Nunca me he subido a un coche de Uber. Ni siquiera sabía qué era eso hasta hace muy poco. Lo mismo me sucede con Cabify. Ha sido uno un gran partidario del taxi, me encantan las conversaciones de algunos taxistas (pensé escribir un libro que se titulara así, Historias del taxi, breves, curiosos, rápidos relatos como los de la película Una noche en la tierra), pero tras la huelga reciente de los taxistas me voy a hacer de Uber, me voy a hacer de Cabify y de todas y cada una de las empresas que en el transporte público de pasajeros ejerzan su derecho al trabajo en igualdad de condiciones que el taxi. En mi decisión no tiene que ver el que los coches de Uber y Cabify sean mejores ni que sus conductores vayan aseados y pongan a disposición de los pasajeros una cestita con caramelos de limón (según me han contado); tampoco porque sean más limpios y baratos. No hablamos de higiene ni dinero. Lo hará uno por principios, por creer que somos libres e iguales y tenemos derecho a buscar el trabajo donde se encuentra y contratar a cualquiera que cumpla la ley, una ley que ha de ser igual para todos.
Acaba de pasar un coche de Uber, negro, reluciente, con los cristales tintados. En dos de ellos, pegado con celo, este cartel: “Somos una Vtc tradicional. No trabajamos con Uber. No trabajamos con Cabify”. Tal vez sea sólo una añagaza para librarse de los piquetes, pero qué humillación tener que pedir clemencia porque la autoridad no garantiza la justicia. Por eso se va a hacer uno de Uber, de Cabify, de lo que haga falta: no podemos vivir amenazados.
Admira uno al que en Inglaterra se hace católico y protestante en Roma, al que en Gerona pone en su balcón la bandera de España y en Madrid también, y, en general, al que defiende al débil frente al poderoso (y no digamos si este es además mafioso). Para alguien como uno, que no conoce los pormenores de esa huelga, el ver a unos cuantos energúmenos con los chalecos amarillos ha sido lo que le ha inclinado a hacerse de Uber, de Cabify y, sí, de lo que haga falta, allí donde se defiendan esos derechos básicos. A la contra de la corriente general y del lugar común, de los matones o de cualquier piquete. Y contra aquellos que defienden los monopolios, laborales, económicos o políticos. Aquí o en Venezuela, donde haga falta.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 24 de febrero de 2019]