13 décembre 2015

La revolución tranquila

NOS gusta tener cosas materiales en propiedad: una casa hipotecada (y el millón de cachivaches con que llenarla), un coche (pagado con hartas penalidades), cien  electrodomésticos (inútiles muchos, como ese cuchillo eléctrico que no sirve ni para la mantequilla), viajes  (a confines absurdos)... Se citan estos ejemplos, entre tantos, porque hasta hace no mucho en las ciudades casi nadie era propietario de la casa en que vivía, y la gente iba en tren o coche de línea a los sitios, se las apañaba con un cuchillo de Albacete y raramente se desplazaba a ninguna parte como no fuera en viaje de bodas o a un entierro.  Acaso por ser las nuestras unas generaciones que nacieron y se criaron en un mundo en el que no había de casi nada, como en España, o en el que la guerra había destruido casi todo, como en Europa, se despertó en muchísimas gentes este deseo loco de poseer. Pero acaso esto esté cambiando. Lo cambiarán los jóvenes, porque las cosas, ¿quiénes, si no, van a cambiarlas?

Oímos durante dos horas las canciones que había elegido para nosotros. Fue prodigioso. Músicas de todas las partes, de todas los estilos, de todas las épocas: Madeleine Peyroux, Grant Green, Kourosh Yaghmaei... Cuando nos puso  al corriente de lo que era Spotify y, de paso, Netflyx, y señaló su ibook (de este invento, en cambio, ya han llegado noticias a mis oídos), advertí que acaso esta generación sea la llamada a devolvernos al lugar de la desposesión, que es precisamente el que aconsejan los sabios todos que en el mundo han sido, desde los pitagóricos a los cuáqueros que ahora mismo, mientras escribo, estarán llevando un poco de consuelo y algunos remedios materiales, estos en verdad necesarios, a gentes que nada tienen, en parte porque algunos lo tenemos todo.

Con menos se vive mejor, más es menos y la mitad de lo que tenemos o pudiéramos tener, nos sobra: he aquí lo que tratan de decirnos algunos jóvenes. Viven en casas alquiladas, a menudo tan pequeñas que apenas cabe en ellas su bici; no tienen coche y a su ropa tampoco le dan mucha importancia. Los más hábiles se fabrican sus propios muebles o arreglan los viejos y únicamente les queda por descubrir que viajar ha de ser un premio merecido, no un derecho indiscriminado. Ellos han empezado a cuestionar, pues, el consumo y el binomio “sagrado” consumo=crecimiento. Son alegres y son felices (más o menos).  Su revolución es, como se ve, tranquila.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de diciembre de 2015]

16 commentaires:

  1. Llega un momento en que los hijos enseñan a los padres

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  2. Claro que son los jóvenes quienes van a cambiar las cosas. La enmienda a la totalidad que al bipartidismo va a hacerse en las elecciones generales del domingo es muestra clara de ese proceso.

    Más pronto que tarde surgirá, no sólo en España sino en muchos países occidentales, un movimiento político que defienda el derecho de los jóvenes a formar parte efectiva de la sociedad.

    Eso de la “generación perdida” ha de tener una traducción política.

    Son muchísimos los jóvenes que, pese a tener gran preparación, no consiguen trabajo. Y si lo obtienen, es un empleo precario, a tiempo parcial y con salarios ínfimos que no permiten su emancipación.

    Puede que durante un tiempo esté bien compartir piso con otros jóvenes y vivir en parte de la ayuda paterna hasta los 30 ó más. Pero llega un momento en que cansa. Y emigrar a otros países no es siempre la solución.

    Ninguno de los partidos emergentes expresa con claridad este fenómeno, pero algo de ello hay en sus proyectos (aunque insuficientemente perfilado). El movimiento político de los jóvenes está por llegar.

    Sandra Suárez

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  3. Ikea también vende casas prefabricadas en Escandinavia, te la montan rápido, son modulares e incluso puedes personalizar un poco la cocina y el baño, aunque todos los módulos son iguales.
    Depende lo entendamos por joven, pero si con 30 años no tienes trabajo es difícil formar una familia y eso conlleva un deterioro imprevisible y que no sale a la luz, la soledad destruye, Internet es dios porqué es terapéutico para combatirla.
    Una revolución placebo, de boquilla y gracias que aún no somos radioactivos del todo, el día que lo seamos tocará comerse los unos a los otros, algún ser vivo lo verá.

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    1. Del todo radioactiva nuestra carne del todo apetecible no sería. Confiemos en el azar de una especie atenta al buen alfa y no al mal omega.

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  4. Si admitíamos el otro día que el Rastro tiene mucho de espacio rebelde (un pequeño oeste sin sheriff) y hoy que la juventud sigue siendo y será la bandera eterna de las muchas clases de revolución posibles, confirmamos la sabiduría de Pirandello cuando con sorna nos decía: “Así es si así os parece”.

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  5. Algunos (pocos) jóvenes se han hecho mayores, mientras nosotros (casi todos) nos hemos infantilizado.

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    1. Es lo que tiene el eterno retorno. La nada nos pilla en medio de todo.

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  6. La desposesión, el desprendimiento total son admirables, y las únicas actitudes acordes con el desvalimiento profundo del ser humano, sujeto a mil azares y necesidades, a la enfermedad, al declive traicionero y rápido, a la inflexible muerte. "Los hombre mueren y no son felices".
    Sin embargo, esos jóvenes "revolucionarios tranquilos" son solo la inmensa minoría. Casi todos les dan la espalda y persiguen aún la posesión. El afán de posesión viene de la inseguridad y del miedo. Qué será de los míos, les acechará el hambre, estarán a cubierto de eventualidades. Una sociedad justa, organizada sabiamente, no dejaría lugar al miedo ni, por ende, a la fiebre posesiva. Pero estamos lejos de eso, seguramente cada vez más lejos. Hay un miedo difuso, turbio, poco explícito, pero que se derrama por cada poro y por detrás de las sonrisas y rituales cotidianos de la convivencia. Se ha perdido la alegría de traer hijos al mundo. Se traen, porque Natura coacciona y urde encuentros. Pero vienen envueltos en aprensión y en recelo. El mañana no es promesa de adelantos y liberaciones. Es amenazante y ominoso. No se vislumbra como un sol naciente; se cierne como una sombra que acecha.
    Los revolucionarios tranquilos, como también los violentos, al menos sabe salir de una encrucijada: la individual y subjetiva. No componen ni resuelven la sociedad, sino el tiempo de su vida. No titubean, no tropiezan. Han alcanzado una actitud ética. Muchos, ni siquiera saben en qué consiste eso.

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    1. Desgraciadamente la crisis no ha supuesto ninguna lección y hay muchos esperando que escampe para volver a cometer las mismas locuras. La reserva espiritual de Occidente resultó ser tan mezquina como la mediocridad guiri de la que nos diferenciábamos. Así que procede ser escéptico y aceptar los movimientos juveniles como hojas de otoño que serán arrastradas por el viento.

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    2. Proclamar principios vagos es cosa al alcance de cualquiera que lo desee; hacerlo con propuestas concretas ya es otro cantar.

      Yo no creo que "alcanzar una actitud ética" suponga "no titubear": al contrario, muchas veces las respuestas, justamente porque no son de manual, sino nuevas e inéditas para cada circunstancia, suponen mucha reflexión y no pocas dudas.

      Lo que, en cambio, no me ofrece a mí ninguna es que quien proclama (como parece hacerlo "Ausias") que sólo quien piensa como uno mismo tiene una "actitud ética" no sólo se equivoca radicalmente, sino que muestra desconocer qué cosa es realmente "una actitud ética".

      Un poco menos de arrogancia, de creerse propietario único de la verdad, no sólo no le hace daño a nadie, sino que mejora sustancialmente la propia calidad "ética".

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  7. En el debate de ayer (Rajoy/Sánchez) se vio el fracaso de la vieja política. Es imposible conseguir cosas distintas haciendo una y otra vez lo mismo. Hace falta gente que piense y ensaye nuevas ideas.

    El (por muchos denostado) "contrato único" que proponen Ciudadanos y UPyD debe servir para integrar a los jóvenes en el mundo laboral, del que han sido expulsados. Junto a ello, hay que anticipar la jubilación. Es preferible que los jóvenes tengan que cotizar más para pagar pensiones, a que no puedan trabajar ni insertarse en el mundo laboral (porque los puestos de trabajo están todos copados por las generaciones veteranas).

    Por lo demás, Sánchez estuvo zafio y grosero: podría haber dicho que en el PP ha habido graves casos de corrupción (también en el PSOE, por cierto), pero de ahí a llamar "indecente" a Rajoy hay un trecho. No creo que Sánchez merezca ser presidente del gobierno. Espero que los demás españoles tampoco.

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    1. Sí, un Sanches, por favor. ¡Un portugués!

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    2. Por desgracia, no se trata de que "en el PP ha habido graves casos de corrupción". Se trata de que la corrupción es EL MECANISMO regular de actuación del PP, fraudulento ya desde el momento de lograr el poder gracias a haberse financiado irregularmente de un modo ventajista. Y manteniéndose por sistema en esa posición que muchos han llamado "fraude democrático" al incumplir sistemáticamente cada una de sus promesas electorales.
      "Sánchez estuvo zafio y grosero" ¡Calificar de indecente a un presidente que ha mentido compulsivamente a sus conciudadanos! ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Calificar de agresor contra las clases humildes a quien permite desahucios de ciudadanos mientras salva bancos con los impuestos de todos! ¡Esto es intolerable!
      Ah, la vieja derecha enquistada en la injusticia.

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    3. Pero hay formas y formas. (Por otro lado, la forma es parte del fondo.) En ningún debate Aznar ni Rajoy llamaron a Felipe González "asesino" a la cara, a pesar de que era presidente del Gobierno cuando actuó el GAL (y un ministro del Interior suyo fue condenado por terrorismo de Estado).

      Tras el debate, lo único claro es que Sánchez no puede ser ya nunca el presidente del gobierno de España. Tampoco el líder del Psoe. Debe venir Susana Díaz u otra persona a reemplazarle.

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  8. Confieso que nunca me ha atraído el Rastro. A la última vez que decidí pasearme por aquel territorio rebelde soy incapaz de ponerle fecha, acaso hayan pasado desde entonces lo menos treinta y cinco años.
    Nunca me ha atraído porque me repele la cochambre, los objetos sobados por mil manos, lo feo y estrambótico, la muchedumbre que se agolpa al paso de uno, el cuidado para no ser despojado del reloj o la cartera. Creo que para contemplar o comprar allí algo interesante hay que sumergirse en un espeso feísmo solo asequible a los verdaderos fascinados por ese singular ambiente.
    Pero sería absurda por mi parte la pretensión de descalificar lo que me desagrada, habiendo como hay tantos embrujados por la magia de lo antiguo, de la sorpresa inimaginable, de la aventura de encontrarse con ese libro, ese espejo, ese cuadro, esa muñeca, esa fotografía o cachivache que alguien desechó un día contra su voluntad, por la necesidad de dinero, o por el simple hecho de perderlo de vista.
    Este reconocimiento de mi cuestionable gusto y mi capacidad para no rendirme a los prejuicios, fue precisamente lo que esta tarde me impulsó a asistir a la segunda conferencia de Trapiello dedicada al sagrado lugar, tan venerado por él que lo encadenó los domingos durante cuarenta años, según explicó con su especial facilidad para combinar la amenidad y las gotas de lirismo adecuadamente dosificadas, mientras intercalaba fotos asombrosas difícilmente olvidables hasta para los herejes a su religión, como yo. Escuchando y mirando disfruté de lo lindo ante la escasa lindeza

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  9. Este artículo me recuerda el que me gustaría que fuese mi lema de vida: usufructuario de todo, propietario de nada. No se puede cumplir completamente, lo sé, pero puede marcar una tendencia. De todas formas, un apunte: servicios como Spotify o Netflix son de pago. Lo aclaro por eso que dice de que los jóvenes cuestionan el consumo. La novedad está en que no compras, sino que alquilas; puedes disfrutar de todo, pero no tienes nada en propiedad.

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