ASÍ llamó el poeta Juan Ramón Jiménez al libro que pensaba dedicar a Zenobia Camprubí, su mujer y la mujer de su vida, Monumento de amor: cartas, poemas, retratos y fotografías, evocaciones... Ninguno de los dos pudo verlo publicado. Murió ella de un cáncer voraz en 1956, después de cuarentaitrés años de matrimonio, y un año y medio más tarde, desquiciado por el dolor y la vida, murió el poeta. El libro apareció al poco tiempo, en 1959. No llega a cien páginas. La segunda edición, que se publicó en 2017, pasa de las mil doscientas. En algún momento, y muerta ya la que fue mujer, amante, madre, hija, hermana, Juan Ramón redactó la dedicatoria que pensó poner al frente de su obra: «A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz». No era verdad. Si hubiera leído los diarios que Zenobia dejó inéditos, habría visto cuán errado anduvo en eso: Zenobia, que lo adoraba, fue feliz a su lado, y de qué modo.
Ha recordado uno toda esta historia al leer ahora La peor parte, de Fernando Savater, que este dedica a Sara Torres. Lo ha subtitulado «Memorias de amor». Al morir ella, también de un cáncer devastador, Savater se ha quedado a la deriva, azotado por la pena más honda y a menudo sintiéndose culpable por no haberla acompañado en ese «amor constante más allá de la muerte» que es todo verdadero amor. Y añade: ahora lo sé, cuando era amado era fuerte y amaba porque era alegre, y la muerte de la persona amada es el fin de la alegría. Una pena observada es el título del libro que C.S.Lewis escribió en un trance parecido, pero el de Savater no es la historia de una pena, ni una pena observada, sino una historia de amor emocionante, desgarradora a veces y verdadera siempre. Se la cuenta a ella, sólo a ella, por hacerla real, quiero decir, por devolverse a la vida, y deja que nosotros estemos presentes en ese darle vueltas en la cabeza y el corazón una y mil veces sin acabar de comprender tanto naufragio. Lean este libro, esperanzador en medio de todo: si alguien ama así, el mundo está salvado. A los que sufren desamor, les consolará, y los happy few agradecerán que se les recuerde que son tanto más privilegiados cuanto más frágil es ese don de amar y ser amados, el único don que cuenta.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de octubre de 2019]
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