UNO de esos correos que van y vienen de oriente a poniente en esta vieja casa llegó ayer oportunísimo. Lo propició sin duda el mes de octubre, para todos los amigos de Ramón Gaya su mes por excelencia, ya que en un mes de octubre de 1910, el día 10, nació él, y en otro, el 15 del 2005, murió. Así envió Miriam su escrito, y así se quede aquí, como la luz dorada de las tardes inusitadamente bonancibles y pródigas de este otoño que tanto nos recuerdan a quien nos mostró que "el atardecer es la hora de la pintura".
"LA segunda lectura de la Obra completa publicada en Pre-Textos confirma mi impresión de que la originalidad de las intuiciones de Ramón Gaya en torno a la creatividad es como la luz de un relámpago que abre pistas inesperadas y fecundas en torno a la idea de tiempo. En primer lugar porque tengo la sospecha de que una de las propuestas más sugerentes de la obra de Gaya alude a la distinción entre dos niveles de profundidad diferentes del tiempo y en segundo lugar porque estamos ante uno de los pocos autores contemporáneos que ve el pasado como una fuerza y no como una carga. Una fuerza que tiene que ver con el recuerdo:
«Lo que sucede es que el hombre real, el moderno real, que se sabe envejecer paso a paso, comprende que sólo es posible refrescarse en el principio, en lo primero, y por lo tanto se necesita, no propiamente “volver” a lo antiguo, sino “acordarse”, o sea, acordar “la antigua juventud” del hombre con “su actual vejez”. » (OC, p. 231).
Entonces cabría decir que este recuerdo-acuerdo abre una vía de escape en el cauce lineal de nuestro tiempo de historia que Gaya percibe como un vendaval arrollador que nos desgasta con su aceleración y nos hastía con su vacío:
«Nosotros, por lo visto, estamos cansados, gastados, y también eso que se llama estar… en crisis. La naturaleza, en cambio, cada mañana aparece, amanece, no ya de nuevo, sino por primera vez, inédita. La naturaleza ha escapado a la historia, nosotros no hemos podido.» (OC, p. 418).
Historia como inquietante actualidad que nos hunde en la noche. Pero Gaya parece dejar abierta una puerta a la esperanza cuando alude a una dimensión temporal generadora que él llama “tiempo completo”.
«Veo, por fin, en el Museo Correr, Las cortesanas, de Carpaccio. ¡Qué cuadro tan misterioso! Lo que me atrae, sobre todo, en él, es su primitivismo y su modernidad fundidos en un tiempo único, en un tiempo... completo.» (OC, p. 401).
Miriam Moreno, 14 de octubre de 2011
Ramón Gaya, Didujo de un bloc de Venecia, 1953 |
Al hilo de lo que opina Miriam: "El pasado como una fuerza y no como una carga",afortunadamente, nuestra historia se compone de recuerdos no sólo mentales, sino también emocionales; viejas sensaciones que revivimos constantemente: una melodía que se queda grabada en el recuerdo, la evocación de un pintor cuyos cuadros nos dejaron la impronta de su genio... El arte como racionalidad liberadora.
RépondreSupprimerQué agradable encontrarse aquí a M , que con voz muy propia, continúa acercándonos a RG
RépondreSupprimerSon palabras claras, luminosas, consoladoras. La sensación de encontrar algo frágil pero firme que nos amparará en nuestro pequeño y titubeante caminar.
Gracias
hermoso texto, y certero a mi juicio, pues el Arte, como el Amor, el arte por el arte y el amor por el amor, nos ponen entre paréntesis, es decir, a salvo por un instante del remolino de fregadero en desague que es el Tiempo.
RépondreSupprimerGenial, Gaya, como siempre, en sus "meditaciones" artísticas. Enhorabuena, Miriam, por tus comentarios certeros y claros, como la luz de octubre
RépondreSupprimer