SE publica hoy en El País, y aquí, con un pequeño añadido en el último párrafo que llegó tarde para la edición de papel.
“Henos aquí de Pravia”, se dice en La venganza de don Mendo en un juego de palabras que los más jóvenes probablemente ya no entiendan. “Henos aquí de nuevo, donde dijimos”, podríamos decir nosotros en la astracanada que han urdido el Govern y su mojiganga. Pero aunque comprende uno que cuesta no tomarse a broma todo esto, es preciso dejar que las chirigotas y murgas de Cádiz hagan su trabajo, que en los próximos carnavales promete ser glorioso.
Tratemos el asunto con seriedad. No hubo choque de trenes, como anunciaban los agoreros, sino un solo tren embistiendo ciego contra los topes de la Constitución. No hubo algaradas sangrientas, no hubo multitudes impidiendo a la Guardia Civil desalojar al President y a sus consellers, no ardió Cataluña por encarcelar a nadie ni aplicar el 155, ni siquiera los tractoristas han metido la reja del arado en el asfalto de las autopistas, como deseaban. No ha pasado nada de esto, nada de todo aquello con lo que amenazaban si se hacía cumplir la ley. Sólo hemos visto un rosario de actos grotescos, churroreferendos, recuento de votos en las iglesias mientras la feligresía cantaba meliflua el himno de la Moreneta, votaciones secretas en el Parlament, alcaldes levantando sus varas como en un musical del Paralelo, “butifarradas por la dignidad” y, como final de traca, la huida de Puigdemont y parte de su gobierno a Bélgica con el propósito de fundar allí no se sabe si la República de Saló o la corte de Carlos VII. Les han dejado solos incluso quienes los empujaron a este formidable ridículo (bancos, grandes empresas y medios de comunicación afines y mediopensionistas), y a estas horas buscan desesperadamente cómo olvidarse y hacer olvidar su responsabilidad y su propio ridículo. ¿Cómo? Con frases de repertorio: “El poble de Catalunya”, “Todas las ideas son legítimas” y “La culpa de todo es de Puigdemont y Mariano Rajoy”. Ni hay “poble de Catalunya” (a día de hoy contamos al menos con dos “pobles”), ni todas las ideas son legítimas ni la misma responsabilidad tiene el que incumple la ley que el que la hace cumplir.
Pero volver a enzarzarse en las respuestas nos haría perder el tiempo, y de tiempo es precisamente de lo que ahora no andamos sobrados. Dentro de cuarenta días los catalanes están llamados a votar en unas elecciones autonómicas. Estas elecciones son cruciales, tanto que los golpistas han decidido concurrir a ellas, dejando en papel mojado su “matraca” (el presidiario que aplicó esta palabra al “procés” merecería el indulto por ello).
Podría suceder, desde luego, que en estas elecciones vuelva a ganar el independentismo. Entra dentro de lo posible, porque los que han sostenido durante años ideas tan insolidarias, xenófobas, jactanciosas, tóxicas y narcisistas, blindados en instituciones y dinero público, no es probable que vayan a tener ahora una iluminación subitánea. En unos días no acabará lo que ha sido obra empeñada y tenaz de años. Al contrario. Es posible que algunos independentistas, al menos los más cínicos (o encanallados), reconozcan el desastre social y económico de sus políticas; es posible que otros, la facción de agrarios cejijuntos, alcancen al menos a avergonzarse del papelón que han hecho sus gobernantes capitalinos; y es posible que la mayoría haya respirado aliviada por salir del bucle: al fin y al cabo, a falta de uno o dos muertos el 1-O, el 155 y media docena de presos son una salida esperanzadora. Por todo ello, seguirán votando lo que han venido votando hasta hoy. Saben, desde luego, como Tejero, Armada o Milans, que han perdido, pero acaso sólo piensen en una política de tierra quemada. Parecen estar diciendo: “De acuerdo: no ha sido posible nuestra República, pero ahí os dejamos una Cataluña sin empresas, las familias rotas, la sociedad dividida y dos generaciones de escolares emponzoñadas”. Más o menos como Giménez Caballero al entrar en Barcelona con las tropas de Franco en 1939: “¿Cataluña? La maté porque era mía”. Porque lo que hoy por hoy han demostrado los independentistas, más que su amor a Cataluña, es su aborrecimiento a España y todo lo español (siempre les quedará el Camp Nou).
Oímos, no obstante, argüir por todas partes: “Si se encarcela a los golpistas (o no se libera a los encarcelados), será un error”. Una vez más “la estrategia del apaciguamiento” (AEspada), llevada al absurdo: si no favorecemos al nacionalismo, este se hará más fuerte. Lo cierto es, por el contrario, que hasta hoy el único diálogo que ha dado sus frutos ha sido el mantenido entre el juez Llarena y la señora Forcadell. Nunca la palabra cárcel ha sido tan persuasiva.
A raíz de las célebres cargas policiales del 1 de octubre en Barcelona, algunas personas “que no pensaban votar”, bajaron a hacerlo al ver las imágenes por televisión, como si se hubieran cargado de razón al verlas. ¿De razón? Alguien está viendo en telivisión, en directo, el saqueo del súper de su barrio. Eso exactamente estaba sucediendo en Cataluña el 1 de octubre, un numero elevado de ciudadanos estaba saqueando la democracia española, a manos llenas, felices con el botín. Nada ni nadie se les oponía: “¡Esto es una fiesta! ¡Lo estamos haciendo pacíficamente!”. Era cierto. Robar salía barato y podía hacerse sin riesgo. Al rato aparecieron, pocos para tanta turba, quienes trataron de impedir, con órdenes judiciales en la mano, los saqueos. Indignados, los saqueadores, se enfrentaron a ellos. Se negaban a interrumpirlos. Una anciana recibió un porrazo en la cabeza, un padre puso entre él y un policía a su hijo de dos años. Y la persona que miraba la televisión, horrorizada por ese niño (no por el padre), por la anciana (no por el delito que ella ayudaba a cometer), decidió bajar a la calle en ese instante y ponerse no del lado de los que pasaban apuros defendiendo la ley, sino de los saqueadores, saqueando él un poquito también, nada, una micra, como recuerdo.
Sí, los resultados de estas elecciones son inciertos. Josep Borrell ha afirmado que si alguna vez en Cataluña el independentismo llega al 75%, tendremos un problema que habrá que resolver con un referéndum pactado. Admitamos que votamos todos los españoles. No lo duden: como en ese referéndum el resultado sería irrelevante para los independentistas (Cataluña es y será de por vida el 8% de los votantes de España), estos y cuantos esperan “cargarse de razón”, sintiéndose víctimas de la estadística, votarían por la independencia, convencidos de que un “ 60% de independentistas catalanes sería suficiente para arrastrar a nuevas fronteras al 40% restante, mientras que un 90% de españoles no lo es para mantener dentro de las de todos a un 2% de separatistas”, como dice FOvejero. Y por eso, aunque sepan que el independentismo es xenófobo, tóxico y por suerte inviable, en Cataluña votarán por él “incluso los que no pensaban hacerlo”, con tal de causar el mayor daño posible a España. Una vez más. Y lo harán, desde luego, pacíficamente, porque hasta hoy causar ese daño les ha salido gratis. Y eso acaso ocurra en las próximas elecciones.
Y henos de nuevo aquí, con la matraca.
“Henos aquí de Pravia”, se dice en La venganza de don Mendo en un juego de palabras que los más jóvenes probablemente ya no entiendan. “Henos aquí de nuevo, donde dijimos”, podríamos decir nosotros en la astracanada que han urdido el Govern y su mojiganga. Pero aunque comprende uno que cuesta no tomarse a broma todo esto, es preciso dejar que las chirigotas y murgas de Cádiz hagan su trabajo, que en los próximos carnavales promete ser glorioso.
Tratemos el asunto con seriedad. No hubo choque de trenes, como anunciaban los agoreros, sino un solo tren embistiendo ciego contra los topes de la Constitución. No hubo algaradas sangrientas, no hubo multitudes impidiendo a la Guardia Civil desalojar al President y a sus consellers, no ardió Cataluña por encarcelar a nadie ni aplicar el 155, ni siquiera los tractoristas han metido la reja del arado en el asfalto de las autopistas, como deseaban. No ha pasado nada de esto, nada de todo aquello con lo que amenazaban si se hacía cumplir la ley. Sólo hemos visto un rosario de actos grotescos, churroreferendos, recuento de votos en las iglesias mientras la feligresía cantaba meliflua el himno de la Moreneta, votaciones secretas en el Parlament, alcaldes levantando sus varas como en un musical del Paralelo, “butifarradas por la dignidad” y, como final de traca, la huida de Puigdemont y parte de su gobierno a Bélgica con el propósito de fundar allí no se sabe si la República de Saló o la corte de Carlos VII. Les han dejado solos incluso quienes los empujaron a este formidable ridículo (bancos, grandes empresas y medios de comunicación afines y mediopensionistas), y a estas horas buscan desesperadamente cómo olvidarse y hacer olvidar su responsabilidad y su propio ridículo. ¿Cómo? Con frases de repertorio: “El poble de Catalunya”, “Todas las ideas son legítimas” y “La culpa de todo es de Puigdemont y Mariano Rajoy”. Ni hay “poble de Catalunya” (a día de hoy contamos al menos con dos “pobles”), ni todas las ideas son legítimas ni la misma responsabilidad tiene el que incumple la ley que el que la hace cumplir.
Pero volver a enzarzarse en las respuestas nos haría perder el tiempo, y de tiempo es precisamente de lo que ahora no andamos sobrados. Dentro de cuarenta días los catalanes están llamados a votar en unas elecciones autonómicas. Estas elecciones son cruciales, tanto que los golpistas han decidido concurrir a ellas, dejando en papel mojado su “matraca” (el presidiario que aplicó esta palabra al “procés” merecería el indulto por ello).
Podría suceder, desde luego, que en estas elecciones vuelva a ganar el independentismo. Entra dentro de lo posible, porque los que han sostenido durante años ideas tan insolidarias, xenófobas, jactanciosas, tóxicas y narcisistas, blindados en instituciones y dinero público, no es probable que vayan a tener ahora una iluminación subitánea. En unos días no acabará lo que ha sido obra empeñada y tenaz de años. Al contrario. Es posible que algunos independentistas, al menos los más cínicos (o encanallados), reconozcan el desastre social y económico de sus políticas; es posible que otros, la facción de agrarios cejijuntos, alcancen al menos a avergonzarse del papelón que han hecho sus gobernantes capitalinos; y es posible que la mayoría haya respirado aliviada por salir del bucle: al fin y al cabo, a falta de uno o dos muertos el 1-O, el 155 y media docena de presos son una salida esperanzadora. Por todo ello, seguirán votando lo que han venido votando hasta hoy. Saben, desde luego, como Tejero, Armada o Milans, que han perdido, pero acaso sólo piensen en una política de tierra quemada. Parecen estar diciendo: “De acuerdo: no ha sido posible nuestra República, pero ahí os dejamos una Cataluña sin empresas, las familias rotas, la sociedad dividida y dos generaciones de escolares emponzoñadas”. Más o menos como Giménez Caballero al entrar en Barcelona con las tropas de Franco en 1939: “¿Cataluña? La maté porque era mía”. Porque lo que hoy por hoy han demostrado los independentistas, más que su amor a Cataluña, es su aborrecimiento a España y todo lo español (siempre les quedará el Camp Nou).
Oímos, no obstante, argüir por todas partes: “Si se encarcela a los golpistas (o no se libera a los encarcelados), será un error”. Una vez más “la estrategia del apaciguamiento” (AEspada), llevada al absurdo: si no favorecemos al nacionalismo, este se hará más fuerte. Lo cierto es, por el contrario, que hasta hoy el único diálogo que ha dado sus frutos ha sido el mantenido entre el juez Llarena y la señora Forcadell. Nunca la palabra cárcel ha sido tan persuasiva.
A raíz de las célebres cargas policiales del 1 de octubre en Barcelona, algunas personas “que no pensaban votar”, bajaron a hacerlo al ver las imágenes por televisión, como si se hubieran cargado de razón al verlas. ¿De razón? Alguien está viendo en telivisión, en directo, el saqueo del súper de su barrio. Eso exactamente estaba sucediendo en Cataluña el 1 de octubre, un numero elevado de ciudadanos estaba saqueando la democracia española, a manos llenas, felices con el botín. Nada ni nadie se les oponía: “¡Esto es una fiesta! ¡Lo estamos haciendo pacíficamente!”. Era cierto. Robar salía barato y podía hacerse sin riesgo. Al rato aparecieron, pocos para tanta turba, quienes trataron de impedir, con órdenes judiciales en la mano, los saqueos. Indignados, los saqueadores, se enfrentaron a ellos. Se negaban a interrumpirlos. Una anciana recibió un porrazo en la cabeza, un padre puso entre él y un policía a su hijo de dos años. Y la persona que miraba la televisión, horrorizada por ese niño (no por el padre), por la anciana (no por el delito que ella ayudaba a cometer), decidió bajar a la calle en ese instante y ponerse no del lado de los que pasaban apuros defendiendo la ley, sino de los saqueadores, saqueando él un poquito también, nada, una micra, como recuerdo.
Sí, los resultados de estas elecciones son inciertos. Josep Borrell ha afirmado que si alguna vez en Cataluña el independentismo llega al 75%, tendremos un problema que habrá que resolver con un referéndum pactado. Admitamos que votamos todos los españoles. No lo duden: como en ese referéndum el resultado sería irrelevante para los independentistas (Cataluña es y será de por vida el 8% de los votantes de España), estos y cuantos esperan “cargarse de razón”, sintiéndose víctimas de la estadística, votarían por la independencia, convencidos de que un “ 60% de independentistas catalanes sería suficiente para arrastrar a nuevas fronteras al 40% restante, mientras que un 90% de españoles no lo es para mantener dentro de las de todos a un 2% de separatistas”, como dice FOvejero. Y por eso, aunque sepan que el independentismo es xenófobo, tóxico y por suerte inviable, en Cataluña votarán por él “incluso los que no pensaban hacerlo”, con tal de causar el mayor daño posible a España. Una vez más. Y lo harán, desde luego, pacíficamente, porque hasta hoy causar ese daño les ha salido gratis. Y eso acaso ocurra en las próximas elecciones.
Y henos de nuevo aquí, con la matraca.
https://es.wikipedia.org/wiki/Heno_de_Pravia
RépondreSupprimerAcabo de leer el artículo. No me puedo estar más de acuerdo. Brillante!
RépondreSupprimerSólo una anotación: el día que haya un 80% de independentistas en Cataluña seré yo la primera que pida un referéndum (no soy catalana) para pedir la independencia de España de los catalibanes y votaré un SIIII como un mundo.
RépondreSupprimerParece confirmarse, como yo aquí recientemente denunciaba, que los belgas se han arrogado la facultad de examinarnos para ver si conseguimos aprobar y que además están dispuestos a colaborar con los cochinos en el afán de hacer el mayor daño posible a España (¿Este país? ¿El Estado Español?), objetivo irrenunciable para vengar la afrenta de tener en la cárcel a su gobierno de Monipodio Más, Rinconete Payasín y Cortadillo de los Juncos.
RépondreSupprimerA la cofradía de hampones y chorizos se une ahora la nada infeliz Rubira, y habrá que preparar al cerebro para que no sufra ante la posibilidaz de que semejante mendaz meretriz, tan enemiga de Madriz, llegue a convertirse en aprendiz mayor de la Generalidaz. Y no me arrepiento de lo dicho porque no ha habido desliz sino cabreado aguileo de perdiz.
Viene al caso esta frase de Pla correspondiente al octubre asturiano del 34, a la que le cambio solo unas pocas palabras: "[...] cometieron, sin embargo, el error psicológico de promover el movimiento en un momento desfavorable. No han querido creer en la existencia en España entera de un gran movimiento {genuinamente democrático de derechas, y algo más}, tan sólido, mucho más sólido, que su despecho."
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