ESTA es la imagen: han llevado el buque, un gran trasatlántico, contra el muelle. Lejos de aminorar la marcha cuando se estaban aproximando, lo han acelerado. Habían prometido a quienes viajaban en él que a medida que llegaran a tierra el barco saldría volando: ¿quién puede juzgar un sueño? Necesitaban la aceleración para un despegue espectacular, sin precedentes: «Apreteu, apreteu!», o sea, «¡A toda máquina!». Naturalmente el barco se empotró contra el cemento, embistiéndolo con furia de cabra hispánica, pero pese a los desperfectos en proa y casco, el buque sigue a flote. Algunos han pedido al capitán que suelte el timón para llevar el barco a astilleros y repararlo, pero él y la oficialidad, incluso parte de la marinería, han declarado que si no vuela, ya sólo sirve hundirlo. Y en eso andan metidos ahora, intentando barrenarlo para llevarlo al fondo, mientas cantan a coro aquellas palabras que pronunció Giménez Caballero al entrar con las tropas de Franco en Barcelona: «¿Cataluña? La maté porque era mía».
30 octobre 2019
28 octobre 2019
Con la peña hemos topado
La última película de Alejandro Amenábar ha recordado a quienes no lo frecuentan el nombre de don Miguel de Unamuno. Trata del archiconocido enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray, fundador de la Legión. ¿Dijo o no Unamuno «Venceréis pero no convenceréis»? La controversia es bastante bizantina. Según los testimonios de los testigos presentes, lo que dijo Unamuno iba en el sentido que sugieren los verbos vencer y convencer cuando van juntos. Una de las frases más conocidas del Quijote, «con la iglesia hemos topado, Sancho», se cita siempre mal, porque lo que Cervantes escribió fue «con la iglesia hemos dado». Cuando alguien me reprochó haber traducido el Quijote al castellano actual, le recordé que el primer traductor del Quijote había sido el pueblo, cambiando ese dado, arcaico y anfibológico, por un más corriente y natural topado. Y nosotros acabamos de toparnos con la peña de comediantes.
La peña de los comediantes, como se les llamaba en época de Cervantes, ha tenido siempre un fino instinto de supervivencia, desde Lola Flores a Alaska y los Pegamoides, como bien retrató Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte. Obligados tantas veces a sobrevivir, los cómicos han aprendido a pensar a salto de mata y a distinguir sin asomo de duda una pegatina donde pone «No a la guerra» de otra que pone «No a Eta» y saber cuál de las dos es conveniente pegarse en el esmoquin durante la ceremonia de gala del Festival de San Sebastián en «los años de plomo». «La España actual es la que ideó Franco», acaba de soltar Amenábar en una entrevista, promocionando su película. El día del orgullo gay y los matrimonios homosexuales, el aborto, el divorcio, la Constitución del 78, la sanidad y la enseñanza para todos, la libertad de expresión y manifestación... exactamente lo que ideó Franco para una España que dejó atada y bien atada. Tampoco Elejalde ha querido dejar atrás a su jefe y lo ha sobrepasado por elevación, declarando que «en los últimos 83 años en España no nos hemos movido». ¿Seguro? ¿Nada? ¿Seguimos como en 1936? Qué sé yo... En la peña de comediantes se aman los gestos y molinetes, la retórica y las grandes frases, como aquella que don Latino le dijo a Max Estrella en un diálogo inmortal de Luces de bohemia: «Max, no te pongas estupendo».
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de octubre de 2019]
24 octobre 2019
De bibliotecas
“Poco y de poco valor es lo que yo puedo aportar a este asunto, porque nunca he frecuentado las bibliotecas, como no sea la mía propia, muy deficiente e incompleta como se puede imaginar cualquiera. Para mí la biblioteca es principalmente un lugar de trabajo, y el mío está en mi propia casa. He contado con la ventaja de interesarme por asuntos, autores y libros poco solicitados o a trasmano, de modo que me ha resultado más sencillo comprar los libros en el Rastro o en las librerías de viejo, mucho más visitadas por mí que las de nuevo, y por las mismas razones. Por lo general muchos de los libros que me interesan hubo un tiempo en que ni siquiera estaban en las bibliotecas, de modo que hubiera sido otra vez más una pérdida de tiempo ir a buscarlos allí. Pero hay otra razón para no frecuentar en mi caso las bibliotecas: me distraigo mucho. En general me gustan más las gentes que los libros, y aunque espero menos de las gentes que de los libros, estoy convencido de que en una biblioteca me pasaría todo el rato mirando a esta y aquella, al vecino, al bedel. Yo para leer, si no es el periódico, necesito estar solo, y aún así tampoco soy de mucho leer. A mi edad es cosa sabida que somos más de releer, y esos libros ya los tiene uno a mano. Un día fui a una biblioteca a dar una conferencia y la bibliotecaria por ser amable me sacó unos ejemplares de unos libros míos para que los dedicara; algunos estaban tremendos, sucios, rotos, pegajosos, no se cómo nadie podía leer en ellos, y me di cuenta entonces de los pocos medios que tienen las bibliotecas y de que los lectores se merecen más respeto, y que los libros son como la ropa, visten un sueño y no los podemos tener hechos un andrajo”.
[Publicado en El Cultural en un reportaje más amplio sobre ese asunto]
14 octobre 2019
Monumentos de amor
ASÍ llamó el poeta Juan Ramón Jiménez al libro que pensaba dedicar a Zenobia Camprubí, su mujer y la mujer de su vida, Monumento de amor: cartas, poemas, retratos y fotografías, evocaciones... Ninguno de los dos pudo verlo publicado. Murió ella de un cáncer voraz en 1956, después de cuarentaitrés años de matrimonio, y un año y medio más tarde, desquiciado por el dolor y la vida, murió el poeta. El libro apareció al poco tiempo, en 1959. No llega a cien páginas. La segunda edición, que se publicó en 2017, pasa de las mil doscientas. En algún momento, y muerta ya la que fue mujer, amante, madre, hija, hermana, Juan Ramón redactó la dedicatoria que pensó poner al frente de su obra: «A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz». No era verdad. Si hubiera leído los diarios que Zenobia dejó inéditos, habría visto cuán errado anduvo en eso: Zenobia, que lo adoraba, fue feliz a su lado, y de qué modo.
Ha recordado uno toda esta historia al leer ahora La peor parte, de Fernando Savater, que este dedica a Sara Torres. Lo ha subtitulado «Memorias de amor». Al morir ella, también de un cáncer devastador, Savater se ha quedado a la deriva, azotado por la pena más honda y a menudo sintiéndose culpable por no haberla acompañado en ese «amor constante más allá de la muerte» que es todo verdadero amor. Y añade: ahora lo sé, cuando era amado era fuerte y amaba porque era alegre, y la muerte de la persona amada es el fin de la alegría. Una pena observada es el título del libro que C.S.Lewis escribió en un trance parecido, pero el de Savater no es la historia de una pena, ni una pena observada, sino una historia de amor emocionante, desgarradora a veces y verdadera siempre. Se la cuenta a ella, sólo a ella, por hacerla real, quiero decir, por devolverse a la vida, y deja que nosotros estemos presentes en ese darle vueltas en la cabeza y el corazón una y mil veces sin acabar de comprender tanto naufragio. Lean este libro, esperanzador en medio de todo: si alguien ama así, el mundo está salvado. A los que sufren desamor, les consolará, y los happy few agradecerán que se les recuerde que son tanto más privilegiados cuanto más frágil es ese don de amar y ser amados, el único don que cuenta.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de octubre de 2019]
7 octobre 2019
Elogios, ríos, reyes, gallos
UN obispo español ha promulgado un edicto para los feligreses de su diócesis: prohíbe en él los elogios fúnebres en los funerales católicos.
Lo que diferencia al ser humano de los animales la establece, como es bien sabido, la conciencia de la muerte, que el hombre posee y los animales no. Y lo que distingue al hombre civilizado del que no lo es, es su capacidad para honrar a los muertos mediante el elogio. Si a un muerto se le priva del elogio, puede que no le quede nada. Viene siendo así desde Aquiles, que pronunció ante el cadáver de Patroclo elogios memorables, y los de Jorge Manrique a su padre el caballero don Rodrigo con ocasión de su muerte («Amigo de sus amigos, / ¡qué señor para criados / y parientes! / ¡Qué enemigo de enemigos! / ¡Qué maestro de esforzados / y valientes!») nos siguen conmoviendo por su hondura y verdad. ¿Qué razones aduce el señor obispo, pues, para suprimirlos de sus iglesias? Que la mayor parte de quienes hacen uso de la palabra en las exequias no son ni Aquiles ni Manrique, y resuelven el trámite con un sartal de lugares comunes, a menudo alejados de una idea trascendente de la muerte, o sea, que recuerdan y celebran del difunto la vida terrena que tuvo, sin reparar en la eterna, que es precisamente la que da sentido a los obispos, a los responsos y al agua bendita.
Al conocer que en los libros de textos de algunas comunidades autónomas habían suprimido los ríos de España o a los Reyes Católicos, porque en una no había ríos y en otra no había ganas (de relatar los hechos), advertimos que el impulso era parecido al del obispo, suprimir el elogio del agua, que es un río, y el elogio de la Historia (magister vitae), que debería enseñarnos a no repetir los mismos errores. Cuando alguien denuncia a un gallo (y esto sucedió en Francia por las mismas fechas) y trata de que un juez lo sentencie a permanecer callado, busca también que se suprima del mundo el canto del gallo, que es, como también sabemos todos, el mayor elogio que nadie haya hecho jamás de la rosada aurora. Sí, no hay más noble modo de conducirse que elogiando a los vivos y a los muertos, y prescindir del elogio es dejar el camino expedito a todos aquellos que viven de levantar falsos testimonios de la vida. “Quien admira siempre tiene razón», decía Paul Claudel.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 6 de octubre de 2019]
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