SIGUIÓ uno con interés el juicio del 23F, hace ya casi cuarenta años, y sigue uno con parecida atención el del Procés. Hay entre ambos notables diferencias. Los responsables de la intentona del 23F asumieron desde el primer momento su fracaso. Al fin y al cabo no se distinguió mucho de los incontables pronunciamientos militares que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX. Estos acababan unas veces con los golpistas en el gobierno, y otras en la horca o el pelotón de ejecución, como en el caso de Riego y Diego de León, que aceptaron con aplomo la soga y la bala. En el caso de Diego de León él mismo incluso dio la orden a los soldados que iban a fusilarle: “¡No tembléis, al corazón!”. Sonó a un verso de Vighi:“A morirse, y a otra cosa”. Los había con más suerte y acababan en la cárcel o el exilio, a la espera de mejor ocasión para volver a intentarlo, como Cabrera.
Las principales diferencias de este juicio de ahora con aquel son, a mi modo de ver, estas dos. Una: los encausados y sus partidarios jamás han admitido su derrota. Y dos: mientras el 23F no contó con ningún apoyo social considerable, en este caso hay un número que algunos cuantifican en más de dos millones de seguidores. Dos millones que consideran, si es verdad lo que interpretan quienes hablan en su nombre, que los procesados no han hecho nada malo, lo cual les permite presentarse como víctimas. Como no andamos escrutando lo porvenir ni dilucidando un asunto dogmático o doctrinal, sino hechos, que diría el juez Marchena, fijemos la atención en una palabra que se ha oído bastante estos días y que es probable que aún se reitere más a partir de que se conozca la sentencia: farsa.
Sigue uno con atención, sí, este episodio apócrifo de Galdós. Estamos cerca del desenlace, incierto para todos. La tesis de los acusados y sus defensas se centra en demostrar que el referéndum del 1-O fue una fiesta echada a perder por el Estado y sus jayones, y la proclamación de la República Catalana que le siguió, un acto simbólico, o sea, una representación. Algunos hablan de un juicio-farsa, acaso para no tener que reconocer lo que aquella representación pudo tener también de farsa... ¿Dirá la sentencia que, aparte de lo que tuviera de teatral, fue real? Quién sabe. A diferencia de una novela que ha llegado a su fin, seguro que a partir de ahora se oirá mucho “esto no ha hecho más que empezar”.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 7 de abril de 2019]
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