HA sido Verona una de las almonedas con más carácter que haya conocido el Rastro estos últimos treinta años, y a su dueño, Vicente, le debemos una de las frases más serias que se hayan pronunciado en aquel barrio, cuando uno le sugirió un día de invierno que podía vender el maravilloso olor a petróleo, más fino que una hebra de seda, desalojado por una vieja estufa. Había llegado hasta allí, naturalmente, en el mismo carril de cosas viejas por las que llegaba todo. "¿Tú crees que se gana algo vendiendo?", dijo. Luego añadió sentencioso que la ganancia siempre está en la compra, demostrando de ese modo que allí le había llevado el amor a las cosas viejas, no el negocio.
Vicente Verona ha traspasado su almoneda a unos amigos y ha puesto en manos de otro un local nuevo, de cosas escogidas. La ha llamado La vidriera de Verona por la de Maumejean, decó, en la que se zambullen unas ondinas. Se inauguraba hoy, calle de la Arganzuela. De allí procede este santo o santa, al que el tiempo ha desnudado y quitado el copete. Fue una noticia triste saber que nuestro amigo se iba a desvincular del negocio del cachivache, porque ha sido en él la persona más culta, intuitiva, razonable y, ¡sobre todo!, paciente y afectuosa que ha dado un gremio que pasa de jaula de grillos a jaula de fieras sin solución de continuidad. Pero no lo ha sido saber que en realidad no se ha quitado del todo, sino que se está quitando, como esos fumadores con buenos propósitos.
La vidriera de Verona, lo recordaré.
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