LO más difícil de todo, contra lo que cree la mayor parte de la gente, es hablar de uno mismo. Y escribir, no digamos. Están, por un lado, los que se creen mejor de lo que son; suelen ser la mayoría, y al considerarse mejor de lo que son, se pasan el día quejándose y exigiendo todo tipo de reparaciones y prebendas. Están, por otro, los que se creen peor, una minoría, pero influyente, principalmente gentes del artisteo que piensan que el mal es mucho más fascinante, sofisticado y distinguido que el bien. A diferencia de los otros, no exigen prebendas, los demás, medio hipnotizados, se las dan gustosos. Encontrar a personas que no presuman de ser nada, ni más ni menos de lo que son, es dificilísimo, sí. Se ve claro en las memorias que escribe la gente.
Cuando se publicaban las memorias de alguno de su tiempo, Jaime Salinas se apresuraba a telefonear a los viejos compañeros de farra, Gil de Biedma, Terenci Moix y demás: “Tranquilos, que no salimos”, les decía. Seguramente Salinas, un ser seráfico, coqueteaba con la idea de haber sido peor de lo que fue.
Acaba de publicarse un libro memorialístico extraordinario, Pisando ceniza. Lo ha escrito también un gran editor (Turner), además de apoderado del torero Rafael de Paula y de Chavela Vargas. Lo asombroso es que su autor, Manuel Arroyo-Stephens, publica este su primer libro cuando los escritores de su generación ya han publicado la mayor parte de los suyos, confirmando aquello de que los últimos serán los primeros. ¿Dónde habrá aprendido Arroyo ese tono para hablar de sí mismo y de sus amigos (lo hace aquí de Bergamín, de Paula, de un puñado de libreros de viejo tronados, de su vida y, sobre todo, de sus muertos: de su madre y su padre, en dos relatos a la altura de aquel memorable “Los muertos” de Dublineses)? En la literatura española, tan rollista y retórica, lo suyo no suena casi ni a literatura, milagro que raramente sucede. No se me ocurre mayor elogio: tampoco parece español; un ágrafo, a destiempo, por la puerta de atrás, acaba de darnos un gran libro... Se dirá que la suya tiene poco que envidiar a las vidas de los aventureros. Sí, pero “las cosas solo suceden a quienes saben contarlas”. Y quien ya una vez ha contado como él, tiene el deber ahora de seguir contando por y para nosotros. Porque al contrario de lo que decía Salinas, ojalá pudiéramos salir todos en las memorias de Arroyo, aunque eso tuviese este no pequeño inconveniente: nos haría creer mejores de lo que somos.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 29 de marzo de 2015]