NO se
sostuvo propiamente con la pintura (trabajó como aparejador en el Ayuntamiento
hasta que se jubiló) y vivió la mayor parte de su vida en Madrid, pero José
Vázquez Cereijo (Lugo, 1940) fue y se sintió principalmente pintor y gallego:
no le interesaba de verdad más que el arte y en todos los años que estuvo en
Madrid no logró quitarse la saudade de encima ni el deje le desapareció del
todo, huérfano de aquello. Durante casi cuarenta años, cada domingo, de
madrugada, con mal o buen tiempo, Bonet y yo hicimos el Rastro con él. Tres
horas hablando sin parar, de cualquier cosa, arriba y abajo, por aquellas
cuestas. Como los filósofos peripatéticos, pero de segunda mano. Había empezado
a ir al Rastro quince años antes que nosotros y lo sabía todo de cualquier pecio
(antiguo o sólo viejo), tanto o más que los gitanos. Cierto día se tropezó con
un instrumento de medición de metal dorado, muy bonito, parecido a un teodolito.
Preguntó a su dueño, amigo suyo y perro viejo como él, y el gitano le respondió
que no sabía. En realidad le dijo: “Yo, la verdad, cada día sé menos”. Y
nuestro amigo le corrigió como lo hubiera hecho Séneca: “No presumas”. Todo lo
que decía solía llevar dentro esa retranca, lo que le obligaba a uno a
escucharle siempre con media sonrisa. Bonet y yo íbamos a buscar libros y
papeles viejos; él no, él no iba a buscar nada, seguramente porque habiendo
encontrado tanto, hacía ya tiempo que no esperaba mucho de la refriega. Fue
feliz y desdichado a medias y a la vez, sin dejar de ser nunca lo uno y lo
otro. Muy gallego en eso también. Lo sobrellevó con dignidad y al final la vida
ha querido premiarle sólo con dicha, mujer e hijos. La rutina laboral le
acostumbró a pintar por las tardes, y acaso por eso su pintura era muy
melancólica, gris, plateada, color musgo. En sus cuadros llueve trescientos
días al año, como en Santiago. Al principio tenía un cierto apetito onírico,
que no perdió. Hace unos años descubrió, como sus paisanos Risco y Cunqueiro, Mitteleuropa, Praga en concreto, y
empezó a tallar en maderas encontradas en la playa unos grabados preciosos, de
otro tiempo, en los que parecen latir todos los naufragios de la Costa de la
Muerte. Misteriosa palabra esta. Ha muerto de una afección cardiaca, igual que
su tío el gran poeta gallego Luis Pimentel, no menos hipocondriaco. Hace casi
cuarenta años el sobrino hizo un retrato de su tío para el libro inédito de
este, Cunetas, sobre los muertos de
la guerra civil, que publicamos Bonet y yo. Ninguno de nosotros, claro, pudo
imaginar entonces este final, que aplicando nuestra filosofía, de segunda mano,
no es más que seguir en la rueda de la Vida, esa de la que se venden los
cojinetes en el Rastro, que ha sido siempre, por si no lo sabían, la patria de
los huérfanos.
[Publicado en El País el 18 de agosto de 2016]
Aunque se escribieron el mismo día, y diría que a la misma hora, esta de Juan Manuel Bonet se publicó el 23 de agosto en Abc:
JMB.
Aunque se escribieron el mismo día, y diría que a la misma hora, esta de Juan Manuel Bonet se publicó el 23 de agosto en Abc:
JOSÉ VÁZQUEZ CEREIJO, PINTOR, GRABADOR Y POETA GALLEGO
EN pleno “ferragosto”, ha muerto a los setenta y seis años de edad, y en Lugo, su
ciudad natal, José Vázquez Cereijo, pintor de raíz expresionista y que supo
trasladar a sus cuadros sus vivencias de la tierra natal y de otras, grabador
que supo renovar la tradición del linóleo expresionista, y poeta de melancolías
y angustias.
Cereijo era sobrino de Luis Pimentel, cuyos primeros versos habían sido
publicados, en el Lugo de 1924, en su revista “Ronsel”, por mi tío abuelo
Evaristo Correa Calderón. Presidió siempre nuestra amistad ese entronque
familiar. Ese pasado contaba mucho para él, que aunque llevaba en Madrid desde
1959, todas las mañanas se desayunaba leyendo “El Progreso”. La primera vez que
estuve en su casa –una de las más bonitas casa de pintor que he conocido-, fue
con Maruja Mallo, a la cual él trataba mucho, al igual que a Gregorio Prieto.
Pintura la de Cereijo, memoriosa, sombría, atravesada por fulgores.
Pintura en la estela del 27, de Bores, del Cossío de los puertos. Pintura que por
su erotismo descarnado y su capacidad para fusionar cosas disímiles, hace
pensar también en Matta o Lam. Pintura de fondo galaico, que en 1982 motivó un
excelente libro de Castro Arines.
El
recuerdo de Cereijo para uno, como para Andrés Trapiello, que le dio muchísimo
sitio en su “Salón de los pasos perdidos”, es indisociable del Rastro, en el
cual fue como nuestro hermano mayor, siempre componiendo la elegía de otros Rastros
anteriores, y por supuesto mejores, que él era un pesimista radical.
Tras
escucharnos a Monika y a mí, recién vueltos de un viaje a Praga –para mí, el
primero-, Cereijo se entusiasmó, y allá que se fueron su queridísima Anne
Nikitik y él. El resultado fue una magnífica serie de cuadros, acompañados de linóleos
de estirpe expresionista, y no menos magníficos. Todo ello expuesto en 1994 en el
Centro Cultural de la Villa. Tras pactar con Trapiello publicar en La Veleta
los linóleos, aquello finalmente fue el libro “Praga”. Se suponía que uno iba a
prologarlo. Finalmente no hubo tal prólogo, y sí poemas. De un supuesto Pavel
Hrádok. Aquello fue el arranque de un ciclo eslavo, para el cual realizó otros
viajes, pero para el cual sobre todo fue fundamental la presencia a su lado de
Anne y su memoria rusa heredada. También de la mano de “la princesa Nikitik”
surge otro ciclo en torno a su otra tierra, las islas Hébridas.
Hacía mucho que no veía a Cereijo, que
llevaba años retirado en la casa familiar de la Plaza Mayor lucense, en la cual
no he estado nunca –sí en cambio en la de Vivero-, aunque “he estado”,
mentalmente, a través de su pintura, a través de su conversación, a través de
esos versos esenciales que de “Arco voltaico” (1997) en adelante se había
decidido, no sin dudas, a publicar…
JMB.
Vázquez Cereijo en el Rastro, 2012 |
-Yo, la verdad, cada día sé menos.
RépondreSupprimer-No presumas.
(Este genial diálogo debería ser ficción y sin embargo, mire usted por dónde, resulta ser realidad. La naturaleza -ya se sabe- se pasa todo el tiempo imitando al arte.)
Sandra Suárez
Descanse en paz este poblador de tantas páginas del Salón.
RépondreSupprimerNo lo conocía pero me han gustado mucho sus cuadros, me ha recordado a Turner, supongo quedaran pocos pintores románticos .
RépondreSupprimerLa pintura no es un arte solo visual, es sensorial y espiritual, cuando rompes con autenticidad la linea del infinito ( que es el caso de V.C.) generas melancolía, ya que el infinito no existe.
DEP Vázquez Cereijo.