14 décembre 2020

Delibes, un bosquejo

 En El Norte de Castilla, el sábado. Junto a otros cien.

Fue, el primer año que pasé en Valladolid, en 1971, la única compañía que tuve de veras: la lectura de los libros de Delibes. En la casa del hermano de mi padre donde viví entonces tres o cuatro meses había cinco o seis. No había casa burguesa vallisoletana donde no estuvieran sus libros. Delibes tenía esa rara virtud en un escritor de caerle bien a todo el mundo, a los que lo leen y a los que no. Se reconocían en sus historias, en su manera de contar, en su sencillez. Podían comprobar la exactitud de sus pinturas, porque los modelos los tenían también a dos pasos. Era una institución, a parte del director del periódico importante de la ciudad y la región, El Norte de Castilla(nombre precioso para un periódico, dicho sea de paso, por lo sonoro y significativo). 

Y no cayó uno en aquellos libros a ciegas. Al contrario. Había allí otros de la época (ya sabéis, Gironella, Cela, García Pavón), pero me había impresionado uno o dos años antes, en una edición barata de quiosco de Rtve (veinticinco pesetas), La hoja roja, la novela, de las suyas, que sigo prefiriendo. 

Entre aquellos cinco o seis libros se hallaba el Diario de un cazador. Me deslumbró y me descubrió a Delibes de la naturaleza, tan diferente de todos los escritores paisajistas, fueran Gabriel Miró o Azorín, más cerca Delibes de este, no obstante, que de aquel. 

Yo entonces me sentía un poco como el protagonista de esa novela, un obrero pucelano que se pasaba soñando toda la semana con salir al campo. También yo empezaba a soñar no sé si con salir al campo o sólo con salir de la ciudad. Esta me resultaba como a él hostil, claro que a mí aún llegaría a sérmelo aún más, pasado el tiempo. Cuando en 1992 se publicó El buque fantasma, que cuenta aquellos años descacharrados como estudiante y militante de la Joven Guardia Roja, Delibes y Jiménez Lozano (fue este quien presentó mi novela en Valladolid), la festejaron con una sonrisa maliciosa, acaso por haberme tomado unas libertades con la ciudad que ellos nunca se habían tomado. Desde entonces, si tenía que ir a Valladolid, no dejaba nunca de ir a hacerles una visita. Algunas están contadas en los tomos del Salón de los pasos perdidos. Fue así hasta sus muertes.

En los últimos tarjetones que Delibes me envió se amontan las letras como si los hubiera escrito un ciego, y apenas se entiende lo que se dice en ellos. Aunque yo presumo que serán cosas afectuosas. Era un hombre bueno en el buen sentido machadiano. No era ajeno, claro, a los dramas rurales, ni a la tristeza de la vida de los pueblos castellanos (lo que Sergio del Molino atinó a decir La Espala vacía) ni al irredento porvenir de sus pobladores, pero era incapaz de causar daño a nadie. Porque, como es sabido, nadie tan sensibilizado con el dolor como los cazadores, cuyo arte consiste precisamente en vendimiar la vida a los animales de una manera noble y respetuosa, pues aunque era consciente de que el animal no tiene deberes y no puede tener por tanto derechos, sabía también que el hombre no podía degradarse en indignos ejercicios venatorios. Véanse sus lances persiguiendo a la perdiz roja, a veces durante horas, él solo, con su perro y su escopeta en una fría mañana de invierno. Es lo más zen que ha dado la literatura española.

Las obras de los escritores, muertos estos, pasan por diferentes estados. Es una opinión extendida que muchos, tras su muerte, han de atravesar un corto o largo purgatorio, y la mayoría no saldrán ya del olvido. No hemos visto que tal cosa haya sucedido con las de Miguel Delibes, ni creo que sucederá. No, desde luego, con todas aquellas en las que trata de «las cosas del campo». La mitad de sus libros, como quien dice. No son libros estáticos, no son el pasmo de un contemplador. Tampoco desde luego ejercicios de estilo. Delibes es un hombre de acción, y lo que le gusta es dotar a sus escenas de caza, de pesca o de naturalista de un cierto drama. En todas ellas hay más que una intriga (eso es cosa de novelistas), una inquietud (cosa de los poetas). Y Delibes, que no sé si escribió alguna vez versos, se muestra en esos libros como un poeta, sobrio y castellano, un poco románico, si se quiere, pero poeta al fin y al cabo. 

Y como a poeta, creo yo, se le leerá siempre, un poeta que no va de poeta (son los mejores), ni siquiera de escritor, sino sólo de eso, uno que cuenta cosas si ve que alguien tiene interés en escucharlas. 

Fue para uno hace cincuenta años la mejor compañía, y sigue siéndolo. Ya no son cinco o seis libros los que tengo de él a mano. Creo que tengo todos los suyos (dos estantes y sí, en primera edición y algunos dedicados). Así que de vez cuando, algunas tardes en las que se siente uno vagamente solo, saco uno del estante, lo abro y me digo: «A ver que nos cuenta hoy mi amigo». Porque se me olvidaba decir que aunque los libros son los mismos, Delibes parece que siempre está contando cosas distintas y nuevas. Como únicamente saben hacer los poetas.

28 novembre 2020

Zenda. Una entrevista

A las entrevistas entrevistas les pasa lo que a las fotos, en unas sales peor o mejor que en otras, en unas te dices «yo no creo haber dicho eso» (normalmente lo has dicho, pero te disgusta verlo dicho de manera tan textual), y en otras te sorprendes y te haces sonreír, como cuando Chaplin se reía viendo sus propias películas mudas.

En esta el mérito es de Javier Ors y de Victoria Iglesias, que hizo unas fotos que dan bien el ambiente.



23 novembre 2020

Volver al Rastro

LA novela de Dickens se titula, literalmente, Grandes expectativas, pero se tradujo por Grandes esperanzas. El Rastro de Madrid, uno de los rincones más dickensianos de la ciudad, es lugar de grandes expectativas pero de pocas esperanzas. Allí todo el mundo lleva en la cabeza negocios fabulosos, vendiendo o comprando; ahora, esperanzas las justas. Esa ha sido la maquinaria que no se ha detenido nunca, ni siquiera durante la guerra civil. Tuvo que venir la covid para que se cerrara por primera desde el siglo XVII; en marzo y abril, por completo; luego abrieron tiendas y almonedas. 
Este domingo volvía el Rastro, o una pequeña representación de él. A primera hora había guardias por todas partes. Más que rastreros. La idea, lo que ellos llaman dispositivo, era permitir unos quinientos puestos y unos tres mil visitantes. Se calcula que en una mañana normal hay mil puestos y entre cincuenta y cien mil visitantes. De momento han dejado tres plazas (Cascorro, Vara del Rey, Campillo del Mundo Nuevo), y una calle (Ribera de Curtidores). Los dispositivos en España tienen siempre un punto surrealista. La pendiente de la Ribera es muy pronunciada, lo agradable es bajarla; el dispositivo puso al río de gente fluyendo en una sola dirección desde la Ronda a Cascorro, que es como barrer una escalera empezando por abajo. Al disponer de tan poco espacio se han visto obligados también a mover los puestos de sitio, quiero decir que el que antes se ponía en la calle del Carnero ahora va a estar en el Campillo y al que estaba en una punta del Campillo pueden haberle mandado a la Ribera. Como si el callejero fuese el cubo de Rubik,
Ayer todo el mundo estaba contento. «Claro que el que falta no sabemos si es porque le toca otro domingo o porque es baja», oímos decirle a alguien. En el Rastro se habla de la muerte con mucha naturalidad. Algunos activistas repartían sus pasquines: «El Rastro es un lugar seguro. Está al aire libre». «Eso es relativo», oigo que dice alguien detrás de una mascarilla. Yo le entiendo. Se refiere a que el Rastro es un comercio de tacto y de contacto, la gente quiere tocar lo que compra, por si es falso, y se aglomera, por si es un chollo y se lo lleva otro antes. 
Ha sido un Rastro extraño, como todo lo que nos pasa últimamente. Pero nadie se queja (y habría razones para hacerlo). Lo importante, oigo también, es que hemos vuelto: Sí, me digo; con las esperanzas de siempre, pero con mayores expectativas que nunca, si cabe.

                                                                            (Publicado era El Mundo el 23 de noviembre de 2020)









 

 

21 novembre 2020

Una conversación y un paseo

La conversación la mantuvimos Manuel Jabois y yo este lunes pasado. El paseo es de cualquier momento.



1 novembre 2020

Una entrevista

Aparece hoy en Abc, y era originalmente más larga. No se podía dar entera, claro. Aquí va como iba, tal como me la envió Inés Martín Rodrigo.

PLAZA DE LA VILLA DE PARÍS:

- AT.: Las ciudades contienen tantas ciudades como vecinos, y los vecinos de Madrid tienen una característica: la inmensa mayoría hemos venido de fuera, de pueblos o de ciudades más pequeñas, y los que son gatos, los que han nacido aquí, también han recibido esa extrañeza de sus mayores, también emigrantes. Madrid es una ciudad de aluvión, la hemos hecho entre todos, madrileños somos todos. Y, en mi caso, este es el barrio donde me he hecho mi pequeña ciudad de provincias. Vivo al lado, aquí venían a jugar mis hijos de niños, al lado estaba la casa de Ramón Gaya, al que veía casi a diario. Yo he llevado una vida tranquila, vida de trabajo y provinciana; se conoce que el espíritu de la provincia viaja con uno... Esta es una plaza tranquila, al lado de todo, y probablemente la más popular de España, aparece a diario en todos los telediarios con todos esos delincuentes, ladrones, estafadores..

 

- IMR.: Políticos…

- AT.: Políticos menos; más terroristas, golpistas, narcos, ensoñadores… Esta es la plaza por antonomasia de la justicia: en muy pocos metros hay tres sedes judiciales muy importantes, en una misma mañana te pueden juzgar por tres cosas distintas. Es una suerte. Y es una plaza simpática. Antes tenía un encanto más provinciano aún. Yo he visto aquí, hace quince o veinte años, cómo los mendigos hacían hogueras para pasar las noches, y he visto acercarse a esas hogueras a los guardias para calentarse; había como una humanidad, una fraternidad entre los mendigos y la justicia especial, muy bonita. Sin salir de nuestro barrio, en apenas dos manzanas, tenías cuarenta o cincuenta oficios, en cuarenta años esos oficios han desaparecido prácticamente todos. Pero es mi plaza, es la que me gusta, tiene una cierta armonía… La ley siempre tiende a armonizar las cosas que no funcionan bien, la ley es una especie de orden en medio del caos de la vida. De ese orden, de esa serenidad parece que se contagia esta plaza. Antiguamente estaba ahí el Palacio de los Duques de Medinaceli, que se tiró en el año 1964 por pura especulación urbanística e hicieron este trasto.


-  IMR.: Que es espantoso…   

-AT.: Sí, pero lo que a nosotros nos parece espantoso, si le das doscientos o trescientos años se pone bonito. No falla. Es una lástima no vivir tres siglos para verlo.

 

-IMR.: El barrio ha cambiado mucho en los últimos quince años… Imagino que el cambio de los últimos meses es casi definitivo.

-AT.: Yo creo que el ser humano tiene una capacidad de olvido afortunadamente muy grande, incluso para el dolor. El tiempo lo cura todo, y curará, incluso, las heridas del coronavirus, porque Madrid ha sufrido a lo largo de la Historia pestes, hambrunas, sitios de guerra, revueltas, motines, invasiones… y de todas se ha recuperado. Los últimos ocho meses la ciudad, en efecto, se ha venido abajo, pero dale dos meses de normalidad y la gente lo olvida todo. De hecho, el disparate de Sánchez hace unos meses diciendo “Hemos vencido al virus” hizo que muchos olvidaran inmediatamente lo que había pasado…

 

- IMR.: Y que el verano fuera calamitoso.

-AT.: Y que el verano fuera calamitoso. No se pueden dar falsas expectativas a la gente, ni falsas esperanzas tampoco. Yo me asomo al balcón a las diez de la mañana y las mañanas parecen ahora las de un domingo. Solo que sin la alegría de las mañanas de domingo. Al contrario. La tristeza está por todas partes. Después de siete meses en el campo, al llegar a Madrid he visto que hoy la gente parece caminar a minguna parte. Vaga de aquí para allá. Está como flotando, como peces de un acuario, que se dan con el cristal y retroceden. Así. Nosotros nos damos de bruces con todas esas normas sobre la pandemia que los políticos nos cambian ahora cada día. Lo ha dicho bien González: una puñetera locura.

 

AYUNTAMIENTO:

-AT.: Cuando la hija de Carmen Martín Gaite era muy niña y oía a sus padres “¡Qué feo edificio, qué espantoso edificio!”, ella decía lo mismo que yo digo en el libro: “Ya se pondrá bonito”. Carmen me señaló, hace muchos años, que las farolas del Palacio de Buenavista tienen debajo unas figurillas muy simpáticas, y muy de Carmen Martín Gaite… 

 

- IMR.: ¿Qué te pareció cuando trasladaron aquí el Ayuntamiento?

AT.: El madrileño, como cualquier persona, en principio es reacio a los cambios, porque los cambios nos descolocan un poco. El edificio era gigantesco, de en un momento en el que las telecomunicaciones eran muy importantes. Las comunicciones han cambiado tanto que se quedó obsoleto en muy poco tiempo. El traslado a mí me pareció que era una obra faraónica, pero en algún momento había que hacerla; y hoy por hoy me parece bien, porque como centro cultural se le puede sacar mucho provecho. Además, está en el centro de la ciudad.

 

SUBIDA POR CALLE ALCALÁ:

-AT.: Todos estos cafés eran muy bonitos hace cuarenta años, pero claro, como dice Cañabate, el madrileño se pasa la vida yendo de lamento en lamento, cosa que es un poco absurda. Cuando uno echa de menos una plaza, un comercio, un café… en realidad lo que suele echar de menos es su juventud. Por tanto, sabiéndolo, es absurdo lamentarse, yo ya me lamento de poco.

 

 PUERTA DE ALCALÁ:

- AT.: Cuando la ves exenta... Es un poco absurdo. Era mucho más bonito cuando tenía una utilidad, pegada a la cerca, con sus puertas que se abrían por la mañana y se cerraban por la noche y pasabas… Ahora, ver una puerta así, en mitad de la nada, es un poco absurdo, pero bueno, no lo vas a quitar, tampoco…

 

-IMR.: Es uno de los símbolos de Madrid…

-AT.: Sí, Madrid no tiene muchos. Madrid es una ciudad que no tiene las bellezas que tienen otras ciudades, pero Madrid al final tiene eso que se llama la suerte de la fea, que la guapa la desea. Tienes que descubrirla, y cuando se la encuentras, está muy bien. Y cuando te quieres dar cuenta has pasado toda la vida a su lado y, como diría un personaje de Galdós, tan ricamente.

 

-IMR.: Yo tengo la sensación de que los madrileños no miramos hacia arriba cuando caminamos por la ciudad, cosa que sí hacemos cuando visitamos ciudades como turistas…

-AT: Deberíamos tenerlo presente siempre, pero no solamente en Madrid; hablas con un parisino y le pasa lo mismo o, incluso, un veneciano, sólo ven la ciudad cuando se la enseñan a un forastero.

 

-IMR.: Que es lo que has hecho en el libro.

-AT.: Es lo que he hecho en el libro. He hecho de mí mismo un forastero para ir fijándome en todas esas cosas. Así la ciudad se vive de otra manera, porque cuando empiezas a mirar hacia arriba descubres que Madrid es una ciudad realmente importante. Madrid es muy importante, pero no se da en absoluto importancia.

 

-IMR.: Eso es cierto.

-AT.: El madrileño no se da importancia. El madrileño no se victima, es bastante estoico, está acostumbrado a sufrir, porque le ha traído a Madrid la lucha por la vida y, por tanto, el madrileño es un hombre que está acostumbrado a luchar. A Madrid hemos venido todos llorados de nuestra patria chica. Esa es la razón de que en Madrid no se esté mucho para victimaciones.

 

-IMR.: En cambio, otras regiones del país sí han explotado ese victimismo, y lo hemos vivido con particular sufrimiento a lo largo de los últimos años.

-AT.: Los hay que se pasan el día quejándose, lloriqueando, pedigüeñeando. El madrileño no se queja, es estoico. El madrileño está acostumbrado a pasarlas mal y por lo general tiende a ver las cosas buenas, quiere disfrutar de ellas, quiere que se arreglen y cuando no se arreglan busca una solución. Este es el carácter del madrileño: un hombre que no tiene identidad, que no tiene apego más que a la vida. Si fuera un libro, Madrid sería una obra maestra editada de una manera pobre, como Fortunata y Jacinta. La primera edición de Fortunata y Jacinta, en cuatro tomos, está en rústica, en mal papel y con una tipografía en absoluto memorable.

 

-IMR.: Eso es Madrid.

-AT: Eso es Madrid. Y Madrid es la primera edición del Quijote, editada en mal papel y con mala tipografía, y llena de erratas. Eso es Madrid, una ciudad con muchas erratas, pero con una melodía bonita, humilde y pegadiza.

 

PARQUE DEL RETIRO:

-AT.: Juan Ramón venía a pasear mucho por el Retiro, también Baroja, que son los dos opuestos. Uno es la elegancia suma y otro con ese aspecto de vagabundo, su boina, sus zapatillas de orillo, su gabán oscuro y grande. Juan Ramón decía que el Retiro era el Madrid posible, el Madrid mejor, porque esto es un jardín ordenado, con su propia vida armónica, donde está metida la naturaleza, el agro culturizado más que en ninguna otra parte. En todo momento el Retiro es bonito, en todas las estaciones y a todas las horas. Por la noche yo no he venido nunca, pero veo desde fuera que no hay luces, y eso lo poetiza mucho.

 

-IMR.: El Retiro es una evasión, ¿no?

-AT.: Bueno, yo aquí no pierdo el tiempo, vengo a pensar, a darle vueltas a las cosas, a sentarme, me encanta ver a la gente. Me gusta la vida de la gente.

 

-IMR.: Y el Retiro es un escenario perfecto para poder observar a la gente.

-AT.: Sí, porque en el Retiro la gente, por lo general, nos desprendemos de lo peor nuestro.

 

-IMR.: ¿Por qué?

-AT.: Porque somos más serenos, más respetuosos, estamos más ensimismados, más reclamados por la naturaleza y olvidados de nosotros mismos, y todo esto hace que la gente esté de mejor humor.

 

-IMR.: En los meses más duros de la pandemia, el Retiro ha sido, más que nunca, un refugio para los madrileños.

-AT.: Bueno, porque la gente necesita el contacto con la tierra y con la naturaleza. Ni siquiera se pregunta quién es ese que va a caballo, por qué está ahí… Por cierto, en el Retiro está, según Julio López, una de las mejores cabezas de caballo de la historia de la escultura, en el monumento a Martínez Campos. Es magnífica.

 

-IMR..: Ahora que mencionas los monumentos, las estatuas, ¿qué le parece el revisionismo histórico que mira el pasado con los ojos del presente?

-AT.: El presentismo, aparte de que es de un gran candor, te obligaría a cambiar y poner patas arriba todas las cosas, no solo las ciudades..

 

-IMR.: Me gusta eso que dices de que la memoria no se puede legislar, porque es una facultad.

-AT.: La memoria es una cualidad de la persona y nadie puede entrar en tu cabeza para decirte qué tienes que recordar o no. La polémica de Largo Caballero es muy corta. La defensa más extravagante que se ha hecho de él estos días la hizo Paul Preston: “Largo Caballero sería un político mediocre, pero no era un asesino”, dijo. Es decir, que hemos de conservar su monumento porque fue un político mediocre… Hombre, si en Madrid hubiera que poner una estatua a todos los políticos mediocres no podríamos salir de casa. Decía Hannah Arendt que el historiador es el guardián de los hechos. Tú lo que no puedes hacer con los hechos es inventarlos ni presentarlos de una manera fraudulenta acomodándolos a lo que tú quieres que los hechos digan. Madrid, la ciudad de Madrid es lo que es. Podemos decir que el Manzanares es navegable (lo fue), pero no que es rico en salmones. En el Comisionado de la Memoria Histórica, durante dos años, lo que hicimos fue sopesar hechos y ver si lo negativo de unos comportamientos y lo positivo de otros nos impedían aplicar una ley en la que, por otra parte, veíamos grandísimas deficiencias, pero que ya estaba aprobada en el Parlamento.

 

-IMR.: Te refieres a la Ley de Memoria Histórica.

-AT.: Sí. Es una ley muy deficiente, origen de contrasentidos, paradojas e injusticias comparativas. Para eso está la memoria, para llegar a una especie de relato común. La verdad, decía Giner de los Ríos, la hacemos entre todos, y recordamos entre todos. No puede ser que recuerden siempre los mismos, hunoshotros, por decirlo como Unamuno.

-AT.: Juan Ramón hablaba de un Madrid imposible, que es el de los barrios bajos, el de la suciedad… Y hablaba de un Madrid posible, que era un Madrid ordenado, armónico, limpio, aristocrático en el mejor sentido de la palabra… Y este Madrid, que es el Madrid del Observatorio, del Retiro, del Casón del Buen Retiro, del Prado y del Botánico es el Madrid del XVIII, que es el Madrid neoclásico, de una especie de serenidad. Es probablemente el más depurado de todos los madrides, pero no excluye al otro, al Madrid de los barrios bajos y del rastro. A mí siempre me ocurre esto, que comparto los dos extremos, debe ser que soy un madrileño sintoísta.

 

-AT.: Madrid no es una ciudad clasista, ni muchísimo menos. Nada más popular que el Retiro. Lo vio muy bien Ortega y Gasset en La redención de las provincias. Debería ser de lectura obligada. Dice entre otras cosas que el aristócrata madrileño, lejos de separarse del pueblo, lejos de establecer una barrera infranqueable con las clases populares, como ocurre en Inglaterra o en buena medida en Francia, no sólo rompe esa barrera, sino que le gusta mezclarse con las clases populares, viste sus mismos trajes e incluso imita su habla, cosas que en otras partes, como en Inglaterra, sería impensable. Esto en el Retiro se ve claramente, sobre todo cuando llega el buen tiempo. El Retiro es como la Pradera de San Isidro, depurada.

 

-IMR.: Antes decías, citando a Giner de los Ríos, que la verdad la construimos entre todos, pero yo tengo la sensación de que, sobre todo en los últimos tiempos, a los españoles cada vez nos cuesta más trabajo ponernos de acuerdo en algo.

-AT.: Yo no voy muy de acuerdo con eso, porque eso pasaría por aceptar que los políticos son todos los españoles, y no es verdad. No creo que a los españoles les costara entenderse más que a los ingleses o a los franceses. Ahora, en este momento tenemos una clase política sin demasiados escrúpulos. ¿Qué tiene que ver un socialista honrado con un exetarra o con los nacionalistas más reaccionarios? Pues ahí los tienes «juntos y en unión» en el gobierno, como los requetés, los falangistas y los de las Jons después del decreto de Unificación.

 

-IMR.: Y esa división la han trasladado a la ciudadanía.

-AT.: Yo en general tiendo al optimismo. La ciudadanía a veces se equivoca, a veces no, pero hay que darle un tiempo y pedirle que reflexione y que no dé su voto al primero que se le ocurra. La moderación pasa por tratar como adulto a todo el m undo, incluida a una ciudadanía cada vez más infantilizada e idiotizada.

 

-IMR.: Digamos que tenemos que votar más con la cabeza y menos con el corazón, ¿no?

-AT: Bueno, hay que votar con las dos cosas. Yo no descartaría el corazón así tan a la ligera, pero lo que no le daría es el mando en plaza. Hay que votar con la cabeza y con el corazón, con ambas cosas, pero principalmente con la cabeza, desde luego. Haciendo la media entre cabeza y corazón, que es la reflexión. Realmente, deberíamos ser más reflexivos.

 

-IMR.: Es que el carácter español…

-AT. No creo tampoco en el carácter español. El carácter español no existe, eso lo creerán los nacionalistas catalanes, vascos o españoles. No hay un carácter español, hay unos hábitos, unos malos hábitos…

 

-IMR.: ¿Como por ejemplo?

-AT.: Hablar a voces, ser precipitados, mentir descaradamente, decir que te va a quitar el sueño una cosa y luego dormir a pierna suelta, ser sanguíneos, creer que la hombría depende del volumen de la voz, creer que las creencias son más firmes cuanto más intransigentes, que las mscarillas son malas para la salud y luego poner multas al que no las lleva… No hay un carácter español. Hay cucos, hay oportubnistas y demagogos. Lo español no es nada. Hay una serie de rasgos sentimentales que compartimos, pero que como se van se vienen, no hay nada que sea naturaleza; eso lo creen los racistas, los xenófobos, creen que sí, que naturalmente son distintos, o sea mejores.

 

-IMR.: Mira lo que pasa en este país con la bandera.

-AT.: Oímos decir: «La derecha se ha apropiado de la bandera». ¿Sí? Pues nada, haz uso tú tambien de ella. Cuantos más seamos menos  mejor, subiremos la media y los indeseables se notarán menos. Ningún otro país tiene un conflicto con su bandera, es la bandera de tu país y está ahí, no es que te guste o no, es la que es.

 

-IMR.: Es que es un conflicto absurdo.

-AT.: Hace poco salimos unos cuantos en un vídeo diciendo “¡Viva el Rey!”. Queríamos defender la Constitución. Y vinieron algunos diciendo: «la derecha se apropia del Rey». El caso es que habíamos invitado a muchos de izquierda, y ninguno quiso, temiendo que habría gentes de derecha en el vídeo. No dejamos de votar en unas elecciones porque voten también los idiotas, los maltartadores o los ultras, y en la misma urna en que lo hacemos nosotros. La cuestión no es por qué al Rey lo defiende la derecha, sino por qué lo ataca la izquierda o no lo defiende. 

 

MUSEO DEL PRADO:

- AT.: Ramón Gaya lo definió muy bien, él lo llamó la roca española. El Prado es lo más sólido que tiene España. Lo mejor que ha dado este país está en el Prado, por fuera y por dentro, por el contenido y por el continente. Contiene no solamente obras de arte, contiene eso que llamamos el milagro español, ese respeto por la realidad que caracteriza al artista español, esa especie de amor hacia la realidad, hacia lo que común a todos. Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza decían que lo mejor nace del pueblo, y es verdad, en el sentido de que el pueblo destila muy bien unas virtudes que nos hacen estar despiertos y atentos a la realidad. ¿Y qué es la realidad? La suma de pasiones, pensamientos y afectos, que combinados adecuadamente hacen al hombre mejor, hacen que el hombre se perfeccione y mejore. Y enfrente tiene el Jardín Botánico. Naturalidad viene de naturaleza, lo que necesitamos todos, escritores o no, artistas o no, para vivir adecadamente. 


- El paseo que hemos hecho hoy lo hago con mucha frecuencia. Normalmente, yo me alargo un poco más y llego hasta la Cuesta de Moyano, bajo, saludo a los amigos libreros y vengo luego por aquí, si tengo tiempo, en primavera, entro en el Botánico y, si tengo un poco más de tiempo, entro al Prado, porque tengo un par de buenos amigos también, aparte de Velázquez y demás, dos de carne y hueso, y nos tomamos un café, veo cuatro o cinco salas que me gustan…

 

IMR.: ¿Echas de menos la vida de antes?

- AT.: Bueno, no mucho, porque mi vida ha sido siempre así. Lo único que echo de menos es abrazar a los amigos, abrazar a mi nieta, a mis hijos… Eso sí lo echo de menos, pero el resto no mucho. Mi vida es más o menos lo que has visto. Estoy muchísimas horas al día solo, y muchos días al mes, y el confinamiento no me llama la atención. Incluso cuando he estado siete meses confinado en Extremadura he llevado la misma vida que llevo aquí. Soy una persona bastante ordenada y los libros van saliendo solos, unos mejor que otros, me ocupo a veces de la compra y de trabajos serviles, y por la tarde leo algo, a partir de las ocho doy un paseo por el barrio… Dios quiera que no nos roce este virus y no padezcamos lo que están padeciendo miles de españoles directa o indirectamente con familiares enfermos, muertos... Estamos viviendo como un compás de espera, no podemos realizar enteramente nuestra vida, tienes la sensación de que, hasta que esto no se resuelva, las cosas que haces no van a estar hechas del todo; tengo la sensación de que lo que estoy escribiendo tampoco está bien, porque nadie puede quitarse de la cabeza esta preocupación…

 

-IMR.: Es una nube negra que tenemos encima de la cabeza.

- AT.: Sí, que lo tiñe todo de un color sombrío. 

Foto: Ignacio Gil



30 septembre 2020

Selfi

 AYER les puse a unos cuantos amigos, conocidos y saludados este correo. Hoy lo pego aquí para todos.

amigas y amigos

os remito este escrito de libres e iguales con una iniciativa modesta pero significativa. excuso pormenorizar las circunstancias que lo hacen necesario. es la pequeña aportación de quienes creemos cuán importante es defender hoy nuestra constitución. ayer me decía un amigo socialista a quien se lo envié:  «Cuánto habrá girado la rueda del reloj ideológico para que los republicanos debamos y queramos defender la monarquía». Pues eso.

sin otro particular

os envía un abrazo

a.

Los miembros de Libres e Iguales le proponen que nos acompañe en un ¡Viva el Rey! colectivo, como símbolo de nuestro apoyo al gran acuerdo constitucional que hoy está en peligro.

Así le pedimos que, con la cámara de su móvil en horizontal, grabe su rostro y su voz diciendo Viva el Rey, del modo y manera que prefiera. Y que remita la filmación a vivaelreyfelipesexto@gmail.com, lo antes posible y nunca más tarde del 5 de octubre. 

El cineasta José Luis López Linares se encargará de montar los testimonios uno después de otro, sin preámbulo ni epílogo. 

Cordialmente agradecidos,
Mario Vargas Llosa y Fernando Savater, en nombre de Libres e Iguales.




18 mai 2020

El Diario de David Perlov (y tres cartas)

EN el curso de la conversación sobre diarios de la que se hablaba en la anterior entrada de esta hflexia, publicada y emitida ya en El País, recomendaba uno los Diarios de David Perlov, que dieron lugar a estas dos cartas, de Miriam Moreno y de uno mismo, a quien nos los descubrió, Jonás Trueba, y a la contestación de este.

1,

Querido Jonás:
Tan solo unas palabras para comentar el Diario de Perlov que hemos visionado en distintas etapas, pero con sumo gusto. Me ha parecido de una sobriedad estilística admirable o, como hubiera dicho Gaya, un relato “sin estilo”,  contenido, sin exhibiciones sentimentales,  frío y cálido a la vez. Eso que es tan difícil. El testimonio del vivir sin estridencias ni egolatrías, sin extraviarse en discursos teóricos, sin imposiciones doctrinales ni alardes estéticos o intelectuales. Más bien al revés: su naturalidad puede confundirse con un mero enunciado y sin embargo esta “mínima biografía” es como la punta de un iceberg, hecha de pinceladas que sin pretender abarcarlo todo, son fragmentos que insinúan y sugieren la máxima profundidad. Unas escenas que si parecen improvisadas o inacabadas, logran en cambio entregarnos con sencillez una verdad. La pura vida. 

Yo diría que el testimonio, a medida que avanzan los años, se va haciendo cada vez más denso. La interrupción de su trabajo en la Universidad; su proyecto incomprendido; su decepción; las ilusiones perdidas; el desánimo; la enfermedad o la depresión de la que únicamente nos confiesa la tristeza que le arrebata las ganas de vivir y de enfrentarse al rostro de las gentes. En ese estado solo tiene fuerzas para filmar un paisaje urbano desierto. La desolación. En contraste hay otras imágenes que transmiten una felicidad serena como las de la amiga de Mira interpretando música brasileña en el piano; la cara angelical del niño; el retrato de la chica armenia cantando. Pero también las de los personajes centrales como los de sus hijas Yael y Naomi con sus pequeñas historias o los planos “robados” a Mira.  En general, llama la atención su interés por la figura humana. Todo un Dramatis personae en los retratos de sus familiares, amigos y colaboradores, de sus alumnos, de los niños, de las limpiadoras, de los conductores y de la gente sencilla en general.  Y cuando se asoma a los barrios más deprimidos, declara su propósito de “no filmar ni la miseria ni la opulencia”. Otras veces su mirada es como la del antropólogo que irrumpe en las fiestas populares y las procesiones. Hay una aproximación al hecho religioso, con presupuestos laicos y la cultura hebrea como telón de fondo que capta el sonido cotidiano de los predicadores de la radio y se extraña ante la imagen lejana de una Virgen, la misma que asociaba con la muerte cuando era niño.

Su cosmopolitismo entre Tel Aviv y París, entre Oriente y Occidente, entre Europa y América se expresa en casi tantas lenguas como personas: el hebreo, el árabe, el armenio, el francés, el alemán, el portugués, aparte del inglés del narrador. Y Sao Paulo, su ciudad de ida y vuelta, crisol de culturas. Al regresar allí después de tantos años, en la madurez, siente el peso del tiempo al verla transformada. El reencuentro con su hermano, su deseo de reapropiarse de aquellos lugares que fueron tan suyos como la Estación de la Luz o los tranvías que le traen tantos recuerdos de la niñez. También aparecen tranvías en Río de Janeiro, la ciudad mítica de la belleza, allí donde nació, el verdadero paraíso. Qué imágenes tan luminosas. Pero en la última parte, la de 1983, comprendemos que su periplo es un viaje a la infancia. La evocación de los muertos: Miguel, Dona Guiomar, La muda…  Finalmente, la visita a Belo Horizonte donde aún palpita la tragedia que le separó de Ana, su madre allí enterrada, con su nombre mal escrito en la lápida. 

Precioso epílogo en Lisboa con el plano del último tranvía que sube una cuesta imposible,  sin aliento apenas. 

Volveré a visitar estos diarios, estoy segura. Gracias por el regalo.
Mil besos, 
M.

2,


perlov: creí que te había dicho algo ya. miriam sé que te escribirá. volvió a ver el último capítulo, el brasileño y portugués. a mí es el que más me ha gustado de todos, el que tiene una mayor temperatura sentimental. es emocionante el reencuentro con sus amigos, sus muertos, su infancia.
tienen muchísimo encanto la precariedad del 16 mm., el color, el titubeo.
la única objeción, por ponerle alguna: como ese diarista al que se refiere unamuno (amiel), parece vivir sólo para el diario, para filmarlo. y eso hace que parezca que el diario es más importante que la vida, cuando no es más ni menos, es la vida. tampoco se ahorra la queja (pero para eso llevamos diarios; si no podemos quejarnos en nuestro, qué porquería de diario sería).
pero, bueno, está lleno de detalles maravillosos.
y una lección: si se tienen los ojos abiertos y va uno atento, la poesía se revela sola.
en una charla para el país que se emite, creo, la semana que viene (sobre diarios, con héctor abad, elvira lindo, laura freixas y yo, moderados por javier rodríguez marcos), hablé de los de perlov y de que tú me los habías descubierto.

sigue bien
abrazos

y 3

Querida Miriam, y querido Andrés que mantengo en copia
Mil gracias por este regalo en forma de análisis de los Diarios de Perlov, de tantas sensaciones, tantas intuiciones tan buenas y valiosas. Me emociona mucho que hayas podido sacarle tanto provecho y que te hayas animado a dejarme algo de todo eso por escrito. Andrés ya me había compartido algo de sus propias impresiones. Sin duda da para mucho hablar y pensar. Yo llevo años dándole vueltas a estos diarios, como le decía a Andrés, los uso siempre en mis clases, cuando doy talleres con jóvenes aspirantes a cineastas, siempre empiezo con fragmentos de los Diarios de Perlov, no he encontrado nada más estimulante y honesto, que hable así, de forma tan directa y limpia, de lo que es o puede ser el cine, el cine posibilista, como yo suelo llamarlo, el que se hace con lo que se tiene y no con lo que no le gustaría tener a uno y no tiene (que es la gran mayoría del cine que se hace, cine que es tantas veces un quiero y no puedo). El cine es el arte más materialista que existe, se hace con la cámara, y con el micrófono, pero también, demasiadas veces, con demasiadas cosas. Y cuando algunos cineastas lo reducen a los mínimos elementos, es decir, la cámara, el micro y poco más, lo que uno tiene cerca, por ejemplo la familia, la persona amada, muchas veces ahí se ha hecho el mejor cine. 

Es verdad lo que dices, que puede confundirse con un cine de enunciado, porque es didáctico y sencillo, pero lo es en el mejor sentido, en el cristalino, de la intuición, de las verdades que se van revelando. Es un cine hecho a base de renuncias, también, pero creo que todos los grandes cineastas parten de una renuncia. Eso lo decía Truffaut para describir a los cineastas que admiraba y de paso explicar una esencia del cine. Decía que Hitchcock, por ejemplo, renunciaba a la verosimilitud de la realidad en busca de una verosimilitud cinematográfica; que Rossellini renunciaba a la perfección de estilo en busca del encuentro con lo real, que Bresson renunciaba a los actores para alcanzar la verdad del cinematógrafo... y así, cada uno con su renuncia... Yo creo que Perlov renuncia al cine narrativo o comercial, como dice al principio, par encontrarse con un cine íntimo, casero, a tientas, y sin embargo, de nuevo, más verdadero y genuino. A mí me cambió un poco la vida, la manera de pensar el cine, cuando encontré estos diarios. Algo después llegué a escribir este textito, cuando me pagaban por escribir de películas!:

Ahí menciono a Mekas, otro de mis cineastas clave. He pensado mucho estos días en enviaros parte de sus películas, y sin duda voy a hacerlo. Son también una especie de Diarios cinematográficos, pero son algo muy distinto, el pulso con la cámara es otro, mucho más impresionista, aleatorio, más poético y más cálido tal vez... 

Pero antes quiero regalaros otra película muy distinta. Salir del género del diario y volver a la ficción. A una película más clásica, narrativa, una ficción... Es una película taiwanesa, del año 2000, dirigida por el gran Edward Yang. Es la única película de esta cineasta que llegó a estrenarse comercialmente en España, pero no sé si llegaríais a verla, tal vez sí y entonces este regalo tiene menos gracia..., pero me arriesgo, por si acaso. Es una película que necesito que vean todas las personas que quiero y admiro, así que no me puedo resistir a compartirla con vosotros. 

Eso sí, es larga, tres horas. Pero esta sí es para ver de un tirón. Me lo vais a agradecer, creedme: un día tranquilo, empezando pronto después de cenar sería lo ideal. Con un vino tal vez. Es la historia de una familia. No pasa en ella nada extraordinario, pero creo que de nuevo la vida vuelve a aparecer de forma milagrosa. Es la película de un cineasta sabio, en plenitud. Edward Yang la filmó con cincuenta años, en plena madurez, sin saber que sería su última película, porque murió de cáncer algo después... Así que Yi Yi (que en chino mandarín es como "Uno tras otro", y veréis que tiene que ver con la repetición en los gestos familiares...) fue su testamento, y en realidad parece que no podría ser de otra manera, ya veréis... 

Aquí os dejo un un enlace 
Me ha ce mucha ilusión compartir cine con vosotros, película importantes, que creo que ayudan a vivir mejor. Ojalá esta la disfrutéis mucho también.

Gracias Andrés por recomendar a Perlov en Babelia, me hizo mucha ilusión, muy generoso por tu parte y además seguro que anima a mucha gente a descubrirlo. 

Muchos besos y abrazos,
J.

Pd. Sería bonito que publicasen algo de Perlov en tu blog. Estoy seguro que muchos de los que te leen van a tener curiosidad. Lo cierto es que no están disponibles gratis online, como decías en el audio del país, pero se compran en una web francesa de una distribuidora maravillosa que edita cosas muy especiales. Yo se lo compré a ellos hace años, es una caja con 6 dvd, de ahí saqué los archivos que te envié. Veo que se mantiene el mismo precio de entonces, 70 euros: https://re-voir.com/shop/en/50--david-perlov




13 mai 2020

Diarios a ciegas. Insecto-palo.

EL confinamiento ha despertado un interés previsible por los diarios. Muchos han empezado a escribir el suyo y algún amigo ha querido saber la opinión que tenemos algunos «expertos» al respecto, en una época en que, como estamos viendo, salen expertos de debajo de las piedras. Javier Rodríguez Marcos moderó la semana pasada una telecharla entre Héctor Abad, Elvira Lindo, Laura Freixas y yo mismo que emitirá la que viene, creo, El País. Como a uno le da más vergüenza decir las cosas que escribirlas, esto es lo que igual debería haber dicho entonces: la mitad del Salón de pasos perdidos se ha escrito y se escribe en un confinamiento estricto, y la otra mitad en la desescalada. Quiero decir: a ciegas. Y tal vez sólo así puedan escribirse, buscando en ellos una salida a nuestra existencia y un poco de luz. Y que el escritor de diarios se parece bastante a ese insecto-palo que sobrevive gracias a mimetizarse con el medio entre pajas secas, lo que no obsta para disfrutar él en primera línea de la pujante primavera. «Entre la broza triste del invierno / rompe la hierba nueva», ha escrito Eloy Sánchez Rosillo. Y eso es, o debiera ser, la literatura y la poesía, algo que rompe entre la broza triste de la vida.

Insecto-palo. (foto Guillermo Trapiello, mayo de 2020)



31 mars 2020

Todos somos Viernes

                                                                Para Carlos García-Alix

En los confinamientos los días no pasan, se arrastran. Sucede así cuando alguien no se siente libre (en la prisión, en un hospital, en un barco o en la ciudad sitiada o invadida, por ejemplo). 
El mundo atraviesa hoy una situación que tiene algo de todo ello: nos sentimos cercados por un virus y encarcelados en nuestras casas, cuando no en un hospital, pero no por ello dejamos de saber que esta penosa travesía algún día dará fin, para algunos, por desgracia, en alta mar, antes de llegar a puerto, y para la mayoría en tierra firme, en un lugar a salvo de las enfermedades, privaciones y motines propios de esta clase de viajes.
No obstante, la mayor parte de  los presos, marineros y pasajeros, enfermos y sitiados sienten en lo más hondo de sí que su situación es transitoria, porque sin esperanza no se puede vivir. Podemos vivir sin grandes expectativas, para decirlo con palabras de Dickens, incluso sin las pequeñas, de hecho la mayor parte de nuestras expectativas se han angostado hoy lo indecible o han desaparecido, pero no sin esperanzas; algunas personas incluso, cuantas menos expectativas creen tener, más esperanzas conciben, conscientes de que sólo el que tiene esperanzas logrará sobrevivir y tener acaso expectativas. 
Cada uno de nosotros alimenta su esperanza conforme a su naturaleza, su carácter o sus afectos. Unos cuantos lo hacen empezando un diario. Gentes que nunca antes habían escrito una sola línea de nada se ven impelidos de una manera misteriosa a hacerlo, a contarse lo que está sucediendo y lo que les sucede a ellos también. Hallan la  libertad que no tienen  en contar que no son libres: el preso resume su vida en los muros de la celda mediante rayas que va uniendo de cinco en cinco con otra que las cruza; en el hospital el enfermo escruta esperanzado cada día las barritas de su termómetro; el capitán del barco lleva a su cuaderno de bitácora los resaltes de la derrota y el sitiado en una guerra se complace igualmente en hacer el arqueo de sus pequeñas cuitas con los bastimentos o el mercado negro. La mayor parte de ellos, concluida la travesía, olvidarán esa rutina y jamás volverán a escribir una línea (entre nosotros, Carlos Morla Lynch, llevando un puntilloso diario del confinamiento de cientos de asilados políticos en su embajada de Chile, durante la guerra civil); otros (Ana Frank es el caso más conmovedor y admirable) verán interrumpida abrupta y trágicamente esa costumbre salvadora.  En la mayoría de los casos esa rutina que se han impuesto y que en cierto modo les esclaviza, es la única que les permite ser enteramente libres en algún momento de su jornada. Lo empiezan sólo porque esperan terminarlo un día y a quien le cuentan las cosas es todos y es nadie, es él o ella, y es ninguno.
Lo titularán Diario de la pesteDiario de un infectado,Diario de nadieincluso... Han visto lo sencillo que es, bastan unos minutos al día y tener algo que contar. Incluso sin tener nada que contar. Azorín dice en El licenciado Vidriera: «Si nuestro Tomás hubiera consignado en un libro los sucesos que le habían acaecido durante la vida,este libro debería titularse Diario... de nada. De nada, y, sin embargo, de tanto”. Este diario de nadaes tal vez el más difícil de los diarios, pero no es hora de preceptivas literarias.
Los más decididos (o los más solitarios) los van publicando en las redes sociales o en sus blogs a medida que los escriben, les parece que su experiencia no sólo les ayudará a ellos, sino a otros muchos, porque pese a ser parecida a la de cualquiera, también la sienten especial y única. Y lo es, porque a pesar de que la muerte es, en sí misma, igual para todas las personas y todas las muertes se parecen, no hay dos vidas que no sean diferentes. De modo que cuando escriben en su diario todo lo que nos está sucediendo, están tratando de decirnos dos cosas. La primera: «Me resisto a creer que todo lo que me está sucediendo sea real y no una pesadilla. Yo soy real, y por eso escribo: para recordármelo». Y la segunda: «Mi temor, mi esperanza y mi confinamiento son diferentes de los tuyos, yo no soy tú, pero tú tal vez vas a sentirte, cuando me leas, igual a mí, en la medida que yo me siento tú». Esa complicidad, no muy diferente de la que siente el más común de los lectores leyendo una obra maestra de la literatura, es el primer paso en el camino de la esperanza: la novela de la vida la escribimos entre todos y cuanto más ordenadamente lo hacemos, más placentera e instructiva es su lectura.
Pese a que las noticias e informaciones que manejamos son más o menos las mismas (pescadas en las mismas almadrabas: telediarios, periódicos, internet y bulos), si pudieramos echar una ojeada a los cientos de diarios que se están escribiendo ahora mismo veríamos de qué diferente manera se decantan en ellos las noticias y el modo que tenemos no sólo de abordar los hechos, sino de contarlos.
Ha visto uno citados estos días muchos libros, algunos directamente relacionados con las epidemias. Sin embargo, de todas las obras a que dio origen un confinamiento tal vez sea mi preferida Robinsón Crusoe. Tuvo además este hombre la fortuna de ver aparecer en su vida un compañero, Viernes, tan providencial como lo fue Sancho Panza en la vida de don Quijote. La sorpresa de Robinson el día que descubre las improntas de unas pisadas humanas en la playa de la que consideraba una isla desierta es para contada con la emoción con que lo hace Defoe. 
Tengo un amigo pintor (saludos, amigo; ánimo) que está pasando el confinamiento solo, como muchas otras personas. Hace unos meses alquiló un estudio/vivienda en uno de esos barrios de Madrid que son viejos y nuevos al mismo tiempo. Hoy, como toda la ciudad, es la vida imagen de la desolacion. Tampoco puede creer que esto esté sucediendo. Cuando encontró una peluca de mujer entre los pecios de los anteriores inquilinos, indagó y ha llegado a saber que aquello había sido antes un prostíbulo de travestís. De la costilla de su soledad se ha fabricado ahora un maniquí rudimentario y le ha calzado la peluca: «Se pasa el día durmiendo en el sofá. Es friolero y no se quita ni para dormir mi gorro de pieles. Me ayuda mucho a soportar el aislamiento. Voy a pintar gracias a él algunos cuadros». Sin Viernes, y no digamos sin Viernesas, la vida es más difícil. 
Nadie puede saber si esta pandemia dará origen a algún libro comparable al DecamerónLa pesteLa muerte en Venecia. Ni siquiera si habrá algunos libros parecidos a Robinsón Crusoe, la prueba más fehaciente de que con nada, como sabía Azorín, se puede escribir un libro. De lo que sí está uno seguro es de que los testimonios de las gentes que hoy mismo se están escribiendo, anónimos o no, circulados en las redes o secretos, vienen a ser como unas improntas en nuestras vidas solitarias, pues si bien no muchos podrían ser Robinsón Crusoe (y mucho menos Daniel Defoe), para Viernes valemos todos, gentes tal vez poco decisivas en el mundo de las expectativas, pero imprescindibles en el de las esperanzas.

     [Publicado en La Vanguardia el 31 de marzo de 2020]



15 mars 2020

Decíamos ayer

HABRÍA deseado otras circunstancias para este artículo, escrito y enviado hace ya semanas, cuando nada hacía presagiar todo cuanto estamos viviendo. Hoy cualquier despedida parece llena de unos ecos sombríos que no tenía la mía cuando lo escribí, ni mucho menos. Amigas, amigos, ánimo, «deseando veros presto» en la misma vida.

* * *

Después de 25 años me despido. Este Magazine se reforma y hay que decir «adiós a todo eso», adiós a uno de los trabajos más gratos que ha tenido uno como escritor. Y esto es importante: trajo a mi vida estabilidad y un salario puntual y  generoso, del que hubiera prescindido gentilmente de haber sido un hombre rico. En 25 años han pasado muchas cosas: ha visto  uno crecer a sus hijos, morir a sus padres y a algunos amigos, acontecimientos felices y desdichas, hechos colosales y nimios, cambios de gobiernos, atentados, todo lo del procés...  En estos años no ha fallado uno nunca a esta cita dominical, y esa formalidad pasmosa, la verdad, no la hubiera creído de mí. Estoy agradecido a mis patronos y a veces he pensado que demasiada paciencia han tenido, escribiendo uno lo que ha escrito para un público mayormente catalán, parte del cual anda con el mismo defecto que yo, seguro: el no tener aspecto catalán como no lo tengo yo de leonés. Echando la vista atrás puedo decir que 25 años no son nada, menos que un tango.

En este tiempo ha escrito uno de todo, de actualidad, de Madrid, de política, de libros, de memoria histórica, de la guerra civil, del campo, del Rastro, de viajes, de una película, unas veces con humor honesto y vago (por decirlo con palabras de Pla, que era de los que tampoco, me parece a mí, tenía un gran aspecto) y otras sin humor, más melancólico o más exaltado... Si tuviera que recordar uno solo de los 1300 artículos publicados, me quedaría con la crónica que hice de la manifestación de Barcelona del 8 de octubre de 2017, después del discurso del Rey que devolvió la esperanza a tantos millones de españoles, muchos catalanes incluidos. Seguro también que los que piensan otra cosa de aquel día, aceptarán mi franqueza, privilegio de las despedidas. Gracias, pues, a todos, a los que me leían y a los que pasaban la página sin hacerlo, a los colegas y a los desconocidos, a los rojos,  a los azules y a los amarillos. Cada año se ha llamado esta sección de una manera. El epígrafe actual, El arte de la fuga, puede parecer premonitorio. No se crea. Entre líneas, como hay que leer en estos tiempos, lo que se dice es otra cosa. La verdad es que casi nunca “siempre” es para siempre, y a uno no le gusta tampoco decir adiós a casi nada. Uno, hombre de rutinas, es más de los que aguardan esperanzados el momento de volver a empezar con un «decíamos ayer». Eso es la literatura.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 15 de marzo de 2020