24 octobre 2019

De bibliotecas

“Poco y de poco valor es lo que yo puedo aportar a este asunto, porque nunca he frecuentado las bibliotecas, como no sea la mía propia, muy deficiente e incompleta como se puede imaginar cualquiera. Para mí la biblioteca es principalmente un lugar de trabajo, y el mío está en mi propia casa. He contado con la ventaja de interesarme por asuntos, autores y libros poco solicitados o a trasmano, de modo que me ha resultado más sencillo comprar los libros en el Rastro o en las librerías de viejo, mucho más visitadas por mí que las de nuevo, y por las mismas razones. Por lo general muchos de los libros que me interesan hubo un tiempo en que ni siquiera estaban en las bibliotecas, de modo que hubiera sido otra vez más una pérdida de tiempo ir a buscarlos allí. Pero hay otra razón para no frecuentar en mi caso las bibliotecas: me distraigo mucho. En general me gustan más las gentes que los libros, y aunque espero menos de las gentes que de los libros, estoy convencido de que en una biblioteca me pasaría todo el rato mirando a esta y aquella, al vecino, al bedel. Yo para leer, si no es el periódico, necesito estar solo, y aún así tampoco soy de mucho leer. A mi edad es cosa sabida que somos más de releer, y esos libros ya los tiene uno a mano. Un día fui a una biblioteca a dar una conferencia y la bibliotecaria por ser amable me sacó unos ejemplares de unos libros míos para que los dedicara; algunos estaban tremendos, sucios, rotos, pegajosos, no se cómo nadie  podía leer en ellos, y me di cuenta entonces de los pocos medios que tienen las bibliotecas y de que los lectores se merecen más respeto, y que los libros son como la ropa, visten un sueño y no los podemos tener hechos un andrajo”.

 [Publicado en El Cultural en un reportaje más amplio sobre ese asunto]

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