19 août 2019

Dichoso aquel...

ATRIO es un sitio especial, mucho más que un hotel o un restaurante con dos estrellas Michelin. Julián Rodríguez era también un tipo especial,  finísimo en todo aquello que hacía. Atrio, en la vieja ciudad de Cáceres, acaba de cumplir veinticinco años y el escritor y editor Julián Rodríguez acaba de morir con cincuenta.  Horas antes de su inesperada muerte contó en facebook lo que había hecho ese día, nada especial y todo ello, a la luz del desenlace, extraordinario y luminoso: un paseo por la sierra segoviana, el encuentro  con un vendedor ambulante de melones, un libro generoso, una música escogida, una cena tan frugal como exquisita junto a su perra y una copa de buen vino, mientras esperaba a su mujer. Era un hombre benéfico y discreto, y dejó la escena con sigilo.

Tanto, que ni siquiera llegó a ver publicado su último libro, este monumental Atrio que celebra precisamente esos veinticinco años de trabajo. Se lo encargaron sus dueños José Polo y Toño Pérez, protagonistas de una de las historias más fascinantes relacionadas con el dificilísimo arte de comer y beber sin perder las formas. Al fin y al cabo defienden que lo mejor de una buena comida y un gran vino es la conversación. Y esto precisamente fue lo que Julián Rodríguez ideó para ese libro: conversaciones. Convocó en Atrio a tres personas relacionadas con ese proyecto. Cada una de ellas es especial en lo suyo, sobresaliente, único.Y aunque los convocó, claro, por separado, se ve bien lo que todos ellos tienen en común: hablan en voz baja, no presumen, no son vanidosos, no van de nada: Rafael Moneo (en cuyo estudio trabajaron Tuñón y Mansilla, autores de la asombrosa y refinadísima arquitectura de Atrio), Ferrán Adriá (en cuyos fogones se formó Toño) y Telmo Rodríguez (a cuyos saberes vinateros no es ajena la mítica bodega que ha reunido Jose). 

Nada más. Palabras y unas fotografías. Y nada menos. Unas y otras dan cuenta de aquello a lo que tiene derecho cualquier ser humano: gozar los dones materiales y espirituales de esta vida sin causar pesadumbre, dolor ni injustica a nadie. Noblemente. Algo que no tiene que ver, por cierto, con el lujo o el dinero. Así lo prueban los orígenes de ese Atrio y el final, tan horaciano, tan «beatus ille...», de nuestro amigo, nuestro «dichoso aquel...».

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 18 de agosto de 2019]

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