TIENEN lugar en todos los rincones del mundo. Las de Inglaterra y Francia son famosas, y se celebran a diario desde hace siglos. Balzac y Dickens hablaron de ellas. Ya se ha contado aquí una vez esto de la pintora Carmen Laffón. Se subastaba una pintura suya: “Una mala noticia”, dijo; “o su dueño ha muerto o necesita dinero o ha dejado de gustarle el cuadro”. Yo le respondí que la historia no terminaba ahí, porque también por una de estas dos razones era una buena noticia: lo compraría alguien al que no le hacía falta el dinero para otra cosa más necesaria y porque le gustaba el cuadro.
Hace unas semanas se subastó parte del legado que Luis Cernuda dejó en la casa familiar antes de emprender en 1938 el camino del exilio, del que no volvió. Lo componían algunos cuadros y dibujos, muchos de su amigo Ramón Gaya, entre ellos el retrato que este le hizo, y unos cuantos libros, de otros o suyos propios, dedicados a sí mismo. “A Luis, que ha escrito estos poemas por esperanza unos, otros por desesperación”, leemos de su puño y letra en la primera edición de La realidad y el deseo.
Y desesperación debía de seguir sintiendo cuando, treinta años después, escribió su poema “Limbo”. Cuenta en él el asco que sintió en casa de unos burgueses “merdellones” (el adjetivo es de Cernuda, se lo oímos a Gaya) abarrotada de antigüedades y muebles lujosos. Oyó que a su lado alguien decía: “Me ofrecieron la primera edición de un poeta raro, y la he comprado”. En eso acabamos los poetas, reflexiona con amargura, su trabajo acaba “como otro objeto vano, otro ornamento inútil”, y se recrimina por haberse despedido sin decir nada, “cobarde, mudo”, asintiendo “a la injusticia”. “Mejor la destrucción, el fuego”, concluye. ¿Injusticia? ¿Mejor la destrucción, el fuego?
Asistí a la subasta con un amigo. Pujó él prácticamente todos los lotes y apenas se llevó ninguno. Fue también él quien recordó ese poema de Cernuda, cuyos versos se sabe de memoria. Pujó con respeto y sin mala conciencia: pocos habrán hecho tanto por dar a conocer la obra del poeta sevillano entre sus paisanos. Y volvió a hacerlo el otro día en la subasta, pujando cuanto pudo para que el Estado (que ejerció sistemáticamente su derecho de tanteo) pudiera valorarlo como debe, y aun más, si fuere posible.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de enero de 2019]