PUESTO que ya viajamos alrededor del sol una vez al año, tiene poco de particular que no encuentre uno ganas de salir de casa.
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LA botella de Anís del Mono, con sus puntas de cristal, es a las botellas lo que el tricornio de la Guardia Civil a los sombreros: una aportación fundamental al cubismo. Lo supieron bien Picasso y Juan Gris.
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TIENEN mala prensa los atajos, como si fuesen una pequeña trampa, un ardid a lo Ulises. No le gustan a casi nadie, por lo menos de los que sermonean: curas, banqueros, patrones, moralistas, directores de tesis. Consideran que no hay camino verdadero si no es largo y si no está lleno de abrojos (y si es por un valle de lágrimas, mejor que mejor). Pero lo cierto es que no sólo se llega antes, sino que se disfruta aún más de un trayecto por lo general virgen que requiere toda nuestra atención, al contrario que la senda tradicional, que a fuerza de recorrerla se ha ido borrando de nuestra mirada. De ese modo, en el atajo caminamos nosotros doblemente, en el espacio y hacia adentro, con los ojos bien abiertos; en el camino tradicional, por el contrario, es la costumbre la que nos lleva, y la costumbre es ciega.
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MIENTRAS que el camino es uno, los atajos pueden llegar a ser infinitos.* * *
ESTÁ comprobado: los nuevos ricos que suelen hacerle tantos y tan ostentosos ascos a las cosas usadas del Rastro o de procedencias dudosas, y las alejan de sí con repulsión, le tienen en cambio un grandísimo apego a los billetes de banco, que suelen ser de segunda o de enésima mano, como todo el mundo sabe.
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HAY palabras que no debe uno escribir ni por dinero. Otras, en cambio, sólo pueden escribirse gratis.
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LA hemeroflexia debería poder hacerse, como la papiroflexia y la cartomagia, sin cortes y en papeles pequeños, con asuntos del tamaño de un naipe, y a ser posible con un desenlace inesperado.* * *
SI es triste vivir escuchando detrás de las puertas, más aún lo será vivir con la oreja pegada a una ventana abierta como internet.
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QUÉ alegría da ver salir los libros de casa hacia la librería de viejo, sobre todo los que no hemos leído. A menudo les está uno más agradecido que a los otros, aunque sólo sea por la compañía que nos dieron, sin pedir nada a cambio.
Está en contra uno de guardar los libros que no lee ni serán leídos por la gente que convive con él. Cuando uno conoce a gente que dice mantener en sus bibliotecas volúmenes que nunca serán leídos, ni tan siquiera hojeados, no le queda otra que respetar esta decisión, aunque deprime ver tanto tomo que estaría mejor en manos y ojos que sí necesitan ejercer con ellos el placer de la lectura.
RépondreSupprimerEs que la tierra siempre va por el mismo camino, si se tomase de vez en cuando un atajo...
RépondreSupprimerEscuchar tras las puertas es quizás atajo de espías; vivir tras las ventanas internetionales, no deja de ser, creo, contemplar el Caos sin salir de casa, a la vez que le damos vueltas y vueltas a la puñetera blogosfera, atajo también ésta de los que otro acceso no encuentran.
RépondreSupprimerNo salir de casa.
RépondreSupprimerDeambular por la imaginación.
Como Xavier de Maistre, que durante 42 días y paseando por un perímetro de 36 pasos, escribió "Viaje alrededor de mi Habitación".
Y llegó muy lejos sin ir a ningún lado