25 novembre 2019

Ya

YA. Ya podría visitar (si quisiera, que no querré de momento) ese lugar siniestro al que me he negado ir toda mi vida y lo probable es que a estas alturas usted no pueda ya tampoco con el empacho del Valle de los Caídos. No obstante, si me lo permite, intentaré decir algo que acaso no resulte trillado. El triunfalismo del gobierno en la exhumación de los restos de Franco lo encuentra uno más que justificado en estos dos hechos, uno en verdad humillante y otro en verdad irrebatible: Franco murió en su cama y Franco llevaba más de cuarenta enterrado allí sin que nadie, rojo o azul, hubiera mostrado en ese tiempo acucia alguna para desalojarlo de su sepulcro. 

¿Era necesaria la exhumación y se hubiera podido llevar a cabo de otro modo? Sí, pero si lo primero es obvio, al menos para mí, lo otro también es ya banal.  No lo es en absoluto la operación que el gobierno y algunas asociaciones y partidos quieren poner en marcha: no el paternal consejo de Nietzsche, también citado aquí muchas veces (“un exceso de memoria daña la vida”), sino la mitificación y exculpación  de parte de las víctimas (“las nuestras”), pese a que se haya repetido un millón de veces (una por cada muerto) que el problema en una guerra civil es precisamente ese: algunas víctimas fueron también victimarios y causaron con sus crímenes parecidas injusticas a las que ellos mismos sufrieron.

Ni un solo condenado a muerte o a penas de cárcel durante el franquismo lo fue con garantías jurídicas. Al contrario, a menudo lo fueron tras procesos aberrantes y vejatorios. Es un hecho también irrefutable. Como que el haber padecido cuarenta años de exilio, la brutalidad de las instituciones penitenciarias y policiales de la dictadura o la prevaricación criminal de sus jueces, fiscales y abogados de oficio (militares a menudo) no les exime a muchos de ellos de su responsabilidad en los atropellos que perpetraron durante la guerra.  Los que  tratan ahora de recordar sólo una parte cometerán algo más que una equivocación, será una vileza: se debe rehabilitar a todas las víctimas, pero no blanquear las atrocidades cometidas por algunas de ellas. ¿Nombres? Algunos mejor olvidarlos, y mejor olvidar, como supieron bien los franquistas, socialistas y comunistas que firmaron en la Transición la reconciliación de todos. Y ya. Basta ya de guerra.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 24 de noviembre de 2019]

18 novembre 2019

En la tumba de Chaves Nogales

JORGE Bustos hizo una crónica magnífica y sobria de aquel acto. 
Las palabras que yo leí, escritas la víspera, son estas.

"El prólogo de A sangre y fuego se escribió y publicó al inicio de la guerra civil, pero tardó más de cincuenta en ser leído y en que se le prestara atención. De haberse leído en 1937, muchos habrían comprendo al fin la naturaleza devastadora de los totalitarismos europeos que fascinaron a millones de personas, a las que alentaron a cometer los más horribles crímenes en nombre del Progreso y de la Historia. Chaves fue testigo de cómo tales crímenes empezaban a cometerse en España, de donde tuvo que salir para salvar su vida. Hoy los totalitarismos han mutado en populismos y nacionalismos e igual que entonces amenazan con destruir Europa, a sangre o, como estamos viendo estos días, a fuego. 
Estamos aquí un puñado de españoles para rendir homenaje a un hombre valiente, junto a su tumba, lejos de su país, que le ignoró durante décadas. Fue también alguien comprometido como escritor y periodista con la verdad de los hechos cuya obra no es sino la constante defensa de la libertad e igualdad de todos. Al maestro Manuel Chaves Nogales le debemos por todo infinita gratitud y consideración. Esas palabras que leí al principio y todas cuantas completan su admirable prólogo de A sangre y fuego nunca debieran ser olvidadas. Ciudadano del mundo, que esta tierra lejana y esta tumba sin nombre te sean leves".



Tumba sin lápida de Manuel Chaves Nogales, parcela CR-19, en el cementerio de North Sheen












11 novembre 2019

Vox / votos / bótox

LO que estamos viendo ahora hacer a Santiago Abascal, tras los abultadímos resultados electorales, no es sacar pecho, sino bótox. Abascal se ha convertido al fin en lo que quería: ser el bótox del nacionalismo... catalán. 

«La fábrica de voxistas trabaja a tres turnos» (Pero Grullo)

APARTE de la gratitud que todos le debemos por habernos traído hasta aquí, se pregunta uno quiénes de cuantos ayer sostuvieron que Mariano Rajoy era una fábrica de independentistas (lo que justificaba una moción de censura contra él aliándose con... los independentistas), dirán hoy que Pedro Sánchez es una fábrica de voxistas.
Y como escribe esta mañana Jorge Bustos: «El centro ha muerto, ¡viva el centro!».

El trabajo gustoso

NO ha visto uno, hasta donde yo sé, que nadie se haya tomado en serio la promesa electoral más espumillante de estas elecciones. La ha formulado Íñigo Errejón: reducción  de la semana laboral de cinco a cuatro jornadas. Tiene además sentido que lo haya propuesto ese muchacho,  que redujo las obligaciones de su  beca hasta dejarlas en cero y empantanó en el absentismo  leyes y proyectos en la Comunidad de Madrid que seguramente habrían traído ya el chavismo a este valle de lágrimas. 

Dejemos de lado si tal medida es o no viable. Yo no lo sé, yo no he estudiado  esa compleja ciencia que   analiza y pronostica los flujos monetarios, mercancías y bienes de consumo, y si un hombre docto como Errejón asegura que ha encontrado la piedra filosofal, no tenemos por qué no creerle. ¿No fue ese el secreto de Hugo Chávez, no ya subsidiar a todo el mundo, sino la de vender duros a cuatro pesetas? Cierto que los duros se le acabaron pronto a su admirado comandante, y arruinó Venezuela, pero esa es otra historia. Ni siquiera querría uno saber ahora si los patronos (y el Estado, en el caso de los funcionarios) están en condiciones de pagar lo mismo por menos. Supongamos que es posible, admitamos que trabajando menos mejorarán nuestra sanidad, nuestra educación y nuestro bienestar material e intelectual. Centrémonos únicamente en esas veinticuatro horas de ocio que el señor Errejón quiere brindarnos.

¿Para hacer qué? Ha trabajado uno desde niño (sí, como los de Dickens), sigo trabajando y me gustaría  acabar, como Cervantes, escribiendo “con el pie en el estribo” (y, ah, si además se pareciese al prólogo del Persiles). Son muchos (en Japón casi todos) los que pagarían por trabajar, gentes a las que si les acompañara la salud no querrían jubilarse nunca... El poeta Juan Ramón Jiménez habló del “trabajo gustoso” y Eugenio d’Ors de “la obra bien hecha”. En estas dos frases queda resumido el gran proyecto humano, volviendo del revés la enconada maldición bíblica: ganarse el pan sin derramar una sola gota de sudor, bien al contrario, haciendo del trabajo algo tan fácil y gustoso que las horas dedicadas a él nos parezcan pocas, incluidas las del amor, que es, como sabemos, todo menos un pasatiempo.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 10 de noviembre de 2019]

9 novembre 2019

Mañana y Sabed que pervivo


Sabed que pervivo

JORGE BUSTOS

Es en este grave instante español cuando el liberal se levanta del sofá para comunicar a los expertos la noticia de su existencia



JOSÉ MANUEL VIDAL / EFE
El jueves me llamó Elvira Roca y me razonó lo que pasa con Ciudadanos. "Su votante no es como el de los demás partidos, que tienen clientela fija. Al votante de Cs lo tienes que convencer en cada elección". Si Elvira está en lo cierto, todos los males de Rivera proceden de su éxito de abril, cuando recibió demasiados votos prestados que lo empujaron a ser quien no debía. Desde septiembre ocupa su posición original, pero nadie regresa indemne a Ítaca, si regresa. ¿Se dará cuenta a tiempo el votante de que Cs es mucho más importante que Albert Rivera y de que ha de votar al segundo para proteger lo primero? Sin una sigla que aspire a la representación de la idea liberal, España se precipita a la reedición de su peor pasado. No se trata de salvar al general malherido, sino de mantener en pie el estandarte del centro en un país amenazado por tal grado de sectarismo que por momentos se vuelve irrespirable.
El liberalismo es un credo delgado, una temperatura moral antes que una ideología, una doctrina tan modesta que en su ideario incluye la disposición a entenderse con el que piensa de otro modo. Su único principio inamovible es la aversión al dogmatismo tribal y el recelo del poder no sometido a la ley que a todos nos iguala. Al verdadero liberal se le conoce porque sabe revisar sus posiciones y asume el precio electoral de todo pacto porque ese es el privilegio del coraje. Por eso, de cuantos errores ha cometido Rivera hay uno del que puede estar orgulloso: la acusación de veleta por levantar vetos. Llamar veleta a un centrista no es más que la forma que tienen los erizos de llorar por no ser zorros. Y gritar consignas testosterónicas no revela más valor sino menos inteligencia. La moderación exige una sosegada seguridad en uno mismo desde la que abrazar el mundo, que nunca se detiene, mientras que la aparente firmeza del fanático solo esconde el miedo infantil a lo desconocido. La voz más alta suele pertenecer a quienes más paralizados están por el pánico a lo nuevo o lo distinto, aunque esos paralíticos intelectuales en España han pasado demasiadas veces por hidalgos de mucha honra.
Hay razones prácticas para votar mañana a Cs: es el único partido que puede poner límites a Sánchez y evitar a la vez que el alma del PP sea canibalizada por Vox. Si Cs se desploma, el bloqueo es seguro. Todos sentimos que el ambiente se enrarece día día, que a un extremismo contesta otro extremismo. Pero es en este grave instante español cuando el liberal une a la cabeza el corazón. Y por muy decepcionado que esté o muy deprimido que lo quieran, oye las campanas que doblan a muerto y se levanta del sofá, serenamente, para comunicar a los expertos la noticia de su silenciada existencia. «Sabed pese a todo que pervivo. Y que España será también lo que yo diga».

Mañana

En estas elecciones, apoyemos a los que expliquen cómo pagaremos lo que necesitamos sin crear desigualdades entre españoles y sin desfondar el país





Albert Rivera, el pasado miércoles durante su intervención en un acto con simpatizantes a bordo de un barco en Sevilla.
Albert Rivera, el pasado miércoles durante su intervención en un acto con simpatizantes a bordo de un barco en Sevilla. PACO PUENTES


Despierten las almas dormidas y sobre todo las anestesiadas. Las elecciones de mañana no van de amigos o adversarios de Franco, que por mucho que insistan los rentabilizadores de tumbas no tiene intención de volver. Tampoco tratan de izquierdas generosas y derechas cicateras, amigas de los privilegiados. Fíjense un poco y verán que no faltan privilegiados de izquierdas en el mundillo cultural, en los medios de comunicación, en los puestos de gestión que nunca cambian de manos y sobre todo entre los aprovechateguis que proclaman identidades maltratadas para subvencionarse mejor. Ni por supuesto consisten en votar a quienes prometen más de lo que sea sino en apoyar a los que expliquen cómo pagaremos lo que necesitamos sin crear desigualdades entre españoles y sin desfondar el país para nuestro futuro europeo. Lo más urgente es frenar con decisión política y legal a los que pretenden descuartizar el Estado para expoliar a los compatriotas de sus derechos y apropiarse en exclusiva de lo que han conseguido gracias al esfuerzo de todos y ahora quieren disfrutar solos.

Sigo pensando que, entre los partidos constitucionalistas (o sea, que no solo soportan la Constitución por imposición legal sino que la defienden por convicción política), Cs continúa siendo necesario. Ahora han decretado que está a la baja quienes profetizan de acuerdo con sus deseos hasta lograr que se cumplan. Lo mismo hicieron en su día con UPyD, limpia y precursora, a la que los mensajeros del bipartidismo (es decir, la mayoría de los comunicadores) declararon ya descartada para que finalmente lo fuera. Pero hay un índice que no falla y marca lo recomendable: la animadversión preferente que tienen a Cs los nacionalistas de todas las latitudes y el lumpen de izquierdas y derechas. Por sus enemigos les conoceréis...

3 novembre 2019

Cinco minutos

SON tres de los títulos que más me gustan de la literatura española. Dos son libros de Eugenio d’Ors y el otro de Guilermo Díaz-Paja. El arte de quedarse solo, de Díaz-Plaja, parece un preludio para los de d’Ors: Cuando ya esté tranquilo y Cinco minutos de silencio. Los tres hablan de la vida, de todo y de nada, de esto y de aquello, más que Contra esto y aquello, título estupendo también de Unamuno. Si nos dieran cinco minutos de silencio legítimo, creo que sería suficiente. Cualquiera de estas tres cosas, soledad, calma y silencio, serían magníficos puntos de apoyo para mover el mundo, si poseyéramos además la palanca necesaria, que no puede ser otra que la voluntad de poder.

En Una leve exageración, el último libro de Adam Zagajewski publicado en España, cuenta algo enternecedor de su padre. Al parecer este se dedicó a lo largo de su vida a despreocupar a su madre, con tendencia al pesimismo. El 1 de septiembre de 1939 sus padres vivían en Varsovia. Cuando empezaron a caer sobre la ciudad las primeras bombas que iniciaban la invasión de Polonia y la segunda guerra mundial, el padre del poeta trató de restarle importancia al hecho: «Tú tranquila, son maniobras, no va a haber ninguna guerra». «Mi padre», añade Zagajewski, «le regaló a mi madre un  cuarto de hora de paz, prolongó especialmente para ella durante quince minutos el período de entreguerras». Esa es la razón por la que las orquestas de los Titanic que en el mundo ha habido, hay y habrá cuentan con tantas simpatías: hay muchos, demasiados, dispuestos a darlo todo por un cuarto de hora más de tranquilidad. 

Los informes son inquietantes: continentes helados hundiéndose en el mar a la vista de todos, miles de especies animales que se extinguen, antes incluso, algunas, de que hubieran podido ser catalogadas, extenuación de los veneros de agua potable y  millones de pájaros que dejan vacíos nuestros cielos como cuartillas en blanco... Sólo en España han desaparecido en los últimos veinte años diez millones de golondrinas. Durante un momento estos pensamientos cruzan mi frente como el vuelo de una golondrina estival. Dejo la lectura. Miro al vacío. Al poco, devuelvo los ojos a la lectura. Y como quiero, necesito, exijo cinco minutos de silencio, repito de una manera sarcástica y cínica: es todo una leve exageración.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 3 de noviembre de 2019]