27 mai 2018

Soñemos, alma, soñemos

EN Cisnes salvajes, el implacable relato de Chang-Jung sobre su familia en los años de la Revolución Cultural, se relata la historia de Chang-Shou-yu. Disgustado este con la política del emperador, decide retirarse discretamente de la corte. Empieza entonces a vérsele con una caña a la orilla del río, sentado y abstraído horas y horas. Extrañados todos de la actitud de quien fuera en otro tiempo un cortesano activo e influyente, le preguntan cómo es que había cobrado tanta afición por la pesca, a lo que Chang-Shou-yu les responde: “Si vengo a pescar no es por la pesca”. Esta respuesta acabó de perderle, pues todos entendieron al fin sus críticas al emperador.

¿Es real o sólo una percepción subjetiva? ¿El número de quienes, como ese funcionario chino, se apartan de todo, es cada vez mayor? Vuelve a hablarse de desánimo y pesimismo, y “el  fantasma del 98” recorre España. Sentencias judiciales demenciadas y los consecuentes “veredictos sociales” en varios asuntos penales, académicos y políticos, han sumido a muchos en la pesadumbre y el desánimo. Algunos, que no se atreverían a decir lo mismo de su región andaluza, madrileña o catalana, afirman sin ambages y se diría que con perverso regusto: “La miseria de España”, “país de cabreros”, “África en ciernes”. Entretanto se disipe este (re)sentimiento, he abierto la libreta donde hace años dibujé un puñado de florecillas del campo, con sus correspondientes nombres. Me los dictó el amigo del que se habló aquí hace unas semanas.  Buscaba ahora una flor recién descubierta. Pero no figura entre aquellas y no podré preguntar a mi amigo, pues  acaba de morir con su secreto. 

Siempre he sentido una predilección especial por esas flores humildes, a veces bellísimas, que en mayo salen por todas partes, incluso en una estrecha llaga del asfalto. Sé también que algunos se refieren a ellas como sinónimo de ingenuidad y simpleza. Ingenuo y simple, me he sentado en la pradera. Pero de pronto me acuerdo de Galdós, y su memorable artículo “Soñemos, alma, soñemos”. Lo escribió en 1903, cuando ya era viejo y empezaba, al igual que Chang-Shou-yu, a perder el favor del público. Advertía en él de los peligros del derrotismo, y ese recuerdo hizo que me fijara más en esa florecilla de nada. Créanlo o no: le estaba diciendo  a otra, mucho más pequeña, “soñemos, hermana, soñemos”.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 26 de mayor de 2018]

24 mai 2018

En la Feria del Libro del Retiro

Allí estará uno sólo el último fin de semana de la feria (y confiemos en que no solo):

sábado 9 de junio

a las 12:00 en la caseta 121 de la Librería Alberti

y a las 19:00 en la de la editorial Pre-Textos, caseta nunero 141.

domingo 10

a las 12:00  en la caseta 23 de la Librería Machado.

20 mai 2018

Don Quijote en Barcelona y el separatismo

(Consideraciones proustianas sobre el  sedicente y sedicioso Procés)

A menudo un acontecimiento histórico importante tiene la facultad de fijar en nuestra memoria otro que habría sido dado al olvido por su insignificancia. Los norteamericanos de cierta edad recuerdan aún en su mayor parte qué estaban haciendo en el momento en que la radio y la televisión difundieron la noticia del asesinato de su presidente JFKennedy, al igual que la mayor parte de quienes componen el mundo civilizado recordará sin duda dónde y cómo vio las primeras imágenes del hombre tentando sus primeros pasos sobre la luna. En nuestro pequeño ámbito, algo parecido sucede con lo relacionado con el golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Pocos españoles habrá que tuvieran entonces una edad apropiada para comprender la gravedad y magnitud de aquellos acontecimientos, que no recuerden aún con exactitud, casi cuarenta años después, dónde les sorprendió la irrupción de aquel guardia civil en el Congreso de los Diputados de Madrid pistola en mano y tocado con un tricornio que en muchas redacciones de periódicos extranjeros tomaron por una montera, así como imaginaron que aquel teniente coronel era un torero.
Si bien poner en libertad al presidente prófugo de la Generalidad por parte de un tribunal alemán regional no fue en absoluto comparable a ningún hecho extraordinario de los citados, sí lo fue para mí, y no creo que olvide en mucho tiempo las circunstancias en que tuve conocimiento de él: me dirigía en ese mismo momento a la tribuna del salón de actos de la delegación del gobierno en Cataluña para dar una conferencia sobre don Quijote en Barcelona. Mi mujer, a quien yo acababa de ver consultando su móvil, y que caminaba al lado de Félix Ovejero para ocupar dos de los asientos delanteros, se me acercó por detrás, y bastaron únicamente tres palabras susurradas al oído para que yo perdiera la poca concentración que tenía: “Lo han soltado”.
Minutos antes nos había llamado la atención tropezarnos en pleno barrio gótico con la bandera española de la misma manera que meses antes nos había sorprendido una bandera israelí en cierto barrio árabe de Jerusalén.
Es posible también que de no haberse sumado un par de circunstancias más, el hecho en sí de aquella liberación hubiera acabado borrándose de mi memoria tarde o temprano.
La primera fue la de un hombre de cierta edad, entre los setenta y ochenta años, alto, flaco, con pelo y barba blancos y probablemente sin dientes, como probaban sus mejillas sumidas, vestido como muchos viejos, con ropas que le venían grandes y algo sucias. Así como mi mujer y nuestro amigo se sentaron discretamente en la fila tercera o cuarta, a un lado, aquel hombre lo hizo en la primera y exactamente frente a mí, a menos de dos metros de distancia. Eso me permitió fijarme en el detalle: llevaba prendido en el pecho el lacito amarillo con el que los separatistas protestaban por el encarcelamiento de unos cuantos políticos presos por los delitos más graves que nadie pueda cometer contra un estado democrático.
Pero tampoco aquel lazo amarillo habría sido del todo significativo. Antes de la conferencia habíamos estado paseando por Barcelona y no nos habíamos tropezado con nadie que lo llevara. Lo que convertía en algo especial el de aquel hombre era la ocasión y el lugar. Este, ya lo he dicho, era el salón de actos de la delegación del gobierno de España, y llevar allí aquel lazo era como mínimo exótico, como pasear la famosa cabra de la Legión por cualquiera de los pueblos de Tractoria; en cuanto a la ocasión, se trataba de una conferencia organizada por Clac (Centro Libre. Arte y Cultura), una entidad cultural dirigida por Andreu Jaume y ligada a Sociedad Civil, responsable esta de la gran manifestación que sacó a las calles de Barcelona dos o tres meses antes, el 8 de octubre de 2017, entre uno y dos millones de demócratas favorables a la constitución y la unidad de España y que acabó de una vez por todas con el mito de un solo pueblo de Cataluña, grande y libre, tal y como venían machacando en los años del Proceso los independentistas y xenófobos catalanes.
La actitud posterior de aquel hombre vino a confirmar que su presencia allí respondía a algún propósito para mí oculto, más que a su interés por don Quijote y Barcelona. Apenas empecé a hablar, se recostó en el respaldo de la butaca, extendió sus largas y flacas piernas todo a lo largo, sin obstáculo ninguno delante, cruzó sus brazos, echó la cabeza a un lado, y se quedó dormido. Literalmente. Me desentendí de él, pero de vez le echaba una rápida ojeada, y al ver la placidez de su sueño llegué a la conclusión de que sólo era un pobre loco, no, desde luego, como don Quijote, que apenas dormía, sino uno de esos que van a las conferencias por estar con alguien.
Lo que yo tenía que decir y dije sobre el tema que nos había congregado a medio centenar de amantes de Cervantes fue bien poco, porque no hay mucho que decir.
Había estado releyendo días atrás en el libro de Martín de Riquer las páginas que este le dedica también a ese tema. Son entretenidísimas, y le confirmaron a uno que los estudios filológicos, cuando son buenos, son parte también de la ficción, y algunas cosas más. La primera: no sabemos si Cervantes estuvo o no alguna vez en Barcelona, y si lo estuvo seguramente fue cuarenta años antes de escribir el Quijote. Probablemente hablaba de oídas. Dos: el famoso elogio que se hace de Barcelona, “archivo de la cortesía”, no es más que un simpático estereotipo. Tres: la única sangre que se derrama en la novela viene de la mano del bandido Roque Guinard, un bipolar de libro. Cuatro: que en Cataluña las relaciones entre el bandolerismo y las clases dirigentes viene de atrás, como prueba el hecho de que Roque Guinard, que está fuera de la ley, entregue a don Quijote una carta de presentación para don Antonio Moreno, respetabilísimo y amigo de las autoridades encargadas de defender la ley, entre ellas el gobernador, quien, dicho sea de paso, hospeda en su casa al expulsado morisco Ricote, el vecino de Sancho y don Quijote, que había vuelto a España para sacar, contraviniendo las órdenes del rey, ciertos tesoros. Esto último es una más de las ironías de Cervantes, quien nos recuerda que las cosas no son blancas y negras: que el gobernador hospede a Ricote es como si el director de la Guardia Civil alojara en sus buenos años de quinqui a El Lute. Todo lo cual, y esto fue el colofón de mi conferencia, no obstaba para que el Quijote, que desde luego se escribió en catalán y por un autor catalán, Miquel Servent, se publicase por vez primera en Barcelona en la famosa imprenta de la calle Call que se nos describe minuciosamente en el capítulo tal de la segunda parte, la misma imprenta donde se estaba imprimiendo una edición del apócrifo de Avellaneda cuando entró don Quijote.
Al oír esto último, el anciano aquel de la primera fila, que había tenido al menos la delicadeza de no roncar, dio un respingo, se recolocó en la butaca y se despabiló por completo, asintiendo con grandes cabezadas y mostrándome la mayor de sus sonrisas. No había duda: quería darme a entender que compartía conmigo todo lo relacionado a la catalanidad del Quijote. Al sonreír enseñaba unos dientes grandes y amarillos, como teclas de un piano viejo; lo que no debía de tener eran muelas, porque las mejillas, desde luego, estaban de lo más hundidas.
Y aquí llegamos a la última de las circunstancias que fijaron y juntaron en mi memoria aquella conferencia y la excarcelación del presidente de la Generalidad. Supuse que al salir a la calle encontraríamos esta llena de manifestantes espontáneos celebrando la noticia y tirando cohetes (naturalmente de artificio) en dirección a la frontera española, como hacen los de Jamás en la Franja o Siria con Israel. Pero la sorpresa fue que en Barcelona todo el mundo parecía ignorar la noticia de la suelta que estuvo a punto de dar al traste mi concentración a la hora de soltar yo también una conferencia sobre don Quijote en Barcelona.


Publicado el 20 de mayo de 2018 en The Objective.

14 mai 2018

Mentir peligrosamente

RESULTA extraño hablar de “ciencias políticas”, siendo la política todo menos científica. En ciencia no hay mentiras, sino errores, a diferencia de la política, en la que los errores suelen proceder casi siempre de una mentira. Por ejemplo, la de la presidenta de la Comunidad de Madrid (asegurar que cursó un Máster) le ha conducido al mayor error político de su carrera y a que muchos se pregunten: ¿y qué necesidad tenía ella de un máster?

La pregunta volvemos a hacérnosla con relación a la alcaldesa de Madrid y la exposición municipal “No pasarán”, encargada e inaugurada por ella.  Se trataba de contar la defensa de la capital de España llevada a cabo en 1936 por “el pueblo de Madrid” y bajo ese lema que buscaba enardecer a los sitiados. ¿El pueblo? ¿Qué pueblo? Un tercio de aquel pueblo se  escondía entonces debajo de las piedras, evitando las checas, entre ocho y doce mil asesinados; otro tercio había salido de la ciudad camino del exilio o huido a zona segura, como Largo Caballero y su gobierno, y el otro tercio... Según cuenta Chaves Nogales,  republicano convencido y autor del mejor libro sobre el asunto, La defensa de Madrid, naturalmente eliminado de la épica carmeniana, parte de ese tercio desertaba en estampida, a duras penas contenida a punta de pistola por los jefes que disparaban a bocajarro sobre milicianos indisciplinados y presas del pánico. Sólo la experiencia y determinación de dos militares profesionales, Miaja y Rojo, verdaderos artífices de la defensa de Madrid, lograron salvar la capital para la República. Pero como la verdad de este hecho estorbaba la belleza de una ficción romántica, “el pueblo”, también Miaja y Rojo, y el papel del ejército regular, han sido purgados de esta exposición.

Por eso es pertinente la pregunta: “¿Qué necesidad había de hacerla? ¿Ganar acaso la guerra, cuando también se había perdido el relato? Se exponen a que alguien les recuerde no sólo a Celia Gámez, y su célebre y miserable “Ya hemos pasao”, sino esto mucho más pertinente: ¿Cómo “no pasarán”, si ya han pasado ochenta años? Ah, las fake news y los engaños. Se diría que nada excita más a los políticos, acaso porque les hace vivir peligrosamente, convencidos de que la mentira es un atajo. Y sí lo es, hacia el error. Porque antes se pilla a un mentiroso que a un cojo.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de mayo de 2018]

11 mai 2018

Y

SE presentó ayer en la librería Alberti. Y este es el primer poema del libro.


EL CAMINO DE VUELTA

CUANTO más necesarias son las cosas,
más tardamos en verlas,
aunque estén a la vista.
Todas esas palabras que has escrito
en poemas, ensayos y novelas
vienen a ser como guijarros blancos
que sembraste en la noche,
el camino de vuelta.
No sé qué ocurrirá cuando no queden
más guijos, y los pájaros
den cuenta de las migas,
y no haya ya camino ni regreso ni casa.
Noche estrellada, si te acuerdas, dile
a tus pequeños astros
que me lleven de vuelta
siquiera hasta mi infancia,
que desde allí yo ya sabré orientarme.


Viñeta de Miguel Galano

9 mai 2018

En la muerte de Julio López

COMO todos los artistas en verdad auténticos era un hombre humilde, pero en absoluto ingenuo. Se ha ido un gran escultor, desde luego, uno de lo últimos que conocía como pocos la tradición que va de los griegos a Medardo Rosso, del primitivo maestro de Bamberg a tal o cual obra de un orillado escultor contemporáneo. Descubría la belleza en una pequella medalla o en el Gattamelata, del mismo modo que un poeta no hace distinción entre la violeta que nace, vive y muere oculta por una piedra y la espléndida rosa para la que todo el sol no es suficiente. Un solo ejemplo: él hizo que reparara por primera vez en la cabeza del caballo de la escultura de Martínez Campos que está en el Retiro, “para mí una de las más hermosas, desde luego”. Es de Benlliure. Destaca en ella el corpulento general, claro, pero sobre todo el caballo, que apenas puede soportar el peso del jinete, mientras asciende una loma en el momento de supremo esfuerzo. Desde entonces no hay vez que no pase por delante de ese monumento que no confirme lo que él decía, y que no recuerde a nuestro querido amigo.
Acaba de morir, y relee uno ahora estas tres palabras sin acabar de creerlo. El que tuviera ochentaiocho años y el que su muerte haya sido una transición casi tranquila desde la plenitud en que se hallaba hasta hace un mes, tampoco es consuelo para nadie.
España ha perdido a uno de sus mejores escultores, el último grande de la tradición realista, la cenicienta del arte contemporáneo. Estaba acostumbrado al desdén de algunos “modernos”, que calificaban su estética de costumbrista, pero se lo tomaba con filosofía y humor.
El saberse en minoría en una época que fue sobre todo “abstracta”, acaso hizo de la “escuela realista madrileña” una pequeña familia: su gran amigo y compañero Antonio López y su mujer la pintora María Moreno, su hermano Francisco López, también escultor, y la mujer de este, la pintora Isabel Quintanilla, y la mujer del propio Julio, Esperanza Parada, la pintora más secreta y simbolista de todos ellos…
Las visitas a su estudio, una casita de dos plantas en un barrio menestral de Madrid, resultaban siempre únicas. Durante medio siglo la fue llenando de todas sus criaturas, que se agolpaban en sus cuartos angostos como en la sala de espera de una estación de tren de hace cien años. Todas sus obras tienen una impronta poética, el mayor elogio que pueda hacerse de ninguna. Buscaba la emoción de la escena, sin reparar en si era una obra de encargo o personal. En muchas de ellas, en sus relieves, o en sus fascinantes medallas (todas las de los premios Cervantes son suyas), o en las esculturas en que todo está centrado en unas manos, por ejemplo, esa emoción está pulsada como en la música de cámara, sin apartar la mirada ni levantar el tono.
Oírle contar de viva voz el nacimiento de sus propias obras, o lo que con ellas había tratado de expresar, era una experiencia única. Él mismo era la naturalidad hecha persona y jamás pudo ver nadie en sus palabras ni un átomo de vanidad o presunción. Y acaso porque nunca perdió de vista el origen de su oficio, que su hermano y él aprendieron de su padre, un modesto imaginero, se refería a sí mismo como a aquel a quien se ha encomendado continuar, con la mayor dignidad y humildad posibles, un arte que empezó en Grecia hace más de dos mil quinientos años.
[Publicado en El País el 9 de mayo de 2018]

Julio López en su estudio, 2012. Foto de Juan Manuel Castro Prieto.

6 mai 2018

Los matices

SIN matices la vida no es que sea incompleta, es que además es falsa. “Completo: perfecto e imperfecto”, decía JRJ. Daba a entender con ello que una perfección sin defectos está muerta, y que la vida es precisamente la suma de perfección e imperfección. Perfecta puede ser una máquina, una persona nunca, afortunadamente, y esta es la garantía de que sigue viva. 

Acabo de comprar en el Rastro (¿dónde si no?) Mil canciones españolas. Dos gruesos tomos editados en 1966 y metidos en un sólido estuche de tela verde. De no haberlos visto casualmente jamás hubiera reparado en una obra como esa. En el Rastro vista y tacto  son el mismo sentido y allí manda el azar. Contienen esos dos tomos composiciones, música y letra, de todas las regiones y en todas las lenguas y dialectos españoles, canciones de corro, de ciego, villancicos, romances, algunos muy antiguos. 
  
Esa labor de recopilar el folclore la iniciaron los beneméritos abuelos de la Institución Libre de Enseñanza, entre los que se contaba Machado Álvarez, Demófilo, padre de Antonio y Manuel Machado, y la continuaron sus nietos, entre ellos García Lorca, con el teatro ambulante de La Barraca y los jóvenes de las Misiones Pedagógicas que recorrieron España llevando por los pueblos, durante la República, la buena nueva de la ilustración. La guerra truncó aquello de la manera sangrienta que sabemos, y después de la guerra tomó el testigo de los institucionistas la Sección Femenina de FET y de las JONS. Las Mil canciones españolas están editadas por ella, y, créanme, es una obra admirable pese a su lastre (vienen también los himnos políticos y del nacional catolicismo; pero hasta eso lo ve uno ya como antropólogo) y, desde un punto de vista tipográfico, sobresaliente. ¿Pero cómo, dirá alguien, pudieron los  representantes netos del fascismo continuar el trabajo de los ilustrados institucionistas, a los que se combatió durante el franquismo con saña irracional? No sé cómo, pero medio siglo después de ser editado el libro, uno agradece que alguien entonces quisiera reunir esas canciones y lo hiciera de ese modo que habría satisfecho a don Francisco Giner o don Manuel Bartolomé Cossío. Y que fuera posible durante un Régimen tan demencial y ramplón como aquel, acaso haga más valioso esta obra. Sólo siente uno que la mayor parte de esas canciones ya se hayan dejado de cantar. Pero este es otro cantar.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 6 de mayo de 2018]