“—¿Le valió de algo la poesía cuando se sentó en el despacho del político?
—A mí sí. Creo que he sido un político atípico y heterodoxo. Y lo pagué. Salvando las distancias y las diferencias de época fui como Azaña, un intelectual metido en la política. Pero sí me valió la poesía. Para tener más saber, conocimientos, experiencia y también para saber irme con dignidad y con honor, y con la alegría de haber hecho grandes cosas. Personas como Azaña, como yo, sufrimos más en la política, porque no estamos amparados del cinismo de la política. Pero estoy muy satisfecho y además el tiempo cada vez me dará más la razón.
—¿Y ese cinismo no caló en su literatura?
—No, nunca he sido un cínico, y quizá ese haya sido mi principal defecto en mi paso por política”.“
En un primer momento, al leer estas declaraciones del exministro de Cultura al Abc, uno piensa: La piragua monóxila surca de nuevo los mares hundida en su petroglifo. Pero al punto, en cuanto hemos dejado de reírnos con ellas tan de buena gana, le entra a uno un grandísimo desánimo, pues advierte la gravedad del asunto al considerar en manos de qué iluminados ha caído la política cultural española y en las de quiénes va a seguir cayendo y recayendo. Pues resulta patente que si ese hombre se ha creído en algún momento don Manuel Azaña, intelectual o políticamente hablando, oh dislate, ya no se resignará a no volver de nuevo a gobernar nuestras vidas creyéndose César Antonio Molina. Va a estar en lo cierto, sí, por desgracia el tiempo nos está dando la razón a todos.