“LA renta básica universal sería el mayor logro del capitalismo”, ha afirmado Rutger Bregman, historiador holandés, autor del libro Utopía para realistas. Propone 15 horas laborales a la semana para acabar con la desigualdad, y repartir dinero gratis. Lee uno con atención alguna de sus propuestas y, ni que decir tiene, con sumo interés: “Hay muchas pruebas científicas que demuestran que la pobreza es enormemente cara: genera más delincuencia, peores resultados académicos, enfermedades mentales…”. En una entrevista explora algunas otras sendas con parecido brío: “El gran desperdicio de nuestros días son los millones de personas que están atrapados en la pobreza o en un trabajo inútil. (...) Creo en la libertad individual y la gente sabe qué debe hacer con su vida... compramos cosas que no nos hacen falta para impresionar a gente que no nos gusta”.
¿Son utópicos estos propósitos? ¿Lo mejor para disponer de chatarra es envejecer artificialmente el hierro? Utopías fueron también en su día, cierto, la jornada de ocho horas o la jubilación a los sesentaicinco años, derechos hoy más o menos firmes, inamovibles. Ellos fueron el principio del fin de la más inicua maldición bíblica, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, origen de la absurda condena de la pereza como madre de todos los vicios (al fin y al cabo, sin holganza no hay filosofía, y sin filosofía no estaríamos donde estamos ahora mismo, pidiendo la reducción de la jornada laboral). De acuerdo.
Pero tiene uno, sin embargo, que hacer una pequeña objeción al señor Bregman: si la gente sabe qué hacer con su vida, ¿por qué compra tantas cosas innecesarias? ¿Y en qué empleamos la mayor parte de nuestro tiempo libre? ¿Nos cultivamos acaso más, ayudamos desinteresadamente a otros a hacerlo, a que puedan vacar como nosotros? El recuento de las “actividades lúdicas y de ocio” en las sociedades desarrolladas causa espanto, y saca uno la conclusión de que cuanto menos trabaja el hombre y más dinero tiene, más prisa se da en destruir el planeta. Por eso la única solución acaso sea la que arbitró el poeta Juan Ramón hace ya un siglo: mucho trabajo, pero libre y gustoso, y una vida decorosa y austera, sin amos, entre los que el dinero es el más déspota y sin escrúpulos.
Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 30 de abril de 2017]
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RépondreSupprimerYo no sé a qué mundo se refiere Silvio cuando dice eso de que "en época de JRJ la literatura y su trabajo eran pedagógicos". La "época de JRJ" es muy larga: vivió de 1881 a 1958. Pero si entendemos por dicha "época" los años, digamos de 1916 a 1936, en que fue el referente de los poetas españoles, las cadenas de montaje ya existían, y no eran precisamente divertidas (¿ha visto "Tiempos modernos", de Chaplin, que es justo de 1936?), las condiciones de trabajo eran en general mucho peores que las de ahora -trabajar, por ejemplo, en una mina, se parecía seguramente más a lo que puede verse hoy en el África subsahariana que a lo que ocurre en la España actual-. Respecto al "belicismo", no debería hacer falta que le recordase las dos guerras mundiales (o la civil española), los gases, los campos de exterminio nazis... En fin, no sé cuál será ese mítico "tiempo mejor" anterior a la degeneración del capitalismo de que nos habla, pero mucho me temo que no haya que buscarlo en los libros de Historia, sino únicamente en su imaginación.
Supprimer¿Silvio Duracel?
SupprimerOiga, nos va a agotar a todos con su tendencia al paritorio.
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RépondreSupprimer"No hay por qué comentar el post de Andrés si se van a decir tonterias"
SupprimerEscribe usted como con un desenfado ofensivo y maleducado, como si se estuviera tomando unas cañas, reiterándose, omitiendo puntos y comas, se va por la tangente, delira.
Váyase al MARCA y déjenos tranquilos, hombre de Dios, que aquí ninguno bebemos ni parimos.
Hasta su respuesta a los anónimos es bobalicona.
Ni los regímenes capitalistas ni los socialistas han sido capaces de esquivar las crisis y dar de comer a todo el mundo. Y eso que al menos desde el austríaco Ivan Illich se sabe que el problema no es de recursos, que hoy día sobran para asegurar "una vida decorosa y austera", sino de distribución.
RépondreSupprimerEl capitalismo más convencional se funda sobre óptimos y máximos épicos. Una masa de gente cobrando sin trabajar, o trabajando poco, debe resultarle un inasumible escándalo. El óptimo es que unos cuantos asalariados trabajen muchas horas sin cobrar demasiado, aunque esto implique desempleo, que a fin de cuentas se paga con impuestos de toda la sociedad.
La lógica del éxito empresarial, del triunfal emprendedor, implica diferencias desmesuradas en la renta. Los primeros de la lista Forbes ingresan cifras anuales de más de 1500 millones de dólares, es decir, más de CIENTO CINCUENTA MIL veces el salario mínimo español, hablando muy groso modo y tirando por lo bajo. Esto es desigualdad, señores. ¿Qué clase de éxito empresarial expresaría una desigualdad de 20 a 1, o de 100 a 1? Para la lista Forbes eso sería una limosna. El capitalismo de la hegemonía total implica desigualdad brutal, o no es capitalismo.
Y la hegemonía del éxito empresarial y el consumo termina por imponer, vía mass-media, también las metas y aspiraciones a las mayorías sociales: posesión, gadgets, cacharros de rápida obsolescencia, tecnología efímera. Para elegir vida intelectual, arte, lectura, naturaleza... hace falta un sentido crítico al alcance sólo de minorías. Todo está bien trabado, o tramado. Y el pensamiento circula en píldoras de poquitos caracteres.
Todos estos anónimos cabreados con el Salvático, todos listos y cultos y serios han discurrido que se puede no leerlo? O sea que no es obligatorio leer al Salvático? Yo es que a lo mejor soy un antiguo pero se me hace de muy mal gusto ir a casa ajena a echar a gente aceptada por el dueño. Joder, qué mala educación y qué pretensiones. Usurpadores me parece que les llaman. Vaya morro, ya le echará AT, si le da la gana.
RépondreSupprimerOtro que tambien se ha equivocado de blog. Vaya maneras y vaya texto.
SupprimerPues no puedo estar más de acuerdo con usted. Parece inevitable que a todo lo foro le salga su sheriff. O más de uno. Dignidad o título auto otorgados, claro.
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