La vida de Carlos Pujol ha sido larga y fecunda y sigue dando frutos sazonados. Muchos y mucho hemos aprendido a leer en sus traducciones y ensayos, primero, más tarde en sus novelas y poemas. De sus novelas, las dos últimas, por no irnos más atrás, Antes del invierno y El teatro de la guerra, son dos pequeñas obras maestras. Se dice pequeñas no por rebajarlas, sino para no asustar a nadie: dechados de gracia, sutileza, humor y virtuosismo que habría firmado con los ojos cerrados Henry James. De sus libros de poemas, el último, El corazón de Dios (Ediciones Cálamo, 2011), acaba de aparecer hace una semana. Tan dickinsoniano. En él, un hombre que está llegando al final de su vida se interroga sobre lo que ha sido, sobre lo que será, le interroga al silencio, se interroga a sí mismo y le interroga a Dios:
No te voy a contar
nada nuevo: vivimos
en una casa demasiado llena.
Con muebles, versos, chismes,
perifollos y plantas de interior,
palabras que no quieren decir nada
y soberbias locuras
para pasar el rato.
Es lo que llaman calidad de vida.
El día en que nos llames estaremos
doblemente desnudos,
echando en falta en medio de la luz
el engaño a los ojos de las cosas.
Es Carlos Pujol el hombre más silencioso de la literatura española, acaso porque pocos habrán estado rodeados de tantos ruidos y ninguno habrá sido tan indiferente a ellos como este hombre que ha acabado teniendo el aspecto de un monje tibetano.
Oímos hace una semana a un amigo: "No sabemos si Dios existe, pero habla el lenguaje de las matemáticas". Pero Dios es sólo elocuente en su silencio. Él habla por silencios, él habla por huellas.
Las que acompañan estas palabras están sacadas, una vez más, del mechinal de G., y fueron en su origen remedo de las huellas digitales. El propio G. nos habló hace unos días de esa tradición china de escribir poemas con agua sobre la tierra, sólo silencio.
Y los silencios, como una cadena, se eslabonan.
Precioso su libro 'Barcelona y sus vidas', que lei este verano. Un libro que nos hace soñar a los madrileños con un posible destino nuestro, alternativo, en aquellas calles tan atractivas que conocemos de muchas visitas y siempre de oídas.
RépondreSupprimerCoincide uno con G. en que un triciclo modificado para dejar escritos poemas con agua tal vez sea un medio demasiado sofisticado. Él prefiere un pincel húmedo. Y también elegiría uno igual método para dejar escritos mensajes poéticos, pues un pincel es la plasmación perfecta de la mirada. Los dibujos hechos con dedo o pincel son formas que nuestros ojos saben leer de modo primigenio, sin adiestramientos; como cuando echamos vaho sobre los cristales para dibujar sobre ellos con el dedo índice.
RépondreSupprimerSólo diré una cosa sobre Carlos Pujol: es un lujo para la literatura española, y un ejemplo de lo que debiera ser (y a menudo no es) un escritor. Si en España alguien con su actitud ante la vida y la literatura fuese, no la rareza que es, sino la norma, otro gallo nos cantaría. En fin, un maestro, en el más noble sentido de esa palabra.
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