Dicen que el título de un libro es la mitad de su futuro. No sé. Guerra y paz es un título anodino; El rojo y el negro y Don Quijote también lo son, si no estuvieran ya unidos para nosotros a dos grandes novelas. A medida que fue pasando el tiempo los lectores no se conformaban con tan poco y empezaron a pedir en el título un poco más de concreción y del espíritu de la obra: Grandes expectativas (o Grandes esperanzas, como se tradujo en español), Los miserables y Cumbres borrascosas cumplían desde luego todas las expectativas en este sentido, hasta desembocar en títulos que, según se tomen, pueden resultar filosóficos o prestarse al márketing de la peor ralea: En busca del tiempo perdido.
Hay también una gran cantidad de libros con títulos prodigiosos que no tuvieron la menor fortuna ni cuando se publicaron ni después. Pocos habrá con un título tan adecuado para unos poemas de vanguardia como Primavera portátil. Además, al ser vanguardista no importa tampoco mucho que no sepamos qué quiso decir con él su autor, Adriano del Valle. Pero la idea es bonita: la posibilidad de llevar con nosotros siempre una primavera. La misma idea de portátil sugiere que podemos resignamos a sacrificar algo del original con tal de conservar una esencia suya, crucial, capaz incluso de salvarnos la vida. Una cantimplora es una fuente portátil; una caracola, con su oleaje pegado a nuestra oreja, es un mar portátil; la brújula es una estrella polar portátil del mismo modo que el reloj de pulsera es nuestro sol portátil... El hombre se ha pasado la vida fabricando objetos portátiles que pudiera llevar encima como hacen los vagabundos con su botella de vino, su compañía portátil.
De esta, en la que acaso ya no piensas, le habría gustado a uno hacer también algo plegable y secreto, como esa carta que llevamos en la cartera por si alguna vez se nos olvida la dicha: el olor del heno verde recién segado, secándose al sol, el del azahar, el de las rosas, el de la bosta, todos mezclados, como en la retorta de un perfumista, solo que libres, flotando en el aire tépido, sedante, de mayo; el zumbido de abejas y abejorros; el canto de los pájaros que vinieron del África, las hojas verdes, nuevas, naciendo sin esfuerzo, y la sensación de haber dejado atrás el invierno. Antes de que sea demasiado tarde y para los días en que creas que la próxima primavera está todavía demasiado lejos.