SON tres de los títulos que más me gustan de la literatura española. Dos son libros de Eugenio d’Ors y el otro de Guilermo Díaz-Paja. El arte de quedarse solo, de Díaz-Plaja, parece un preludio para los de d’Ors: Cuando ya esté tranquilo y Cinco minutos de silencio. Los tres hablan de la vida, de todo y de nada, de esto y de aquello, más que Contra esto y aquello, título estupendo también de Unamuno. Si nos dieran cinco minutos de silencio legítimo, creo que sería suficiente. Cualquiera de estas tres cosas, soledad, calma y silencio, serían magníficos puntos de apoyo para mover el mundo, si poseyéramos además la palanca necesaria, que no puede ser otra que la voluntad de poder.
En Una leve exageración, el último libro de Adam Zagajewski publicado en España, cuenta algo enternecedor de su padre. Al parecer este se dedicó a lo largo de su vida a despreocupar a su madre, con tendencia al pesimismo. El 1 de septiembre de 1939 sus padres vivían en Varsovia. Cuando empezaron a caer sobre la ciudad las primeras bombas que iniciaban la invasión de Polonia y la segunda guerra mundial, el padre del poeta trató de restarle importancia al hecho: «Tú tranquila, son maniobras, no va a haber ninguna guerra». «Mi padre», añade Zagajewski, «le regaló a mi madre un cuarto de hora de paz, prolongó especialmente para ella durante quince minutos el período de entreguerras». Esa es la razón por la que las orquestas de los Titanic que en el mundo ha habido, hay y habrá cuentan con tantas simpatías: hay muchos, demasiados, dispuestos a darlo todo por un cuarto de hora más de tranquilidad.
Los informes son inquietantes: continentes helados hundiéndose en el mar a la vista de todos, miles de especies animales que se extinguen, antes incluso, algunas, de que hubieran podido ser catalogadas, extenuación de los veneros de agua potable y millones de pájaros que dejan vacíos nuestros cielos como cuartillas en blanco... Sólo en España han desaparecido en los últimos veinte años diez millones de golondrinas. Durante un momento estos pensamientos cruzan mi frente como el vuelo de una golondrina estival. Dejo la lectura. Miro al vacío. Al poco, devuelvo los ojos a la lectura. Y como quiero, necesito, exijo cinco minutos de silencio, repito de una manera sarcástica y cínica: es todo una leve exageración.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 3 de noviembre de 2019]
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