Va a hacer cosa de un año que se publicó la
traducción del Quijote al castellano
actual. Tres meses antes, hablando de ello con Francisco Rico, de cuya edición
me había servido para la mía, me preguntó: “¿Cómo has traducido astillero?”. Él
sabe bien que es una palabra difícil de traducir. “Estante en que ponen las
lanzas, adorno de la casa de un hidalgo, en el patio o soportal”, se lee en el Tesoro de Covarrubias. Le dije la
verdad: aún no me había decidido. Durante catorce años lo había intentado al
menos de unas veinte maneras diferentes y aproximadas, que dejaban bastante que
desear. Me sugirió que pusiera «de los de lanza en su astillero»: le parecía una manera de conservar la palabra original
aludiendo a algo directamente relacionado con las lanzas. Por su significación
y relevancia y sabiendo que algunos la examinarían con lupa (al fin y al cabo
aparece en la primera frase del Quijote,
que nos sabemos todos: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en
astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”), quería uno afinar lo
más posible.
La palabra significa hoy otra cosa y la expresión en astillero parece un tanto oscura en
una frase en la que todo resulta claro, “adarga antigua, rocín flaco, galgo
corredor”… No sé, resulta vacía y redundante. ¿Dónde, si no, se van a poner las
lanzas? Lo más extraño es que tanto la palabra como la expresión en astillero sólo aparezcan en Cervantes
y en ese libro. En mi traducción quedó como “de los de lanza ya olvidada”.
Para los grandes anotadores del Quijote, desde Clemencín y Rodríguez Marín al propio Rico, la
palabra astillero significa lo que
dice Covarrubias, donde se guardan las lanzas, arrinconadas, en la reserva,
olvidadas... Estos detalles tienen su importancia, pues del significado de una
sola palabra dependería la interpretación de fondo, literaria y filosófica, de
nuestro libro más importante: don Quijote habría combatido las injusticias del
presente con armas del pasado, grotescas y “mohosas”, poniendo así de relieve
lo desigual y meritorio de sus combates.
Hace dos meses conté en una conferencia en Sevilla
mis tribulaciones al traducir esa expresión. Cuando terminé, se acercó a mí un
hombre discreto en el sentido cervantino, que se presentó con un nombre en
verdad galdosiano, José Cabello. Fue él, archivero de La Puebla de Cazalla,
pesquisando unos legajos, quien se tropezó con la firma de Miguel de Cervantes
en un documento que le acreditaba a este como comisario de abastos. Bajando la
voz, para que no nos oyera nadie por si me molestaba que pudieran escucharlo
otros, me dijo que quizá todo lo que había dicho yo de la expresión en astillero podría estar equivocado:
acababa de encontrar él en el Archivo de Indias un documento, 1595, en el que
se decía que cierta cantidad de harina “estaba en astillero”. A falta de algunas
comprobaciones, creía que Cervantes habría oído esa expresión, “harina en
astillero”, en su reiterado trato con molineros y harineros, significando una
harina que quedaba lista para ser utilizada. Acababa José Cabello de levantar
una liebre más grande que la que agarra Sancho y que tanto mosqueó a don
Quijote.
Un vuelo entre Madrid y Santiago de Chile da para leer
el Quijote. Yo me contenté con Miguel de Cervantes: los años de Argel,
el libro de Isabel Soler que comenta de una forma casi novelesca la Información de Argel, en la que el
alférez Luis de Pedrosa, hablando de una de las intentonas de fuga de
Cervantes, dice que el negocio (comprar una fragata para la huida) fue bien y
“se puso en astilleros”.
Al llegar a Santiago José Manuel Lucía Mejías, autor
él mismo de una excelente biografía de Cervantes, se ofreció con su portátil a
hacer de piloto por los fondos que tiene colgados en la Red la Rae. Aparece la
expresión en numerosos textos. Suárez de Figueroa, en El pasajero, de 1616, le dice a alguien que “tenéis ya vuestro
libro en astillero”, y en La garduña de
Sevilla, 1646, Castillo Solórzano habla de quien tenía puesta “en astillero
la destilación para que la hiciese el licenciado”… Fue una de esas ocasiones en
las que esta justificado decir: “Hmmm...”. Además, si Covarrubias (que sólo
menciona astillero como sinónimo de
lancera) no se ocupa de la expresión, sí lo hace Gonzalo Correas en su Vocabulario de refranes y frases
proverbiales, 1626: “Estar en astillero: lo que no está en perfección, como
las naves acabadas de fabricar de madera, sin haberlas acabado de adornar”.
¿Podría extrapolarse esto a cuanto le queda poco para alcanzar su ser?
Además, ¿para qué demonios iba a querer Alonso
Quijano todo un astillero para una sola lanza? ¿No le habría bastado con
dejarla detrás de la puerta?: “Una lanza tras la puerta, un rocín en el
establo, una adarga en la cámara…” dice del “hidalgo en la aldea” en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea
Antonio de Guevara.
Sí, “de los de lanza en astillero” no sería de los
de lanza ya olvidada, sino todo lo contrario, de los de lanza casi lista para
ser usada. Don Quijote había madurado tanto ya su locura, que le faltaba poco para
hacer su primera salida, ansioso como estaba ya de embrazar la adarga y echar
mano de su lanza para arrostrar su descomunal empresa. En realidad, escribiendo
Cervantes que don Quijote era de los de lanza en astillero, nos está diciendo tal
vez que Alonso Quijano era a la sazón un “caballero en astillero”, o sea, a
punto de serlo. Por cierto, en la primera edición del Diccionario de
Autoridades, 1726, tampoco se recoge astillero
ni la expresión en astillero, aunque
sí en la segunda, 1770, pero acaso sólo en atención al Quijote.
¿Qué hacer? Se imponía consultar
con Pedro Álvarez de Miranda. Es Álvarez de Miranda el lexicólogo que más sabe
de estos asuntos. Acaba de publicar un libro, prodigio de erudición y amenidad,
que lleva por título precisamente el de Más
que palabras. “No encuentro ningún otro texto en que astillero
signifique 'percha o estante para astas o lanzas', lo que es algo extraño”,
corrobora. No obstante, “desmontar más de dos siglos de anotaciones del Quijote exigiría una demostración demoledora,
de meridiana claridad, inobjetable”, concluye, y la autoridad de Covarrubias le
parece “casi inapelable” en ese caso. Y sin embargo… Sin embargo la expresión
sigue siendo opaca, nadie, excepto Cervantes, usa la palabra astillero en el sentido que él le da ni
la expresión lanza en astillero, y si
Covarrubias es mucho, Correas no es manco… Y siendo la expresión estar en astillero o quedar
en astillero de uso corriente cabría pensar que Cervantes pusiese en la
suya dos sentidos, como si dijera: "de los de lanza en astillero, y nunca
mejor dicho", o sea, una lanza que espera en su astillero a ser usada ya.
Por todo ello sugiero a los que tengan ese Quijote que anoten a lápiz en su
ejemplar, como he hecho yo en el mío, junto a “de los de lanza ya olvidada”, un
“de los de lanza casi a punto” o “de los de lanza ya en capilla”. Incluso, por
darle la razón a Rico (lo que más le gusta), “de los de lanza en su lancera”. O
mejor: “de los de lanza a punto en su lancera”. Es, diríamos, la solución baciyelmo aplicada a la
filología, pues en estas indagaciones que quedan de momento en astillero lo
importante es no hacer el ridículo.
[Publicado en El País el 4 de junio de 2016]