CAVALLI Sforza, que ha muerto casi centenario, demostró científicamente la falacia de agrupar a los individuos humanos por razones genéticas, desmontando por tanto el concepto de raza. A propósito de esa muerte escribió el filósofo Fernando Savater: “Las razas son agrupaciones superficialmente justificadas que a fin de cuentas dependen de la mirada –y a menudo las intenciones políticas– de quienes las acuñan, como las constelaciones astronómicas no son hallazgos científicos sino caprichosos inventos de los que pretenden ordenar las estrellas”. No se podría haber explicado mejor ni de un modo más poético: las razas, por diversas que parezcan, están sólo en nuestra cabeza, los individuos, como las estrellas, son únicos y al tiempo iguales, y la luz que emiten ilumina la vida de igual modo, independientemente de su composición y origen, quinqué, luna o farola de autopista, negro, blanco, amarillo.
Por aquellos días también, en algún lugar de los Estados Unidos, un tal Taylor, de cuyo nombre no puedo acordarme (la noticia salió de la radio del coche), puso la justicia de su Estado patas arriba, tomando, sin saberlo, el atajo de Sforza: los jueces no aceptaron su declaración de que era negro, ya que a primera vista Taylor es blanco. ¿Y por qué quería el señor Taylor que se admita que es negro en un país en el que la mayor parte desearía disfrutar los privilegios y la consideración que se reserva únicamente a los blancos? Porque ese hombre, comerciante en una pequeña ciudad, quiere beneficiarse de las ayudas con que se favorece y estimula sólo a los comerciantes negros en aras de la igualdad racial. Las autoridades, que examinaron su solicitud, denegaron la ayuda en cuanto lo vieron, pero el hombre, que no tenía ascendentes negros conocidos en su familia, no se arredró y pagó de su bolsillo una prueba de adn que ha dado como resultado un 4% de genes específicos de la raza negra. En la radio no dijeron cómo habían obtenido ese porcentaje ni si era relevante, pero lo que Taylor ha venido a demostrar no es que él sea negro, sino que todos los negros son blancos en un 96%.
En España no hubiera hecho falta esa prueba de adn: las gotas de sangre semítica que corren por nuestras venas siguen dando su luz, como tantas estrellas muertas, cinco siglos después de la expulsión de moros y judíos.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de octubre de 2018]