Algunas veces le han criticado a uno que citara tanto a Juan Ramón Jiménez o a Ramón Gaya como si no tuviera más donde ir a buscar. Y llevan razón. Pero sucede que encuentra uno en ellos, tan reiterados y sabidos, muchas cosas nuevas que no siempre sabe descubrir ni en las novedosas ni en las novedades.
Hace más de treinta años, en otra vida, le hice una entrevista en el programa Encuentros con las letras de tve al escritor cubano Severo Sarduy. En ella confesó que no le importaría ser recordado como una nota a pie de página en la obra de Lezama Lima. Hizo aquella confesión a la carrera. Le habían maquillado, pero declinó la invitación a quitarse el maquillaje cuando terminó. Al contrario, le hacía mucha ilusión, dijo, presentarse así en París, con la cara estucada como madame Butterfly. Esperando en la puerta de los estudios el coche que habría de llevarle a Barajas, empezó a llover y el maquillaje que le habían puesto y el khol que traía ya de su cosecha se le fueron emborronando en la cara de forma inexorable. Yo era muy joven entonces y no me atreví a decirle que se le estaba estropeando la entrada triunfal en La Coupole. El parecido que iba cobrando con el Dirk Bogarde de las últimas escenas de Muerte en Venecia era ya muy visible, pero allá se fue el hombre, camino del aeropuerto, de lo más contento en la ignorancia, con su máscara. Sin embargo nos había dejado una confidencia de lo más desnuda: el deseo de ser una nota a pie de página de alguien a quien admiraba profundamente.
Creo que nadie tiene por qué ser la nota a pie de página de nadie, sino texto de sí mismo, más largo o más corto, en una u otra letra, gótico o de palo seco. Por ejemplo, no creo que Juan Ramón quisiera ser una nota a pie de página de Bécquer o de Darío, ni Gaya de Velázquez o de Murillo, pero ellos reconocerían seguramente que la primera condición para llegar a ser originales, pasaba por reconocer a los maestros, cada cual los suyos. Este camino nuestro es muy largo y no empieza ni termina nunca en uno solo, por lo mismo que no conocemos ningún creador que no mire, siquiera de soslayo, cuando avanza, hacia la tradición y hacia esos maestros, para los que muchas veces escribe o pinta en secreto.
Venía esto a cuento de que iba a cerrar aquí la entrada que se empezaba hace quince días, "Aristócrata de intemperie", sobre JRJ y unas historias suyas preciosas y de primera mano sobre Unamuno, referidas en su libro Alerta, nuevo y viejo a la vez. Pero se le ha ido a uno el santo al cielo: ya me he extendido más de la cuenta y tampoco me he parado a pensar que podía estar haciéndosete tarde. ¿Seguirás aquí mañana? La espera tal vez te merezca la pena.
Entonces, Severo se maquillaba los ojos? qué coqueto ! el escritor hispanoamericano lleva casi siempre con él un peligro exótico y barroco.
RépondreSupprimer