LOS aforismos, si son buenos, son lo mejor. El de Gracián lo conoce todo el mundo: “Lo bueno si breve, dos veces bueno”. Fue autor de otros muchos, a veces algo barrocos (el peligro de los aforismos es que acaben rizándosete como los tirabuzones de una peluca), pero otras son exactísimos. Este suyo, que algunos deberían recordar más a menudo, no lo mejora nadie: “La queja trae descrédito”.
El poeta Carlos Marzal organizó en El Escorial un curso de verano dedicado a ese asunto fascinante de lo breve. Lo cierto es que después de algunos días dilucidándolo, no quedó claro qué es un aforismo. Desde luego muchos refranes lo son. La conocida frase de Nietzsche, admirador de nuestro conceptista, por cierto, “Todo lo que no nos destruye nos hace más fuertes”, recuerda al quizás un poco más tosco y castizo “Lo que no mata engorda”. Algunos poemas podrían pasar también por aforismos (uno de mis preferidos de Emily Dickinson, por ejemplo: “Las ganancias de veras / han de pasar la prueba de perderse, / sólo así son ganancias”), y el habla corriente está llena de ellos. En realidad no sólo hablamos en prosa, sin saberlo, como aquel burgués gentilhombre de Molière, sino que la mayoría lo hacemos en frases cortas y con aforismos. Las largas en realidad solo siguen vigentes en las sentencias judiciales y en la política, lo que explica el gran número de abogados que hacen doblete en la política. El embolismo gusta.
Otra de las conclusiones de ese curso fue que lo breve en absoluto es lo simple; al contrario. Así como los populismos, de izquierdas y de derechas, dan respuestas simples a preguntas complejas, los mejores aforismos son la respuesta compleja a planteamientos difíciles. Por eso, y desde los de Heráclito, misteriosos y primitivos como los astros errantes, recurrimos a ellos. Los aforismos no son un camino, tampoco un atajo, como a veces se tiende a creer (tienen más bien que ver con la punta de un iceberg), son sencillamente una certeza tan firme como indemostrable, un relámpago en medio de la noche iluminando durante un instante el mundo. Cuando lee uno este, sabe que su autor, Nietzsche, se refería a hoy y a cuantos se desgañitan diciéndonos que pensemos con el corazón, al fin y al cabo una víscera, para no recurrir a la razón: “Con una voz fuerte en la garganta se es casi incapaz de pensar cosas sutiles”. Pero, ¿a quién le importa lo sutil?
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 30 de agosto de 2015]