LLEVAMOS ya un tiempo en este Teatro de Variedades. Entramos porque en la puerta, subido a un cajón, había uno con una chistera que daba caramelos y prometía patrias: “Pasen y vean”.
Eso hicimos. Al rato se apagaron las luces, y salió a escena un hombre bastante malencarado precedido por un redoble de tambor. El hombre lanzó primero por los aires un par de palabras, arriba y abajo, arriba y abajo, y así un rato, hasta que se decidió a meter en la rueda una tercera, y luego una cuarta. En cuanto llegaban a sus manos salían despedidas de nuevo hacia lo alto dando gentiles volteretas. En general sonaban bien, no sé, libertad, justicia, igualdad, en fin, de las más caras. De vez en cuando se le caía alguna al suelo, pero le daba igual, la apartaba con una patada furiosa y decía algo entre dientes, pero desde donde estábamos no se le oía bien. Los redobles del tambor eran cada vez más acuciantes, y pronto vinieron más y más palabras. “Lo demanda la sociedad”. Eso lo entendimos perfectamente. Incluso echó mano de un huevo y lo lanzó al aire con las palabras. Muchos pensamos, esto va a ser un suicidio, aquí va a haber una tortilla. Un viejo que estaba al lado nos tranquilizó, nos dijo, “no, de ese huevo sale al final la blanca paloma. Lo he visto antes”. Pero el viejo no recordaba si iba a ser blanca paloma o culebra, porque a sus años no regía bien de la cabeza. El huevo fue una pista falsa, y el malabar se deshizo de él, así como de todas las palabras que seguían en danza y que guardó en un cajón, hasta que se quedó sólo con dos y las mostró triunfal al público, una en cada mano: “Monarquía o democracia”, gritó; “hay que decidir”. Pese al tambor, el cañón de luz y la chaqueta de lentejuelas que llevaba, se le veía bastante cabreado por si la gente no quería decidir o se equivocaban al hacerlo o decidían los que no tenían permiso.
A uno que dijo que democracia y monarquía no eran incompatibles, lo echaron por alterar el orden, y a otro que recordó que el Estado de bienestar que tenemos no fue ni invento ni logro de los malabaristas ni nació en un circo, sino en una monarquía constitucional, lo llamaron fascista, y también lo echaron. Aquello era un pestiño y queríamos irnos, pero no nos atrevimos a hacerlo, por si también decían de nosotros que éramos fascistas. Y aquí seguimos aburridos, queriendo largarnos de este Teatro de Variedades, porque ni esto es un teatro ni estas son variedades.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 29 de junio de 2014]