CUANDO usted lea estas líneas habrá leído u oído ya, como yo, cien artículos y opiniones parecidos sobre Snowden, el joven que hizo públicas las prácticas y abusos de la Cía, para la que trabajaba. En primer lugar hemos de recordar las protestas de los gobiernos aliados de los Estados Unidos a los que, con el pretexto del terrorismo, estos espían sin la menor consideración por razones comerciales y económicas, pero también las de aquellos particulares que denunciaron de manera airada que alguien pueda entrar en un ordenador cualquiera para escrutar sus más ocultos y secretos pensamientos y archivos.
Dejemos de lado el comportamiento de los países aliados de los EU, que, tras elevar “las más enérgicas protestas”, dejaban tirado a Snowden en un aeropuerto de Moscú mendigando asilo político y haciendo bueno aquello de que “Roma no paga a traidores”, dejemos, sí, la alta política a los que se dedican a ella (que suelen ser los mismos que se ocupan de su alcantarillado), y vengamos a las cosas menudas que apenas tienen cabida en las “enérgicas protestas”.
Empecemos por Snowden. Nos cae bien Snowden, pero a pocas novelas o películas de espías que hayamos leído o visto, nos preguntaremos qué pensaba que era la Cía cuando entró a trabajar en ella. En una de espías, creo que lo preguntarían de otro modo: ¿para quién trabajaba, o más exactamente, quién le pagó para contar lo que contó o de quién espera cobrar ahora?
Es muy probable que nunca se conozcan las respuestas a estas preguntas, ni el conocerlas haría que olvidáramos la clase de gentes en cuyas manos está nuestra privacidad e intimidad, desde el presidente de los EU, si consintió esas escuchas y miroteos, hasta el último de los “oscuros” funcionarios que como Adolf Eichmann se amparan en la “obediencia debida” para perpetrar el mal. Hay quien asegura, incluso, que el mal es invencible, y también quien afirmó no tener ordenador, porque ya se barruntaba que acabaríamos en esto: o esclavos de la técnica o a merced de los bandidos. No sé. Ve uno las cosas de otro modo. Decía don Francisco Giner: "Cuidado, los chanclos no son una patente de corso para andar por el lodo", lo que podría también formularse al revés: no voy a convertir mi vida en lodo sólo porque nadie lo sabrá nunca. Que puedan entrar en los ordenadores no siempre es un abuso intolerable (no lo es para desarticular redes de terrorismo, drogas, trata de blancas, pederastia), sí cuando se persiguen informaciones para obtener ventajas comerciales, políticas, financieras. Agradecemos y debemos a Snowden que nos haya recordado que nuestro ordenador no es la alcoba, ni siquiera el retrete, y que el día que lo metimos en casa metimos al Gran Hermano con el que hemos de aprender a convivir. ¿No lo hacemos con los cuchillos, la lejía y otras cosas peligrosas? Y si delante de un chivato o de un chismoso no se habla de lo que no queremos que sepa, ¿por qué hacerlo delante de nuestro ordenador? En cuanto a los delincuentes se sabe que procuran ir siempre por delante de la ley o donde la ley no llega, por lo que la ley debería tranquilizarnos ahora poniendo entre rejas a los que la infringen con la excusa de que están haciéndola cumplir, y no matando al mensajero.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de julio de 2013]