Hace ya cinco o seis años Miriam Moreno, mi mujer, una spinozista convencida, mencionó por vez primera la posibilidad de abrir un mechinal en internet. Por mi parte, y a pesar de trabajar con un ordenador diez horas al día desde hace veinticinco años, no sé yo si seré capaz de llevarlo con soltura, quiero decir, que llegado a este punto me acuerdo del tratado de crotalogía de Francisco Asenjo Barbieri, citado por Ferlosio, y en el que se citaba a su vez el célebre axioma crotalógico del Padre Fernández de Rojas: “En suposición de tocar, mejor es tocar bien que tocar mal”.
En efecto, no había ninguna necesidad de abrir una página web, pero si vamos a tocar estos palillos, mejor sería hacerlo bien. No obstante, ya se irá viendo.
La página se parece bastante a la que nos imaginábamos, porque en realidad no nos la imaginábamos de ninguna manera. Sabíamos cómo no queríamos que fuese, y eso ya es mucho. El trabajo de configurarla y dejarla tal como se ve ahora ha sido de mis hijos, Rafael y Guillermo, y, puedo dar fe de ello, el suyo ha sido un trabajo abrumador y metódico, que ni con haberlos traído a este mundo quedará pagado. Sin su dedicación desinteresada y sin la paciente determinación de Miriam, yo no estaría aquí ahora escribiendo estas líneas. De eso estoy seguro. Da bastante vergüenza publicar agradecimientos tan íntimos, pero ¿podría hacerse de otro modo con delicadeza? Cierto que mucho de lo que escribo está sobre la línea o filo de la intimidad, pero la intimidad cuando no es una cuerda floja, es una navaja, y además peligrosa.
Admira uno mucho a quienes pueden escribir cada día en sus blogs, a la vista de todos, como esos grandes cocineros que preparan sus peteretes de cara al público. Algunos de estos cocineros, muy hábiles, los avían en un instante, en un plisplás, diríamos, para asombro de sus partidarios, que se los aplauden como las posturitas al culturista que sale marcando músculos. Yo no soy así ni estoy a mi edad para exhibicionismos, y si intentara hacer algo parecido, me saldría mal.
Como acaso sepan algunos de los que ahora leen estas líneas, escribo unos diarios que sólo se publican cinco o seis o siete años después, tras infinitas correcciones, titubeos y fantasías. Mi vida, pese a lo recogida que procuro llevarla, es errática y una copia o estadillo de ella no tendría, en mi opinión, ningún interés. De valer algo, valdrá lo que ya está corregido, aunque no esté acabado. Hay artistas, pintores y músicos sobre todo, que son mejores en el bosquejo, en el esquicio, que en la obra terminada. Allí son más ligeros, espontáneos, sutiles. Me conformaría con que estas anotaciones no perdieran su carácter provisional de borrador ni la naturalidad. Pero eso es lo más difícil, quedar uno retratado en lo que hace sin apoyarse en poses. Yo para aparentar naturalidad he necesitado corregir mucho, y la mecánica del blog parece idónea para la repentización. Uno en este terreno es francamente malo. He confesado muchas veces que llevo diarios por esa razón, porque soy de los que se pasan la vida diciendo: “Tenía que haberle dicho”, “tenía que haber hecho”, o sea, por ser ese flâneur que llega tarde al lugar de los hechos o que se va de ellos demasiado pronto. Me gustaría poder decir otra cosa, pero mentiría.
Juan Ramón Jiménez, faro desde el principio y para tantas cosas, habló con nostalgia de la imprenta que hubiese querido tener al lado de su casa, para llevar a imprimir al caer la tarde el trabajo de cada día. Si hubiese vivido hoy, con cuánto entusiasmo habría hecho uso de un blog. Pero para eso hay que tener no sólo su caudal, sino su talento. El caudal en sí mismo no es nada. Yo he escrito mucho, como acaso sepa también quien me está leyendo ahora, pero de muy poco o mejor dicho de nada estoy satisfecho completamente. Y si no lo he estado de lo que he corregido tanto, ¿cómo estarlo de lo que apenas podría corregir?
No sé cuántas cosas va a poder uno traer aquí ni cada cuánto tiempo. Cada vez es mayor el número de escritores que tiene su propio blog, por no hablar de todos aquellos espontáneos o particulares que llevan a diario el suyo propio sin desmayo, pese a las pocas visitas o lectores que tienen. Me imagino todos estos blogs, incluido el mío, flotando en ese vasto océano del ciberespacio, como botellas con mensajes de náufrago dentro. Quién sabe dónde llegará esta.
Mucha o poca, buena o mala, aquí hemos traído parte de nuestra vida, porque las obras que se pueden ver aquí son mi vida y en parte también, la de mi mujer y mis hijos, y sólo en lo que tienen de vida, íntima y común, valdrán algo como literatura.
Y poco más. Recordarles acaso a aquellos que teman por uno en esta travesía las palabras que don Quijote le dijo a don Diego de Miranda, que “antes se ha de perder por carta de más que de menos".
En efecto, no había ninguna necesidad de abrir una página web, pero si vamos a tocar estos palillos, mejor sería hacerlo bien. No obstante, ya se irá viendo.
La página se parece bastante a la que nos imaginábamos, porque en realidad no nos la imaginábamos de ninguna manera. Sabíamos cómo no queríamos que fuese, y eso ya es mucho. El trabajo de configurarla y dejarla tal como se ve ahora ha sido de mis hijos, Rafael y Guillermo, y, puedo dar fe de ello, el suyo ha sido un trabajo abrumador y metódico, que ni con haberlos traído a este mundo quedará pagado. Sin su dedicación desinteresada y sin la paciente determinación de Miriam, yo no estaría aquí ahora escribiendo estas líneas. De eso estoy seguro. Da bastante vergüenza publicar agradecimientos tan íntimos, pero ¿podría hacerse de otro modo con delicadeza? Cierto que mucho de lo que escribo está sobre la línea o filo de la intimidad, pero la intimidad cuando no es una cuerda floja, es una navaja, y además peligrosa.
Admira uno mucho a quienes pueden escribir cada día en sus blogs, a la vista de todos, como esos grandes cocineros que preparan sus peteretes de cara al público. Algunos de estos cocineros, muy hábiles, los avían en un instante, en un plisplás, diríamos, para asombro de sus partidarios, que se los aplauden como las posturitas al culturista que sale marcando músculos. Yo no soy así ni estoy a mi edad para exhibicionismos, y si intentara hacer algo parecido, me saldría mal.
Como acaso sepan algunos de los que ahora leen estas líneas, escribo unos diarios que sólo se publican cinco o seis o siete años después, tras infinitas correcciones, titubeos y fantasías. Mi vida, pese a lo recogida que procuro llevarla, es errática y una copia o estadillo de ella no tendría, en mi opinión, ningún interés. De valer algo, valdrá lo que ya está corregido, aunque no esté acabado. Hay artistas, pintores y músicos sobre todo, que son mejores en el bosquejo, en el esquicio, que en la obra terminada. Allí son más ligeros, espontáneos, sutiles. Me conformaría con que estas anotaciones no perdieran su carácter provisional de borrador ni la naturalidad. Pero eso es lo más difícil, quedar uno retratado en lo que hace sin apoyarse en poses. Yo para aparentar naturalidad he necesitado corregir mucho, y la mecánica del blog parece idónea para la repentización. Uno en este terreno es francamente malo. He confesado muchas veces que llevo diarios por esa razón, porque soy de los que se pasan la vida diciendo: “Tenía que haberle dicho”, “tenía que haber hecho”, o sea, por ser ese flâneur que llega tarde al lugar de los hechos o que se va de ellos demasiado pronto. Me gustaría poder decir otra cosa, pero mentiría.
Juan Ramón Jiménez, faro desde el principio y para tantas cosas, habló con nostalgia de la imprenta que hubiese querido tener al lado de su casa, para llevar a imprimir al caer la tarde el trabajo de cada día. Si hubiese vivido hoy, con cuánto entusiasmo habría hecho uso de un blog. Pero para eso hay que tener no sólo su caudal, sino su talento. El caudal en sí mismo no es nada. Yo he escrito mucho, como acaso sepa también quien me está leyendo ahora, pero de muy poco o mejor dicho de nada estoy satisfecho completamente. Y si no lo he estado de lo que he corregido tanto, ¿cómo estarlo de lo que apenas podría corregir?
No sé cuántas cosas va a poder uno traer aquí ni cada cuánto tiempo. Cada vez es mayor el número de escritores que tiene su propio blog, por no hablar de todos aquellos espontáneos o particulares que llevan a diario el suyo propio sin desmayo, pese a las pocas visitas o lectores que tienen. Me imagino todos estos blogs, incluido el mío, flotando en ese vasto océano del ciberespacio, como botellas con mensajes de náufrago dentro. Quién sabe dónde llegará esta.
Mucha o poca, buena o mala, aquí hemos traído parte de nuestra vida, porque las obras que se pueden ver aquí son mi vida y en parte también, la de mi mujer y mis hijos, y sólo en lo que tienen de vida, íntima y común, valdrán algo como literatura.
Y poco más. Recordarles acaso a aquellos que teman por uno en esta travesía las palabras que don Quijote le dijo a don Diego de Miranda, que “antes se ha de perder por carta de más que de menos".