COMO las aventuras del capitán Alonso de Contreras, para las que Ortega y Gasset
escribió un memorable prólogo, la historia de este Huérfano resulta fascinante.
No todos los días se publica por primera vez una obra como esta, inédita desde
que se escribió a comienzos del siglo XVII. Tiene uno la sensación de que se
nos ha franqueado la puerta trasera de un mundo intonso.
Compró
el manuscrito hace cien años el señor Huntington, el millonario norteamericano
que se dejó su fortuna en la fundación de la Hispanic Society, y la muerte
súbita o en extrañas circunstancias de algunos de los que intentaron editarlo
lo envolvió en cierto malditismo. Por suerte para nosotros su editora, la
peruana Belinda Palacios, no parece supersticiosa y nos ha entregado una obra
llamada a ser un clásico de la literatura biográfica en la época virreinal.
Palacios
le da mucha importancia a dilucidar el género al que pertenece: ¿una falsa
novela?, ¿una falsa biografía?, ¿unas memorias camufladas? Ella también recurre
a la solución del baciyelmo: “una biografía ficticia”. Estas cuestiones
preocupan mucho a los académicos, pero quizás den un poco lo mismo. Por
ejemplo: ¿no es el Quijote una
biografía rigurosa de los dos últimos años de Alonso Quijano, escrita por
Cervantes? ¿Cambia eso algo nuestra perspectiva al leerlo?
La
historia del Huérfano es la de un muchacho granadino, escrita por un fraile de
nombre Martín de León, que la dejó lista para su publicación bajo el seudónimo
de Andrés de León. Parece que la vida del protagonista se asemeja bastante a la
de su autor. Como a nosotros nos da igual que uno y otro sean o no la misma
persona, juzguemos únicamente lo que leemos.
Todo
empieza a los catorce años de la vida del Huérfano, que pasa entonces a las
Indias, y allí tras breve vida de soldado, se hace fraile. Es testigo de
algunos hechos relevantes como la derrota del corsario Francis Drake en Puerto
Rico, y el saco de Cádiz (“era como un dedal”) por los ingleses, hasta dar su
autor, ya viejo, en arzobispo y capitán general del reino de Sicilia, a las
órdenes del Rey. Es, pues, un libro de la cruz y la espada, contado por uno de
la cruz que, como don Quijote, considera más importante la espada, ya que sin
esta no hay cruz que valga.
Los
detalles exactos aquí son todos de buena ceca. El mundo de la carrera de Indias
y de la flota está tan minuciosa y admirablenente descrito como en una novela
de Conrad, y su mirada nos parece a menudo la de Adán dando por vez primera
nombre a las cosas. Felices tiempos en que bastaba con contar los hechos. La
parte de Perú, Nueva Granada y Panamá (mi preferida: navegación, encomiendas,
trabajos de indios, asaltos, intrigas) no tiene nada que envidiar a ninguna crónica
de la región, de Pedro de Cieza a Agustín de Zárate, y sus prisiones le harán
decir, como el Cautivo: “con la libertad todo sobra”.
Cierto
que a veces su relación se diría más que la de alguien que ha perdido a sus
padres, la de uno que no tenía tampoco abuela, prendado de sus propias prendas
y “siendo único en cualquier agilidad y gallardía, en todo lo cual nunca en las
Indias halló competidor, por ser tan general en todo”. Cuanto emprende lo borda: vigüela, jineta,
esgrima, poesía, correr la anilla o lancear un toro. No importa. Incluso los lindos
sermoncicos que nos endosa de vez en cuando también se le pasan por alto. En
otro tal vez cargarían un poco, pero hallamos tantos fulgores expresivos y la
lengua (en realidad el idioma) sigue siendo todavía tan nueva y certera, que
excusamos lo demás: “Se cayó la ciudad tan a destajo, con riguroso temblor”,
dirá de un terremoto, “que en tres credos estaba asolada toda ella”. Puede incluso
arrancarnos una sonrisa, como cuando lo vemos navegando Magdalena arriba camino
de Santafé, “sin tener más deleite que mucho y buen pescado, especialmente unas
que llaman doncellas, tan sabrosas
que son dignas de tal nombre”. Hay que decir que en esa ocasión el fraile iba de
incógnito.
El
personaje, como tantos que nacieron sin fortuna en aquel tiempo, trata de
mejorarse. ¿Cómo? Juntándose al poderoso, y sin acabar de saber cuánto tendrán sus
actos de serviciales o serviles. Pero para haber llegado tan alto no se le ve
una mala persona, “mediando paces y templando odios”. Poco importa que el
Huérfano Martín/Andrés de León no diga toda la verdad de sí mismo. La dice de
otras muchas cosas, más importantes (el penoso bordo de Portobello a Callao,
con vientos contrarios, o los caminos de Italia, por ejemplo).
Leamos
lo que nos da, que es mucho; eso juzgamos, en una lengua que la nuestra, sedienta
y exhausta, le agradece como un trago largo de agua fresca.
[Publicado en El País el 22 de febrero de 20
Muy bien calificada, Andrés, nuestra lengua como "sedienta y exhausta". Ahora impera la imposición de otras lenguas propias, como el catalán, para que los médicos de Baleares puedan atender a los enfermos, como si las enfermedades se curaran con la lengua. Parece increíble que estemos reclamando, a estas alturas, que se cumpla la ley y el idioma español se pueda enseñar, hablar y escribir con normalidad en Cataluña. Un desastre.
RépondreSupprimerSi me lo permite Trapiello, amplio mis anteriores palabras.
RépondreSupprimerLa palabra nación, en el sentido de unidad aplicado a los habitantes de la Península ibérica y Baleares, se empleó desde finales de la Edad Media. En la segunda mitad del siglo XV, don Gómez Manrique, corregidor de Toledo y tío de Jorge Manrique, llamó “Señor de nuestra nación” al último Rey godo, don Rodrigo, que “perdió todas las Españas”. La palabra “España”, aludiendo a una realidad histórica y geográfica, arranca de la dominación romana, cuyos escritores e historiadores llamaban “hispanus” al habitante o al oriundo de Hispania. Aulo Gelio, dice en uno de sus libros: “Había traído de España una declamación gritona, una facundia furiosa y disputante”. Y seguimos con esa facundia de enfrentamientos, casi filosofando sobre lo que es España, intentando falsear y reinventar la historia, reivindicando naciones que nunca existieron; imponiendo lenguas propias, como el catalán, para que los médicos de Baleares puedan atender a los enfermos, como si las enfermedades se curaran con la lengua; reclamando, a estas alturas, que se cumpla la ley y el idioma español se pueda enseñar, hablar y escribir con normalidad en Cataluña; y vemos también, como una pesadilla que siempre vuelve, que ciertos sectores de la población vasca siguen homenajeando a los etarras. A ver si va a ser verdad lo que dijo Cánovas del Castillo, que son españoles los que no pueden ser otra cosa.
José Fuentes Miranda.
La palabra nación, en el sentido de unidad aplicado a los habitantes de la Península ibérica y Baleares, se empleó desde finales de la Edad Media. En la segunda mitad del siglo XV, don Gómez Manrique, corregidor de Toledo y tío de Jorge Manrique, llamó “Señor de nuestra nación” al último Rey godo, don Rodrigo, que “perdió todas las Españas”. La palabra “España”, aludiendo a una realidad histórica y geográfica, arranca de la dominación romana, cuyos escritores e historiadores llamaban “hispanus” al habitante o al oriundo de Hispania. Aulo Gelio, dice en uno de sus libros: “Había traído de España una declamación gritona, una facundia furiosa y disputante”. Y seguimos con esa facundia de enfrentamientos, casi filosofando sobre lo que es España, intentando falsear y reinventar la historia, reivindicando naciones que nunca existieron; imponiendo lenguas propias, como el catalán, para que los médicos de Baleares puedan atender a los enfermos, como si las enfermedades se curaran con la lengua; reclamando, a estas alturas, que se cumpla la ley y el idioma español se pueda enseñar, hablar y escribir con normalidad en Cataluña; y vemos también, como una pesadilla que siempre vuelve, que ciertos sectores de la población vasca siguen homenajeando a los etarras. A ver si va a ser verdad lo que dijo Cánovas del Castillo, que son españoles los que no pueden ser otra cosa.
RépondreSupprimerJosé Fuentes Miranda.
Como puede ver aquí (https://es.wikipedia.org/wiki/Estoria_de_Espa%C3%B1a), la "Estoria de Espanna" (la eñe no existía aún), de Alfonso X el Sabio, es del siglo XIII. Una Historia, según algunos, de algo que no sólo no existía entonces, sino que no ha existido jamás. Curioso, ¿no?
RépondreSupprimerTodo segun y como y si todo lo enfocamos con estrechez de miras y al pie de la letra... no hablo de nacion a partir de los Reyes Catolicos.
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