29 janvier 2021

El feo asunto de García Montero y Gil de Biedma ("una vida en el armario")

Del feo asunto de Gil de Biedma se han dicho esta última semana muchas cosas, pero acaso las más insólitas se deban a García Montero, con ocasión del homenaje que le tributó en el Instituto Cervantes, del que es director, calificando a GdeB. de «una persona decente».

También se han escrito muchas otras, pero ningún artículo, a mi modo de ver, más completo y serio que este de Félix Ovejero. Con él debiera clausurarse un debate que los más cínicos desvían al terreno lírico (un miserable puede ser autor de una gran obra y blablablá)  y los menos dotados para el pensamiento abstracto al terreno prosaico (fue solo una vez, cinco minutos, y además no le gustó).

La impaciencia del buscador de orgasmos

por Félix Ovejero

Imaginemos que se encuentran unas grabaciones en las que Stalin se muestra como un insuperable cantante de ópera.  ¿Estaría justificado un homenaje público a Stalin? Pocos estarían a favor.  Previsiblemente, entre los argumentos --si es que se necesitan— que respaldarían la negativa destacarían dos: el artista Stalin era un dictador y una obra, por más excepcional que sea,  no disculpa un homenaje institucional. De lo anterior se siguen dos conclusiones: está justificado criticar moralmente a un artista y la descalificación moral de la persona es suficiente para desaconsejar el homenaje.  Y no se siguen otras: la calidad artística debe juzgarse moralmente y los ciudadanos no pueden homenajear a quien quieran.  Como se ve, el argumento nada tiene que ver con la estrategia de acallamiento woke de la izquierda reaccionaria, sobre la que algunas cosas tengo escrito: ni falacia moralista ni limitaciones a la libertad de expresión.

Aquí podría terminar mi artículo a cuenta de la polémica suscitada por el homenaje institucional a Gil de Biedma.  Pero como parece que, pace el poeta, el placer del pensamiento abstracto no está al alcance de algunos, creo que toca desgranar el singular argumentario de  ciertos defensores del homenaje. Para empezar, una advertencia: en el párrafo anterior no se equipara al poeta con el dictador. Si lo traigo como ejemplo es simplemente para desmontar dos tesis: primero, que al artista se le aplica un código moral especial y, segundo, que la excelencia artística, sin más, justifica un homenaje público. Aclarar estas cosas no merecería ni dos líneas, pero en fin… 

Si se está de acuerdo con lo expuesto, para defender el homenaje solo cabrían los matices: sostener que no hay nada malo en lo que el poeta nos cuenta en su diario o que lo que cuenta no es lo suficientemente grave.  Dicho de otro modo, la aprobación del homenaje se desplaza hacia la valoración moral de lo sucedido.  Vamos, que no es un debate entre curitas y transgresores: todos  estamos en el terreno de la moral,  al menos los miembros de la especie humana, aquellos capaces de manejar de manera inteligible palabras como “injusto” o “indigno”.  Si acaso, como digo, los partidarios del homenaje deben argumentar: que no hay nada que condenar, que lo que se cuenta es perfectamente aceptable,  o que  se trata de un asunto menor que no impide un homenaje público.

No me queda claro a cuál de esas opciones se apuntan quienes apelan a que “eran otros tiempos”, a que no podemos juzgar con nuestras presentes convenciones morales, o a que “solo fueron cinco minutos”. Lo de los cinco minutos es, en el mejor de los casos, una conjetura difícil de casar con otras informaciones acerca de la vida del poeta, que no faltan, incluida su propia correspondencia, en particular una carta a Gabriel Ferrater de febrero de 1956. Supongo que eran informaciones como esas las que llevaban hace unos años a Arcadi Espada a preguntarse en estas mismas páginas: “¿Hay alguien con conocimiento en este mundo que pueda dudar de que JGB dedicó mucho más tiempo a los polvos que a los versos?”. Lo de “otros tiempos” sorprende todavía más, si esa consideración se entiende  en su sentido habitual, esto es, como que “en aquellos tiempos la conducta no era reprobada”. No, no estamos ante los esclavos de Jefferson ni aun menos ante la relación de Machado con Leonor, por recordar una delirante comparación de Gimferrer hace unos años.  Precisamente por eso se eliminaron ciertos pasos en la primera edición. Y, por Dios, no aduzcan que es una cuestión privada y, por tanto, no caben evaluaciones. Las cuestiones “privadas”, que no son las “íntimas” (según nos enseñó Garzón Valdés),  se tramitan a diario en los tribunales.

Bueno, cabe otra posibilidad, que me despistaba: reivindicar lo que Gil de Biedma nos describe. No sé si esa es la opinión del catedrático García Montero cuando habla de la “honestidad ética”. En tal caso, se alabaría el gesto del poeta como una suerte de rebelión ante la gazmoñería de la España franquista.  Frente a la hipocresía, la sinceridad.  Un argumento sorprendente habida cuenta de que la vida entera de Gil de Biedma fue una vida en el armario; antes que rebelarse, se sometía a las convenciones, a todas.  Y la mejor muestra de que lo de “igualar con la vida el pensamiento” quedaba para los versos es la mala gestión pública de su homosexualidad.  En este aspecto, en el que indiscutiblemente el desorden moral era del mundo, de una realidad política represora, no se le conoce el menor asomo de rebeldía. Al revés, ocultamiento y acatamiento.  La hipocresía en su peor versión.  Por eso se entienden aún menos los elogios a la sinceridad del director del Cervantes. Si es que la sinceridad, sin más, es una virtud.  

El lector habrá observado que hasta ahora no he realizado ninguna valoración moral de lo que cuenta el poeta. Me he limitado a señalar lo que juzgo malos argumentos de quienes defienden el homenaje. La valoración reflexiva de las prácticas sexuales no se puede hacer al  buen tuntún. Por lo general, hay poco que decir cuando los protagonistas deciden libre y autónomamente. En el trasfondo de esa intuición se esconde un principio general importante: los agentes deben tomar sus decisiones con plena autonomía.  Por eso el problema no es tanto llevar burka sino poder quitárselo, poder decir que no sin verse sometidos a penalizaciones o chantajes sociales.  En nuestro caso, no parece que pueda considerarse autónoma una relación en la que uno de los protagonistas está sujeto a la jurisdicción del hambre, para decirlo con Cervantes. Sobre todo, cuando el otro lo sabe. A mi parecer, ese es el terreno  –inevitablemente moral–  en el que deberían instalarse quienes aprueben la conducta del poeta.  Más exactamente, no deberían disculparlo, sino defenderlo, al modo como –con toda la razón del mundo– se defienden las (el derecho a mantener) relaciones homosexuales. Entonces sí quedaría justificado el homenaje público. 

El recorrido anterior tiene escasa enjundia conceptual. De más envergadura es otro asunto que apenas ha asomado en los debates y que formulado toscamente se concreta en la pregunta: ¿puede una mala persona ser un buen artista? La respuesta habitual no va más allá de lo que podríamos llamar el principio Maradona: era un mal bicho pero jugaba como Dios. Un argumento, tal cual, poco discutible. Hay excelentes físicos, economistas, directores de orquesta y fontaneros con vidas miserables, carentes de la mínima autenticidad moral. Y, desde luego, a nadie se le ocurre juzgar sus quehaceres por su calidad humana. 

En el caso de ciertas actividades artísticas, como la poesía, las cosas resultan más complicadas.  Sobre eso se ha escrito mucho  –servidor, con perdón, un libro entero– y si algo se puede concluir es que no caben las respuestas sumarias. Aunque hay algunas cosas relativamente indiscutidas: una persona incapacitada para explorar el alma humana (en el límite, los autistas) nunca podrá escribir Guerra y Paz o La Comedia Humana. Por supuesto, ese no es el caso de Biedma (vuelva quien no entienda la comparación a mi tercer párrafo).  Caben pocas dudas acerca de su talento para la exploración de la primera persona (y para el análisis político, dicho sea de paso). Tampoco creo que quepan dudas acerca del cultivo de las virtudes epistémicas en su quehacer poético.  Basta un elemental paseo por su taller  (notas y correspondencia)  para confirmar lo seriamente que se tomaba el empeño poético. Incluso su temprana decisión de abandonar la poesía cabría interpretarla en ese sentido. 

Ahora bien, la pregunta anterior apuntaba en otra dirección: ¿alguien insensibilizado ante la dignidad de los otros puede tener una plena comprensión de la condición humana, sin la cual no cabe una genuina obra artística? El famoso lema de Terencio (“nada humano me es ajeno”) resume una condición necesaria para ciertos ejercicios artísticos. Una condición necesaria, no suficiente. Cierto es que también cabría pensar que es compatible comprender a los otros, entender lo que hay en juego cuando se desatiende su dignidad,  pero que… total, da lo mismo.  Dejo al lector explorar las implicaciones de esa posibilidad. A mí, las que se me ocurren, me estremecen.  

Recorrer estos últimos caminos, llenos de recodos, está fuera del alcance de un artículo de opinión.  Hasta donde se me alcanza la discusión se ha limitado a presentar una pseudocontraposición entre “liberales” y “moralistas”.  Y no sé yo: aquí nadie defiende prohibir nada; moralistas, por lo expuesto, lo somos todos y  lo de liberales, a cargo del presupuesto y mandando callar, como que suena raro.  

Pero, en fin, tampoco me hagan mucho caso, que no soy catedrático. 

                               (Aparecido en El Mundo el 29 de enero de 2021)

 

24 janvier 2021

Carta abierta a Luis García Montero

Querido Luis:

Al día siguiente del homenaje al poeta Jaime Gil de Biedma que presidiste tú como director del Instituto Cervantes, los periódicos recogieron tus palabras, afectadas sin duda por las declaraciones de quienes la víspera habíamos opinado libre y respetuosamente sobre la pertinencia de ese acto y sobre la conducta del propio GdeB. y el modo en que este la reflejó en su Diario del artista en 1956. De tus palabras en ese acto me llaman la atención estas: «Además,  LGM ha insistido en la importancia de analizar la obra del poeta con "rigor filológico y no en esos puestos de segunda mano que depara el Rastro del cotilleo, la falta de estudios universitarios y la murmuración calumniosa"». En ese reparto te reservaste, claro, «el rigor filológico» y resulta evidente que, aunque no me nombraras, el otro lote parecías estar adjudicándomelo a mí. 

Antes de proseguir conviene recordar que lo que conocemos de la pederastia y los abusos con niños de GdeB. no procede de ningún puesto de segunda mano del Rastro del cotilleo: lo conocemos de primera mano por el propio Gde B., que quiso, póstumamente, circularlo. Y si bien no es cierto del todo lo segundo (aunque pobres, uno tiene sus estudios universitarios), no acabo de entender lo de la murmuración: en este asunto sabes muy bien que siempre he ido de frente, públicamente y con todo el rigor posible, sí.

Resumiéndolo:

1. Jamás he aludido al valor poético de GdeB., que es lo primero que hacéis quienes tratáis de pasar por alto «lo otro»,escudándoos en su obra poética. Es el momento en el que unos aprovechan para «cargarse de razón» (preguntando de manera teatral: «¿Pero qué nos van a dejar, si nos quitan a GdeB., Celine, Pound?») y otros para descalificarnos por puritanos u homófobos, imputaciones a todas luces falsas e insidiosas, o sea teatrales.

2. No es este un caso de pedofilia (GdeB. no ha sentido el menor amor por ese niño); y aun siéndolo de pederastia, lo es principalmente de abusos a un niño «de 12 o 13 años».

3. Que la inclinación sexual o la falta de escrúpulos (éticos y estéticos) de GdeB. le muevan a acostarse con niños, no es de lo que yo estoy hablando, aunque lo mire con atención y seriedad, por aquello de que nada de lo humano me es ajeno. No es ese el problema. Pero sí el deshumanizado trato que da a su víctima en el diario, su falta de compasión, su irritación incluso por que el niño del que ha abusado no se mostrase más complaciente con él. Por eso dije en mi artículo de El Mundo que «GdeB. desaprovechó una ocasión de oro para comprender y compadecer a sus víctimas después de contar cómo las vejó, y quizá porque tampoco se sentía culpable sólo viera en los hechos su parte estética, o sea cosmética». (Y emocionarse oyendo La Internacional, como confiesa el autor de esos abusos, insensible al paria de la tierra que tiene frente a sí, sé que a ti, siendo comunista, te producirá la misma perplejidad que a mí, que dejé de serlo hace cuarentaicinco años).

4. No parece adecuado que un Estado democrático confunda a la ciudadanía con mensajes contradictorios (no lo hacen en Francia, por ejemplo), vetando a unos artistas por razones de abusos y celebrando a otros, pese a sus abusos, como en el caso de GdeB. Convendrás también en que es difícil de comprender que el Gobierno que ha concedido la nacionalidad española a James Rhodes «sobre todo por su compromiso frente al maltrato y la violencia contra los niños», programe al mismo tiempo un homenaje a quien ha decidido expresamente dejar por escrito su jactancia de abusador.

5. Libertad absoluta de creación y difusión para las obras de GdeB., de Celine, de Pound y de cualquiera. Pero no a los homenajes con dinero público y en espacios públicos: “sin honores de Estado”. Y libertad absoluta sexual, dentro de los límites que marca la ley. 

Poco más que decir. Hace un par de días, Martín López Vega, colaborador tuyo y amigo mío también, se dirigió a mí públicamente («Te equivocas, Andrés»), preocupado por mi obra: «Tienes todas las de perder, (...) arrastras al barro a tu obra, que no lo merece». Hablando de GdeB., que tiene un poema sobre la «Nostalgie de la boue», no deja de tener gracia. No sé si en el sueldo de López Vega entraba o no escribir lo que ha escrito (y lo habría entendido también), ni creo que en el tuyo entre el de dirigirte a mí como director ni como amigo, pero sí el de tratar con rigor estas cuestiones y acaso con un poco más de respeto a quienes vean en esto algo más que un asunto filológico. Quiero decir, a los que vemos aquí un debate ético, postergado desde hace treinta años, desde que se publicó su Diario, únicamente porque GdeB. era «uno de los nuestros». Porque el GdeB. al que me he referido en todo momento, Luis, no es ni tuyo ni mío, ni debería ser de nadie.

Un abrazo

A.

14 janvier 2021

A propósito de GdeB

Se publica hoy en El Mundo esto sobre el escabroso asunto no resuelto desde hace treinta años. El reportaje de Luis Alemany está muy hecho Estas fueron mis respuestas a sus preguntas.

  1. Muy sencillo: ¿crees que la famosa página del niño, la vivencia y su narración, invalida homenajes públicos como el del Cervantes a JGB?
De lo contrario podría parecer que se trata de blanquear desde las instituciones conductas no solo reprobables sino punibles penalmente, sólo porque quien las cometió era un poeta «prestigioso». Resulta como mínimo chocante la indulgencia con unos y la severidad con otros.

  1. ¿Cómo interpretas el encubrimiento de todos estos años sobre este episodio?
Cuando se conocieron esas páginas Pere Gimferrer, Rosa Regás y Terenci Moix salieron en defensa de su amigo. Los tres me pusieron en su diana. El primero trató de minimizar la pederastia de Gil de Biedma equiparándolo con Antonio Machado, a quien llamó pedófilo; la segunda, llamándome a mí homófobo, y Sergio Vila San Juan leyó a Moix, antes de ponerse este a escribir nada, algunas frases literales; «hosti tu, el Jaime aqui s'ha passat una mica», fue todo lo que dijo; por supuesto, no escribió nada. A Gimferrer le respondí que era una vileza comparar al que se acostaba por dinero con un niño de trece años con quien se casaba con una muchacha de quince, cosa en absoluto infrecuente en la época. Y a Regás le recordé que ella no estaba defendiendo a un homosexual sino a un pederasta y abusador sexual, y que la cosa no iba de homofobia; tampoco replicó.

  1. Supongo que este tipo de casos se están haciendo habituales. ¿Cuál crees que debería ser el criterio general con el que las sociedades y sus representantes debemos acercarnos al recuerdo de artistas o filósofos valiosos cuya vida nos merezca una censura más o menos cierta?
El criterio deberían establecerlo las administraciones. ¿Puede rescindirse el contrato a un tenor acusado de abusos no probados y homenajear al mismo tiempo a quien se ha jactado de pederasta y abusador? Una periodista catalana me preguntó a raíz de aquellas polémicas: «¿Pero usted metería hoy en la cárcel a Gil de Biedma?». Le parecía inconcebible, un atentado contra Cataluña. Yo le respondí: «¿Por hechos como los que relata en ese libro? Yo no; la Guardia Civil». Por otro lado aquí no se juzgan valores literarios, sino hechos. A Celine no se le juzgó por haber escrito Viaje al fin de la noche, sino por antisemitismo. Y dicho esto, a quien le gusten los poemas de Gil de Biedma incluso ese Diario, adelante; son todo suyos, que circulen libremente.