En la galería sevillana de Félix Gómez estos días, y en la de Guillermo de Osma de Madrid en mayo, exponen sus cuadros de flores Rosa Artero y Marcelo Fuentes. Al frente de ese catálogo figura este escrito inédito y algunos poemas míos antiguos sobre ese mismo asunto.
* * *
"...imperaba la
rosa, emblema del silencio".
Benito Pérez
Galdós, El Grande Oriente.
Meter flores en las casas: ese sí que fue un
gran paso para la humanidad. Si la costumbre de poner árboles en las calles es
relativamente reciente, del siglo XIX, la de cultivar flores en los jardines es
muy antigua, acaso porque las flores forman parte, con algunas pocas cosas más
(el amor a los niños o las puestas de sol, según la neurociencia), de aquello a
lo que el ser humano de todas las civilizaciones y épocas es sensible, naturaleza
en estado puro, diríamos, belleza sin pasar por el fielato de la cultura. Pero
el día en que alguien cortó unas flores de un rosal silvestre, o las que vio a
un lado de un camino, sin nombre, ingenuas, humildes, y las puso en un vaso con
agua, sobre una mesa (o en el suelo, en una jarra, porque eran tan pobres que
no tenían ni jarrones ni dónde ponerlas, como nos contó un día Ramón Gaya de su
propia casa, en Murcia, país de las flores), algo importantísimo estaba
sucediendo en la historia de las civilizaciones, algo profundo había cambiado en
el alma humana, algo a lo que esta ya nunca renunciaría. Las flores trajeron a
nuestras casas no sólo la naturaleza, sino un modo de estar que era desconocido
hasta entonces. Con flores en la casa todo se silencia, el tono de las
conversaciones se reposa, la vida se apacigua. ¿Quién, consciente, gritaría con
unas rosas como testigo? Si a las flores se les habla mientras siguen unidas a
su planta, arbusto o rama, a las que están en un jarrón o en un vaso con agua
se les escucha, porque sentimos que nos están diciendo algo. ¿La música callada
no viene acaso de unas azucenas, en San Juan de la Cruz?
La convención de que las flores pueden
simbolizar conceptos abstractos es también antigua. No sólo se compara a las
mujeres con flores (principalmente con la rosa), sino que a menudo las flores
son encarnación (si podemos decirlo de este modo) de conceptos abstractos
(pureza y castidad, la azucena; voluptuosidad, el nardo, etc.). Que hablen no
sólo a través de su perfume ha hecho que desde antiguo los hombres hayan
desarrollado abundante literatura sobre “el lenguaje de las flores”, aquel del
que se sirven ellos para expresar sentimientos propios más o menos inefables,
de dicha, de melancolía, de dolor: regalar un ramito de violetas a la mujer
amada, poner un jazmín entre las páginas de un libro, llevar crisantemos a una
tumba, meter en el ojal de la chaqueta una margarita, camino del baile...
Las mismas flores dirán cosa diferente en un
jardín o en un jarrón. ¿Pero son acaso las mismas flores? ¿No se transforman? Sí
y no. Al reunirlas, al apretarlas en un ramo, esas flores que estaban cada una
de ellas en lugares diferentes y aun distantes entre sí, se diría que empiezan un
coloquio interminable. Unas veces serán flores de diferentes especies (esos
ramos monumentales y variopintos a los que tan aficionados eran los pintores
del siglo XVII, que trataban de resumir en un jarrón todo el paraíso), y otras,
del mismo género (un ramo de rosas solas, o de claveles solos, o de lirios, o
de calas), pero en cualquier caso iniciarán entre ellas un diálogo nuevo,
siempre diferente, irrepetible. Y aún diríamos más al elevar el hombre a rango
de flores cosas que no lo son en absoluto. Sucede cuando el pintor Ramón Gaya
pone en una de sus copas de aguador un puñado de perejil, o Van Gogh unos
cardos o esa flor hipertrofiada que es un girasol, o una muchacha japonesa, mediante
el arte al que ellos han dado el nombre de origami, figura con trozos de papel
de seda flores no conocidas. Y lo que dicen esas flores en el jarrón de cosas no
son las mismas que las que hablaban en su planta… pero recuerdan las que
hablaban allí.
Esto nos lleva a otra cuestión. Hay flores
que ganan en jarrón, copa o vaso, pero por lo mismo que hay pájaros de canto
admirable que no se dejan criar en cautividad, hay flores a las que no
podríamos arrancar de su medio natural sin destruirlas: pensemos en las ninfeas
o nenúfares de los estanques o el edelweiss que nace sólo en las cumbres
nevadas, por no referirnos a todas aquellas que como las amapolas o los
cantuesos se marchitarían apenas arrancadas (preferidas de los impresionistas),
o los jazmines o las magnolias o el azahar de los naranjos, que sólo son
elocuentes cuando conciertan sus voces y dicen entre muchas lo que acaso una
sola no sabría expresar tan bien.
Los poetas han prestado atención desde
antiguo a las cosas que las flores nos dicen, conscientes de que cada una de
ellas trae algo nuevo también y diferente, nunca dicho. Recordaba Juan Ramón
Jiménez, el poeta que más constantemente se ha ocupado de las flores, a su
madre, “mama Pura”, que le decía: “Hijo, la rosa no cansa”, así, en singular,
como la llaman también los jardineros y floristeros, dando a entender que no
cansa porque siempre dice algo nuevo, delicado y fuerte, original y eterno. Y
el propio Juan Ramón hubo de recurrir a la rosa para dar a entender lo que era
un poema y la perfección a la que este ha de aspirar, una perfección natural
sin afectación posible, ni sobrecargada ni incompleta: “No lo toques ya más,
que así es la rosa”, definiendo a un tiempo rosa y poema.
Los pintores, como los poetas, han sido
desde los orígenes mismos de la pintura moderna, es decir, desde el Giotto,
sensibles a las flores y han buscado su proximidad de la mano del arcángel
anunciador o en la pradera donde tiene lugar un encuentro pagano de ninfas y de
dioses.
Marcelo Fuentes y Rosa Artero han pintado
todos estos cuadros. Han hecho su propio jardín, han llenado su casa de flores,
y la nuestra, y la casa común de la pintura. Sólo flores. Son pinturas
bellísimas, todas, unas por unas razones, otras por otras. Es muy difícil
elegir “un cuadro preferido” entre tantos, porque como las flores también, que
no se dejan elegir fácilmente, cada uno tiene su propio misterio, su encanto,
su delicia. Y es buenísima idea darlos juntos aquí, mezclados, como flores
también de un ramillete común, sin “tuyo” ni “mío”, que decía don Quijote en el
maravilloso discurso de la edad dorada o florida.
Las flores de los pintores no son
exactamente las que tenemos en nuestras casas. Las nuestras acaban
marchitándose. Las suyas, si están vivas, estarán eternamente vivas. Y estas lo
están y lo estarán ya para siempre. Incluso cuando un pintor pinta siemprevivas,
esas flores rarísimas que nacen y viven secas como flores del desierto, hace
que en su cuadro parezcan más vivas y jugosas de lo que realmente están, como
creo recordar que aparecen en un cuadro de Ensor. Porque las flores son la
metáfora por excelencia de la vida, de la brevedad de la vida, de lo que pese a
su belleza no logrará vencer la muerte. A eso atienden los poetas y pintores, y
cuantos ponen un ramo en jarrón o vaso. Pero al mismo tiempo las flores nos
recuerdan a todos que la vida no empieza ni acaba en nosotros, que nos iremos,
“y seguirán los pájaros cantando”, y habrá rosas en un jarrón y en un vaso
muchos años después de que nosotros hayamos partido… Sí, volverán las oscuras
golondrinas, no otras diferentes de las que vimos, no, las mismas, y el
ruiseñor que canta en lo más cerrado de la enramada hoy en Extremadura es el
mismo que escuchó Keats en Inglaterra hace doscientos años, y cualquier rosa
que nazca hoy en el más remoto confín es la misma que cantó Ronsard. Y por eso
cuando un poeta y un pintor, arrobados por la lozanía y belleza de una flor, se
quedan contemplado tal o cual flor, están
pensando en lo más íntimo de sí que acaso ellos sean también el mismo poeta y
el mismo pintor que hace doscientos años veía esas flores, el mismo que dentro
de doscientos años repetirá el rito de cortar unas flores y juntarlas en un
ramo, como junta los colores en su paleta, antes de ponerse a pintarlas. Y
pensará el poeta que su libro es el mismo libro que escriben todos los poetas,
y el pintor pensará que sus cuadros son los mismos que pintaron todos los
pintores antes.
Marcelo Fuentes y Rosa Artero han pintado
muchas rosas porque “la rosa no cansa”, pero han pintado algunas otras también
(crisantemos sobre todo, blancos, amarillos, tan japoneses), porque miradas de
cerca, no cansa ninguna. No hay niño que no sea bellísimo ni ninguno podría
sernos ajeno (y qué feo el reñir de los adultos delante de los niños o las
flores), y lo mismo nos sucede con esta, y si no, volvamos la mirada a los maestros:
Fantin-Latour (el Chardin de las flores) o Morandi (el Fantin-Latour de la
modernidad) seguramente son los primeros que se habrán encontrado Rosa y
Marcelo... Cuando un pintor se pone delante de unas flores, desparece casi toda
la historia de la pintura, como si las propias flores les llevaran de la mano
adonde ellas quieren (y qué bellas son a veces las pinturas de los niños, mal
llamadas naïf, cuando pintan esas grandes margaritas que son soles con
pétalos). También nuestros amigos han elegido sus flores. Cada pintor tiene las
suyas preferidas: las de Monticelli eran flores bravías y sin nombre que
parecen crecer en los barbechos, de vida abrupta y corta (y de ahí que parezca él
querer pintarlas siempre en un arrebato, antes de que se marchiten definitivamente);
Chardin y sus botones de azahar; Van Gogh, los lirios y los girasoles, y
pensando en Japón, cerezos y ciruelo en flor; Odilon Redon las anémonas y
dalias que parecen de otro mundo, submarinas; Gaya las rosas, las anémonas y jazmines;
Monet, sus nenúfares; Velázquez, en un búcaro de cristal, esas mínimas,
delicadísimas, confidentes flores de la infanta Margarita, margaritas, rosas,
lirio, casi aire, como todo lo suyo… Hasta Solana se atrevió con unos
gladiolos, si no me falla la memoria, que es flor imposible de bodas y
cementerios.
Aquí les dejo con todas estas flores de Rosa
Artero y Marcelo Fuentes (y cómo le agradecí a este, hace años, que cerrara una
serie de aguafuertes cúbicos, de deshumanizados bloques de viviendas, tan
característicos de su obra, con uno de crisantemos).
Entran en nuestra casa hoy para civilizarla
un poco más. Las rosas que hemos comprado ayer en nuestra floristería de barrio,
han venido a ocupar el lugar de unas mimosas. Estas rosas se quedan mirando las
que han pintado nuestros amigos como miramos nosotros las fotografías de
nuestros antepasado, vivos en nosotros mientras les recordamos. Las flores de
Marcelo y Rosa nos recuerdan a lo vivo las rosas vivas (ninguna flor muere
cuando se la corta), y las pintadas son rosas vivas también. Han pintado la
vida. Y todas nos gustas, naturales y pintadas. Todas son ya de la familia, y
viven con nosotros.
De arriba abajo: Marcelo Fuentes y Rosa Artero |
Durante cientos de miles de años las plantas y arboles fueron los únicos seres vivos que vivían fuera del mar, estos seres cargaron el planeta de oxigeno y crearon la barrera de ozono después del choque de la tierra con el meteorito que formó la luna. Cuando nuestro ancestro el anfibio salió del agua y pudo respirar dio lugar a nuestro segundo ancestro : el anfibio . Si descubriéramos rosas en un planeta con agua, de no haber vida humana , si que sería posible la hubiese. Los arboles de las plazas de los pueblos eran Olmos,pero el virus de la grafiosis los extinguió. Mañana se plantan 7 clones de aquellos Olmos extintos junto al pantano del Ebro en Campo de Yuso, estos pioneros son resistentes a la plaga y forman parte de un ambicioso proyecto que pretende que los Olmos vuelvan a nuestras plazas. Todo gracias a los 30 años que la Politécnica lleva buscando el milagro, ya que en 1981 los Olmos se extinguieron. en De las flores. Silvio Salvático.
RépondreSupprimerDurante cientos de miles de años las plantas y arboles fueron los únicos seres vivos que vivían fuera del mar, estos seres cargaron el planeta de oxigeno y crearon la barrera de ozono después del choque de la tierra con el meteorito que formó la luna. Cuando nuestro ancestro el anfibio salió del agua y pudo respirar dio lugar a nuestro segundo ancestro : el anfibio . Si descubriéramos rosas en un planeta con agua, de no haber vida humana , si que sería posible la hubiese. Los arboles de las plazas de los pueblos eran Olmos,pero el virus de la grafiosis los extinguió. Mañana se plantan 7 clones de aquellos Olmos extintos junto al pantano del Ebro en Campo de Yuso, estos pioneros son resistentes a la plaga y forman parte de un ambicioso proyecto que pretende que los Olmos vuelvan a nuestras plazas. Todo gracias a los 30 años que la Politécnica lleva buscando el milagro, ya que en 1981 los Olmos se extinguieron. en De las flores. Anónimo.
Como siempre, gracias !!!!! Jorge Casterán
Este texto ¿es de Trapiello, es de Salvático, es de Anónimo, es de Jorge Casterán?
SupprimerVaya embrollo. A mí no me suena a Trapiello.
Ce commentaire a été supprimé par l'auteur.
RépondreSupprimerHay un inmenso salto conceptual desde percibir la planta y la flor como "materia prima que se consume", hasta elevarlas a la categoría de "objeto que se guarda y se contempla", y hay motivos para conjeturar con plausibilidad que ese salto se dio hace muchos miles de años, seguramente con anterioridad a la emergencia de H. sapiens, quizás en la etapa erectus o habilis, si no antes. El salto implica nada menos que el advenimiento de una sensibilidad estética, o si se quiere, la abolición de un primario impulso depredador y devorador, en aras de otra pulsión mucho más elaborada, espiritual y demorada, la fruición de la belleza. Por aquellas ironías que en ocasiones ofrece la historia, resulta que con la jardinería y con las flores como materia contemplativa la Naturaleza conseguía un triunfo tortuoso, entronizando la contemplación de unos órganos sexuales, pues no otra cosa son las flores. O sea: ascensión desde la cruda materia hacia la trascendencia... encarnada en los órganos reproductivos de una planta.
RépondreSupprimerFaltaban aún siglos para alcanzar la cursilería hipócrita de equiparar a las mujeres con las flores a la vez que se las mantenía en denigrante estado de sumisión y subordinación. Aunque quizás también aquí el subconsciente jugaba su partida, pues la figuración del órgano femenino como flor zigomorfa ha sido casi universal.
El mitófago y cínico siglo XX, gran arrasador de tópicos y metáforas, haría una poda general de vidas, de naciones y de metáforas: déjense de flores, señores, "diamonds are a girl's best friend". Lo cantaba Marylin Monroe.
Las flores no se vistieron ni se perfumaron en honor a los hombres, sino en honor a los insectos.
RépondreSupprimerSe cuenta que una flor le dijo a otra: "Estoy enamorada de ti. Casémonos y tengamos hijos". Y la otra flor, asimismo enamorada, le contestó: "Yo también te quiero: vamos, llamemos a una abeja".
Ya que se habla de pintores y de flores pintadas quisiera recordar a Élizabeth Vigée Lebrun (1755-1842), una pintora de gusto exquisito que pintó flores pero sobre todo magníficos retratos. Nunca permitió que su ligero toque academicista ahogara el realismo expresivo, notorio en la mayoría de sus retratos. Seguro que es bien conocida en un foro culto como este, pero dejo constancia de que hay en la Red reproducciones de mucha calidad de sus mejores obras.
RépondreSupprimerGracias y saludos.
Con todo respeto, no entiendo que este artículo de AT le sugiera a usted hacer una referencia a una pintora rococó que además no es precisamente valorada
SupprimerTiene usted razón, Anónimo, es completamente incomprensible. Que un artículo sobre pintores y flores sugiera a alguien una pintora de flores, es lo más traído por los pelos que se pueda imaginar. Además, una pintora tan poco valorada que la Wikipedia dice de ella:
Supprimer**
fue la pintora francesa más famosa del siglo XVIII y una de las retratistas más demandadas de su época. Su pintura está presente en un centenar de museos de 20 países.... Durante sus viajes se convirtió en miembro de las Academias de Florencia, Roma, Bolonia, San Petersburgo y Berlín. **
Menos mal que usted, benefactor Anónimo, anda alerta para poner las cosas en su sitio.
El benefactor anónimo es licenciado en historia del arte y con algo de conocimiento de causa opina. Tal vez usted tenga un criterio más cualificado para discernir en este debate de cafetín.
SupprimerMuchas gracias por el artículo
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