6 juillet 2012

De velocípedos y velocipédicos (y 2)

ESTE es el libro, una reliquia. Tanto como su texto, le sorprenden a uno las páginas anteriores y posteriores a él, anuncios comerciales de otras publicaciones afines en Francia, Inglaterra o Portugal, así como productos de gran utilidad, como esa "zarzaparrilla granular efervescente, atemperante y depurativo de la sangre".
Pero admirar, lo que se dice admirar, nada como el arranque de esta apología:
"Vamos a empezar con un asunto importante:
¿Es útil o perjudicial para la salud el uso del velocípedo?"
Le gusta a uno este tono que tenían algunos papeles antiguos, contagiados del que sólo fue frecuente en el Senado romano.
El libro, dividido en capítulos (comidas, bebidas, fricciones y baños, vestidos, la circulación sanguínea, la respiración o la secreción del sudor) despliega una serie de decálogos con recomendaciones o normas curiosas como la de administrarse un edema de agua caliente a 30 grados cada mañana con el fin de reglar las deposiciones.
Tal minucioso repaso queda compendiado en unos preceptos finales, el primero de los cuales decía que "para montar en velocípedo se necesita haber llegado a la primera etapa del desarrollo físico, o sea, cuando se han cumplido los quince años de edad". Entre ellos se incluye también la proscripción de los jabones de olor, quedando permitido para el cuerpo el "jabón común de Castilla", y ese consejo: "Las corrientes de aire que penetran bruscamente por la boca durante la marcha velocipédica, originan además de los trastornos pulmonales flogísticos (?), dolores de muelas; para evitarlo, es necesario que el ciclista lleve la boca cerrada y evite que en lo posible se le caree la dentadura"....
Y aquí debería uno cerrar también su portátil, para evitar en lo posible que se nos caríe la cabeza con estas lecturas.
¿Por qué las hace uno entonces habiendo tanto Dante, Homero, Tolstoi o Shakespeare que nos esperan? Es pregunta esta muy fácil de responder: 
Se sumerge uno en estos papeles porque sabe que aquí y allá le llegará de ellos el aire de la época, el verdadero aire libre del que hablaba García Montalvo, más y mejor que en libros pretendidamente literarios, ese tono de naturalidad sin el cual nada es verosímil, pues son ellos a menudo, y no las novelas o los ensayos literarios, el verdadero espejo a lo largo del camino que algunos aún queremos recorrer.

Cubierta, páginas interiores y foto del autor de Higiene velocipédica, de Manuel Corral y Mairá. Madrid, 1894.

8 commentaires:

  1. Será casualidad: leo en diferente blog algo sobre Sthendal y su naturalidad literaria, la misma que AT parece no encontrar en la obra del señor Beyle, o al menos no tanta como en los papeles velocipèdicos. Ni entro ni salgo, pero a mi el aire de esta època, literariamente hablando, más bien me penetra hemeroflexicamente, es un decir. Tendrè síndrome de AT?

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  2. El título de esta entrada me hace ver que el "velocipécicos" de la primera de la serie no es, como quise pensar al leerla, un uso particular del autor, sino una errata.

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  3. En 1910 la Enciclopedia Espasa (tomo B, págs. 745-761) recomendaba llevar consigo, en las excursiones en bicicleta, "un farol, una bomba, un neumático, una camisa de dormir de seda, medias y pañuelos, una camiseta, un revólver y un mapa". "Es práctico -añadía- llevar varios botones y el dinero y el reloj en un cinturón, al cual irá sujeto el revólver".

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  4. “es necesario que el ciclista lleve la boca cerrada y evite que en lo posible se le caree la dentadura”. “Y aquí debería uno cerrar también su portátil, para evitar en lo posible que se nos caree la cabeza con estas lecturas”. ¿De “carear” o de “cariar”? El significado parece ir por caries más que por cara. ¿Luego mejor “se le / nos carie”? Qué más da. Acabo de enterarme de que “partícula de Dios” es una mala traducción de “The Goddamn Particle”; de que la traducción más aproximada sería algo así como “puñetera partícula…”. Caras, caries: ¡esas malditas partículas!

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  5. Tiene razón. Dejo el primer caree, del original, y corrijo el mío, inducido por aquel. Y, sí, son partículas, puñeteras casi siempre, como el uso puñetero de las preposiciones. Gracias y un saludo.

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    1. Simpático don Andrés : También suya la razón, sobrevenida, al no corregir al puñetero corrector que escribió “carie” y no “caríe” con acento en la i. Gracias y mucha salud también para usted. Firmado: El anónimo corrector.

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  6. Sí, es natural que ahora nos riamos de lo que pensaban hace un siglo sobre las enfermedades, las máquinas, etc... Antes de conocerse las bacterias y virus (el microscopio se desarrolló muchísimo más tarde que el telescopio) las ideas sobre el origen de las enfermedades eran curiosísimas. Se acusaba a las ratas, a los judíos, a la cólera de Dios, al viento, al mal de ojo... Esto nos provoca carcajadas, como la idea de que la Tierra acababa en un barranco (el "finis terrae") por el que los barcos se despeñarían, o la simpática explicación sobre la extinción de los dinosaurios: al ser tan enormes no cabían en el arca de Noé y por eso se ahogaron en el diluvio (de hecho, hasta no hace mucho se les llamó animales "antediluvianos").

    Pero esas mismas carcajadas les sobrevendrán a quienes, dentro de unas cuantas décadas, lean nuestras ideas sobre muchas cuestiones. Las convicciones que ahora nos parecen lógicas, científicas y fundadas, dentro de unas décadas parecerán antiguallas absurdas, disparates. Y quienes las lean se preguntarán "Pero esa gente ¿cómo podía ser tan tonta?".

    AITOR SUÁREZ

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  7. Seria interesante saber que costaba una bici hace un siglo visto que podías disparar a un presunto ladrón de bicicletas . Los pioneros ciclistas empezaron a desarrollar el gusto por la velocidad a pesar de la competencia del híbrido llamado velo- solex
    Chao

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