EN todas las profesiones en las que interviene el público (“la gente”, “el pueblo”), y por tanto, su aplauso, el yo crece mucho. Actores, deportistas, médicos, periodistas, abogados, toreros, literatos y, desde luego, políticos. Incluso en el universo de las comunidades de vecinos, por pequeñas que sean, hay yoes descomunales. El yo gusta mucho, sobre todo al que lo lleva por delante como un pendón. De ahí que agradezca uno los yoes mínimos. Del yo, el menos, ha dicho uno, parafraseando aquel “del mal, el menos”. Pese al amor que muestran muchos por el suyo, lo cierto es que el yo acaba siendo como la ropa del niño pobre, que decía JRJ, “corta y larga”. Raramente el yo sienta bien a nadie, hecho a medida. Lo normal es que si uno tiene para vestirse sólo su yo, vaya hecho un adefesio.
Todo el mundo andaba muy intrigado preguntándose qué diría Nigel Farage, principal activista del Brexit, en la Eurocámara tras su éxtio. Jean-Paul Junker, presidente de la Comisión, le dijo en tono agrio: “¿Por qué sigues aquí?”. Farage le espetó jactancioso: “Cuando vine aquí hace 17 años y dije que quería liderar la campaña para sacar a Reino Unido de la UE, todos os reísteis de mí. ¿Ya no os reís?”. Se diría que ese hombre ha lanzado a su país al abismo únicamente para vengar su insignificancia, sus complejos. Una semana después anunció que dejaba la política. Recuerda a aquellos grafitis que se leían en los apeaderos de la España negra y profunda, hechos con los propios excrementos: “Aquí cagó el Tato”.
A veces tiene uno la impresión de que entre nosotros los políticos tampoco se quieren ir hasta no quitarles de la cara a sus enemigos la sonrisita, para decirles: ¿Qué, ya no te ríes? Porque la mayor parte de ellos deberían haberse ido a su casa hace ya mucho tiempo, si es verdad que la política es el arte de lo posible. No sé, cuando escribo este artículo, ni hoy lo sabe nadie, si iremos o no a unas terceras elecciones, incapaces los políticos de habernos ahorrado las segundas. Pero empieza uno a añorar, y cuánto, la mínima política, como el mínimo yo, aquélla, aquél, que le permite a los ciudadanos dedicarse a los asuntos importantes y a los políticos a hacer bien su trabajo, es decir, a pasar lo más posible inadvertidos. Pasa igual con el estilo: cuanto mejor es, menos se nota.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 7 de agosto de 2016]
Por las redes y grupos de whatsapp circulan convocatorias de manifestaciones populares multitudinarias en toda España el 1 de septiembre a las 12,00 horas si para entonces no hay Gobierno. Este movimiento popular va a ir "in crescendo" y es muestra de la hartura ciudadana ante unos políticos zafios e impresentables.
RépondreSupprimerGracias Andres Trapiello! Se agradece la prosa del sentido común, con yo mínimo y mucho estilo.
RépondreSupprimerEs lástima que usted no especifique y describa, siquiera sea por encima, "el abismo" al que Farage ha lanzado a su país. ¿Es menos abisal lo que tenemos en Europa? ¿Sima, precipicio, despeñadero, acantilado, pozo, sumidero? Quizás lo último sea lo más propio, si se tiene en cuenta la clase de materia y sustancia que cae por él.
RépondreSupprimerElidio Cuesta
No estoy yo demasiado de acuerdo en eso de que el estilo "cuanto mejor es, menos se nota". ¿No se nota el estilo, digamos, de Shakespeare? ¿Es malo? Lo que yo creo es que el estilo tiene que ser, no imperceptible, sino NATURAL: que no parezca forzado, que nos convenza de que, invisible o no invisible, no está dictado por un afán de adornarse (o de no adornarse), sino de decir lo que uno tiene que decir del modo más ajustado y preciso posible. Que nos haga asentir a la idea de que lo que allí se dice está dicho -y lo que sólo se sugiere, sugerido- del modo más convincente, sin insuficiencia y sin exceso.
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