27 décembre 2015

Vidas ejemplares

PORQUE estamos en Navidad acaso se le permita a uno esta pequeña confidencia: fui feliz en mi infancia. Son muchos también los que tienen de la suya un recuerdo parecido, incluso si la pasaron en condiciones adversas y apretados por las privaciones materiales (otra cosa son las afectivas; estas cuesta olvidarlas). Todos recordamos de ella lo bueno antes que lo malo. En la nuestra la noche de Reyes era, claro, sumamente especial. Uno de los regalos esperados era el de las Vidas ejemplares, unos tebeos de personajes históricos, la mayor parte de ellos santos o guerreros de la antigüedad (vivíamos en el nacionalcatolicismo), de San Antonio Abad o San Agustín a don Juan de Austria o Daoiz y Velarde. Cuando yo pensaba que había leído toda la colección, un buen día, muchos años después, descubrí en el Rastro uno de aquellos tebeos que no conocía, dedicado al escritor mejicano Alfonso Reyes, en manos de otro que por desgracia se me había adelantado. De Alfonso Reyes acabo de leer una pequeña y preciosa biografía. La he encontrado en el libro Aquí viven leones que  Savater y Sara Torres han dedicado a algunos de sus escritores predilectos. 

Savater, que ha sido profesor de ética, conoce muy bien la importancia que tiene la ejemplaridad. A Sócrates se le obligó a beber la cicuta precisamente porque era un “mal ejemplo” para la juventud. Ya hemos olvidado el nombre de los jueces que lo condenaron, pero Sócrates sigue siendo un modelo al menos para algunos adultos, precisamente en un tiempo en que el modelo más firme que se presenta a los niños tiene que ver con el fútbol, donde no escasean la jactancia, la traición, la bellaquería, la ingratitud, la ignorancia, la deslealtad, la plebeyez o los delitos fiscales.   

Ha leído uno ahora las vidas ejemplares de estos escritores con una perpetua sonrisa en el semblante. Estos leones son, se ve, de la familia de aquel que cavó la tumba de San Antonio, allá en el carmelo donde él y el ermitaño San Pablo tenían sus coloquios sobre la vida perdurable. La vida que les interesa a Savater y a Torres es esta, tan frágil, la que hemos de hacer mejor entre todos. Que hayan encontrado su modelo en Poe, Leopardi o Zweig, con vidas tan desdichadas, nos recuerda de paso que los logros más valiosos... y perdurables proceden a menudo de eso que la sociedad llama con desprecio fracaso.

       [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de diciembre de 2015]

21 décembre 2015

¿Falta mucho?

NO es fácil encontrar traducción exacta a épater le bourgeois. El diccionario de la Academia hace mucho que aceptó el término “epatar”, que define como“producir asombro o admiración”. Pero épater le bourgeois va más allá de “asombrar al burgués”. Valle Inclán da en Luces de bohemia un ejemplo memorable de lo que es epatar. Hablan Max Estrella y don Latino de la poesía y “la Dama de luto” (la muerte), y Estrella dice: “¡Tú la temes, y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para la otra ribera de la Estigia! Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por el ilustre camello Don Latino de Hispalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si fuese académico!”. Y don Latino dice: “¡Querido Max, no te pongas estupendo!”. 

Tiene, pues, “epatar al burgués” algo de retumbante. Carmen Martín Gaite solía decir: “peer en olla”, versión, con todo, menos escatológica que esta otra, más expresiva, de “tirarse p... por encima de su propio c...” (se siente uno incapaz de completar los puntos suspensivos). Epatar al burgués tiene mucho de esta dispepsia.

En períodos electorales casi todo el mundo se pone estupendo. En  este que termina hoy la palabra con la que hemos visto más ensayos de lucimiento ha sido “democracia”. “Devaluada”, “amputada”, “acabada”, “traicionada”, “corrupta”, “degenerada”... han sido los calificativos que algunos candidatos le endosaron. Cada vez que oía uno de estos, me preguntaba: “¿más devaluada, amputada, acabada, etc. que cuál? ¿Que la francesa, que la venezolana, que la china?”. No sabemos si “la enfermedad infantil del comunismo” es el izquierdismo, como decía Lenin, pero sí que la enfermedad infantil de buena parte del nacionalizquierdismo  en la democracia es la impaciencia, querer arreglar lo que no está roto, tal y como suelen hacer los niños con sus juguetes nuevos, cuando empiezan a aburrirse. Eso, y preguntar, apenas se les monta en un coche: “¿Falta mucho?”. Nuestro viaje democrático, comparado con Inglaterra, Francia o Estados Unidos, no ha hecho más que empezar. Casi todos los partidos han hablado (mirando en general al tendido) de cambiar la Constitución. Perfecto. Pero si no consigue el mismo consenso que la “vieja”, ¿de qué servirá que sea nueva? Hoy elegimos, mañana empieza otro viaje, y sí, aunque hayamos llegado ya a mañana, siempre falta mucho.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 20 de diciembre de 2015]

16 décembre 2015

El voto inútil

Se publica hoy en El País este artículo que acaso no sea del todo inútil, como viene siéndolo en España todo lo que se haga en favor del viejo "nadie es más que otro si no hace mas que otro".
* * * 
Lo más repetido que ha oído uno estos días de campaña, cuando se hablaba de Upyd, ha sido lo del “voto inútil”, dando a entender que votar por esta formación es “tirar el voto”.
Uno, como muchos españoles, se ha pasado media vida “votando útil”, es decir, a partidos que le parecían el mal menor. Esto llevó a mucha gente al cinismo político. En los años de la porquería del Gal, los crímenes de Estado y de la corrupción del partido en el poder, recuerdo haber oído a personas inteligentes frases del tipo “al Psoe lo va a votar su puta madre… y yo” o “hay que votar tapándose las narices”. Trataban de persuadirnos de que, a pesar de las fechorías cometidas por militantes del Psoe o del Pp, principalmente, y de que los hechos los apestaban, había que votarlos para que el otro, el que fuera, no ganara; aquellos corruptos eran “los nuestros”.
Por primera vez en la historia de nuestra democracia las encuestas presentan a cuatro partidos políticos bastante igualados en intención de voto. Hemos llegado, pues, a una situación en la que es perfectamente inútil votar a cualquiera de los cuatro, no porque los cuatro representen lo mismo (y en más de un aspecto, desde luego que sí), es decir, al viejo bipartidismo, y a los del nuevo pisándoles los talones y felices por el pelotazo político que les ha llevado tan arriba, sino porque desde el momento en que se ha roto el bipartidismo tradicional no habrá votos decisivos. La balanza ya no tiene dos brazos, sino cuatro, y los movimientos a que da lugar su balanceo son sumamente extraños, un tanto ebrios y mareantes, como también las alianzas que se barajan para fijarla en un punto.
Y aquí es donde uno, aprendiz de inútil, aplica su pequeño razonamiento: puesto que todos los votos van a ser más o menos inútiles y ninguno decidirá sustancialmente nada, votemos a alguien que haya demostrado con hechos su integridad y su decencia. Estas cualidades son, como sabe cualquiera, rarísimas en estos tiempos.
Porque, y esta es otra de las paradojas que se dan en España, país que ama como ninguno las paradojas: al mismo tiempo que “todo el mundo” supone que el voto a Upyd es un “voto inútil”, muchos confiesan una gran simpatía (acaso porque creen que va a desaparecer) por una formación a la que reconocen un gran coraje en defender, antes que la mayoría, y desde luego, antes que los emergentes, derechos y libertades fundamentales de los españoles, para añadir a continuación que no la votarán, porque hacerlo sería “tirar el voto” y por temor a quedarse solos. Decimos para halagar a los votantes que estos son inteligentes  y que “a la gente no se la engaña con cuentos”, pero lo cierto es que acaba yendo Vicente adonde va la gente, es decir, que mucha gente, si toca apocarse, se apoca.
Del debate televisivo “a cuatro” (Pp Psoe, Ciudadanos y Podemos), fueron excluidos Iu y Upyd, y del debate “a dos”, mejor ni hablar. Jamás ha visto uno tanto embolismo y ramplonería en la política española.
Se presenta uno en estas elecciones en compañía de Fernando Iwasaki, de  Fernando Savater y unos cientos de personas más a las que muchos ven como a unos panolis. Sólo les falta sacar medio euro del bolsillo y dárnoslo de propina, como a los aparcacoches, por los servicios prestados: sentar a Rato en un banquillo, renunciar a las cuotas de poder y privilegios en cajas de ahorro, televisiones públicas y órganos judiciales y reguladores, no tener un solo corrupto en nuestras filas, pedir la supresión de los privilegios de los territorios, y la igualdad de la sanidad y la educación para todos...
Uno, claro, no cree que votar a Upyd sea inútil (quién va a seguir luchando de verdad contra la corrupción, quién va a recordarnos que la democracia no son sólo números y que la política no debería estar en manos de los cuentistas, como decía Platón, sino de los filósofos, los de verdad, no los de “la ética de la razón pura” y los de las asimetrías euclidianas), pero cuando alguien vuelva a decirnos, por enésima vez, que el voto a Upyd es un “voto inútil”, le preguntaré qué entiende él por “utilidad”, y de qué le ha servido hasta hoy haber “votado útil” tantas veces a partidos que luego demostraron ser perfectamente inútiles.

Supongo que se nos ve un poco quijotescos y muy solos. Es cierto. Y también que se nos quiere tener lejos o mejor, ni vernos ni tenernos. Pero aquí seguimos, pidiendo el voto inútil, el que se deposita en la urna sin taparse las narices ni mirar hacia otra parte, como les sigue sucediendo al parecer a tantos, si es verdad lo que te confiesan bajando la voz cínicos o avergonzados. Y sí, esto es lo que creo que diría hoy don Quijote: “Solitarios del mundo entero, uníos”.

   

13 décembre 2015

La revolución tranquila

NOS gusta tener cosas materiales en propiedad: una casa hipotecada (y el millón de cachivaches con que llenarla), un coche (pagado con hartas penalidades), cien  electrodomésticos (inútiles muchos, como ese cuchillo eléctrico que no sirve ni para la mantequilla), viajes  (a confines absurdos)... Se citan estos ejemplos, entre tantos, porque hasta hace no mucho en las ciudades casi nadie era propietario de la casa en que vivía, y la gente iba en tren o coche de línea a los sitios, se las apañaba con un cuchillo de Albacete y raramente se desplazaba a ninguna parte como no fuera en viaje de bodas o a un entierro.  Acaso por ser las nuestras unas generaciones que nacieron y se criaron en un mundo en el que no había de casi nada, como en España, o en el que la guerra había destruido casi todo, como en Europa, se despertó en muchísimas gentes este deseo loco de poseer. Pero acaso esto esté cambiando. Lo cambiarán los jóvenes, porque las cosas, ¿quiénes, si no, van a cambiarlas?

Oímos durante dos horas las canciones que había elegido para nosotros. Fue prodigioso. Músicas de todas las partes, de todas los estilos, de todas las épocas: Madeleine Peyroux, Grant Green, Kourosh Yaghmaei... Cuando nos puso  al corriente de lo que era Spotify y, de paso, Netflyx, y señaló su ibook (de este invento, en cambio, ya han llegado noticias a mis oídos), advertí que acaso esta generación sea la llamada a devolvernos al lugar de la desposesión, que es precisamente el que aconsejan los sabios todos que en el mundo han sido, desde los pitagóricos a los cuáqueros que ahora mismo, mientras escribo, estarán llevando un poco de consuelo y algunos remedios materiales, estos en verdad necesarios, a gentes que nada tienen, en parte porque algunos lo tenemos todo.

Con menos se vive mejor, más es menos y la mitad de lo que tenemos o pudiéramos tener, nos sobra: he aquí lo que tratan de decirnos algunos jóvenes. Viven en casas alquiladas, a menudo tan pequeñas que apenas cabe en ellas su bici; no tienen coche y a su ropa tampoco le dan mucha importancia. Los más hábiles se fabrican sus propios muebles o arreglan los viejos y únicamente les queda por descubrir que viajar ha de ser un premio merecido, no un derecho indiscriminado. Ellos han empezado a cuestionar, pues, el consumo y el binomio “sagrado” consumo=crecimiento. Son alegres y son felices (más o menos).  Su revolución es, como se ve, tranquila.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de diciembre de 2015]

9 décembre 2015

Díptico rastrero (El Rastro en la FMarch)

HOY, jueves10 (y El Mundo, también hoy, publica esta entrevista), da uno una conferencia en la FMarch de Madrid, a las 19:30, creo, y el día 15, martes, otra, a la misma hora. Un díptico rastrero. La primera, "El Rastro. Conocimiento y deseo", se anuncia con estas palabras: 
"Walter Benjamin definió como las rebabas de la Historia, hechos y deshechos, objetos, obras, papeles que quedaron a trasmano, rotos o abandonados, y que acaso por ello, por haberse mantenido a salvo de la sobreexposición, muestran más claramente que otros la verdadera naturaleza de lo sucedido. Si como decía Benjamin la cultura está constituida por documentos de barbarie, no hay nada, por pequeño que parezca, que no sea la prueba de un crimen.
En tales residuos, que pasan en el Rastro de la consideración de basura a la de tesoro en transiciones veloces, reside acaso como en ningún otro documento el conocimiento del pasado y el deseo de la reconstrucción utópica de ese pasado, no desde luego en tanto que barbarie, sino en tanto que paraíso"
La segunda, la del 15, "El Rastro en sesenta imágenes", se anuncia así: 
"Asiduo visitante del Rastro madrileño desde hace cuarenta años, Andrés Trapiello ha hecho a lo largo de los últimos quince más de dos mil quinientas fotografías de las que ha seleccionado sesenta, destinadas a un libro futuro y representativas cada una de ellas de lo que en el Rastro comparece cada domingo. Ellas le permitirán a lo largo de sesenta minutos un recorrido por la genealogía del Rastro de Madrid (su historia y los diferentes autores que se han ocupado de él, así como un breve repaso por otros rastros célebres y los autores que han hablado de ellos) y su morfología: el deseo, el caos, la sorpresa, la memoria, la muerte, la melancolía, la muerte, el engaño y la mentira, la verdad, el rescate o resurrección, el final, lo originario, la insistencia, etc.".


Foto: AT.

7 décembre 2015

Esto es rarísimo

ESTO de la memoria es rarísimo. Unos aseguran recordar lo que no han leído y otros no podemos recordar lo que hemos escrito. Hace poco Rajoy convocó  a Pablo Iglesias para tratar del “problema catalán”. Iglesias le llevó de regalo Juan de Mairena con una dedicatoria, unas palabras de Machado (“Para dialogar, preguntad primero, después escuchad”), y le instaba a “releerlo”, gran escarnio este acaso, ya que Rajoy tiene fama de no haber leído en su vida más que el Marca. Al final se demostró, sin embargo, que Iglesias tampoco lo había leído, porque de haberlo hecho se habría encontrado con estas otras palabras: «De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse».

Como este artículo no va de españoles incompletos, que cada cual piense lo que quiera de las palabras de Juan de Mairena. Y el otro caso de memoria rara: Jorge Luis Borges decía que prefería leer el Quijote traducido al inglés que en español. Rosa Chacel se lo oyó en Buenos Aires. Rosa Chacel nos contó incluso lo que le dijo: “No me extraña; se le nota a usted en la prosa”. Creímos, como Rosa Chacel, que aquella había sido otra boutade de Borges. Sin embargo, hace seis meses y a raíz de publicarse mi traducción del Quijote al castellano actual, comprendí que Borges llevaba razón: el Quijote que él leyó de niño, en un inglés de su tiempo, le encantó; cuando lo leyó en el castellano del siglo XVII, una lengua que ni hablaba ni entendía del todo, le decepcionó... He repetido en entrevistas y conferencias esta idea como si fuese original mía. Hace una semana una amiga a quien se los recomendé hace muchos años, leyó uno de los ensayos de Unamuno, de 1905,  del que ni me acordaba que yo mismo había escrito, hace treinta. Dice en él Unamuno: “El Quijote gana traduciéndolo, y si ha sido mejor sentido fuera de España que en ella misma  (principalmente en Inglaterra y Rusia) se debe en buena parte a que no ha podido empañar su belleza la preocupación del lenguaje”, que no se entiende. Esta jurisprudencia me habría venido bien, qué duda cabe, para algunas controversias recientes, pero ahora sólo hablamos de lo rara que es la memoria, que a unos les lleva a presumir de lo que no han leído y a otros a pasar por alto lo que han escrito.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 6 de diciembre de 2015]

4 décembre 2015

Seré duda (cubierta y solapa)

YA en las librerías.


Quieren ser los títulos de este Salón de pasos perdidos más o menos significativos. En el de Seré duda, inspirado en el argot deportivo (“Josito será duda para el partido de la próxima semana”),  se alude a una determinación y a una fatalidad, tanto a una experiencia como a un deseo. La experiencia nos dice que la vida es y será una duda permanente, sólo resuelta en parte, y que las certezas, si son de ley, nos llevan a nuevas dudas. El cartesiano “pienso luego existo” no es en el fondo sino un “pienso luego dudo” y aun un “existo en tanto que dudo”. 
“Escribo estos libros para hablar de las cosas pequeñas. Si me sucedieran grandes cosas, las contaría como si fuesen pequeñas, por eso los lectores de estos libros creo que siempre han disculpado que hable de las pequeñas como si fueran grandes”, asegura su autor en uno de los prólogos que vienen aquí. Nuestras dudas son también del tamaño de nuestras certezas. Acaso por ello le haya sido posible a su autor seguir adelante con esta novela en marcha, tan decidido e indeciso.
“Seré duda” no es, pues, más que la aceptación de la vida, de todo cuanto viene en ella, y el deseo y la determinación de seguir viviendo sin renunciar a lo que nos mantiene vivos: el combate de nuestras incertidumbres y la esperanza de resolverlas un día. Y a grandes dudas, grandes esperanzas. Así lo sugiere la ilustración de cubierta, una de las últimas de su autor, Ramón Gaya: una jaula vacía y el pájaro que permanece a su lado sólo para recordarnos que al fin es libre.


3 décembre 2015

Debates, UPyD y un misterio bien claro

HOY aparece en la sección de Cartas al director de EPaís esta:

Querría que alguien nos explicara, a mí y a los millones de españoles que votamos en las últimas elecciones a IU y UPyD, quién y por qué ha decidido “sacar” a estas dos formaciones políticas de los debates electorales y desde cuándo en una democracia se da más valor a una encuesta que al voto depositado en una urna y acreditado con dni. Entendería que se nos diera una respuesta compleja, tratándose de una pregunta tan sencilla. Ahora, resulta más difícil aceptar la callada por respuesta que se nos viene dando en todas partes donde lo preguntamos.— Andrés Trapiello. Candidato de UPyD al Senado.