Nos habíamos quedado la semana pasada leyendo La Cartuja de Parma. Nos preguntábamos: ¿No es preferible esta novela a muchas historias actuales? ¿Por qué no, nos decíamos, volver a uno de aquellos veranos donde sólo había cabida para los grandes placeres de la vida? Entre los de aquella primera juventud figuraba el supremo, descubierto por entonces, de la lectura. Lecturas desordenadas y voraces, absorbentes y fabulosas apenas comparables con nada. Y estas lecturas fueron las que de hecho acabarían dándoles nombre a todos y cada uno de ellos: el verano de Huckleberry Finn, el de Kim, el de Sherlock Holmes y el de Agatha Christie y años después el de Simenon, dedicados casi por entero a sus adictivas novelas de intriga, el verano de Robinson Crusoe, el de Fortunata y Jacinta, el de Guerra y paz, el de David Copperfield, el de La Cartuja de Parma...
La relectura de algunas de estas obras ha llegado a convertirse en un rito recurrente de nuestros veranos. El de este ha vuelto a ser La Cartuja. Como es sabido Stendhal la escribió en un rapto de 53 días y narra la historia de Fabrizio del Dongo, un joven atolondrado del que está perdidamente enamorado la bellísima y fascinante duquesa de Sanseverina, su tía, historia de amor imposible. Es ligera como el libreto de una de las óperas de Rossini, y risueña como su música, porque Stendhal no necesitaba dejar de ser jovial para ser profundo, y eso en un tiempo en que en Francia, como hoy en el mundo, reinaba la vanidad, la estupidez y la codicia.
En esa novela figura esta frase: “La política en una obra literaria es un pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención”. Con todo y con ello mucho habla Stendhal de política en esa novela, ferviente admirador de Bonaparte como era y de su idea de una Europa en la que sus ejércitos trataron de imponer la libertad, la igualdad y la solidaridad a los cerriles nacionalismos y populismos locales (españoles y rusos a la cabeza). Ya conocemos los resultados de un referéndum griego de impredecibles consecuencias (otra historia de amor imposible), pero sigue uno leyendo La Cartuja como si nada sucediera alrededor, como si nada pudiera suceder, pues a los primitivos placeres de la juventud ha venido a sumarse esta serenidad, más o menos fingida.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 26 de julio de 2015]