LA cosa que más gusta a un alcalde (y a una alcaldesa) es poner y quitar. Poner y quitar es la cristalización del mando, la zona erógena, como si dijéramos, de la ordenanza. No hay alcalde o alcaldesa que no haya ordenado un buen día a su cuadrilla de municipales como quien dispone de su propia casa: «Me van ustedes a quitar esta estatua de aquí, la calle que se llamaba desde el siglo XVI Costanilla del Duende pasará a llamarse de Hermógenes Becerra porque lo digo yo, y en esta plaza vamos a levantar, con cargo al erario público, por supuesto, un gran monumento a la peineta, copete de las esencias nacionales».
La póstuma contribución de la alcaldesa Carmena a la ciudad de Madrid ha sido un monumento a los refugiados, en el Paseo de Recoletos. El monumento en cuestión es un gran turrón de noble piedra, cortado a escuadra. En la parte superior están sentadas con las piernas colgando unas cuantas figuritas, como enanitos, eso sí, de bronce. De no leer la placa costaría adivinar a quién o qué le está dedicado, quiénes son esos liliputienses, y decir que son tremendos, es no decir nada.
Ajeno a la vida municipal ignoraba uno que este monumento estuvo precedido de una gran polémica (parece de saldo, pero ha costado casi trescientos mil euros, de los cuales doscientos mil han ido al artista). En una placa bien visible se lee para sacarnos de duda: «MADRID A LOS REFUGIADOS», y en otra línea «DEL BORBA». Las letras son versales de palo seco estrechas, todas del mismo cuerpo. Sólo tras consultar en el móvil en qué región o país se encontraría Borba, advertí que la d y la b se confunden, y no es «del» sino «Bel», y Borba, el apellido del artista. Ha acabado resultando, pues, un monumento tanto a los refugiados como a su autor, autopublicitado sin recato. Naturalmente ese trasto debiera irse por razones urbanísticas a un depósito municipal con la mayor parte de las estatuas y monumentos que los alcaldes han puesto en Madrid estos últimos cuarenta años, pero ¿quién se expondrá a que lo acusen de no estar a favor de los refugiados? La picardía de los artistas aliada a la demagogia y oportunismo de los políticos produce monstruos. ¿Y los pobres refugiados? A la desgracia de serlo han de sumar ahora la desdicha de tener que ser recordados de esta manera tan, tan... Ni un mísero adjetivo se me ocurre.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de julio de 2019]