15 décembre 2012

Grandes expectativas


HACE seis años se publicó este prólogo de Grandes esperanzas, la fascinante novela de Dickens que hoy vuelve a editarse enriquecida con las inspiradas ilustraciones y viñetas de Charris. Le van estas al texto y a Dickens como anillo al dedo y  se confirma que Círculo de Lectores sigue siendo, después de medio siglo, una de las editoriales españolas que mayor esmero tipográfico pone en sus libros. Que en los tiempos que corren hayan querido editar uno como este, dechado de su género, no deja de ser uno de esos finales felices que Dickens solía poner a sus cuentos de Navidad.
El título de la novela, como es sabido, se tradujo desde el primer momento como Grandes esperanzas, cuando todo el mundo que la haya leído sabe que trata de las grandes expectativas de su protagonistas en un medio en el que nadie puede hacerse grandes esperanzas. Los editores, acaso con buen criterio, han preferido no obstante respetar un título que hizo fortuna y que así ha perdurado en la memoria de muchas generaciones de lectores.
* * *
¿SE leían las novelas de Dickens en su tiempo de la misma manera que las leemos ahora? Muchos las encuentran hoy demasiado tenebrosas y tristes. El modo de relatar es además un tanto profuso. ¿No les importaba entonces, pues, que fuesen unas novelas tan largas y tan tristes? La tristeza en Dickens tiene una sombra característica, a la que podemos llamar melancolía; esa melancolía es inseparable de las cosas que trata y de las ciudades por las que ambulan sus personajes. La melancolía en las novelas de Dickens es el musgo que les sale sin que nadie lo siembre, en el lado norte y sombrío de su alma. Por eso, sí, Grandes expectativas, es una novela triste, pero apenas se nota, porque el novelista tendrá siempre la cortesía de arrancarnos una sonrisa en cuanto puede. No puede decirse que tenga tampoco un argumento extraordinario. El argumento de la vida suele ser más descorazonador que el argumento de las novelas, pero acaba siendo mucho más apasionante; si a esto añadimos que las grandes novelas, como muchas de las de Dickens, tienen más que ver con la vida que con las novelas, admitiremos que las novelas son tanto como la vida; mejor dicho, son una forma de vida mejorada. Y si se admite esto, da lo mismo que las novelas sean tristes o alegres; en realidad las buenas novelas no son ni tristes ni alegres, ni optimistas ni deprimentes; lo más valioso que hay en ellas es un germen de autonomía que las sitúa en una realidad con estatuto propio: algo que siendo literatura vale tanto como la vida, y algo que estando vivo va más allá de lo que entendemos por literatura y literario. Creo que quien mejor aprendió la lección de Dickens, tan cervantina, ha sido no un escritor, sino Chaplin, aquel hombrecillo capaz de hacernos sonreír mientras asistíamos al drama desproporcionado de un vagabundo que para matar el hambre, se come su propia y desclaveteada bota vieja. Guardan los dos incluso muchas semejanzas vitales, la manera de tratar a los niños, el modo de divertirles y de organizar su hogar…
Pero contemos las cosas de otra manera. Sería difícil encontrar hoy a nadie que escribiera una novela como esta y en cambio no a quien quiera leerla, pese a que las adaptaciones del cine hayan saboteado un poco su lectura. Vivimos una época en la que muchas gentes creen conocer un libro por haber visto una adaptación cinematográfica. No sabemos, claro, lo que habría pensado Dickens de esas adaptaciones. Probablemente le gustaran. Él hizo muchas con sus novelas para una sesiones teatrales que le hicieron célebre, y en las que no dudada de cortar, alargar, pegar y modificar las versiones escritas y conocidas con tal de lograr una mayor afluencia de público. Grandes expectativas es, desde mi modesto punto de vista, una de las más hermosas que escribiera su autor, aunque no llegue a la perfección de David Copperfield, sin lugar a dudas su novela más perfecta y una de las grandes novelas de todos los tiempos. Se parece a David Copperfield (1851), sin embargo, en que ambas fueron escritas en una primera persona en la que los biógrafos del novelista han descubierto muchos recuerdos y vivencias personales del autor, y acaso como en el propio David Copperfield y muchas otras novelas, adolece a menudo de la conocida dejadez estilística de Dickens y esos desmayos suyos narrativos tan característicos como, en el fondo, irrelevantes. Los sesudos jueces olvidan a menudo que la novela se fundó como género con una obra, el Quijote, que une como pocas la armónica paradoja de sus imperfecciones y sus excelencias.
Antes de decir algunas cosas de Grandes expectativas es conveniente recordar que Dickens la escribió para publicarla en una revista de su propiedad, All the Year Round (Todo el año), continuadora de una anterior en la que había dejado de publicar por desavenencias con sus propietarios y que se llamaba Palabras del hogar. Para la nueva, financiada por él, buscaba también un nombre que recordara al anterior por fuera y por dentro, algo del tipo El canto de la casa o La armonía del hogar. “Porque, a pesar de su vida desventurada”, nos dirá Lemonnier, “continuaba considerándose el paladín de la familia y de la felicidad conyugal, y deseaba que la nueva revista, como la anterior, llegase a todos los hogares ingleses”. Sí, Dickens escribía novelas que se leían en familia y que, por tanto, tenían que tener atractivos suficientes como para cautivar no sólo a familias de muchas clases sino, dentro de la misma familia, a todos su miembros, mujeres y hombres, viejos y jóvenes… El nombre que buscó para la nueva fue ese Todo el año, donde publicaría Grandes expectativas en entregas quincenales. ¿Y tiene alguna importancia todo esto, que se publicara antes en una revista? Por supuesto que sí. Claro que todos estos pequeños datos no son apenas nada si no se conoce un poco la vida de Dickens en esas fechas, hacia 1960.
Cargado de hijos, alguno de los cuales han empezado a vivir y trabajar por su cuenta en negocios comerciales o militares, Dickens ha de hacer frente a un sinfín de obligaciones familiares, tales como socorrer a la viuda de su hermano y a los cinco hijos de éste o a su propia madre. “Parece que no se me lega nunca nada excepto parientes por todas clases”, dirá con más humor y resignación que con resentimiento, porque era una persona que puso por encima de todas las cosas la armonización de su vida familiar, sus incontables relaciones amistosas y tal cúmulo de trabajo que ya por estas fechas los retratos fotográficos nos muestran a un hombre que pese a ser un melancólico feliz es también alguien prematuramente avejentado. La necesidad de dinero para mantener con decoro sus casas y atender las necesidades de tan numerosa parentela le ha llevado, como es bien conocido, a unas lecturas públicas, como empresario de sí mismo, en teatros de toda Inglaterra e Irlanda (sin contar la apoteósica gira que ya había realizado por los Estados Unidos) que al tiempo que le hicieron conocer de primera mano el alcance y universalidad de una fama como pocos escritores habrán conocido nunca, le dejaron en las playas del extenuamiento físico. Visto desde hoy nos causa asombro y verdadera admiración no sólo el monto de su insuperable talento, sino el modo arrollador con el que llevó hacia delante esa vida.
La marcha de Todo el año no iba bien y Dickens decide, como fino estratega, acudir en su socorro proyectando para ella una nueva novela por entregas que le inyectara a la publicación más lectores cautivos. Estamos a finales de 1860. Dickens desde nuestra perspectiva actual es en esa fecha un hombre joven, de cuarenta y ocho años. Apenas le quedan de vida otros diez. Sin embargo ha conocido todo el éxito al que un escritor puede aspirar y que le ha sacado de pobre.
Los problemas domésticos se multiplicaron por entonces y el trajín de galas, dineros y visitas parecerían un escollo insalvable para que nadie pudiera escribir no ya una gran novela, sino un libelo. No, desde luego, si hablamos del portentoso Dickens, capaz de sacar adelante sus cien trabajos sin perder un ápice de su humor. Lo tiene en tanta abundancia, como el talento, que no duda incluso en llevar a las novelas que tiene entre manos aquellos elementos del pasado o del presente que le afectan de modo directo, como si esas mismas novelas que escriben fueran su propia casa, en la que salen y entran aquellos seres próximos que cuentan su confianza, como ese gran amigo suyo, el escritor Butler-Lytton, que le hará cambiar algunas partes sustanciales en la narración y que afectaban al protagonista… pero no nos adelantemos a los acontecimientos.
Grandes expectativas se ha traducido en España desde el primer momento, y sólo en España, con el título equívoco de Grandes esperanzas. Sería tal vez el momento de acabar con esa disparada inercia. Philip, el memorable Pip, protagonista de esta historia, fue alguien que nació, como todos los de su clase, sin ninguna esperanza, aunque un azar, inverosímil como todos los azares, le hará albergar algunas expectativas respecto de sí mismo, o lo que es lo mismo alguna posibilidad de mejorar de fortuna. La novela narra exactamente la ascensión desde la nada hasta… la nada.
Naturalmente Dickens como novelista se toma algunas licencias. Acabamos de referirnos a la circunstancia azarosa que cambiará la vida de aquel niño que comienza el relato delante de la tumba de sus padres y sus siete hermanos, a ninguno de los cuáles llegó a conocer. Trata de imaginar cómo serían por el tamaño y la forma de las letras que han sido grabadas sobre las lápidas, ya que tuvieron la desgracia de morir unos años antes de la invención de la fotografía, y el azar, disfrazado de presidiario (al azar le gusta siempre jugar con sus víctimas), se presenta ante él. Nada que objetar: sin azar no se pueden escribir novelas, y sin azar la vida no sería tolerable, por lo mismo que sin Paraíso sería insoportable la idea de eternidad.  La siguiente licencia dickensiana es proporcionar a Pip la misma memoria e inteligencia que tiene Dickens, y le hace protagonizar la hazaña decir y recordar cosas, frases, trajes, situaciones y detalles de su remotísima infancia que ni el más memorioso de los hombres sería capaz de igualar. El libro, este libro, es la memoria de Pip, pero ningún niño puede llegar a recordar tanto, sin novelar. Pero el novelar es una prerrogativa incluso de los niños, más inclinados a fantasear que a novelar. Y si Pip es un niño que va todavía sobre los hombros de su bondadoso cuñado, casado con una de la mujeres más malas de la historia (sólo es buena cuando un golpe en la cabeza la vuelve idiota), puede tener pensamientos y silogimos de tan alambicada elaboración que dejan a los que tuvo Jesú en el Templo en meros trabalenguas.
Pip quiere saberlo todo, y por eso pregunta, sobre todo a partir del día en que alguien, una mujer, en realidad “la mujer de su vida”, entonces una niña como él,  le avergüenza por encontrarle pobre, basto y vulgar. ¿A quién pregunta? No tiene muchos sitios donde preguntar, desde luego, y acaba haciéndolo en primer lugar al único ser vivo de este mundo por cuyas venas corre la misma sangre que la suya. Apenas tiene siete u ocho años, pero la lección que le da su pérfida hermana no tiene desperdicio: “Si no quieres que te digan mentiras, no preguntes”.
A partir de ese momento el lector se encontrará con el característico estilo de Dickens, a un tiempo efusivo e irónico, profundo y coloquial. Por esa razón, porque no va a tener muchos en los que confiar, le hará prometer a un amigo circunstancial la decisión más importante en su vida: “Biddy –le dije después de que prometiera guardarme el secreto–. Quiero ser un caballero”. Y de eso trata esta novela: ¿Puede el aprendiz de un herrero llegar a ser un caballero? Un sueño parecido es el que tenemos todos, en una u otra media, poniendo la palabra caballero y lo que significa, más arriba o más abajo. Nos preguntábamos al principio de estas líneas, si se leerá esta novela igual que la leyeron sus lectores naturales del siglo XIX. Desde luego que no. Ni siquiera Dickens podría haberla escrito de esta manera. Tiene en mente al hacerlo la sociedad a la que va dirigida, millares de hogares ingleses que al llegar la noche no tienen otro entretenimiento que ese en el que una persona lee al resto de la familia, junto al fuego, las entregas de una novela. Ha de ser por esa razón el estilo directo y comprensible, para ser oído tanto como leído. No le importa ni siquiera alargar profusamente los diálogos. Con ello da un respiro a quienes escuchan. Los retratos de los personajes han de tener también algo de caricatura para que se queden impresionados con facilidad en la memoria de los oyentes. No son tampoco personajes excesivamente rebuscados: no olvida Dickens que van a entrar en casas de muy diferentes estatus. Y por ello ha encontrado en ese estilo tan británico (y tan quijotesco también, explicando de ese modo que fuesen los ingleses los primeros y más fervorosos lectores de Cervantes), amante de las hipérboles, circunstancial y perifrástico que ama decir una cosa por otra, buscando el regocijo de las inteligencias finas y afinando las inteligencias que no lo son demasiado. Desde luego que la mayor cortesía de Dickens es hacer que el lector se crea más inteligente y con mejor corazón del que seguramente tiene, por lo mismo que el gran don Juan es aquel que hace creer a las mujeres que ama no sólo que son ellas a las que más ha amado nunca, sino que son además un poco más hermosas de lo que seguramente son. Dickens es, desde luego, un grandísimo seductor. ¿En qué lo notamos? En que quiere gustarle a todo tipo de lectores. Lo mismo que el burgués gordo y malvado ríe en una película de Chaplin en la que aparece un burgués gordo y malvado en el que no se reconoce, los malvados de las novelas de Dickens serán los primeros en enternecerse cuando se le describan los devastadores efectos que las malas acciones, como las que él está harto de cometer en la vida, tienen sobre el protagonista de esa ficción.
¿Pero son ficciones las que Dickens cuenta? No, desde luego. Pip, por ejemplo, es para nosotros mucho más real que los seis o siete hijos que tuvo el propio Dickens. Es una criatura tan viva, que no sería de extrañar que se encontraran documentos que acreditaran la vida que llevó lejos de su país y de la mujer a la que amó como a nadie después de que Dickens cerrara esa parte de su peripecia.
La historia de Pip va transcurriendo sin sobresaltos. El acierto de la novela se basa casi siempre en la andadura, en las frases del momento. Muchas veces ni siquiera son imprescindibles para la acción general. Pero tampoco lo son la inmensa mayoría de los hechos que acaecen en nuestra vidas. El interés se sustenta en los hechos en sí, en que están trabados con especial arte. O sea, que los hechos dan un poco lo mismo, pero no el arte de trabarlos, que es lo que diferencia a unas novelas de otras. No hay vidas mejores o peores en literatura, sino modos diferentes de ser contadas, logrando el modo que parezca verdadera una vida ficticia e irreal una verdadera. En realidad el argumento de la novela es tan esquemático que lo encontramos ingenuo, con ese primitivismo que adorna a las mentes puras: Un huérfano conoce desde que tiene uso de razón la soledad y la tristeza de saberse solo en este mundo. Le recoge una hermana harpía y su marido, ese ser bondadoso necesario para no perder la fe en la raza humana. Al niño, en forma misteriosa, se le aparece un hada madrina en forma de abogado que, sin revelarle el origen de su buena fortuna, le rescata del hogar humildísimo donde vive, le viste adecuadamente y ante las buenas expectativas, le hace concebir esperanzas. De ahí, sin duda, la confusión entre las dos palabras, tan diferentes. El final se lo ahorraremos al lector, pero viene a confirmar algo elemental: en esta vida nunca hay nada lo bastante grande, y menos en materia de expectativas o de esperanzas, como para hacerle ver al que es inteligente que al final de su vida está en el mismo punto de donde partió, eso sí, con muchas menos expectativas y casi siempre con muchas menos esperanzas.
Cuando llegamos al final de la novela, Dickens ha puesto en nuestra boca una melancólica sonrisa y ha teñido nuestro ánimo de un cordial desasosiego. ¿Es un final feliz? No enteramente; podría haber sido peor. Incluso barajó Dickens dos finales diferentes, como es sabido. Sentimos que Pip, el bueno de Pip, no haya vivido más todavía. Querríamos saber cómo le irá en la vida. Dickens piensa en sus lectores, ha de poner en ellos, en nosotros, pasados los años, el consuelo de una pequeña esperanza. Sin saber cómo, todos nosotros desechamos la mayor parte de las cosas, personas y ambientes que nos habrían hecho enteramente dichosos, y corremos en pos de aquellos que nos alejarán de nuestra dicha. Esa es la tragedia de la vida. Cuando queremos darnos cuenta, todos estamos tan alejados de todos que ya es tarde para intentarlo de nuevo: quien más o quien menos ha probado del Árbol de la Ciencia, y ese es el fruto que nos hace más sabios, desde luego, pero más solitarios.



Charles Dickens, Grandes esperanzas. Ilustraciones de Charris. Círculo de Lectores, 2012. Cubierta y viñeta.

10 commentaires:

  1. sugestivo e ilustrador texto, desde luego, gracias por el mismo.
    ¿Sería difícil hoy encontrar a nadie que escribiera una novela como esta, y en cambio no a quien quiera leerla?
    No lo sé, pienso casi al contrario, que habría no pocos autores -salvadas las distancias,ya- capaces de escribir novelas fascinantes, aunque muchos de ellos, sin contactos ni nombre casi, como este Pip dickensiano, no poseen ni pequeñas expectativas de nada. Y del otro lado, creo que el valor de la escritura se ha depreciado tanto que cuesta,creo, hallar lectores que apoyen a los desconocidos. Los productos de las celebrities y la cultura de los "followers" incondicionales de las mismas copan más que nunca el panorama. Es posible que Dickens hoy, con tanta parentela, tuviera que arrimarse a bajarse en prime time los gayumbos, como el otro en las hodiernas crónicas marcianas.
    saludos

    RépondreSupprimer
  2. Espléndida crítica que adquiere la categoría de un ensayo. Regalos como esta lección de sensibilidad no tienen precio ni necesitan más comentario que el agradecimiento con mayúsculas. Andrés, mi más sincera enhorabuena.

    RépondreSupprimer
  3. Lo que más me gusta de Dickens es su facilidad para crear ambientes y transmitirnos fácilmente las emociones que suscitan. El cementerio, al inicio de Grandes Esperanzas, es muestra de ello. Hay también un dificilísimo distanciamiento con respecto a sus criaturas que me es muy complicado explicar, pues dicho distanciamiento, casi como el de un naturalista que observa como evolucionan las diferentes especies de su colección, no impide sin embargo contagiarnos con lo que de entrañable tienen. Así, aún en la penuria es posible el gesto de humor (por ese, valga la paradoja, entrañable distanciamiento) y que también haya una especie de comprensión, no justificación, de la maldad como si esta fuese algo insoslayable con la que hay que contar, casi como necesaria para la maduración y formación del carácter de sus personajes. Lo cual nos da una visión de las cosas de un escritor forjado con las dificultades y miserias de la vida de las que, no obstante, ha obtenido la suficiente sabiduría para no amargarse más de lo necesario. La semblanza que de su difícil y atareada vida se nos da, vendría a confirmar esto.

    RépondreSupprimer
  4. Estoy con Cancio , es un post de indulto y no creo se haya escrito uno mejor este año en Internet , gracias Escritor.
    Supongo que el padre leería y los demás escuchaban , con lo que interesaba que la lectura fuese sencilla para no interrumpir al " jefe " con preguntas que podrían ponerle en un brete, imagino que antes de editar una obra está se publicaba en fascículos para ver la aceptación y pagar al escritor . La consciencia de la gente era diferente , lo que sucedía en los libros lo sentían como algo propio y eran capaces de llorar leyendo un libro , no olvidemos que los primeros que fueron al cine cuando veían un tiroteo se tiraban al suelo .
    Seductor y trabajar motivado , si trabajas motivado los lectores te respetan y aprenden , eso beneficia al escritor que suma a su talento el aliento de sus lectores ( y comentaristas ) que le llevan a superarse , el escritor necesita que sus lectores comprendan lo que dice y así afrontar proyectos ambiciosos y dar lo mejor de sí mismo . El arte al fin y al cabo es conseguir que los que lo disfruten tomen una dosis de felicidad .
    Dándole la vuelta , saber más es un antídoto contra la soledad o el aburrimiento pero casi nadie cae en ello .
    Saludos

    RépondreSupprimer
  5. ¿es siquiera posible imaginar hoy una escena tan venerable como esa, "...millares de hogares que al llegar la noche no tienen otro entretenimiento que ese en el que una persona lee al resto de la familia junto al fuego"?
    (y es seguro que tendrían siempre a mano otras formas mucho más deleznables de entretenimiento)

    RépondreSupprimer
  6. Yo creo que no , Charlot tuvo infancia dickensiana y nunca hizo ningún guion ( es un grandismo escritor ) de escritor alguno ya que ningun escritor de la historia ha tenido la creatividad de Charlot , la gente hacia cola para ver a Chaplin . Si los guiones no son literatura ¿que son ?. Es más cuando a Chaplin alguien le daba una idea lo ponia en el crédito ( caso welles en Monsieur Verdoux ) además Chaplin escribió una biografia genial de 600 pg. El mundo del cine es mucho más exigente que el literario ya que hay que invertir y no hay reseña de amigos que valga , el público es soberano y un gran cineasta es un gran escritor y pocas veces afrontan obras de escritores porque no suele ser rentable y no tienen necesidad

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. Unos párrafos de la autobiografía de Charlot recordando su dickensiana infancia.

      « (...) Mi madre era actriz cómica en un teatro de variedades, una mujercita “mignonne” cuando lindaba los treinta años, de piel muy blanca, ojos azul violeta y largos cabellos castaño claro, tan largos que se podía sentar sobre ellos.

      (...) Yo apenas conocía la existencia de un padre, y no recuerdo que nunca hubiera vivido con nosotros. Era también artista de “varietés”, un hombre tranquilo, reconcentrado, de ojos oscuros. Mi madre decía que se parecía a Napoleón. Tenía voz de barítono y se le tenía por un buen actor. Incluso en aquellos días ganaba la considerable suma de 40 libras esterlinas semanales. Lo malo era que bebía demasiado, lo que, según mi madre, fue la causa de su separación.

      A los artistas de ese género les era difícil no beber en aquella época, pues se vendía alcohol en todos los teatros, y después de su trabajo era corriente que fueran al bar del propio teatro a alternar con los espectadores. Había teatros que sacaban más del bar que de la taquilla, y a algunas estrellas les pagaban sueldos elevados no sólo por su talento, sino porque se gastaban la mayor parte del dinero en el bar. Así, más de un artista se echó a perder con la bebida: mi padre fue uno de ellos. Murió, por abusar del alcohol, a la edad de treinta y siete años.

      (...) Mi madre era la mayor de dos hermanas. Su padre, Charles Hill, un zapatero remendón irlandés, vino del condado de Cork, en Irlanda. (...) Mi abuela era medio gitana. Este hecho constituía la vergüenza de la familia. Sin embargo, mi abuela se ufanaba de que su familia había pagado siempre el alquiler del terreno donde acampaba la tribu.

      (...) Nunca supe qué sentimientos abrigaba ella [mi madre] hacia mi padre; pero siempre que hablaba de él lo hacía sin amargura, lo cual me hace sospechar que era demasiado objetiva para haber estado profundamente enamorada. A veces nos hablaba de él con simpatía; pero otras recordaba sus borracheras y sus violencias. En los últimos años, siempre que se enfadaba conmigo solía decir: “Terminarás en el arroyo, como tu padre».

      Supprimer
  7. Un personaje aparte del vagabundo u otros de Chaplin que recuerdan a Dickens es el villano que interpretó Peter Lorre en M de Fritz Lang . Hay quien dice que " tiempos modernos " es una idea sacada de la mejor película de la historia " Metrópolis " pero resulta que la de Chaplin también es la mejor película de la historia
    Como fans de Charlot agradezco que Manuel haya recordado sus escritos
    Chao

    RépondreSupprimer
  8. En la época en la que Charles Dickens visitó Estados Unidos lo que estaba de moda eran las conferencias. En algunas salas se llegaron a reunir más de cuatro mil personas. En una sola temporada llegó a ganar doscientos mil dolares.
    Autobiografia
    Mark Twain

    RépondreSupprimer
  9. No lo sabia , mucho dinero . Me gusta Twain tanto como Dickens .
    El escritor pionero en dar conferencias fue Edgar Allan Poe , no le fue demasiado bien pero es el escritor más importante del siglo IXX ( según leí en el ensayo del Cuervo de Ramón Gomez de la Serna ) , añado a Melville y a Galdós y sería mi repoker de ases de un siglo en que abundaron grandes creadores
    Saludos

    RépondreSupprimer