SE publica esta semana en El Cultural de El Mundo una doble página firmada por Nuria Azancot a propósito de la reedición de Las armas y las letras. Para los amantes de los detalles exactos, aquí van las respuestas íntegras a sus preguntas, que por su extensión no han podido darse de forma literal o han tenido que suprimirse.
¿Cómo
nació este libro (1993), realmente lo escribió en tres meses? ¿De quién fue la
idea y qué le debe a Juan Manuel Bonet y a Rafael Borràs?
Borràs
tuvo la idea. Gestionaba el premio Espejo de España, que hubiera podido arreglarme
la vida durante un par de años. Me habló de él con gran persuasión. Y sí, lo
escribí en tres meses, pero llevaba años leyendo del asunto. En ese tiempo
Bonet andaba también escribiendo su gran diccionario de las vanguardias. Fueron
dos libros que crecieron a la par, con informaciones estimulantes de ida y
vuelta a gran velocidad. Él fue fundamental. Y Abelardo Linares. Me dio buenos
consejos y me prestó muchos libros, entre ellos A sangre y fuego de Chaves Nogales: el prólogo de ese libro era la
prueba, que yo había estado buscando, de que la tercera España había existido. El
premio al final, por guerras intestinas (y nunca mejor dicho), se lo birlaron a
Borràs, y me quedé sin él, pero soy consciente de que de no haber sido así, a
la diabla, jamás lo hubiera escrito: el tema era un campo de minas. Le estoy
agradecido.
Veinticinco
años después de su primera edición, Las armas y las letras sigue tan o más
vigente que entonces. Cada nueva edición descubre nuevos personajes y datos...
¿Podrá darlo por acabado alguna vez o quizá es, como usted mismo afirma en los
prólogos, un libro sin fin, que nunca acabará de escribirse?
Este
libro trata de la memoria. Y la memoria fluctúa a cada momento, cambia nuestra
percepción del presente y este modifica el pasado. Ayer mismo, en Jerez, Carmen
Hernández Pinzón dio a conocer una carta inédita de Juan Ramón Jiménez, de
1943, en la que protesta a Guerrero Ruiz por haber incluido este en una
antología de sus poemas un prólogo del falangista José María Alfaro: No “acepto
que un político militante de la España actual ponga un prólogo a un libro sobre
mí, como tampoco lo aceptaría si Vd, se lo pidiera a otros políticos
[republicanos] de los que andan por aquí (…) Mientras las circunstancias de
España sean las que son actualmente, yo no puedo volver a España ni
relacionarme con determinados elementos de la República que andan por estos
países. (…) Yo no soy monárquico, ni republicano, ni falangista, ni comunista,
etc., etc. Soy un hombre libre”. De eso trata este libro, de una verdad que
cuesta descubrir y restaurar, y que lleva mucho tiempo.
Uno
de los méritos del libro fue descubrir esa Tercera España , tan a menudo
olvidada, que ni era fascista ni anarquista o comunista. ¿Habría que
reivindicarla ahora, cuando vuelven a agitarse los extremos?
JRJ.,
como acabamos de ver en esa cita, es el paradigma de esa tercera España. Al
comienzo de la guerra Falange y Pce tenían unos veinte mil afiliados cada uno.
Al final, dos millones. Falange y comunistas fueron los verdaderos vencedores
de la guerra, unos administrando la victoria, y los otros administrando la
derrota. Los vencedores ganaron la guerra y perdieron los manuales de
literatura, y parte de los que perdieron la guerra, principalmente comunistas, ganaron
el relato.
Otra
de las claves del libro es que demostró hasta qué punto los derrotados de la
guerra civil ganaron la guerra literaria... ¿Al menos en este aspecto, al
referente a la calidad literaria de unos y otros, hemos aprendido algo?
Sí,
que los libros hay que leerlos y que pocos de los que se escribieron en la
guerra tienen un interés literario, y que si Rosa Chacel es una gran escritora,
Cunqueiro también. Y así hasta cien escritores de ambos bandos.
¿A
qué se debe el resurgir actual del guerracivilismo? ¿No hemos aprendido nada, o
quizá la ambición política y los nacionalismos excluyentes lo están polarizando
todo?
Los
sublevados ganaron la guerra desde el primer día y los que la perdieron se
hicieron con la propaganda en todo el mundo también desde el primer día. Parecido
a lo del Procès ahora. Cuando hace unos años empezó la extrema izquierda a
temer que podía perder también el relato, se echaron contentísimos al monte
decididos a ganar al fin la guerra.
Veinticinco años
después de su primera edición, Las armas y las letras sigue tan o más vigente
que entonces. Cada nueva edición descubre nuevos personajes y datos... ¿Podrá
darlo por acabado alguna vez o quizá es un libro sin fin, que nunca acabará de
escribirse?
Más bien esto
último. Pero mejor así. Querrá decir que sigue vivo.
¿Cuáles
han sido los cambios más sustanciales en la manera de entender la guerra civil
experimentados en estos veinticinco años?
Hoy
casi todo el mundo admite que a la inmensa mayoría de los españoles se les
obligó a elegir un bando, a veces a punta de pistola, y casi todo el que era
decente acabó reconociendo que estaba en el bando equivocado, sin creer que el
otro bando fuera tampoco mucho mejor.
La
Ley de la Memoria Histórica no parece haber solucionado nada: sigue habiendo
demasiados muertos en las cunetas y todo parece haberse reducido al maquillaje
urbano y ceder parte de los fondos del Archivo de Salamanca... ¿qué medidas
concretas habría que adoptar para hacer justicia de verdad?
Muy
pocas: exhumación de los muertos de las fosas comunes y cunetas, sin mayores celebraciones
retóricas del tipo “luchadores por la libertad”, “defensores de la democracia”,
etc. No pocas de esas víctimas fueron además victimarios y un buen número de
ellas, de demócratas, poco.
¿Del
rescate de qué autor antes ignorado está más orgulloso y por qué? (Pienso en
Chaves Nogales, por ejemplo, pero quizá usted tenga otros favoritos).
Chaves,
desde luego, José Castillejo, Morla Lynch, Clara Campoamor, y todos aquellos
que lograron sobrevivir a cualquiera de los dos totalitarismos con dignidad y
decencia.
Fue
uno de los primeros en indagar en el enigma Gálvez. ¿Tiene la sensación de
haber abierto camino, de haber dado demasiadas pistas y no sólo con este
polémico escritor, para que otros narradores con menos imaginación o
conocimientos se hayan aprovechado de su trabajo?
Todo
lo sabemos entre todos. Y las buenas ideas tarde o temprano acaban siendo del
común. Como las buenas coplas, que decía Machado. Ningún problema. Jordi Gracia
al tiempo que señalaba la importancia del libro, recordaba que habría tenido
que haberse escrito en la universidad, pero la universidad española y el gremio
de hispanistas han sido a menudo endogámicos, convencidos de la superioridad
moral y literaria de los perdedores. Y empezaron a circular la gran mentira,
aún en curso: los mejores escritores e intelectuales se pusieron del lado de la
República. Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández... de acuerdo. ¿Y qué
hacemos con Baroja, Unamuno, Ortega, Azorín...? Al fin empiezan a comprender
que buenos y malos había en los dos bandos.
Uno
de los reproches que acompañaron la primera edición del libro fue la ausencia
del filólogo Koldo Michelena. Veo que sigue sin corregirlo, como también sigue
sin añadir notas a pie de página que le reclamaban la crítica académica... ¿El
tiempo le ha dado la razón?
Es
verdad, sin Koldo Michelena no se entiende la guerra civil ni nada en esta vida.
También
le tacharon de equidistante... ¿Se le ocurre un retrato menos justo, peor? ¿O
le han llamado cosas peores, por su dedicación a la política siempre en
trincheras a menudo poco amables?
Se
ha cansado uno explicando las diferencias entre equidistante y ecuánime. Y he
comprobado esto: suele llamar equidistante, por ejemplo a Chaves, quien está
encantado de ser totalitario, por lo mismo que quien suele llamar facha o
franquista a un demócrata, está orgulloso de levantar el puño o el brazo y
encantado de poder robarte tus derechos civiles en cuanto le dejen.
¿Tenemos
la clase política que nos merecemos? ¿realmente necesitan un máster en mentir,
como usted mismo afirmaba en estas páginas hace poco?
Por
desgracia es más grave aún: ¿quién se merece dos millones de xenófobos en
Cataluña y doscientos mil cómplices de Eta en el País Vasco? Y todos ellos orgullos
de serlo; así lo dicen sus votos.
¿Cree
que el Trapiello del 93 comprendería esta suerte de Causa General contra la
Transición a la que ahora asistimos? ¿Y el de hoy, puede entenderla?
Ni
hace 25 años pensaba que se seguiría hablando de la guerra civil ni hoy puede
comprender nadie que se quiera acabar con el período más largo y próspero de
nuestra historia dando cartas de naturaleza a los peores instintos: el
narcisismo nacionalista y xenófobo y el resentimiento populista, reencarnación
de los viejos totalitarismos. Y hay que recordar una vez más a Nietzsche: un
exceso de memoria daña la vida.
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