Ha aparecido este mes en Letras Libres, a preguntas de Daniel Gascón.
En cierta manera Las armas y las letras es un libro
siempre infinito: ahora, cuando se cumplen 25 años, aparece una edición
ampliada. ¿Cuáles son para ti los cambios más importantes?
La idea es la misma desde la primera edición: contar la
historia de escritores, artistas e intelectuales durante la guerra civil, pero
especialmente de quienes siendo de izquierdas, de centro o de derechas fueron
estigmatizados por razones políticas. El libro ha ido creciendo desde entonces,
unas veces incorporando figuras centrales, como Morla Lynch o José Castillejo,
cuyos libros se publicaron sólo recientemente, y otras, de segundo orden, como
Estelrich. En esta edición hay cientos de citas y datos nuevos, que completan algún
pasaje (todo lo relativo a Chaves Nogales, por ejemplo, con las ediciones de
sus libros inéditos, o a Unamuno, de quien podemos fijar mejor el episodio del
paraninfo de la universidad de 1936, tras las investigaciones últimas del matrimonio
Rabaté), o añaden detalles interesantes. Por ejemplo: al lado de la sección “A
paseo” de El Mono Azul, que “paseaba”
en efigie a algunos intelecutuales en el momento que se “paseaba” de cuerpo
presente a otros muchos, había un José Luis Salado, escritor comunista, que
llevaba otra sección en un periódico madrileño que se titulaba “Tiros al
blanco”. El crimen como un deporte. Hay, igualmente, fotos inéditas y
desconocidas de guerra, entre las mejores que yo haya visto nunca. Una por
ejemplo que ilustra uno de esos tiros al blanco, en la que se ve cómo disparan
sobre un hombre indefenso y por la espalda como sobre una alimaña. El resultado
final ha sido un trabajo de taracea. No hay una página que no haya sido
corregida, ampliada, matizada. Creo que esta edición tiene unas cincuenta
páginas más que las otras. Y confío en que sea la definitiva.
El libro cambió la forma en
que muchos veían la guerra y el papel de los escritores. Incluye muchos nombres
que ahora son más conocidos que entonces, analiza las obras, y construye un
relato. Reediciones, estudios, rescates o incluso ficciones son, en cierto
modo, herederos Las armas y las letras. ¿Como ha variado la forma en que vemos
esa época en este tiempo?
Creo que la gente ha acabado asumiendo que aquello no fue
cosa sólo de buenos y malos. Porque entre los malos había buenos, y entre los
buenos, malos. Que no todos los que apoyaron el levantamiento militar eran
fascistas, ni demócratas todos los que lucharon en el bando republicano, sin
que esto oculte el que el 18 de julio se produjo un golpe de estado contra un
régimen legítimo que para muchos, Chaves Nogales entre ellos, desapareció el 19
de julio porque no podía proteger a ninguno de los que le reconocían como
legítimo. Y desde luego, que la especie de que los mejores escritores e
intelectuales se pusieron de parte de la República es falsa, un triunfo de la
propaganda republicana, con la que trataron de demostrar la idea de
superioridad moral que creían tener sobre los sublevados, primero y sovre los
venvedores de la guerra después, superioridad moral que aún siguen
inexplicablemente sintiendo algunos.
En el prólogo de 2019 dices:
“Muchos escritores e intelectuales, como tantos españoles, se vieron obligados
a escoger, y a menudo de manera dramática, entre dos visiones de la historia y
de la vida que en muchos casos acabaron siendo delirantes, totalitarias y
mesiánicas”. Estas dos visiones, en el fondo minoritarias, se imponen a una
mayoritaria. ¿Qué define para ti esa tercera España?
Aquella que hubo de elegir bando a la fuerza, sin que ello
significara que de haber elegido el
contrario, estaría también a gusto en él. La tercera España es la que acabó
sometida a cualquiera de las otras dos, y en definitiva, la silenciada, la
mayoritaria. Por eso los verdaderos vencedores de la guerra civil fueron,
políticamente, los falangistas y los comunistas. Falange Española y Pce contaban
al principio de la guerra con unos veinte mil afiliados, y al final, con dos
millones cada uno de estos dos partidos. Los falangistas administraron la
victoria real, y los comunistas el relato, es decir, la ficción. Los escritores
de derecha, sin embargo, perdieron los manuales de literatura; y a muchos de
los de izquierda, se les tributó trato de grandes escritores, sólo porque la perdieron.
Y en medio los perdedores absolutos, los Chaves Nogales, Elena Fortún, José
Castillejo, Clara Campoamor, a esos ni unos ni otros les resarcieron con nada,
fueron condenados al olvido. Demasiado libres y, sobre todo, testigos incómodos
de los crímenes de los republicanos. Y en esa tercera España silenciada
estuvieron también quienes como Juan Ramón Jiménez no le servía plenamente a
ninguna de las otras dos. Acaba de pasarme Carmen Hernández-Pinzón una carta de
JRJ de 1943 en la que dice que no quiere saber nada ni de los falangistas ni
“de ciertos elementos” que andan por el exilio. Se refería, entre otros, a
Segundo Serrano Poncela, uno de los responsables de las sacas de Paracuellos. Y
tercera España, son, dentro de España Gaziel, Espina, Répide y tantos más.
Una de las ideas del libro es
que la República gana la guerra de la propaganda desde el principio, dentro y
sobre todo fuera de España. Nadie, ni las mentes más admirables (JRJ o Gaya,
por ejemplo), está por otra parte siempre libre de su influencia. Uno de los
éxitos de la propaganda sería popularizar la idea de que los escritores
importantes se quedan el República.
Aunque va contra la idea que tiene uno de la literatura, en
la penúltima edición me atreví a poner en dos columnas a unos ciento cincuenta
esctritores, setentaicinco de un bando y
setentaicinco del otro, o adscritos por las circunstancias a cada uno de ellos.
En esta he añadido algunos nombres más. Es la única manera de desmontar la
propaganda. Con la República estuvieron Juan Ramón, Lorca, Machado, Azaña, sí…
¿Pero son menos que ellos, como escritores, Baroja, Unamuno, Azorín, Gómez de
la Serna o Ortega y Gasset? ¿Américo Castro es más que Menénende Pidal? A otros
la guerra y su muerte les dio una gran notoriedad, como a Miguel Hernández,
pero ¿es menos poeta él que Manuel Machado? Me entusiasma Rosa Chacel, pero no
podría decir que es “mejor” que Cunqueiro. Me gusta mucho, como es notorio,
Chaves Nogales, pero nadie puede decir que Pla no esté a su altura como periodista.
De modo que ese es el mito que hemos de desmontar.
¿De qué escritores te sientes
más cercano o lejano de esa época? ¿Ha cambiado en algo tu opinión sobre ellos
desde 1994 hasta ahora?
En general estroy más cerca de aquellos que fueron refractarios
al sectarismo de su propio bando, y más lejos de los sectarios, sobre todo de
los sectarios oportunistas y aprovechados, tipo Neruda o los Alberti…. Aunque
le gusten a uno poco Luisa Carnés o Arconada, sus vidas difíciles de exiliados
parece justificar que su literatura no fuera algo mejor. Y aunque no me gustara
lo que escribían antes de la guerera ni después, admiro la valentía de León
Felipe al reconocer que también se equivocó afirmando que los poetas
republicanos “se llevaron la canción” . Me emocionan siempre Antonio Machado,
Juan Ramón, Gaya. Me admiran Unamuno y Azaña, tan enemigos uno del otro.
Baroja, Azorín. Ortega, Clara Campoamor, Chaves, Castillejo… Y al contrario, no
sólo no he cambiado mi opinión sobre ellos, sino que ha crecido mi admiración
por su obra. Algunos, como Azorín y Barojan, escriben y publicabn, en lo más
duro de la dictadura franquista y pese a todo, algunos de sus mejores libros.
En general la gerra hizo mucho daño a la literatura y la poesía en el momento,
y fue necesario que la guerra pasara para que dieran lo mejor de sí, por
ejemplo María Zambrano. Sus escritos de guerra son aterradores. Cuando anda por
medio la propaganda, la literatura y la poesía se evaporan. Lo decía Machado,
la retórica de la guerra es igual en los dos bandos.
Una diferencia que señalas en
el campo republicano, entre los intelectuales, es una mayor discusión, a veces
problemática, mientras que entre la zona nacional dice “una sola crítica
adversa de los poemas de Rosales, Pemán, Vivanco o Ridruejo, o de la novela de
Foxá o de las teorías de Laín habría significado para su autor represalias sin
cuento”. Hablas de una uniformidad de juicio.
En general es como digo. Una revista como Hora de España no existía en la zona
nacional. Y aunque Cernuda se va de España porque esa revista censura su poema
a Lorca por razones morales (evocaba y descubría el amor a los efebos del poeta
granadino), el nivel intelectual es muy alto. La derecha trata en sus revistas
de estetizar la política, y la izquierda de politizar la estética. Quizá el
tiempo sea menos cruel con la estética que con aquellas dos políticas
totalitarias. O por lo menos yo tolero mejor la literatura de evasión que la
del compromiso con las políticas totalitarias.
Escribes: “A los
intelectuales republicanos parece interesarles España. A los nacionalistas, más
el imperio, o sea, una bandera. A unos el pueblo y a otros los tercios, los
cruzados. Y ya se sabe: nada como la patria para para arrancar sentimientos
insinceros o solemnes, de los que insufla el viento y el tiempo dispersa como
vilanitos secos”. Me gusta ese recurso, que usas más veces en el libro, de un
contacto de repente con lo natural o lo concreto. En el prólogo nuevo hablas
también de nuestro tiempo de populismos y nacionalismos, “reactivación de la
roña carlista”.
Se ve que uno es irremediablemente un escritor realista. Me
gusta que las palabras tengan color y olor. Debe ser cosa instintiva. Escribir
con imágenes, metáforas y sinestesias tiene la ventaja de los atajos, es como
darle alas al pensamiento. Es algo que hacemos todos hablando constantemente, y
por eso decía JRJ aquello de que “quien escribe como se habla llegará más lejos
en lo porvenir y será más leído que quien escribe como se escribe”. Y en eso
hace uno lo que puede.
Dices: “el humor heterodoxo
en España tiende a hacerse de derechas”. ¿A qué se debe?
El escritor de izquierdas, sobre todo el marxista, tiene por
lo general una idea de sí mismo más complaciente y satisfecha. Suele creer que
tiene la Historia de su parte, y se exhibe orgulloso su compromiso político, y
ve el humor como una debilidad o una frivolidad, un obstáculo y una alienación.
El Quijote se vio durante casi
doscientos años como una obra menor, porque era obra humorística. El humorista,
si es inteligente, sea de izquierdas o de derechas, se mofa de esas
distinciones, por eso pueden verse en los chistes de Tono sátiras improbables
en la otra zona. Es incluso difícil saber cómo algunos de sus chistes pasaron
la censura, como ese en que se ve a un miliciano goerdo de la Cnt en la
consulta del médico. Este le dice, para su gordura le conviene paser; y el
miliciano responde: ¿A quién? El chiste va dirigido a lectores que sin duda
tenían parientes y amigos “paseados…”. Y sin embargo…. Después de la guerra el
humor fue la única válvula de escape de crítica al régimen franquista, y acabó
en manos de gentes que siendo más bien de derechas, como el gran Chumy Chúmez,
resultan de izquierdas, o de izquierdas, como Vázquez Montalbán, que con
servicio doméstico uniformado y parque móvil, son indistinguibles de cualquier
burgués de derechas.
También me ha llamado la
atención la comparación que haces entre Sender y Cela.
Son los dos escritores un tanto tremebundistas y un poco
toscos. Simpatizaron mucho después de la guerra, se reconocieron como de una
misma tribu. Por eso su amistad acabó en una reyerta.
Este es, entre otras cosas,
un libro sobre la memoria. En los últimos años se ha hablado mucho de la
cuestión de la memoria histórica. Criticas la ley. ¿Qué es lo que se ha hecho
mal y qué es lo que habría que hacer?
Nuestros padres hicieron algo bien, no importa del bando que
fueran: inculcar a sus hijos que todo antes que repetir otra guerra civil. Y
fueron más honestos que muchos de sus nietos: conocían la verdad de los hechos
y sabían hasta qué punto todos, unos y otros, tenían mucho de que arrepentirse.
Por eso llegada la transición lo confiaron todo al olvido, en aras de la
convivencia y la paz. Y aunque supieran que sin justicia no hay paz posible,
sabían también que a veces la paz es preferible a la justicia. Goethe lo
sintetizó en un célebre díctum: Prefiero la injusticia al desorden. Y como
dice Nietzsche: un exceso de memoria acaba con la vida. Y así lo entendieron
Carrillo, Pasionaria, González, Suárez, incluso Fraga. No es que cerraran en
falso la historia. Confiaban en que el tiempo acabara de cicatrizar las
heridas. Y todo parecía hacer pensar que se iba a lograr, hasta que… llegaron
al poder quienes parece que legislaron
no para resarcir a las víctimas, sino para reescribir la historia.
A la par que ha habido una
reivindicación de la memoria histórica, hemos visto alarmas ante los excesos
del recuerdo y su instrumentalización para ganar las batallas del presente. ¿Es
algo que te preocupa, crees que ha ido en aumento?
Los que hicieron la transición, que fue modélica, no se
olvide, se equivocaron en algo: el deseo de los nietos de algunos derrotados de
la guerra civil, víctimas después del franquismo, decidieron hacer olvidar con
los crímenes franquistas la condición de victimarios de algunas de esas
víctimas. Y para ello decidieron en no pocos casos reconstruir la historia,
ennoblecer la derrota. En una exposición reciente sobre la Defensa de Madrid
organizada por el populista Ayuntamiento de Carmena se hizo desaparecer el
papel de los militares, Miaja y Rojo, sólo para presentar la defensa de Madrid
como un logro “del pueblo de Madrid”, cuando todos hemos leído cómo Miaja tuvo
que disparar sobre el pueblo de Madrid que en desbandada desertaban de las
defensas de la la Casa de Campo. Y por supuesto, hay que recordar, pero hay que
recordarlo todo. De ahí que resulte un exceso retórico y una caricatura volver
a oír el grito de “No pasarán” (la última vez la noche de los resultados
electorales frente a la sede del Psoe por enardecidos y exultantes que
celebraban la victoria), conociendo lo que sucedió en 1939: no sólo pasaron,
sino que se quedaron cuarenta años, y Franco murió en su cama.
Hablas y defiendes muchas
novelas, pero dices que no es el mejor género: Las mejores novelas de esta
época, dices, son los testimonios. ¿A qué crees que se debe esto?
La muerte y el peligro dejan en la memoria una impronta
indeleble. A su lado la ficción palidece casi siempre. Aunque Chaves Nogales
diga que sus relatos de A sangre y fuego
sean mezcla de ficción y realidad, el lector los percibe como crónica. Lo mismo
sucede con la que para mí es acaso la mejor novela de la guerra civil, Celia en la revolución, de Elena Fortún.
Todo en ella tiene esa impronta, y el lector percibe que la vida en un bien muy
frágil y que bien pudo morir relmente en cualquiera de las peripecias. De ahí
que a las novelas de la guerra les sea tan difícil competir no sólo con
memorias y diarios, sino con cualquier página de periódico de la época de la
guerra.
Escribes que si la primera
edición fue responsable de la reivindicación de Chaves Nogales, la nueva
versión debería servir entre otras cosas para hacer más conocidos a Carlos
Morla Lynch y José Castillejo. ¿Qué te interesa de ellos?
En el caso de Morla, la visión de alguien que ni siquiera es
un intelectual ni nun escritor. Alguien que apenas tiene los rudimentos de la
liuteratura, que se limita a describir lo que ve, y que es libre porque escribe
bajo el pabellón chileno, es un testigo fiel e imparcial. De Castillejo, pese a
alguna de sus ideas disparatadas (llegó a creer que la solución a la guerra era
partir España en dos, una para cada bando, adelantándose en eso a la partición
de Alemania), interesa todo, el tono tan institucionista, la mesura, los modales,
diríamos, y el querer ir a la raíz del problema: la incuria de la nación
española, la falta de instrucción, el fanatismo religioso, la intransigencia.
Lo mismo que Clara Campoamor. Lo que ahora hemos de preguntarnos nosotros como
españoles es por las razones por las que hemos tardado casi sesenta años en
descubrir sus obras, sus conductas, su ejemplo. Fue lo primero en lo que se
pusieron de acuerdo las dos Españas, en callarlos y hacerlos desaparecer como
testigos incómodos.
Otra forma de leer el libro
es verlo como un libro sobre la retórica. Una reflexión sobre la guerra y la
retórica está casi al principio, y uno de los momentos más emocionantes es la
parte final, cuando Manuel Machado viaja a Collioure, donde acaba de morir su
hermano. Dices “ahí deberíamos ver el arranque de la reconciliación nacional”.
¿Por qué?
Es algo que también hemos aprendido. Los hermanos Machado
eran más que hermanos, eran almas gemelas, se veían a diario, escribían juntos,
se admiraban uno al otro sinceramente y lo manifestaban con los mayores
encomios. Pensaban parecido en todo, eran liberales. De haber caído Antonio con
los franquistas y Manuel con los republicanos, ¿no habría hecho Antonio lo que
hizo Manuel, y Manuel lo que hizo Antonio? La propaganda, la retórica de los
perdedores, puso a Antonio en el puesto más alto de la literatura, rebajando al
tiempo a Manuel, pero lo cierto es que el soneto a Líster de Antonio es peor
aún que el de Manuel a Franco. La reconciliación pasa por leer lo mejor de uno
y de otro sin la mediación de la propaganda, y descubrir los poemas maravillosos
que uno y otro escribieron, sabiendo que lo que acaso tenga Antonio de superior
sobre su hermano no fue desde luego consecuencia de su postura en la guerra
civil, ni a la inversa, Manuel no es menor en relación a su hermano, porque
pasara la guerra en Burgos. Esa es la libertad que trata de inculcar ese libro
mío. Despojar a los lectores de los prejuicios que inculcaron en él muchos años
de propaganda, de uno y otro bando.
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