. debería tener otro mío de vuelta algún día, aunque creo que se ha tomado demasiado en serio un libro y a un autor que no pedían tanto, al contrario, que no oculta haber escrito estos libros con el único propósito de aliviar las tardes de los domingos de futuras generaciones de sobrinos, y que por ellos los ha hecho tan ligeros.
En todo caso, no ha sido fácil vencer las reticencias de M. para publicar una carta que sólo quería suscitar a la hora del almuerzo una conversación entre nosotros, igualmente superficial, pero eso sí, con esa escrupulosa manía suya, tan académica, por las referencias exactas, graníticas.
"¿Sigues ahí? ¿Tienes cinco minutos? Tenía curiosidad por saber, antes de leerlo, qué te había divertido tanto del diario de Iñaki Uriarte y ahora, después, por qué te pidió permiso para poner en la solapa unas palabras tuyas sacadas de un email, como si reconociera en ti alguna autoridad o alguna afinidad, que tampoco he visto por ningún lado.
¿Divertido? Pues no sé. En general me ha parecido un texto correcto en el sentido de literariamente correcto. Y si a primera vista nos encontramos con un ejercicio de coherencia, un ejemplo de tolerancia y moderación, al poco de empezar a leer caí en la cuenta de que, en realidad, no hay argumentos para preferirlo a las entradas de algunos blogs excelentes que se multiplican en la red a la velocidad de la luz. Y el caso es que, dándole vueltas, la lectura de este segundo volumen de los Diarios –ya sabes que no tuve tiempo de leer el primero– me ha parecido decepcionante. La clave podría estar en que Uriarte tiene fobia al desafío (p. 122), a lo trascendente (pp. 62, 76), a lo conflictivo o, sencillamente, a tomarse la vida demasiado en serio (p. 142). Un miedo mal disimulado tras un bon sens que no es sino mera indefinición. Si por un lado afirma, con toda la razón, que el término “Patria” designa algo paranormal (p. 78), por otro, se le escapan expresiones del tipo “los de afuera” (p. 33). Indefinición que imprime cierta sordera a todo el libro y cierra las puertas a lo complejo y lo más vivo. Ojos que no ven. Como decía, al poco de empezar a leer, he tenido la impresión de estar ante una escritura que inicialmente parece prometer algo que en realidad nos escamotea, de tal modo que la consistencia del texto se va diluyendo y haciendo, no líquida como diría Bauman, sino más bien aérea, gaseosa, light y… en absoluto incumbente. Estimable quizá como ejercicio de urbanidad, pero no como escritura de la intimidad, porque no va más allá de ser una conversación de club náutico, cauta y un poco banal. Ante frases como: “Cristóbal Balenciaga asistió a la boda de Tere y Patxuko" (p.185), no cabe indignarse, ni disentir, ni levantar la voz, ni siquiera sonreír.
Aquí se puede decir con Derrida que cuando la escritura funciona como borradura de huella agrava lo que intenta hacer desaparecer y lo hace más evidente. Hacia la mitad del libro (p. 86), en una maniobra de distracción –como diciendo "¿elitista yo?"– Uriarte anota: “Esencia de un pensamiento conservador: creer en las élites, creer que hay personas mejores que otras y que se merecen más. Y lo que suele ser risible: creer que tú eres una de ellas”. Es su manera de cubrirse las espaldas para tratar de convencernos de que no lo es, como si el autor, cuya máxima consiste en no tomarse la vida en serio, no hubiese dejado constancia con toda seriedad y detalle de su pertenencia a la upper class, aireando sin recato su pedigrí, que proviene de “un sitio estupendo” en el Upper West Side (p.127), no vayan a confundirle con la dependienta del supermercado (p. 173). “Nuestra casa es nuestra y espléndida” (p. 97) o “yo vivo en una casa estupenda” (p. 111), una prueba de la injusticia de la que presume Uriarte encantado (p.110), sin escatimar tinta para hoteles, restaurantes y apellidos de “primera clase”, tanto sociales como literarios (eso sí, los don nadie, incómodos y abucheables los esconde tras la X, nada parecidas en eso a las que tú sueles usar). Pues, sí, –dan ganas de decirle–, se ponga como se ponga es usted elitista y no poco jactancioso, pues ¿cómo tomarse la apropiación de un Montaigne cuya obra él lee, comenta e interpreta mejor que nadie, en tanto que los demás únicamente alcanzan a “hurgar” en ella? (p. 184) ¿O ese apego a la alta decoración a base de citas filosóficas o ese lucir con fingida modestia y descreimiento todas y cada una de sus con-decoraciones antifranquistas?
Uriarte reconoce adolecer de mitomanía como “quien se hace una foto junto a la Torre Eiffel” (p. 14), aunque en la página siguiente asegura que es en realidad para “buscarles las cosquillas a los mitos” (p. 15), que escoge jugándose la vida: ¡”el mito de Valdemosa es una estafa”! (p. 117). Confesiones sin pasarse, que no hay que desagradar a los críticos literarios ni a ninguna de las eminencias que figuráis en la solapa.
Crónica de una felicidad no desbordante. Sin exagerar, "sin sulfurarse". Satisfacción ma non troppo, con la ayuda de valium, percebes y bogavantes (p. 181) para remontar algún que otro bajón nervioso (p.159). Felicidad acomodada que consiste en estar conforme, confortable y distraído (p. 175), disfrutando de la injusticia, aunque sea en Benidorm, lugar que él encuentra sublime, en el “grado cero de la existencia” (p.119). Juego de los detalles particulares y de la expresión de la individualidad de quien hace gala, como el rasgo más inconfundible y original de su personalidad, de que no le gusta Cary Grant (p.119).
Finalmente dirás a qué viene lo de literariamente correcto. Nada en el texto se desvía una micra del perfil del entendido o del enterado, sin épica, sin tragedia, sin lírica (p. 91), sin pathos, sin grandes admiraciones y sin perder la compostura. De vuelta ya de todo. ¿Que el consomé ha quedado soso o insustancial? ¿Que el sorbete de limón no sabe ni a limón? Le ponemos una pizquita de Borges, otra de Montaigne, otra de cosmopolitismo en ciudades donde escapar de los periódicos (p. 118), otra de nombres prestigiosos de aquí y de allá, y ya tenemos una estética del último hombre del que hablaba Nietzsche. Una escritura de balneario y en el balneario para esa minoría tan selecta de jubilados ociosos que no tienen obligaciones familiares, ni obligaciones en general.
Seguimos hablando de esto, si te apetece, a la hora de comer".
Por cierto, ese día hubo lentejas.
Seguimos hablando de esto, si te apetece, a la hora de comer".
Por cierto, ese día hubo lentejas.
Dice usted: "creo que [M.] se ha tomado demasiado en serio un libro y a un autor que no pedían tanto, al contrario, que no oculta haber escrito estos libros con el único propósito de aliviar las tardes de los domingos de futuras generaciones de sobrinos..." Y probablemente tiene usted razón, pero también la tiene M., y con su delicioso comentario me ha quitado las pocas ganas que podía tener de una segunda taza de los diarios del sr. Uriarte, porque realmente "le ha clavado". A veces se encuentra uno con este tipo de libros, los compra, se enreda con la musiquilla... pero al final todo se queda en muy poquita cosa (¡Benidorm!) y se acaba preguntando uno: bueno, y después qué. David Fdez.
RépondreSupprimerSi es larga tu casa, si.
RépondreSupprimerGracias por dejar que este correo llegase hasta nosotros. Reconforta saber que alguien vea así las cosas y las explique tan justamente. De la primera taza aún me dura un mal regusto porque (aparte de todo los demás) la musiquilla me sonaba a versión bailable del "Salón". Y me repugnaba que no quedara una sola de las virtudes que hacen valioso y grande aquel.
RépondreSupprimerMe sorprende (o no tanto) la acogida que ha tenido este libro (viciado de raíz por la impostura y medianía intelectual y moral del autor, sí)y aclamado por sensibilidades muy dispares (a derecha e izquierda) cual si de algo honesto y puro se tratase y a cuyo encanto nadie debiese resistirse.
Con respecto a la idea de la vida y de la felicidad (y de la literatura) que manejan Uriarte y celebradores me defiendo con las palabras de un personaje de Chejov (La grosella):"Haría falta que tras la puerta de cada hombre feliz y satisfecho hubiera alguien con un martillito que le recordase continuamente con sus golpes que existe gente desgraciada, que la vida, por feliz que sea, tarde o temprano le enseñará sus garras y la desgracia -la enfermedad, la pobreza, la muerte- caerá también sobre él, y entonces nadie lo verá ni lo oirá, como él tampoco oye ni ve a los demás..."
En todo caso,ya no es solo que me repugnase la idea del buen vivir que se desprendía del libro, es que lo último que pensaría del autor es que sea alguien feliz. Hace bien en convencerse a sí mismo de que lo es, si eso le ayuda. Pero la felicidad, como la verdad, la belleza o la alegría, no necesita tan extraños atavíos.
nieves
"Mi pincel no debería ver más que yo"
RépondreSupprimer"Goya", Robert Hughes (Galaxia Gutenberg), página 204.
No sé si ustedes (Miriam, Andrés) ven alguna relación entre los diarios de Uriarte y las columnas de Jabois aparte, claro, de que compartan editorial y cierta aureola de no sé qué valor que les confiere, por la, digamos, Divina Gracia Literaria, el atributo coyuntural-comercial de "lectura divertidísima: imprescindible". No sé, digo, si verán conexión alguna, pero sería estupendo que, en el caso de que hayan leído "Irse a Madrid", nos ofrecieran su opinión sobre el libro. Por ver si tampoco se apuntan al coro.
RépondreSupprimerMe queda la impresión de que el principal pecado de Uriarte ha sido tomar el nombre de su "eminencia" Trapiello en vano y el resultado ha sido matar al mosquito a cañonazos. El implacable escrutino crítico al que le somete Miriam, así, sin despeinarse, mientras espera a que se acaben de hacer las lentejas, transciende el ámbito literario y extrae conclusiones sobre la personalidad, ideología y existencia del a estas alturas pobre Uriarte. Curiosamente, o no, los diarios parecen lo suficientemente interesantes como para arrebatar a Muñoz Molina de su siesta habitual y eso es un valor en sí mismo. Por cierto, lo verdaderamente sustancial de esta entrada es la relación electrónico-epistolar de la pareja de escritores, eso sí que da juego.
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