EN la reseña de este librito de Savater (Contra el separatismo, Ariel, 2017), no se hace mención, por razones de oportunidad y de espacio, a este pasaje del prólogo ni a la dedicatoria: "A mi chica lista de Hospitalet: libre, española, cosmopolita". Vale la pena reproducirlo entero:
"Finalmente, voy a revelarles el motivo para escribir estas páginas, sobre cuya eficacia pueden creer que no me hago ilusiones y que, en cambio, me han costado un muy real esfuerzo. Es una conversación en el Hospital Clínico de Madrid, una de esas noches interminables en que se va desvaneciendo en sufrimiento la vida, y la muerte se asoma a la habitación cada cierto tiempo vestida de enfermera para cambiar el gota a gota. Quien ha pasado por esas veladas infinitas cree sin esfuerzo en el infierno eterno, pero se le hace difícil imaginar una bienaventuranza capaz de compensarlo. Teníamos la televisión encendida, bajito el volumen, y se repetían sin cesar las noticias del canal 24 Horas. De pronto, alguien mencionó un suceso ocurrido en Hospitalet y ella dijo con su pobre voz rota por las sondas en la garganta, esa voz que había sido tan noble y decidida: «¡Mira, Hospitalet! De ahí soy yo...". En ese momento postrero escogió esa patria, ella que había nacido en la más pobre de las Islas Canarias, para acabar después en San Sebastián, a mi lado. Porque vivió en Hospitalet, también en un barrio humilde, durante el final de su infancia y adolescencia, cuando recorría las Ramblas vendiendo helados para pagarse los estudios y, de paso, ayudar a la familia. Tan hermosa, tan indomable. «¡De allí soy yo!», me dijo. Sí, era una chica de Hospitalet, una mujer íntegra y valiente de la España que no se resignaba a vivir sin libertades. Nadie la echará nunca de allí, ni a ella ni a los que son como ella, mientras yo pueda seguir luchando".
* * *
CADA época en España, desde Quevedo, ha tenido su gran libelista. De los últimos: Unamuno,
Bergamín, García Calvo. El de la nuestra es Savater. “No se llamen a engaño:
esto es un panfleto. (…) Según la definición de la Rae: «Libelo difamatorio.
Opúsculo de carácter agresivo». Me quedo sin duda con la segunda acepción,
aunque no niego que pueda haber bastante de la primera”, se sincera en la
primeras líneas. Todo buen panfleto es breve, claro, ágil. Este lo es. Como una
sucesión de síncopas. Cada una de sus palabras percute sobre la idea precisa y
arranca de ella una nota vibrante. Un panfleto ha de llegar también en el
momento oportuno. Escrito, como quien dice, en la trinchera, y buscando sacudir,
agitar, movilizar. ¿Cómo? Repensando los lugares comunes, arrostrando las
mentiras y posverdades, restableciendo la racionalidad. Es decir, uniendo lo
que los separatismos diabólicos (del griego dia-bolo, separar) tratarán de desgarrar, lanzando lejos los despojos.
“Contra
el separatismo, no contra el nacionalismo”, aclara también Savater. Importa
mucho esta distinción, insistirá. El nacionalismo, constituido por rasgos afectivos
(los derivados del concepto “patria chica” o de las secreciones sentimentales),
puede incurrir en “la moral del pedo” a la que se refería Ferlosio y a la que
alude Savater (“ese hálito que no nos molesta salvo cuando es ajeno”), pero es
más o menos inocuo. Por sí mismo, si no muta en separatismo como el virus de la
peste, no causa mayores quebraderos de cabeza. El independentismo es otra cosa:
narcisista, tóxico, xenófobo.
El
buen panfletista va al grano sin perder de vista la paciencia. De las dotes
pedagógicas de Savater hay ejemplos sobrados: Ética para Amador, millones de lectores en todo el mundo. Claro que
los adolescentes, lábiles y versátiles por naturaleza, suelen ser más
receptivos que los separatistas. Savater, que ha sido además un activista
ejemplar contra el terror etarra, parte en su diserto del hombre en la caverna
(individuos “diferentes, nunca idénticos”), para llevarlo a la Grecia del demos (el pueblo frente a la polis como institución de lo político),
donde aún estamos, donde debiéramos estar como ciudadanos demócratas, libres e iguales: “en la
isonomnía, la aceptación de la ley igual para todos, junto al ser capaces de
persuadir y ser persuadidos”.
La
de la conquista de la libertad y la igualdad es una historia larga. Lo cuenta él
de una manera a la que no hay que cambiarle ni una coma: “La democracia nos fue
liberando de los condicionamientos que la naturaleza, el azar o la historia
habían proyectado sobre nosotros. Eso es lo que quiere decir que los humanos
nacemos libres e iguales: que nacemos igualmente destinados a la ciudadanía,
con los deberes y garantías inherentes a ella y especialmente con idéntico
derecho a decidir la gestión de la sociedad, sea cual fuere nuestra genealogía,
nuestra raza, nuestro lugar natal, nuestro sexo, nuestras habilidades, nuestra
religión o ausencia de ella (…) Una vez aceptada la ley común, llámese
Constitución o como fuere, cada cual es libre de buscar la excelencia o la
felicidad como desee”.
El
separartismo tratará, no obstante, de arrebatarnos “la ciudadanía que nos
faculta para decidir junto a los demás”, con el fin de instaurar, basado en un pasado
de “leyendas ancestrales”, un futuro utópico, donde lo identitario se
manifiesta como totalitario. Para ello no dudará en servirse de la propaganda
(TV3, Catalunya Radio, RAC1 y periódicos afines y condescendientes), de la
política lingüística y del adoctrinamiento en escuelas, institutos y
universidades. “El separatismo es, sí, un movimiento fundamentalmente
antimoderno”, dirá Savater, lo que en palabras de Daniel Gascón quedaría más o
menos así: “La caspa ha cambiado de
bando”. Del orden político al psicoanalítico, de la avilantez y la
insaciabilidad predatoria (del “España nos roba” al “nos vamos a quedar con
todo lo vuestro, empezando por el 3%”), al narcisismo, que es la salida al mar
del complejo de inferioridad y su consecuencia inmediata, el resentimiento,
Savater no deja un solo rincón en su “donoso escrutinio”. Al fin y al cabo a
los independentistas les mueve más que su sedicente amor a Cataluña o a Euzkadi
su odio a España y todo lo español.
Y a
modo de resumen, como buen pedagogo, este cuadro sinóptico con el que abrochará
su panfleto: 1. El independentismo es antidemocrático: “Los portadores de
derechos son los ciudadanos, no los territorios”. 2. Es retrógrado: “Porque
plantea una ciudadanía basada en el terruño, en la identidad étnica, en la
lengua única”. 3. Es antisocial: “El Estado social debe ser fuerte para no
admitir más privilegios locales que los que pueden revertir en mayor bienestar
para todos”. 4. Es dañino para la economía: En Japón una estampida de bancos y
empresas como la que se produjo en Cataluña tras la DUI habría dado lugar al
sepuku de todo el gobierno responsable. 5. Es desestabilizador: A río revuelto
ganancia de los populistas, antisistemas y Putin. 6. Crea amargura y
frustración: “El que pierde a sus compatriotas sufre algo más que un daño
administrativo”. 7. Crea un peliogroso precedente: Sí, es Europa la que está en
juego.
No
es fácil reseñar un panfleto. Su fuerza está tanto en los hechos e ideas que
expone como en el modo sucinto de defenderlas. Este, que se lee con avidez y
gratitud, reclama de nosotros la acción. Por eso no se me ocurre otra manera
mejor de terminar esta reseña que con una sola palabra: Pásalo.
[Publicado en El País (Babelia) el 18 de noviembre de 2017)