15 avril 2019

La vuelta

COMIENZA uno este artículo en un aeropuerto. Siempre he admirado a quienes pueden escribir en el café abarrotado o hundidos en la soledad de una trinchera, bajo las balas. Hoy por hoy, y salvando las hipérboles, los aeropuertos se parecen bastante a una guerra. La agitación de los viajeros es completa. Las gentes caminan de un lado para otro. Contrastan los que vagan lentamente y sin rumbo para hacer tiempo y quienes van despepitados como una flecha por falta de él, trenzando todos sus derrotas como coches de choque. Los mensajes de una megafonía gangosa, advirtiéndonos de los rateros, alteran aún más la espera. En tales condiciones empieza uno este artículo.

La vuelta a España tras una temporada en el extranjero, por breve que esta sea, resulta extraña. Si es larga, más aún. A la ida raramente piensa uno en lo que deja atrás. Al contrario, aprovecha uno el viaje para olvidarse de los afanes diarios, propios y ajenos, personales, laborales y políticos. Alejarse de ellos nos euforiza de un modo infantil. El regreso, por el contrario, nos devuelve a la realidad y tal vez nos deprime un poco. Los que hayan pasado por un internado y conozcan la sensación de la vuelta, tras las vacaciones, sabrán acaso a qué me refiero. Los seis años que pasé en el mío no fueron, sin embargo, del todo malos, porque comparaba a menudo mi suerte con la de aquellos cuyas vidas eran un millón de veces peor que la nuestra. No es infrecuente, entre escritores al menos, deplorar la vuelta a España, tras un período de ausencia, como quien regresa no ya a un internado, sino a una cárcel regida por carceleros sádicos y con una población reclusa soez y brutal, que alardea a todas horas de un egoísmo patológico y costumbres bárbaras. Desde Larra, es un clásico de las jeremiadas. Regresar de la maravillosa Italia no es hacerlo de cualquier parte, por ejemplo de ninguno de los doscientos países en los que el bienestar o la libertad son menores que los que gozamos en cualquier país europeo. Volver hace incluso que valoremos las cosas que en el nuestro funcionan y no tanto quizá de donde venimos, y al revés... 
Viajar, sí, pese a los aeropuertos, relativiza todo mucho. Es posible que no cure el carlismo, como creía Baroja (hoy los carlistas viajan más que nunca), pero nos ayuda a valorar lo que tenemos... y a querer conservarlo.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 14 de abril de 2019]

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