Sonó cientos de veces la cara donde estaba esa canción, Suzanne, una y otra vez, de modo obsesivo, en aquella buhardilla angosta del barrio de los Pajaritos, en Valladolid. No se veían los trenes, pero su estrépito se metía por una claraboya. Estaba allí recogido por la beneficencia de sus amigos, medio escondido. Se iban ellos a dormir a sus casas cada noche, si acaso habían venido, y allí se quedaba él con Suzanne y la voz de aquel hombre que parecía decir: ¿Quién no está solo? Cuando la aguja llegaba al final se levantaba y volvía a dejarla al principio, sin que el plato dejara de girar. Hasta la madrugada. Así durante las trescientas sesenta y cinco noche del año. Cuántos años, ¿uno, dos? Dice Benítez Reyes de esa voz: "Ha pasado el tiempo y ahí siguen sus canciones, más intensas aún porque se han aliado con el tiempo nuestro, con el tiempo de adentro de cada cual, con la historia de cada uno". No podría haberlo dicho mejor. Tu historia... te preguntas. Desde entonces nunca ha podido oír completa aquella canción. Aquel tiempo se rompió por dentro y si la oyera se vertería en él como agua en el suelo. Pero guarda, sí, memoria de aquel tiempo, y gratitud al hombre cuya voz hablaba de aquella partisana que a su vez le susurraba: "Ya no estás solo".
No queda nada de aquel tiempo, pero sí la canción.
la música, incomparable con nada, para condensar y desplegar en el rumor de su abanico edades geológicas
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